En el principio fue la imagen, no la palabra escrita. El despertar de la conciencia humana dejó constancia de tal momento estelar con la creación de imágenes que daban cuenta de su visión y conocimiento del mundo. Las inquietantes pinturas rupestres que tapizan las cuevas prehistóricas dan cuenta de todo ello. Los primeros registros de información, por tanto, fueron de carácter visual. Por su parte, la escritura es el resultado de una multisecular y compleja estilización de las imágenes, con lo cual proliferó un nuevo tipo de información registrada.
Las peculiaridades y cualidades de la escritura ganaron terreno, su irradiación se expandió incontenible al paso de los siglos y a lo largo de todos los territorios, por lo que se convirtió en la forma más utilizada y difundida abarcando sectores cada vez más amplios de las sociedades. El conocimiento no sólo encontró en la escritura un vehículo dúctil para transmitirse, sino que él mismo se articuló con base en la organicidad lógica de la escritura. Esto dio fundamento a la racionalidad que embridó el proceso civilizatorio y con ello se configuró la arquitectura de las estructuras sociales en sus diversos estratos, todo lo cual tuvo correlato con la ampliación de la base social de lectores. El registro escrito gradualmente dejaba de ser patrimonio de un breve sector para convertirse en usufructo de un grupo cada vez más amplio de la población por mediación del apropia-miento de la lectura, después de un largo trayecto histórico de la gesta alfabetizadora. De esta manera, el sistema comunicativo quedaba privilegiadamente asentado sobre la información escrita.
La imagen se desplegó a través de la historia y de las diversas sociedades en una fluctuante trayectoria, incluso atravesada por flamígeras cesuras y censuras iconoclastas. En ciertos contextos adquirió relevancia, pero en otros ocupó un lugar marginal dentro del sistema informacional y comunicativo. En estos altibajos la mantenía a flote su dimensión estética, que incide sobre la sensibilidad (percepción) inmediata del espectador, con lo que su esfera informativa y por ende comunicativa queda soslayada. Lo anterior redundó en que no se desarrollara de manera orgánica un sistema de lectura de las imágenes a semejanza de la lectura de la palabra escrita, a pesar de que hubo épocas, como la Edad Media, en que aun cuando era generalizado el analfabetismo se suministraron a la población algunos rudimentos de lectura de la imagen por parte de la Iglesia, para tener acceso a la información religiosa que las imágenes contienen. Más allá de estas breves excepciones, de cierta manera bien puede decirse que la imagen acabó por convertirse en ancila de la palabra escrita.
La institución que fue (y es) testigo y presencia constante, activa y determinante en todos esos avatares de la palabra escrita y la imagen fue la biblioteca. Con la expansión del registro escrito surge la necesidad de recabar y organizar toda esa información para ponerla primero a disposición de una élite privilegiada; gradualmente tendrían acceso a ella sectores cada vez más amplios de las sociedades.
Es de notar que desde esa aurora de las bibliotecas las imágenes también encontraron lugar en ellas; sin embargo, ese lugar fue equidistante del que guardaba el registro escrito como tal, el cual tenía el sitio preferente dentro de la concepción organizativa de la información. Es un hecho que el conocimiento bibliotecario respecto a la información se configura y fundamenta en lo sustancial a partir del registro escrito. Cada generación de bibliotecarios apuntalaba y ampliaba el conocimiento de la información hasta constituir un corpus de conocimientos sofisticados y perfectamente sustentados sobre el registro escrito. Las imágenes eran sólo las ilustraciones que apoyaban, que acompañaban a los textos. Esto no podía ser de otra manera dado que, como ya se señaló, la escritura era cada vez más determinante en el devenir histórico del proceso civilizatorio. La biblioteca se convirtió entonces en sustentadora y garante de la cultura escrita predominante; sin embargo, ese mismo proceso civilizatorio acabaría dando un giro histórico gracias al cual la imagen adquiere una preponderancia que la pone a la par de la palabra escrita e, incluso, apunta a su posible superación con el advenimiento de la cultura visual.
Hacia mediados del siglo XIX la institución bibliotecaria sufre una transformación radical a partir de la conformación de la biblioteca pública en Inglaterra, mientras que en los Estados Unidos se configura el campo de conocimiento biblioteco-lógico. A semejanza del Big Bang cósmico, cuya explosión dio lugar al sistema solar y a las innumerables constelaciones, de la expansión de la biblioteca pública surgió el campo biblioteco-lógico: los múltiples saberes bibliotecarios se configuraron en constelaciones interactuantes de prácticas y objetos de conocimiento. La última de tales prácticas en gestarse y autodefinirse fue la práctica de la investigación bibliotecológica. Asimismo, uno de los últimos objetos de conocimiento en ser estatuido y definido fue el de la lectura de la palabra escrita: la investigación bibliotecológica un tanto tardíamente se avocó al estudio de la lectura. De cierta manera puede decirse que simbólicamente se cerraba el círculo del conocimiento acerca de la información propia del registro escrito llevada a cabo primero por el saber bibliotecario y después por el conocimiento biblioteco-lógico, construido a lo largo de la historia de la cultura escrita.
Hacia la misma época en que está constituyéndose el campo bibliotecológico, un invento revoluciona el universo de las imágenes y con él nuestra concepción de la información y la realidad: la fotografía. El impacto y la profunda conmoción social que semejante invento ocasiona apenas dejan escuchar el imperceptible rumor del advenimiento de la cultura visual que con él se anuncia.
Si bien es cierto que la producción masiva de imágenes comienza en los albores de la Modernidad con la imprenta de tipos móviles, el uso que hace de la reproducción xilográfica y la progenie que le sigue, es con la fotografía que la producción y reproducción de imágenes se desborda, se vuelve una marea icónica incontenible. La producción de imágenes creció expo-nencialmente. Así pues, un tipo de tecnología inédito y diferente en la producción de imágenes hace su aparición con el artefacto fotográfico. La fotografía a su vez propició el surgimiento del cinematógrafo, el cual abrió las puertas para el advenimiento de la televisión, cuyo colofón son las imágenes virtuales. La tecnología de la imagen inundó las urbes, los hogares y la vida tanto pública como privada de las personas. Y al decir vida pública ha de entenderse a la imagen en su papel de conformadora de la orientación social; un ejemplo es la determinante función que en la política juega la imagen en la actualidad. En cuanto al rol privado que tiene la imagen puede apreciarse cómo las imágenes configuran en buena medida la mentalidad y los comportamientos de los individuos, sin que sean del todo conscientes de ello. El siglo XX puede ser considerado como la centuria de la apoteosis de la imagen, manifestando que se ampliaba así el espectro de la información registrada de manera multiforme y vertiginosa.
Mientras la vigésima centuria de la era cristiana dilataba el horizonte de la imagen y ponía los cimientos de la cultura visual, el campo bibliotecológico consolidaba su fase de constitución y en paralelo se estatuía como notorio garante de la cultura escrita. El despliegue cognoscitivo del campo bibliotecológico se da prioritariamente sobre la información registrada que se funda en la palabra impresa. Para los albores del siglo XXI es incuestionable que una gran parte de la información registrada que se produce en el mundo es de carácter visual, la cual además muestra un ascenso cada vez más amplio y acelerado, incluso superando la cantidad de información escrita. El campo bibliotecológico enfrentaría entonces los retos que ofrece la expansión incontenible de este otro tipo de información registrada.
Para la investigación bibliotecológica en particular se presenta el problema de la construcción de objetos de conocimiento que en diverso grado resultan ser anómalos para sus esquemas estructurados de conocimiento, sustentados en la palabra impresa, como son la imagen y la lectura de imagen. Semejantes objetos plantean la necesidad de reconstituir las herramientas cognoscitivas ya establecidas en la bibliotecología así como de incorporar herramientas provenientes de otras disciplinas. Aunque resulte obvio, una imagen no es palabra escrita por muchas interrelaciones que haya entre ellas, por lo que se requiere un aparato cognoscitivo apropiado para comprender y organizar la información contenida en las imágenes. Aunque en bibliotecología hay avances cognoscitivos que permiten hacer legibles las imágenes desde los parámetros epistemológicos tradicionales de la propia disciplina, esto es, fundados en la información escrita, el problema de la lectura de imagen en absoluto es considerado un objeto de conocimiento. Ante las limitantes epistemológicas de la bibliotecología frente a semejantes objetos, si volteamos la mirada a una ciencia de extracción bi-bliotecológica, como es la documentación, podemos encontrar un referente de mayor cobertura respecto al conocimiento de las imágenes.
El escorzo más radical del documentalismo ha hecho uso de un amplio espectro de conocimientos (en términos de conceptos, teorías y métodos) importados de diversas fuentes y disciplinas, asunción fáctica del conocimiento interdisciplinario, para con ello poder comprender y organizar mejor la información de las imágenes, lo que ya es un capital de conocimiento que puede contribuir a orientar la construcción de la imagen como objeto de conocimiento bibliotecológico. No obstante, el escollo más arduo por superar en la construcción epistemológica de tales objetos lo presenta la lectura de imagen, que puede ser conceptua-lizada epistemológicamente como objeto límite de conocimiento porque se encuentra en una zona limítrofe de incertidumbre; esto es, que con todo y ser un objeto que por sus características es propio para ser estudiado por la bibliotecología, se ubica en la periferia explicativa ya que no se encuentra integrado con los demás objetos de conocimiento bibliotecológicos: es un objeto que marca los límites epistemológicos de tal disciplina.
El capital de conocimiento acumulado sobre la lectura de la palabra escrita ha puesto de manifiesto la extrema complejidad de esta práctica, que va mucho más allá de un mero acto descodificador puesto que es constructora del individuo en sus múltiples esferas cognitivas y existenciales y productora de sentido respecto al mundo que le rodea. Estos factores inciden en la dimensión informativa de los textos, pero a su vez tales factores son producidos por la información textual, de ahí que podamos comprender de manera más profunda la interacción del individuo con la información. Desde la perspectiva biblio-tecológica esto tiene como colofón una mayor comprensión de la información, para así organizaría y distribuirla mejor.
Por otra parte, el conocimiento de las particularidades y de la especificidad diferencial de la lectura de la imagen permite comprender la vía de acceso a una de las formas más dinámicas y expandidas de información que en la actualidad se produce a través de los múltiples tipos de imágenes. Tal información cada vez resulta más determinante en el delineado de los individuos y de las sociedades contemporáneas. Así, construir la lectura de imagen como objeto de conocimiento significa para la biblio-tecología depurar y consolidar su matriz constructiva de conocimiento y con ello avanzar hacia su fase de autonomía, esto es, configurarse como un campo de conocimiento plenamente científico, lo que le permitirá vadear con certidumbre los vertiginosos y complejos cambios actuales y por venir en el horizonte de la información.
Héctor Guillermo Alfaro López