Julio tenía una personalidad arrolladora y el don de la palabra sincera en el momento oportuno. Le gustaba la crítica constructiva y pulsar la inteligencia. Si te decía amigo, había que tener por seguro que uno era amigo de Julio de forma abierta y leal. Julio era a la par sincero y poseía además el don de la ironía candente y veraz. Esas cualidades lo hacían cercano, apreciado y atrayente desde el primer contacto. Para quienes nos consideramos sus amigos, Julio fue una experiencia vital inolvidable, profunda y muy gratificante. Y además aprendíamos y buscábamos lo mejor en todas las situaciones vitales a las que la conversación y la vida te llevan.
En su trabajo fue innovador, creativo, estricto y totalmente enfocado al paciente, con quien mantenía una relación profunda, implicándose en la resolución de sus problemas y en que su paso por el hospital fuera una experiencia lo más positiva posible. Julio era un médico clínico. Su curiosidad científica le hizo también desarrollar proyectos de investigación de elevado interés y aplicabilidad asistencial, colaborando con colegas de múltiples disciplinas diferentes de la propia. Te hacía ver las cosas con espíritu crítico, sin conformismos. Compartir con él estas experiencias fue muy enriquecedor. Sus ideas, claras y concisas, te impregnaban de inquietud intelectual demostrándonos, con un espíritu siempre abierto al conocimiento nuevo, que solo desde visiones diferentes es posible aprehender con mayor exactitud la profundidad de los problemas. Él, que siempre buscaba integrar para entender, toleraba mal la vacuidad de las premisas, la incongruencia del razonamiento, la carencia de datos relevantes y contrastados, y los sesgos en el análisis.
Autor de un buen número de artículos, capítulos de libro y monografías, su mayor orgullo fue contribuir al avance de su especialidad y a la difusión de la evidencia. Creó la Unidad de Pruebas Funcionales Digestivas del Hospital Universitario y Politécnico La Fe, sin duda una de las más activas y brillantes de España, consiguiendo la mayor experiencia del país en trastornos motores esofágicos y de la vía biliar.
Nos dejó demasiado pronto a su familia y a sus amigos, a la edad de 73 años, cuando su riqueza intelectual y su visión del mundo desde una perspectiva nueva y a la vez más madura nos hacía disfrutar con él y de él, en esas reuniones alrededor de un plato y un buen vino que nunca podremos olvidar. Extraordinario lector y amante de la música clásica, te contagiaba su inquietud intelectual en esos inolvidables encuentros donde el debate era un ingrediente y la amistad un requisito.
Uno no hace amigos: los reconoce a medida que los va encontrando. Nosotros tuvimos la enorme fortuna de encontrar, compartir y, ahora, con estas breves tristes letras, recordar a Julio desde el respeto, el cariño y la admiración por la obra bien hecha.
Hasta siempre, Julio.