La historia moderna de América Latina y el Caribe es un palimpsesto en cuyo lienzo se han repetido obstinadamente, al modo de un ritornello, el debate sobre las causas del atraso económico y las estrategias idóneas para alcanzar el desarrollo económico: en el largo periodo que media entre la vigencia del modelo de enclave exportador decimonónico centrado en la doctrina de las ventajas comparativas, la industrialización vía la sustitución de importaciones inspirada en la hipótesis Noyola-Prebisch-Singer y, finalmente, el vigente modelo de crecimiento exportador de libre mercado, Latinoamérica ha sido el teatro de una controversia pertinaz entre el monetarismo y el estructuralismo sobre el desarrollo económico y la inflación. Estas dos escuelas sostienen visiones dicotómicas acerca del crecimiento económico, la inflación, el papel del Estado y la estabilidad macroeconómica en general. Los gobiernos y los pueblos de la región han debido confrontar este dilema de ideas a lo largo del tiempo, de suerte que la revolución ofertista que trajeron consigo a nuestras latitudes las reformas del Consenso de Washington (wc, por sus siglas en inglés) no fue más que una simple repetición pluscuamperfecta de ideas fallidas ensayadas hace casi un siglo.
En esta fase polisémica de la globalización, inaugurada con la crisis financiera de 2007-2009, han surgido signos que anuncian un nuevo episodio del dilema de marras: por una parte, luego de tres décadas, las reformas económicas de laissez-faire, inspiradas en el wc y en la thatcheriana fórmula TINA (there is no alternative), han producido un parto de los montes1tout court ; por otra, la recesión global inducida por la crisis financiera ha cancelado el súper-ciclo del comercio internacional y de precios al alza que auspició el auge de exportaciones de recursos naturales y de manufacturas (producidas con un alto porcentaje de insumos importados) que aupó temporalmente a algunas economías latinoamericanas, señaladamente Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela. El futuro del modelo de crecimiento exportador latinoamericano no parece halagüeño. Incluso algunos economistas del establishment han documentado la disfunción actual de la economía mundial, y ya formulan pronósticos apocalípticos de estancamiento global y mayor desigualdad que contradicen el tecnooptimismo de Wall Street (cf.Summers, 2013; Gordon, 2015).
Si algún significado trascendente tiene para América Latina y el Caribe el pronóstico pesimista anterior, es la paradoja de que no parece haber alternativa en el síndrome TINA. Olivier Blanchard, ex Director del Departamento de Investigación del Fondo Monetario Internacional, recientemente describió sin sordina y —digámoslo con el motto de Bertolt Brecht— con pensamiento crudo las aporías a que ha conducido el inevitable cotejo entre las hipótesis del pensamiento económico liberal y los resultados que arroja la praxis de esa doctrina: “la crisis financiera plantea una crisis existencial potencial para la macroeconomía” (Blanchard, 2015). La pars destruens (crítica) de Blanchard llega al punto de reconocer que “la crisis fue un evento traumático durante el cual tuvimos que cuestionar muchas de nuestras creencias idolatradas”, verbigracia los supuestos sobre el papel de la política fiscal, la política monetaria y la flexibilidad microeconómica y macroeconómica. Y ya que ahora el swing del péndulo se aleja del mercado y se desplaza hacia la intervención del gobierno, “algunas proposiciones que en el pasado habrían sido consideradas anatema” hoy día las proponen “economistas serios”. Así, “florecen cien flores intelectuales”, entre ellas “la hipótesis de inestabilidad financiera de Hyman Minsky” y “los modelos de crecimiento y desigualdad kaldorianos” (ibid.).
En efecto, lo que hoy empieza a ser un plebeyo anacronismo es la ideología que Blanchard dice cuestionar, la ignorantia elenchi que ella implica, el pensamiento único que ha domeñado la política económica en nuestras latitudes. Pero el lector perspicaz, incombustible, que no permitió que la moda free to choose y las generalizaciones epistémicas infalibles (toda intervención del gobierno es mala, el mercado siempre es racional, todo está escrito ex hypothesi en el arcano de la mano invisible, cifra y epítome de la eficiencia y la racionalidad), carentes de tangencia con la realidad, lo zarandearan en los decenios posteriores a la crisis de deuda de 1982, pudo haber interpretado esa crisis financiera y las posteriores con la heurística de Minsky, por ejemplo. Así, en consonancia con la boutade de Blanchard, no nos vendría mal ahora repensar el desarrollo económico de América Latina y el Caribe con base en las proposiciones “anatema” que hoy justiprecian “economistas serios”, por ejemplo las “kaldorianas” y, sobre todo, las proposiciones “anatema” de los economistas latinoamericanos estructuralistas y neoestructuralistas.
El neoestructuralismo surgió aproximadamente en la década de 1990, refiere su ascendencia a las tesis del estructuralismo latinoamericano elaborado aproximadamente entre 1940 y 1970 por Raúl Prebisch, Juan F. Noyola, Celso Furtado, Ignacio Rangel, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, entre otros. Los economistas estructuralistas enfatizaron el carácter dual del desarrollo de las economías de la región, su estructura productiva heterogénea, el exceso de oferta de fuerza de trabajo y su efecto negativo en la distribución del ingreso, el deterioro de los términos de intercambio en el comercio mundial resultante de la dualidad estructural y de la dependencia tecnológica, las restricciones que el equilibrio de la balanza de pagos impone al crecimiento económico, el origen estructural de la inflación —concebida como un problema básico del subdesarrollo—, la inestabilidad estructural del tipo de cambio y una visión de la economía mundial caracterizada por la dicotomía centro-periferia (cf. Prebisch, 1970; Rodríguez, 2006). El estructuralismo latinoamericano sostiene que la solución a esta caterva de problemas estriba en concebir el desarrollo como cambio estructural (industrialización, profundización tecnológica, recomposición del producto interno bruto a favor de los sectores de rendimientos crecientes) por oposición a la doctrina neoclásica de las ventajas comparativas. En esta concepción, el subdesarrollo (desempleo crónico, pobreza, atraso tecnológico, etc.) es visto como un problema de insuficiencia dinámica (Prebisch, 1970, p. 3, passim; Avendaño y Perrotini, 2015); el Estado es el promotor del desarrollo mediante la inversión pública, la creación de infraestructura, la formación de capital fijo, la regulación financiera que orienta el crédito hacia la inversión de largo plazo, la reducción de las brechas de desarrollo y de la desigualdad en la distribución del ingreso.
El neoestructuralismo parte de este conjunto de ideas. El libro motivo de la presente recensión es probablemente el compendio más redondo, disponible hasta ahora, del paradigma neoestructuralista; el volumen reúne 15 pugnaces ensayos que analizan los vasos comunicantes entre el neoestructuralismo y las diversas corrientes del pensamiento económico heterodoxo, la macroeconomía para el desarrollo de la región, el tema crucial de la relación entre el cambio estructural, el progreso técnico y el desarrollo productivo, el papel del Estado y los problemas de desarrollo de las tres economías más grandes de la región, Argentina, Brasil y México. El primer capítulo (de Esteban Pérez Caldentey) es “el núcleo esencial” del libro porque provee el quid metodológico, teórico, conceptual y analítico tanto para el debate epistemológico con el paradigma económico dominante, cuanto para la relación dialógica entre el neoestruc-turalismo y las teorías heterodoxas (el evolucionismo, el institucionalismo, el marxismo, la escuela neo-schumpeteriana y el poskeynesianismo).
La pars construens o argumentación propositiva del neoestructuralismo contenida en el libro que nos ocupa no se limita a rehabilitar la teoría estructuralista del siglo pasado. Además de un aggiornamento de la misma a la luz de los fenómenos económicos recientes, presenta los nuevos problemas de América Latina y el Caribe en modo asaz consistente con los cánones y métodos de las teorías económicas heterodoxas contemporáneas y la evidencia empírica de la dinámica de la economía real. La narrativa de los nuevos problemas aquí tratados se sintetiza como sigue: análisis de la causa y la propagación de los ciclos económicos en un contexto centro-periferia, cuya asimetría es magnificada por la desigual difusión tecnológica, la volatilidad de los mercados financieros, la inestabilidad de la inversión de capital fijo, la naturaleza endógena y procíclica del crédito y la ausencia de políticas anticíclicas que regulen la demanda; examen de las causas estructurales de la inflación, dimanantes de los desequilibrios de la economía real (la dualidad sectorial), del rezago tecnológico, de las rigideces del sector externo y de la inelasticidad del sector agrícola; escrutinio de la relación entre la distribución del ingreso, la acumulación de capital, el crecimiento y el desarrollo económico; investigación de la relevancia del cambio estructural para la realización de las metas del desarrollo económico con equidad; análisis de la interrelación entre la tendencia del crecimiento de largo plazo y los ciclos económicos, de donde se infiere la importancia del cambio estructural para resolver los problemas del desempleo, el subempleo, la desigualdad social, las crisis del tipo de cambio y de la balanza de pagos y los auges de recursos naturales que con frecuencia terminan en el malhadado fenómeno de enfermedad holandesa; examen del papel central de la demanda —por oposición al ofertismo del wc— y la preponderancia de la balanza de pagos en la macrodinámica de corto y largo plazos, en particular en condiciones en que la Trinidad Imposible (libre movimiento de capitales, tipo de cambio fijo y autonomía de política monetaria) atenaza el ciclo de la economía; análisis del papel de la restricción de balanza de pagos en el crecimiento de largo plazo, el pleno empleo y el bienestar; los aportes de la economía del feminismo y, por terminar en algún sitio, el papel complementario y sinérgico del mercado y del Estado en la “transformación productiva con equidad”, la administración de la demanda agregada, el empleo, la educación y la innovación tecnológica.
Ni que decir tiene que las características económico-sociales actuales de América Latina y el Caribe requieren perentoriamente una transformación desarrollista con cambio estructural que no dependa de la tiranía de la mítica competencia perfecta y de la “eficiencia” del mecanismo de precios: la elasticidad de los precios de los bienes industriales menor que la de los bienes agrícolas vis-à-vis variaciones de la demanda es un hecho estilizado empíricamente verificable; dado que los costos de producción influyen más que la demanda en los precios mark-up de los productos manufacturados, las políticas económicas de tipo laissez-faire tienden a inducir ajustes vía cantidades o de producto —sobre todo en presencia de capacidad productiva ociosa— más que ajustes vía precios. Esta asimetría en el modus operandi del mecanismo de ajuste no sólo va a contrapelo de la doctrina de las ventajas comparativas, sino que suele generar desequilibrios sectoriales que se traducen en estancamiento, desempleo crónico e inflación estructural de la economía dual. La aceleración del crecimiento económico necesario para absorber el desempleo estructural, superar la insuficiencia dinámica, la trampa de pobreza y la desigualdad social acumuladas en varias décadas de estancamiento y/o crecimiento edificado sobre burbujas no sostenibles de precios de materias primas, no puede garantizarse en estas condiciones, a menos que la bonanza de las exportaciones exhiba un dinamismo durante un lapso suficientemente prolongado que compense el efecto contraccionista de la asimetría entre los mecanismos de ajuste mencionados. Sin embargo, ya se sabe que el modelo de crecimiento centrado en las exportaciones es un juego suma cero global debido a que entraña una falacia de composición.
El neoestructuralismo constituye un paradigma que ofrece las premisas para una política económica alternativa al wc y al individualismo metodológico. Por esta razón, entre otras, el libro aquí reseñado es un tour de force para todos los interesados en los problemas del desarrollo económico; para quienes deseen conocer los fundamentos de una teoría que desafía al paradigma monetarista que restringe la función de la política macroeconómica a objetivos de inflación y equilibrio de las finanzas públicas, mediante medidas austeritarias, y esencialmente hace que el crecimiento dependa de políticas de oferta y reformas microeconómicas en aras de un equilibrio dinámico eficiente y estable que, no obstante, la realidad económica no ha convalidado.
Como colofón, procedo a formular sucintamente tres apostillas columbradas a partir de la placentera lectura de la precitada obra. La primera: un enfoque abierto y no dogmático del análisis económico como el sugerido en este libro es conveniente, porque puede permitir una aprehensión integral de la sociedad en su conjunto e informar heurísticamente la política de desarrollo que mejor se aviene a los problemas estructurales del subdesarrollo. Sin embargo, se ha de estar advertido de que el eclecticismo no está exento de riesgos epistemológicos y pragmáticos, por más que se identifiquen proximidades formales entre las “teorías heterodoxas” reconocidas como empáticas. Por ejemplo, la clasificación de Michał Kalecki como un keynesiano de izquierda, presentada por Joan Robinson y a posteriori difundida por marxistas y poskeynesianos, fue demolida por Kowalik (1979).2 O, viceversa, otro riesgo del eclecticismo es que algunos postulados pertenecientes a teorías extrañas a las heterodoxas bien pueden encajar, a nivel del sentido común, en la visión alternativa, verbigracia la proposición formulada por Ohlin (1938) de“nacionalización del consumo” como método para estabilizar la inversión.
La segunda: en una economía monetaria dual, conformada por un sector tradicional (a la Lewis) o informal (como ocurre actualmente) y otro sector industrial moderno, la cuestión de la administración de la demanda efectiva con vistas a abatir el desempleo y a acelerar el crecimiento implica desafíos distintos a los que caracterizan a las economías desarrolladas: cuanto más atrasado se encuentre el sector industrial moderno, la dependencia tecnológica, la menor productividad y la mayor propensión a importar tenderán a inducir un desequilibrio en la balanza comercial a medida que el Estado estimula la demanda efectiva. El corolario es una situación de desempleo estructural y subutilización del potencial productivo a pesar de la expansión keynesiana de la demanda efectiva. Este es un caso similar al que analiza Ros (2013, capítulo 12) donde las rigideces de oferta de bienes salariales, las restricciones de demanda del sector manufacturero y los ajustes deficientes de las estructuras de oferta y demanda propician que la política keynesiana de demanda agregada no sea efectiva para aliviar el desempleo estructural. En suma, los problemas del desarrollo económico de América Latina son del lado de la demanda y de la oferta.
La tercera: la filosofía del libre mercado ha impuesto una visión minimalista del Estado que obtura su función desarrollista y su contribución al bienestar social. El Estado contemporáneo se ha transformado en un ente que promueve los valores del individualismo metodológico, la insolidaridad, la asimetría y la desigualdad social, la concentración del ingreso y la riqueza y el poder plutocrático (cf. Piketty, 2013). El Estado pro-corporaciones multinacionales realmente existente es incompatible con la noción de desarrollo con cambio estructural que promueve el neoestructuralismo. En el libro (capítulo X) se habla del “nuevo paradigma del Estado” y se discuten “los paradigmas disponibles para América Latina” (capítulo XI). ¿Cuál es la forma y sustancia del Estado consistente con el neoestructuralismo? Los ensayos que tratan del Estado parecen sugerir un Estado de bienestar igual al que prevaleció durante la segunda postguerra en los países occidentales desarrollados. Sin embargo, este paradigma de Estado socialdemócrata de posguerra fue el modelo que entró en crisis a partir de los años 1970 y, más grave aún, terminó ejecutando las políticas de privatización y de austeridad, favorables a la financiarización de la economía, así como las intervenciones de rescate de los bancos que provocaron la crisis financiera de 2007-2009 y las políticas de alta concentración del ingreso y centralización del capital y la riqueza en manos del 1% más rico (Piketty, 2013); el Estado y el mercado hoy configuran un crony capitalism de puertas giratorias, como ya lo han denunciado A. Atkinson, P. Krugman y J. Stiglitz, entre otros. Más aún, los estados socialdemócratas de posguerra eran harto menos democráticos que los estados socialdemócratas del periodo en-treguerras. La transformación con equidad de la economía requiere también una transformación del Estado no menos profunda, un Estado virtuoso en el que “la moral [forme] parte de la política” (Aristóteles, 2012, p. 325). Se puede y es racional.
¡Buena lectura!
División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la Univesidad Nacional Autónoma de México (unam, México). Agradezco los comentarios de Esteban Pérez Caldentey.
La expresión satírica Parturient montes, nascetur riduculus mus (parirán los montes, nacerá un ridículo ratón), de Horacio (Epístola ad Pisones), refiere a la fábula de Esopo que contrasta la grandilocuencia con los magros resultados de una acción anunciada con hipérbole.
La edición original en polaco del libro de Kowalik es de 1971. Kowalik demostró que la cuestión de la demanda efectiva en Kalecki no se vincula con el desempleo keynesiano, sino con el problema más vasto de la realización de la plusvalía y la reproducción ampliada del sistema capitalista, tema que fue el epicentro del debate entre Nikolai Bujarin, Rosa Luxemburg y Tugan-Baranovsky a principios del siglo XX, mucho tiempo antes de que Keynes publicara su Teoría General.