Toda nueva formación de espacios sociales, políticos y culturales representa una gran ruptura y un derrumbamiento que, en el caso de los mapas, abre las ventanas a las innovaciones. El caso mexicano se sitúa en este desafío y la publicación de los mapas a escala 1:20 000 es motivo de atención en este editorial de Investigaciones Geográficas, Boletín del Instituto de Geografía de la UNAM. Los mapas tienen su propio ritmo de decadencia y envejecimiento, nos indica el historiador Karl Schlögel, por lo que se constituyen como “el tránsito de un orden espacial a otro” (Schlögel, 2007:91).
En la visión del también filólogo de Algovia, la serie mexicana 1:20 000 representa una nueva espacialidad y el anuncio de que “siempre que un mundo llega a su fin y se inicia uno nuevo es tiempo de mapas” (Ibid). Al dejar atrás una época, la sociedad mexicana inicia un tiempo nuevo, con el arribo del siglo XXI, enfrentado al marasmo de problemas como “la pobreza, la ignorancia, la violencia y la destrucción del medio ambiente” (Hurtado, 2011:13). Al representar con la nueva serie el mundo mexicano, el mapa lo que hace es “reproducir un presente y esbozar un futuro” (Schlögel, 2007:92). Con los nuevos mapas mexicanos, a escala 1:20 000, lo que se abre es un nuevo “ángulo de visión” sobre el espacio geográfico para el conocimiento de la lógica territorial del país.
La nueva serie topográfica a escala 1:20 000 es un producto cartográfico del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la agencia geográfica del gobierno mexicano en la ciudad de Aguascalientes, que tiene como antecedente directo la carta del mismo nombre escala 1:50 000, producida desde los orígenes de dicha oficina, en 1968, y bajo la dirección de la figura de Juan B. Puig de la Parra. Luego de casi veinte años de trabajos sostenidos a diferentes velocidades fue terminada hacia 1989, con un total de 2 408 hojas impresas, que en la actualidad cubren el territorio nacional, incluido el insular.1 Esta carta, iniciada bajo los procedimientos analógicos y analíticos, enfrentó el desafío del cambio tecnológico y la llegada de la nueva cartografía digital.2 En este año ya había discusiones sobre el cambio de escala, sin embargo, la crisis económica de los ochenta detuvo cualquier posibilidad de dar comienzo a proyectos más grandes (Duch-Gary, 1989:61).
En este contexto, la nueva carta topográfica 1:20 000 es un anhelo a la vez que una novedad geográfica que modifica radicalmente la gramática cartográfica de México y posiciona al país en la dirección y nivel alcanzado por países europeos como Alemania (2 353 hojas), España (4 380 hojas), Francia (1 750 hojas) e Italia (2 298 hojas), que terminaron las series topográficas a la 1:25 000 en el último cuarto del siglo XX o el de los Estados Unidos, a escala 1:24 000, con 57 mil hojas del territorio de este país, concluido en 1991.
El proyecto del INEGI de la nueva carta topográfica, integrado por 13 389 hojas, puede distinguir al país si se termina en un plazo razonable de tiempo.3
Para eso, se ha diseñado un “proceso general de producción” que se compone de las fotografías aéreas, la información geodésica y la verificación de campo. El primero integra vuelos fotográficos a escala 1:40 000, el segundo, entrega puntos de control terrestre y coordenadas geográficas y, el tercero, “identifica y ordena elementos geográficos” con visitas de campo de apoyo a la fotointerpretación y a la denominación toponímica (Rodríguez, 2007). El trabajo de campo, en el periodo de 2005 a 2012 ha concluido en el Distrito Federal, Nuevo León y Tabasco, mientras que en las otras entidades hay un ritmo desigual en estos avances.
Al mirar el contexto latinoamericano destaca, primero, las series topográficas incompletas a la 1:50 000 en países como Colombia (2 996 hojas, 1 198 publicadas), Chile (1 243 hojas, 1 212 publicadas) y Perú (1 865 hojas, 253 publicadas). Por otro lado, el inicio de una nueva serie de trabajos, en estos países, para el mapa topográfico a la escala 1:25 000 a una velocidad variada y desigualdad en los resultados de su producción, edición y publicación (Parry y Perkins, 2000:379, 374 y 399). Mientras que, hasta el 2000, Argentina (7 197 hojas, 1 475 publicadas) y Brasil (10 497 hojas, 1 469 publicadas) han mantenido la escala 1:50 000 como oficial para el mapa nacional o topográfico (Ibid.:357 y 368).
Esta maniobra cartográfica nos recuerda las palabras de Schlögel: el giro de “un orden espacial a otro” por parte de algunos países latinoamericanos que, en este caso, consolida un patrón territorial particular o un tipo de espacialidad amplio con límites fijos y precisos, de acuerdo con los intereses de instituciones, con su visión del pasado y su política de construcción del presente (Ortiz, 2005). Responde, a la vez, a una mayor complejidad administrativa por parte del Estado y, en este orden, esboza una de las hipótesis de Harley: el aumento de las “ambiciones territoriales y sociales” (Harley, 2005:83).
Si los años con que ha iniciado el siglo XXI son tiempos de rupturas, a la vez que tiempos de mapas para la región latinoamericana, estamos frente a los intentos sostenidos para dotar de una imagen legible y homogénea del territorio trazada y sancionada por el Estado moderno. Esta nueva espacialidad, que procede de las operaciones aplicadas por el poder político a escala nacional, desafía el discurso de la Geografía e Historia mexicanas, a sus categorías de análisis y la visión sobre el espacio y el tiempo, a sus intereses intelectuales, que provienen de la sociedad, como los procesos territoriales complejos, por ejemplo la identidad y las culturas, la segregación espacial y la marginalidad, la desterritorialización y la re-territorialización, el lugar y el desarraigo, lo local y lo nacional, lo nacional y la mundialización. En resumen, la manera de pensar y reconstruir los significados alternativos y “desde abajo” de los elementos naturales, históricos y culturales del territorio.
En ese periodo también fue terminada la serie cartográfica básica a escala 1:1 000 000 en 8 hojas. La carta topográfica a escala 1:250 000 fue actualizada digitalmente primero, la serie I, entre 1995 y 1996 con 121 hojas y, luego, la misma carta, entonces llamada la serie II, entre 2003 y 2004, con 120 hojas.
De la escala 1:50 000, conocida como la serie II, entre 1994-1995 se actualizaron digitalmente 212 hojas, entre 1997 y 2001 un siguiente grupo de 1089 hojas, de 2001 a 2004 otras 988 hojas y las últimas 96 hojas en 2005. Este trabajo significó el cambio metodológico en la producción de datos geográficos, con atributos asociados y una mayor coordinación entre la oficina central con las regionales y estatales del INEGI en todo el territorio mexicano, a la vez que el entrenamiento de un personal especializado que, una vez terminado, contaba con la experiencia suficiente para iniciar proyectos de mayor alcance y cantidad de hojas.
Hasta el mes de febrero de 2013, el INEGI cuenta con 2 949 conjuntos de datos vectoriales de la carta topográfica a escala 1:20 000, de ellos, 2 506 están disponibles al público y editadas un total de 2 224 hojas. Si se incrementa la producción, por ejemplo, de 400 a 1 400 conjuntos de datos digitales por año, terminarían en diez años la cobertura nacional de esta serie topográfica.