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Vol. 2013. Núm. 30.
Páginas 195-201 (septiembre - diciembre 2013)
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2027
Steven Iván Johansson Mondragón*
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Las reformas que entre los años 1988 y 2000 modificaron el Estatuto de Gobierno del Distrito Federal dieron paso a un nuevo sistema de partidos en la capital del país, a la vez que otorgaron incentivos a los partidos para desarrollarse en el plano local. Así, en un lapso relativamente corto, se pasó de un predominio casi absoluto del Partido Revolucionario Institucional (pri) a un sistema con mayor pluralidad, caracterizado por la hegemonía del Partido de la Revolución Democrática (prd). A pesar de la trascendencia de estos cambios, son pocos los trabajos que han tomado como objeto de estudio a los partidos y al sistema de partidos del Distrito Federal.

El volumen coordinado por Francisco Reveles, que tiene sin duda el mérito de empezar a llenar una importante laguna en el estudio de los partidos políticos en México, aspira a sentar las bases para el análisis de los partidos en la ciudad de México. Para ello, se da a la tarea de estudiar a los partidos locales a partir de cinco temas generales: desarrollo histórico, estructura interna, corrientes, principios ideológicos y tendencias electorales. La obra dedica cuatro capítulos al prd, dos al pri, dos más al Partido Acción Nacional (pan) y uno al Partido Verde Ecologista de México (pvem). Tres capítulos abordan, además, el tema de la participación y las tendencias electorales, mientras que el último capítulo estudia la relación entre el gobierno capitalino y la autoridad electoral. Completan el volumen un epílogo, que reúne las conclusiones generales del trabajo, así como un breve texto sobre el estado del conocimiento de los partidos en el Distrito Federal, ambos a cargo del coordinador.

Los cuatro trabajos sobre el prd se centran en la vida interna del partido, y particularmente en la dinámica de sus corrientes internas. Rosendo Bolivar Meza analiza de una manera detallada, sobre todo para el periodo 2006-2009, la correlación de fuerzas entre las diferentes corrientes, tal y como se desprende de los procesos de selección de candidatos a puestos de elección popular, ofreciendo una descripción puntual de las pugnas internas (como en el caso de la delegación Iztapalapa, en 2009), las alianzas entre corrientes, las esciciones y la creación de nuevas corrientes. Partiendo de la premisa según la cual las corrientes se crean, se transforman y/o se alían con otras no por cuestiones de afinidad política o de identidad ideológica, sino más bien por la defensa de sus intereses particulares de grupo y por la búsqueda de espacios, el autor renuncia, sin embargo, a analizar en términos ideológicos la pugna recurrente entre las dos principales corrientes perredistas (Corriente Izquierda Democrática/Izquierda Democrática Nacional/Izquierda Unida, por un lado; Corriente por la Reforma Democrática/Nueva Izquierda, por otro).

Ulises Lara López se aboca, al igual que Bolivar Meza, a evaluar la correlación de fuerzas entre las corrientes a partir del número de candidatos a puestos de elección popular obtenido por cada una de ellas, aunque no aclara la lógica de las alianzas y enfrentamientos entre las fracciones. El autor aborda también el tema de la relación entre las corrientes y las organizaciones sociales, describiendo la manera en que las primeras se consolidaron durante el periodo 1989-1997. El trabajo da cuenta, por último, de la evolución más reciente de las corrientes perredistas en el Distrito Federal: aparición de una nueva corriente promovida por Marcelo Ebrard (Movimiento Entre Ciudadanos), esciciones en Unidad y Renovación (unyr) y en Izquierda Social (is), que dan lugar a la construcción de una nueva corriente, la Red por la Unidad Nacional de las Izquierdas (runi), fractura de Nueva Izquierda.

Para Víctor Hugo Martínez González, la confrontación interna que vivió el PRD en 2008-2009 por el control de la dirigencia nacional no presagia una ruptura en el partido, sino que constituye un capítulo más de la “regularidad conflictiva” que lo ha caracterizado desde su fundación, y que el autor rastrea en cinco elecciones internas (entre 1993 y 2005). Aunque Martínez da cuenta de una polarización inicial entre los miembros del partido que venían de la izquierda parlamentaria y aquellos provenientes de la izquierda social (polarización que reaparece, con matices, en distintos momentos de la vida interna del partido), rechaza, al igual que Bolivar Meza y Lara López, que el PRD esté dividido en dos grandes proyectos o polos. Para el autor, el patrón de los conflictos internos no obedece a dos concepciones ideológicas de partido, sino a diferencias en el plano estratégico, particularmente en lo que respecta a la relación con el gobierno y al tipo de vínculo que debe darse entre las corrientes y los liderazgos carismáticos.

Lorenzo Arrieta Ceniceros aborda también el tema de las fracciones internas del prd-df, pero centrándose en el proceso de selección de candidatos para la elección de 2009, en el que se enfrentan dos bloques: Izquierda Unida (iu) y Nueva Izquierda (ni). El trabajo da un seguimiento puntual a la campaña, describiendo la pugna entre las corrientes y las prácticas clientelares que pusieron en práctica candidatos, delegados y el propio Jefe de Gobierno, para apoyar a determinados candidatos. El autor subraya que la fuerza de las corrientes proviene de los vínculos establecidos con las organizaciones sociales. Para aumentar su fuerza, las primeras deben canalizar recursos públicos a las segundas, antes de y durante los procesos electorales, internos e interpartidarios. Arrieta critica, en particular, la actuación de Andrés Manuel López Obrador en el episodio de Iztapalapa (en el que llamó a votar, no por el candidato de su partido, sino por el del Partido del Trabajo), que habría contribuido a debilitar la vida institucional del partido. El texto se centra en las prácticas clientelares de uno de los bloques (iu), pero no aclara si el otro bloque (ni) recurre también a estas prácticas. Del mismo modo, el relato de los hechos en Iztapalapa resalta las prácticas ilegales (compra de credenciales de elector, desvío de recursos públicos a las campañas) de uno solo de los bloques.

En conjunto, los cuatro trabajos sobre el prd capitalino aportan abundante información sobre las fracciones internas del partido, sus orígenes, sus alianzas y transformaciones, sus constantes pugnas, pero dejan de lado otros aspectos importantes de la vida del partido: la militancia, la implantación territorial, los resultados de la gestión de las dirigencias, las propuestas programáticas contenidas en las plataformas electorales (con excepción de Lorenzo Arrieta, quien —cabe señalar— dedica un apartado a la plataforma electoral local del partido para la elección de 2009).

El Partido Acción Nacional (pan) es, desde 2000, la segunda fuerza política en el Distrito Federal. Francisco Reveles Vázquez reconstruye la historia del partido en la capital del país de 1940 a la fecha, centrándose en los años más recientes (1988-2009). Tras una breve exposición de los orígenes del panismo capitalino, el autor revisa detalladamente el desenvolvimiento del partido en aspectos tales como los liderazgos, los resultados electorales, las propuestas programáticas y el comportamiento como oposición. Pese a los intentos de las sucesivas dirigencias locales por abrirse a la ciudadanía y fortalecer la inserción local del partido, éste se ha estancado, en términos electorales, durante la última década. El autor concluye que el pan-df es una institución débil, con pocos militantes, pocos recursos y una limitada inserción en la ciudadanía. En su opinión, esto se explica por la falta de autonomía de la dirigencia local ante la dirigencia nacional, así como por el comportamiento del partido como oposición, que lo ha exhibido como reactivo y contestatario.

Víctor Alarcón Olguín se da a la tarea, por su parte, de revisar las seis plataformas electorales que el pan-df ha presentado entre 1994 y 2009, con el propósito de determinar si las promesas y pronunciamientos del partido corresponden a los de una organización de “derecha”, y si éstos se han radicalizado al paso de los años. El texto, que tiene sin duda el mérito de abordar un tema hasta ahora poco estudiado, inicia con un largo apartado que expone el marco teórico para el estudio del caso, en el que se destaca la conveniencia de recurrir a criterios clasificatorios que permitan ubicar las propuestas de los partidos en una escala izquierda-derecha. Pero en lugar de buscar definir estos criterios, el autor opta por hacer una descripción de las líneas generales de cada una de las plataformas electorales, lo que le permite resaltar en qué temas se centra el partido y qué temas deja de lado, pero dificulta la comparación de los documentos analizados. Con todo, el ejercicio le permite concluir que el partido debe ser ubicado “del centro hacia la derecha” y que su discurso se ha radicalizado con su crítica a la diversidad sexual, al aborto y a las iniciativas (perredistas) en materia de educación. La disyuntiva para el partido, concluye Alarcón, estaría en buscar ser un partido propositivo y moderno o en matenerse como un partido “proteccionista” que se opone a prácticamente todas las acciones del gobierno en turno.

Si el pan-df se encuentra, de acuerdo con Francisco Reveles, en una situación de estancamiento, las cosas no lucen mejor para el priísmo capitalino. Ricardo Espinoza Toledo y Olga Rocío Díaz caracterizan al actual pri-df como una organización prácticamente inexistente y como un partido políticamente irrelevante. Los autores asocian la caída del partido, a partir de 1997 (en 1994 era todavía, por amplio margen, la primera fuerza política de la capital), a sus problemas internos (conflictos interminables, presencia de corrientes de opinión irreconciliables, falta de recursos), así como a la subordinación del priísmo capitalino a la estructura nacional, condición que, a partir de la alternancia, se ve reflejada en la ausencia de una estructura local propia. Si bien los autores procuran dar una visión completa del PRI en la capital (analizando temas como el de las corrientes internas, las dirigencias locales y los vínculos con las organizaciones sociales), la falta de información disponible les impide profundizar en varios de los aspectos abordados.

Luis Reyes García ve en las reformas político-electorales instrumentadas en el Distrito Federal a partir de 1987-1988, por un lado, y en la pérdida del tutelaje que cobijó al partido hasta 1997-2000 (el Regente y el Presidente), por otro lado, dos de las principales fuentes de explicación del abrupto fin de la hegemonía priísta en la capital del país. Luego de describir el régimen político de excepción que prevaleció hasta 1988 y las reformas introducidas a partir de esa fecha, el autor presenta los resultados electorales obtenidos por el pri-df entre 1988 y 2009 (destacando que, desde 1997, el partido no ha ganado una sola curul de mayoría relativa), terminando con una breve semblanza de la vida interna del partido en el periodo 2000-2009, marcada por una amplia crisis organizativa. Pese al interesante recuento del “ocaso” de la hegemonía electoral del PRI en el Distrito Federal, no quedan suficientemente claras las razones del desplome electoral del partido, que pasó de una votación de 45.8 por ciento en 1991 y de 39.5 en 1994 a una de 23.1 en 1997 y de 22.1 en 2000.

El actual sistema de partidos del Distrito Federal se caracteriza por una presencia significativa de partidos minoritarios, que en 2009 alcanzaron, en conjunto, cerca de 28 por ciento de la votación. Josafat Cortéz Salinas busca reconstruir la historia del que considera más exitoso: el Partido Verde Ecologista de México (pvem). El autor describe con precisión la estructura interna del partido (marcada por un fuerte centralismo, una férrea disciplina interna y mecanismos de afiliación cerrados), su oferta programática (cambiante y contradictoria) y su desempeño electoral. Para Cortéz, el éxito del pvem en el Distrito Federal (en donde alcanza el 9.1 por ciento de la votación en 2009) se debe menos a las alianzas electorales que a su “oferta política”, que ha sabido explotar temas que se identifican con las demandas ciudadanas del momento: participación ciudadana, juventud, ecologismo, inseguridad, insatisfacción con algunos servicios públicos. El oportunismo ha incluso llevado al Verde mexicano a sostener posiciones (como la pena de muerte) diametralmente opuestas a las del movimiento ecologista internacional, lo que lleva al autor a concluir que el pvem es un partido verde en el membrete, pero sin una base social (ni principios, cabría agregar) ecologista(s).

Los cambios en la participación ciudadana y en las tendencias electorales sugieren la aparición, desde finales de la década de 1980, de un nuevo tipo de votante. Tomando como marco la teoría del realineamiento electoral, Marcela Bravo-Ahuja Ruiz sostiene así que tras un periodo crítico de inestabilidad del voto (1982-1997), en 1997 se inicia una nueva era electoral en la capital del país, marcada por el predominio (y, en ocasiones, la hegemonía) del Partido de la Revolución Democrática. En las elecciones de 2009, el voto perredista entra en una crisis relativa, pero se trata, en opinión de la autora, de elecciones “desviadas” de las que el partido probablemente se repondrá. Aunque la teoría del realineamiento proporciona valiosos instrumentos para interpretar los resultados electorales, no permite explicar las causas de los reacomodos (del realineamiento), que deben buscarse en “factores histórico-políticos”. Así, la autora atribuye la ruptura de 1997 al arrastre y al carisma de Cuauhtémoc Cárdenas, explicación que, al igual que las que ofrecen Olga Díaz, Ricardo Espinoza y Luis Reyes, resulta insuficiente para dar cuenta de la magnitud del reacomodo ocurrido entre 1994 y 1997.

Luz María Cruz Parcero analiza, por su parte, la relación entre variables socio-económicas y participación en tres elecciones locales (2000, 2003 y 2006), buscando poner a prueba la hipótesis comúnmente sostenida según la cual los sectores socio-económicos más altos tienden a participar más. La autora encuentra que esta hipótesis sólo se verifica en las elecciones de 2000, y en el caso de las otras dos elecciones, en los datos para el Distrito Federal en su conjunto. En el caso de las delegaciones, los datos muestran que los sectores más participativos fueron los medios, mientras que en tres delegaciones (Cuauhtémoc, Azcapotzalco y Miguel Hidalgo) fueron los bajos. Cruz Parcero explica este último fenómeno por la existencia de grupos clientelares. También sugiere que la mayor participación de los sectores altos en 2000 podría deberse al “efecto Fox”. Pero no avanza una explicación de lo que constituye, sin duda, su principal hallazgo: la mayor participación, a nivel delegacional, de los sectores medios.

Para Juan Reyes del Campillo, quien analiza los datos de la elección de 2009, son dos las variables que explican los niveles de participación electoral: los ingresos (la participación disminuye a medida que disminuye el nivel de ingresos) y la importancia de la disputa electoral. En 2009, la mayor participación se observa en las delegaciones que ganó el pan (Benito Juárez, Cuajimalpa y Miguel Hidalgo) y en aquellas en donde el prd enfrentó la mayor competencia (Coyoacán, Azcapotzalco y Milpa Alta). El autor encuentra —por otro lado— un vínculo entre el comportamiento socio-político de los capitalinos y la pertenencia a determinados estratos socioeconómicos: la votación por el pan decrece fuertemente a medida que disminuyen los ingresos, el pri obtiene su mayor nivel de votación entre los estratos medios de la población, mientras que, en los casos del prd, del pvem y del Partido del Trabajo, la votación aumenta a medida que disminuye el ingreso.

El último capítulo del volumen está dedicado a la relación entre el Instituto Electoral del Distrito Federal (iedf) y las fuerzas políticas predominantes en la ciudad, desde la creación del primero hasta la “crisis” de 2008, que culmina con la salida precipitada del Consejero Presidente. Para Rosa María Mirón Lince, las reformas más recientes al Código Electoral del Distrito Federal han buscado adecuar la legislación a los intereses de la fracción legislativa dominante y del gobierno de la ciudad. Así, la reforma aprobada en diciembre de 2003 restó autonomía al Instituto, acotando las facultades de los órganos colegiados, muchas de las cuales pasaron a la Junta Ejecutiva del iedf (creada por esa misma reforma), y concentrando un gran poder en el Consejero Presidente, quien a partir de entonces presidiría tanto la Junta como el propio iedf. Otro elemento que, para la autora, vulnera la autonomía de la autoridad electoral es la designación de los consejeros electorales con base en “cuotas partidistas”. La práctica quedó evidenciada en 2005, con motivo de la primera renovación de los consejeros electorales. En esa ocasión, el prd alegó que le correspondía designar a la mayoría de los consejeros, argumentando que el Consejo General (cg) debía reflejar el equilibrio de fuerzas en la Asamblea Legislativa. El episodio de 2008, originado por los desacuerdos entre partidos políticos en torno a la renovación del cg, volvió a exhibir la pretensión de las fuerzas políticas del Distrito Federal de controlar a la autoridad electoral.

A pesar de algunas omisiones (en aspectos tales como la militancia, la implantación territorial y, en el caso del prd, las propuestas programáticas), los textos que conforman este volumen constituyen, sin duda, una valiosa aportación al conocimiento de los partidos y de los procesos electorales en el Distrito Federal.

Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM.

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