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Vol. 27. Núm. 59.
Páginas 195-201 (enero - abril 2013)
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Reseña del libro
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Idalia García
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La historia de las bibliotecas puede ser una narración fascinante por todo aquello que nos cuenta sobre libros y lectores. Ciertamente también se corre el riesgo de que un trabajo dedicado a esas colecciones bibliográficas del pasado se convierta en un texto aburrido hasta el hartazgo por el enfoque metodológico con el que se ha elaborado. Es decir, puede suceder que un autor privilegie los datos matemáticos de su investigación frente a una interpretación de los mismos para reconstruir con toda su complejidad un momento histórico. No cabe duda que los lectores de obras que cuentan sobre otros libros, bibliotecas o lectores se enfrentan a todo un galimatías de datos y de palabras que se entrelazan por los cuatro puntos cardinales. Se trata de todo un reto de lectura, de toda una aventura de investigación.

Un reto que enfrenta este libro que hoy reseñamos y de cuya batalla sale bastante bien librado; su autora, la doctora Natalia Maillard Álvarez, es toda una experta en las andanzas de los archivos, como pueden dar prueba algunos artículos especializados y capítulos de libros que se encuentran tan sólo al inicio de una carrera investigadora.1 En éstos se encuentra un camino de notas compuesto por todos los documentos que nuestra autora pacientemente ha recuperado, transcrito, anotado y analizado. La doctora Maillard refleja perfectamente en este libro, resultado de su tesis doctoral en la Universidad de Sevilla, un acto de perseverancia y paciencia porque se enfrenta a una documentación compleja que le aporta una abundante información, para ofrecernos a los lectores una rica interpretación de la cultura escrita en Sevilla de 1550 a 1660.

Este libro que hoy presentamos está compuesto de cuatro capítulos, dos apéndices y un cúmulo de notas que podrían marear a cualquiera. Situación que no se propicia por lo desatinado de las citas o por la abundancia de las mismas; lo complejo está dado por una pequeña cuestión editorial a la que no estamos acostumbrados y que nos obliga a prestar mayor atención. El asunto es que en toda la edición las notas se imprimieron en números romanos y no en arábigos como se acostumbra. No obstante, una vez que el lector se habitúa a este detalle puede realmente disfrutar un libro que ha sido construido tras la revisión de la documentación notarial de la ciudad hispalense legajo a legajo, foja por foja, registro por registro, para analizar cómo la posesión de libros en ese espacio temporal fue afectada profundamente por los focos luteranos y la consolidación del sistema inquisitorial de libros en España.

La historia de los libros y de las bibliotecas es un tema que gradualmente ha ido cobrando el interés de diversos estudiosos prácticamente en varios rincones del mundo y aportando múltiples libros y artículos dedicados a libros y lectores. Se trata del trabajo de individuos, armados de gran entusiasmo, que se adentran en los arcanos de los archivos históricos en la búsqueda de evidencias documentales que les permitan comprobar hipótesis sobre un objeto aparentemente cotidiano como es el libro. Tanto más si se trata de una sociedad acostumbrada al ruidoso trajín de mercancías como lo fue Sevilla, y de ahí la importancia de la documentación analizada en este libro. Son 1490 documentos localizados en la documentación notarial que han sido extraídos de todas las escribanías existentes de los años 1550, 1560, 1570, 1580, 1590 y 1600.

Para quien conoce la documentación conservada en los Archivos Notariales o en cualquier archivo histórico, no resultará difícil comprender la envergadura de la tarea que implica localizar fuentes útiles para una investigación como ésta. Para quien no conoce esa documentación, el libro podrá mostrarles la riqueza de la información que se obtiene pero también el compromiso que se requiere. Todos los libros son testigos de su tiempo y de sus autores y éste no es la excepción. La autora emprendió el camino de la transformación de una tesis en libro y con ello nos ofrece un texto con muchos niveles de interpretación.

La doctora Maillard nos dice que el libro sólo era accesible para un grupo minoritario de la sociedad, y se pregunta quiénes eran esos lectores a quienes impresores y mercaderes dedicaron el esfuerzo y peligro que en aquella época representó producir y comerciar ciertos libros. A esas personas, lectores o poseedores de libros, ha dedicado esta obra con el objeto de comprender la penetración de la cultura del libro en la sociedad sevillana de la segunda mitad del siglo XVI. Para esta tarea podría emocionarnos sólo la cantidad de datos, sin embargo la autora es tanto prudente como modesta y declara que los inventarios post mortem, las almonedas, particiones y testamentos deben ser valorados y analizados con cuidado por diversas razones. Al final no se trata de un asunto de cantidades sino de aquello que efectivamente se puede testimoniar. Por eso advierte que sólo algunos de los documentos que ha localizado, pese a que no representan a amplios sectores de la sociedad, sí le han aportado a su trabajo interesantes datos sobre la posesión del libro que confirman valoraciones previas pero también le han ayudado cuestionar otras.

Una cosa que hay que distinguir del libro de la doctora Maillard es su constante apunte sobre el método de trabajo que ha elegido y todo lo que lo soporta. De ahí la abundancia de citas, lo que también da cuenta del loable esfuerzo que ha realizado para documentar puntualmente cada una de sus apreciaciones sin que ello empobrezca el texto y argumento que ha construido. En efecto, nuestra autora comienza describiendo cómo estaba estructurada la sociedad que estudia. Así, en principio nos explica cómo la documentación refleja a las mujeres y a los hombres como una realidad social de su tiempo, y muestra la manera que en los grupos socioeconómicos y profesionales ciertos objetos (como los escritorios y tinteros) atestiguan el uso de la lectura y de la escritura. Con esta delimitación el trabajo puede proceder a analizar cada uno de los grupos documentales que ha separado para hacer más asequible la información contenida en este libro.

A partir de aquí Maillard introduce en el texto tablas y gráficos para mostrar los datos que obtuvo de la documentación. Al mismo tiempo distingue algunos de los aspectos de la cultura escrita que ha encontrado y transcribe ciertos documentos que sirven para ejemplificar cómo ciertas bibliotecas hablan más de la personalidad de un individuo, o de las preferencias lectoras de un grupo económico o social. En este sentido resulta interesante el documento del curtidor Jerónimo Orozco, considerado analfabeta, quien en 1560 declara tener dos hijos legítimos a los que dotó de librerías “por más de mil ducados”; ambos hijos eran universitarios y el padre también invirtió para enviarlos a las Indias, donde se encontraban a su muerte (p. 99).

Con este tipo de datos la autora puede afirmar que

nunca podemos perder de vista que por debajo de los comportamientos o tendencias marcados por la colectividad lo que encontramos son individuos que le dan un enfoque personal, único y no pocas veces sorprendente (p. 51).

En efecto, en los documentos presentados y en los datos analizados podemos apreciar detalles relacionados con las formas de aprendizaje de la lectura que se practicaban antes que la escritura, o cómo ciertos elementos le permiten a la doctora Maillard apuntar la posibilidad de que la falta de inventario de ciertos libros pudo estar determinada por el escaso valor que le otorgaban tanto escribanos como poseedores. Es muy interesante apreciar en esta información lo que se apunta sobre la organización de las bibliotecas en los hogares, pero no las motivaciones de cada persona para hacerlo. Así, podemos apreciar la transición que va de los libros botados o apilados, hacia la de los estantes, lo que nos parece un referente más cercano a la idea de la biblioteca contemporánea.

Cada lector es un mundo pero podemos ver cómo se va consolidando un espacio personal para la lectura, se va defniendo la lógica del profesional para la consulta frecuente, como la del licenciado Alonso de Heredia o el procurador Jerónimo de los Reyes, y también se aprecia el tipo de valoración que una persona hace de sus libros como el médico Martín Hernández de Herrera, que escribe

no ay cosa de acá que al presente mas me fatigue que ver una cosa tan buena y provec[ho]sa (p. 104).

Tristemente este buen lector no encontraba una persona a quien heredar esa biblioteca construida con esfuerzo, pues sus hijos no compartían ese gusto con su padre.

Quizás éste sea el mayor valor del trabajo de la doctora Maillard, pues con cada anotación sobre los lectores va construyendo un mundo tan cercano que aquellas personas que vivieron hace cientos de años se hacen presentes aquí y ahora. Así las preocupaciones tanto mundanas como cruciales se van desgranando poco a poco en el análisis de los grupos profesionales como el correspondiente al clero, que fue el que tenía mayor presencia en el mundo de la cultura escrita. Se trata de bibliotecas profesionales regularmente bien dotadas, con poco interés por los debates teológicos de su tiempo y con pocas diferencias entre ellos. Por esa razón la información le permite a la autora establecer que las almonedas también demuestran que son libros que tienen una movilidad precisa en el mismo grupo social.

Otro grupo social importante en este libro es el conformado por la nobleza y el patriciado, pese a que en éste, los libros suelen mantenerse en la heredad familiar y por tanto logran transmitirse entre generaciones; por ejemplo a través de los mayorazgos. Se trata de personas cuyas vidas están muy asociadas al mundo de la escritura “por la necesidad de probar y perpetuar su condición social” (p. 79), de ahí la importancia de los libros que se mantuvo también en la educación. Se trata de libros más orientados hacia la liturgia y la devoción, pero que expresan la posición económica en las ricas encuadernaciones como las que ostentan los libros del hijo de los duques de Béjar, Pedro de Zúñiga.

En este libro están reflejados libros que incluyen todas las temáticas de su tiempo, sin olvidar a los clásicos Cicerón, Horacio, Virgilio, Aristóteles, Plutarco, Tucídides, obras medievales como El Conde Lucanor, además de crónicas históricas, libros de caballerías (como Orlando Furioso), poemas épicos (La Araucana), algunos prohibidos (La Celestina), autores de todos los temas desde Petrarca a Titelmans, misales, vidas de santos, lenguas indígenas, textos de música, vocabularios de Nebrija; devoción, recreación y conocimiento se entrelazan en estas bibliotecas sevillanas. Un caudal inmenso de textos en todos los grupos sociales y profesionales; universitarios, mercaderes, artesanos, navegantes y otros más. Algunos tendrán pocos libros y otros un patrimonio libresco considerable. Los datos compilados por la doctora Maillard muestran que no sólo la adquisición directa permitía que una persona se hiciera de algunos libros de su interés, sino que también hay evidencias claras de que había otras maneras de acceder a los libros, como los préstamos y las herencias. No es posible resumir aquí la vasta información que contiene este libro que hoy reseñamos, pero sin duda se trata de una obra que transforma ideas preconcebidas sobre la lectura del pasado.

Pero, hay un grupo al que la doctora Maillard le dedica atención especial: el de las mujeres y su relación con la cultura escrita. El capítulo tercero presenta un acercamiento a las ideas de su tiempo relacionadas con este tema. Lo cual es muy interesante porque observamos que la instrucción femenina no fue un asunto muy bien valorado sino todo lo contrario y la autora menciona ejemplos sobradamente ilustrativos: la doctrina cristina frente a cualquier vicio, visión según la cual es mejor aprender a leer que no hacerlo, pues de que otra manera esas mujeres se acercarían a los buenos libros.

Pese a todas esas opiniones que gobernaron un tiempo, Natalia Maillard encuentra casos cercanos a la cultura escrita. Así, puede declarar que hay

una doble perspectiva de la relación de las mujeres con los libros: por un lado podían ser consumidores directas, bien como lectoras bien como oyentes, de sus libros. Pero por otro, también podían tener el papel de transmisoras del patrimonio libresco de la familia, un patrimonio que, recordemos, llegaba a suponer una inversión muy importante en el caso de aquellos que necesitaban los libros por razones de trabajo o de prestigio social (p. 155).

El mundo de la cultura escrita es calificado por nuestra autora como polimorfo, y con los datos presentados en su libro podemos ver que no le falta razón. Sevilla es una ciudad tan compleja como sus lectores y esto es lo que muestra el último capítulo de este texto que analiza detalladamente, a partir de una clasificación temática, todos los documentos en que se basan las reflexiones de este libro. Así cada uno de los textos y de los autores más característicos o representativos de su disciplina, o incluso obras que estaban de moda. Todas estas obras van apareciendo en el texto al paralelo de la biblioteca y sus lectores.

Al finalizar el espacio de las notas, posterior a las conclusiones, la autora presenta dos apéndices, uno de ellos dedicado a todos los libros localizados en las bibliotecas sevillanas del periodo analizado, que resulta sumamente útil aunque no se trate de la identificación de ediciones concretas sino sólo de las obras recuperadas. Cuestión que no nos debe asombrar, pues como hemos dicho la doctora Maillard explica muy bien no sólo las características de las fuentes que emplea en este estudio sino también el tipo de datos que se registran, e incluso las tendencias de los mismos. Además, esta relación de obras contiene sus propias notas que aportan mayores precisiones sobre estos libros cuando la autora así lo considera pertinente. El segundo apéndice está dedicado a los dueños de los libros y nos proporciona mayor información mediante tablas sobre nombres, profesiones o estatus, número de libros por biblioteca, año y localización en el archivo.

Las conclusiones de la autora son tan sólo anotaciones al caudal de información y al rico análisis que ya nos ha proporcionado. Así confrma que en una ciudad como Sevilla, donde se movían tantas mercancías entre el viejo y el nuevo mundo, los libros están

en la universidad, ante el escribano público, en la cárcel o en casa de una lavandera, en la Catedral o en las calles de arrabal de Triana (p. 214).

Las fuentes, entre las que destaca a los inventarios post mortem, son similares a los estudios de la misma naturaleza que ya se han hecho, pero para nuestra autora en Sevilla las cosas no evolucionaron igual pues en la ciudad hispalense se aprecia un mayor impacto en las bibliotecas del influjo inquisitorial que representó la publicación de los Índices. Esta situación trajo consigo en general una reducción del número de libros, y en específco más mujeres dejaron de poseer estos objetos.

Finalmente podemos decir que se trata de un libro complejo con abundantes datos que requieren sin duda de lectores interesados, quienes seguramente podrán aprovechar todo el esfuerzo que ha dedicado la doctora Maillard. Para otro tipo de lectores podría resultar cansado, aunque lo dudo, pues es seguro que encontrarán datos que lograrán emocionar a cualquiera. Es éste un libro que debe ser leído, especialmente por quienes piensan dedicarse a este tipo de estudios, pues sin duda es una muestra de trabajo metodológico que merece respeto. La sensatez de esta autora queda bien apuntada: no es un texto que pretenda decir la última palabra sobre la cultura escrita en Sevilla, quedan interrogantes en busca de respuesta. “El tema queda, por lo tanto, abierto”. Es lo mismo que le ocurre a esta reseña… “quedan muchas cosas en el tintero”.

Prueba de ello son textos como “Entre Sevilla y América: una perspectiva del comercio del libro”, en Mezclado y sospe-choso: movilidad e identidades, España y América (siglos XVI-XVIII): coloquio internacional (29-31 de mayo de 2000), Madrid: Casa de Velázquez, 2005, pp. 209-228; “La azarosa venta de los Anales de Aragón en Sevilla. Historia, negocio e inquisición”, en Revista de Historia Jerónimo Zurita, núm. 85 (2010), pp. 145-166. Texto disponible en http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/30/76/08maillard.pdf [consulta: diciembre de 2012].

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