Este artículo analiza las guías urbanas como una producción cultural que “impone a los viajeros”una percepción espacial de la Ciudad de México(Diego, 2014:60). El análisis centra la atención en los cambios de los espacios urbanos de las guías bajo una amplia temporalidad de estudio, desde finales del siglo XVIII, al XIX y hasta 1940. Se presenta, primero, el tránsito del mundo colonial religioso a finales del siglo XVIII a la nueva vida comercial de la capital mexicana en las guías de 1842 y 1854. Sigue el cambio de la función administrativa y comercial, en la guía de 1882, a los primeros itinerarios urbanos en laedición de 1891. Interesa situar el contraste entre el panegírico material de la ciudad y las miserias urbanas de la guía de 1901, en el contexto de relativa paz y tranquilidad del Porfiriato. Se propone, al final, una integración interpretativa para situar el cambio de la percepción espacial en una escala temporal, entre los itinerarios urbanos de la guía de 1891 y los circuitos regionales de la guía de 1940 del Valle de México.
This article analyzes the urban guides of Mexico City from a wide time-lapse perspective, from the end of the eighteenth century to the nineteenth century and up to 1940, in order to detect major themes and the change of urban perception. In foreigner's guide outlines, from 1792 to 1793, the Cathedral's central position conferred strength to the maps inserted in such editions. It is worth noting the subliminal role of this document regarding urban perception, social behavior and the maintenance of religious devotion in the capital of New Spain. After Mexico's independence these guides lacked novelty. During the years between 1842 and 1854, this editorial genre was reactivated in the Mexican capital. In those years the guides were included in an attempt to fulfill the increasing need for information about the city regarding political, judicial, ecclesiastical andmilitary aspects including, as the main novelty, the continuously expansive commercial sector. While guide editions were modified in order to satisfy the consumption and preferences of the nascent urban bourgeoisie, both editors and authors detected novel concerns among readers, not only about commercial life but they also looked for pleasant and ludic experiences in the city.
In the guides from the period 1882 to 1891 there is a substantial change of spatial perception of Mexico City. Without losing attention to commercial life, which was becoming progressively more complex and diversified, for the first time the guide's pages proposed the discovery of the city under a different perspective. In regard to this, the figure of Antonio García Cubas was essential for the generation and internalization of new habits in order to travel across the city in an ordered fashion through a series of fixed routes. On the pages of the guide published by this geographer in 1891, he suggested several itineraries including the map and the respective historic register, over one or two days and starting at the majestic Plaza de la Constitución. It combined the “weight of the ecclesiastical”with the novelties of that time, the educational and scientific institutions, including the mansions with ancient lineages built by the bourgeoisie, beginning at the center of the city and afterwards continuing by electric streetcar towards the “Santa María la Ribera”neighborhood in the capital's northwest. The authors added to the already existing corporal and visual experience, the extension of the urban stroll from Juárez Avenue to Chapul- tepec in the afternoon, and finally to come back to attend a theatrical presentation. Such social behavior meant the definitive change of both habits and spatial perception in the Mexican capital.
The thorough renovation of urban guides was detected in Juan Buxó’s work, a Catalan editor to whom noticeable technical changes in bookbinding and editorial formation esthetics were attributed. With this editor, Adolfo Prantl and José L. Groso published the most diverse guide of the Mexican capital. The 1901 edition surpassed its predecessors, establishing the change of century between the ancient and traditional nature of some spaces with the most vibrant and novel aspects of the Mexican capital. On the guide's urban map, the richness of Plateros Avenue (Francisco I. Madero)and the opulence of Paseo de la Reforma were contiguous to decadent spaces, rude people, thieves, reve-lers and the rumba at Candelaria de los Patos, Tepito or la Merced, just to name a few neighborhoods, in order to establish a comprehensive view of the inequality, as it was not shown in previous editions.
In the last section there is an interpretative integration in order to place the change of perception on a timescale. To achieve this, the guide published by García Cubas in 1891 and Gante's guide (a Belgian historian)in 1940, were considered. In the space of one day, in the morning and/or afternoon, these authors proposed itineraries that, when comparing both editions, substantially changed the space perception for travelers. While García Cubas's guide indicates a departure beginning at the majestic Plaza de la Constitución, to penetrate into the streets among religious and public buildings, and finishing at the corporal and visual experience of Chapultepec, that of Gante suggested several routes by automobile to those localities with pre-Hispanic and Colonial origin in the Valley of Mexico. Thus, the traveler experienced a space shrinking, because in the same time lapse proposed by both guides he reached a longer distance and broadened his view of the territory, to such a degree that the 1940 guide placed nationality features within the list of suggested sites in each route. Social dissemination of automobiles modified the space perception in time and its use was at the base of changes in awareness about Mexican landscapes.
Entre caminar, como la “acción de atravesar el espacio”, y mirar la ciudad, se sitúa el surgimiento y la necesidad de las guías urbanas, como una de las producciones culturales que orientaron tanto la experiencia corporal, visual y afectiva, como las lecturas del paisaje urbano. A diferencia de la literatura de viaje, que consistía en un diario o de cartas de un viajero con descripciones “escritas pensando en su ulterior publicación y seguían ciertas convenciones literarias”(Burke, 2011:127), las guías urbanas ofrecieron opciones al visitante que, convertido en caminante, entraba a un espacio urbano desconocido o al menos extraño. La literatura de viaje se ha examinado como “fuentes de la historia de las actitudes o las mentalidades”, para indagar lo religioso, la lengua, el clima o las costumbres del otro, lo que se conoce como “la percepción de la distancia cultural”(Ibid.:133). Mientras que las guías urbanas se posicionan más como un génerocon la información sobre su producción (Suárez, 2005). La literatura viajera también ha llamado la atención de la mirada geográfica para el análisis del paisaje, en las vertientes de su explicación y comprensión (Gómez, 1988; Martínez de Pisón; 2009; Ortega, 2006, 2010). Las guías urbanas se miran, en cambio, como una de las fuentes para detectar el paso del tiempo en las ciudades tanto desde la planimetría vertical que proporciona el mapa urbano, encartado a cada volumen, como del cambio geográfico de los escenarios urbanos.
Las guías urbanas se convirtieron en un dispositivo cultural sobre la ciudad y su entorno urbano, cuya imagen visual comenzó a tener interés entre los vecinos y comerciantes de Florencia en el siglo XIV (Maderuelo, 2009:154). Anclada a esos antiguos orígenes, en la Europa del siglo XVII, las guías ya eran comunes “de Italia en general y de las principales ciudades como Venecia o Roma”(Burke, 2011:133), adonde no solo los misioneros ingleses, sino también los holandeses, daneses y polacos pasaban varios años en esas ciudades, caminaban y admiraban la arquitectura de los monasterios y los hospitales (Ibid.:135).
Iniciado el siglo XIX, las guías se convirtieron en un proyecto editorial exitoso en Europa debido a que atendieron los nuevos gustos por la montaña.1 Además una extensa red de ferrocarriles ofrecieron a los viajeros una amplia movilidad y, más significativo, nuevas maneras de orientación y de observación de la geología, la mineralogía y la botánica (Nordman, 1997:1044). Por su parte, el mapa respaldaba el placer de andar por la ciudad, pues fijaba los lugares sobre el papel y brindaba la posibilidad de conocer la espacialidad del mundo histórico en una sucesión de etapas en la vida de la ciudad. El mapa orientaba las decisiones y señalaba la dimensión espacial al viajero que experimentaba la transición de los ambientes urbanos a los jardines y parques públicos y, más allá, a las regiones.
Las guías urbanas, por tanto, se convirtieron en las “herramientas esenciales en la organización del viaje”(Diego, 2014:60)y animaron a los viajeros a visitar los “típicos sitios”; en otras palabras, lo que “no hay que perderse”de cada ciudad o de los “nativos, monumentos, diversión y cultura”(Ibid.:70), lo cual dejaba poco margen de libertad al visitante. En este contexto, las guías de la Ciudad de México representaron una experiencia editorial adaptada, cada vez más, para la difusión y el conocimiento de la capital mexicana, en un periodo clave: la transición del periodo colonial al México moderno y contemporáneo. Con su diseño y contenidos los editores buscaron identificarse con las necesidades del viajero, aquel personaje que por diversos motivos emprendía el camino, se alejaba de su entorno conocido, llevaba intenciones, llegaba de fuera y requería conocer de una forma organizada los datos, el funcionamiento y los espacios de la ciudad para planear los negocios, los trámites, las visitas y las actividades, lo que representaba un conjunto de demandas cada vez mayor, y motivo para la preparación y producción de estas obras.
En este artículo se analizan las guías urbanas de la Ciudad de México bajo una perspectiva de amplia temporalidad, desde finales del siglo XVIII, al XIX y hasta 1940, para detectar los temas principales y el cambio de la percepción urbana,2 a través de cuatro apartados que se integran en el Cuadro 1. El primero señala, de finales del siglo XVIII, la devoción popular y lealtad católica que se impulsaba a través del mapa insertado en las guías de 1792 y 1793, y el cambio a los intereses políticos y comerciales en las guías publicadas en 1842 y 1854; a continuación se presentan la función administrativa y comercial en la guía de 1882 y la ruptura en la edición de 1891 con los primeros itinerarios urbanos en la capital mexicana; sigue un apartado que contrasta el panegírico material de la ciudad y las miserias urbanas en la guía de 1901, en el contexto de relativa paz y tranquilidad del régimen político. En el apartado final se propone una integración interpretativa para situar el cambio en la percepción espacial en una escala temporal entre los itinerarios intraurbanos de la guía de 1891 y los circuitos regionales de la guía de 1940, ahora en una escala del Valle de México. Una columna indica la inclusión del mapa urbano encartado en algunas ediciones de las guías urbanas y se añade en otra la valoración y el orden del espacio urbano en cada una.
Las guías de la Ciudad de México 1792-1940.
Autor | Año | Mapa | Valoración y orden del espacio urbano: |
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Felipe de Zúñiga y Ontiveros | 1792 y 1793 | ▪ | Devoción popular y lealtad católica |
Mariano Galván Rivera | 1842 | Político y comercial | |
Juan N. Almonte | 1852 | Político, judicial, eclesiástico y militar | |
Mariano Galván Rivera | 1854 | Político, judicial, eclesiástico, militar y comercial | |
Irineo Paz y Manuel Tornel | 1882 | ▪ | Administrativo y comercial |
Antonio García Cubas y José L. Groso | 1891 | ▪ | Primeros itinerarios urbanos: lúdicos y placenteros |
Adolfo Prantl y José L. Groso | 1901 | ▪ | Arte, riqueza y miserias urbanas |
Antonio García Cubas y José L. Groso | 1891 | ▪ | Itinerarios intraurbanos |
Pablo C. de Gante | 1940 | ▪ | Circuitos regionales e interés por la naturaleza |
La Ciudad de México no fue ajena al mundo editorial de las guías urbanas.3A partir de 1761 se publicó una guía para las personas en la imprenta de Felipe de Zúñiga y Ontiveros,4 con información de los domicilios de “las personalidades civiles, religiosas y militares que servían en la corte de la Nueva España”(Lamadrid, 1971:9), además, había páginas con el “cómputo eclesiástico”que regía el año litúrgico. A partir de la edición de 1775 cambió el título por guía de forasteros y las de 1792 y 1793 contaron con la novedad de un mapa de la capital novohispana, dedicado al “Exmo. Sor Conde de Revillagigedo”. Dibujado por Manuel Agustín Mascaró y grabado en cobre por José Joaquín Fabregat, el mapa mostraba la planta de la ciudad, las calles, la Alameda, las vías principales y, alrededor, la propiedad rural, ¿qué tipo de percepción promovía este mapa de la Ciudad de México? La “Explicación”del mapa indicaba una geografía social: 14 parroquias, 41 conventos (de ambos sexos), tres recogimientos y diez colegios (Mascaró, 1791). Con este mapa, Zúñiga y Ontiveros no solamente saludaba y honraba la labor tenaz del influyente virrey, sino que reforzaba la gran devoción popular de la época. La iglesia, por tanto, definía las relaciones sociales y el conocimiento de la ciudad. La Catedral ocupaba la posición central del mapa y señalaba el espacio de la lealtad religiosa. En seguida, el orden del palacio arzobispal, la casa de moneda, la Pontificia Universidad, las casas del cabildo, la Santa Inquisición, el Montepío y la Real Aduana. Después mencionaba el espacio público: 397 calles y callejones, 78 plazas, plazuelas y pulquerías y siete hospitales(Ibid.). La concentración de los edificios religiosos ofrece una variante de la regla de Harley(2005:195): “mientras más poder, mayor prominencia”, en este caso, a mayor poder económico de la iglesia católica, por el arrendamiento de la mitad de las casas de “todos los estratos de la población”de la capital (Morales, 2011:67), más preeminencia en los espacios de la capital mexicana. Por lo que este mapa fortaleció la percepción espacial de los visitantes de la capital novohispana en los valores de la fe católica a través de una geometría subliminal, es decir, el poder social del orden, la tradición y las prácticas del clero en este entorno urbano (Figura 1).
Con la llegada del siglo XIX, las guías combinaron las herencias informativas con las anécdotas, fábulas, prosa y poesía europeas y los “últimos cambios de la política nacional”a cargo de los conservadores y liberales (Lamadrid, 1971:10). Entre 1821 y 1832, las guías eliminaron los “cálculos astrológicos”y los mapas urbanos. ¿A qué se debió esta situación editorial del mapa de la capital mexicana en las guías urbanas? Este documento requería de una actualización no fácil de conseguir ante el peso de lo religioso y el gradual viraje hacia otro paisaje urbano desacralizado a través de la apertura de calles, la destrucción de las capillas del Vía Crucis en el flanco sur de la Alameda (Robin, 2014)y de nuevos edificios construidos sobre los antiguos espacios ocupados por los conventos, como el enorme de San Francisco de Asís (Gutiérrez y González: 2002:115). Continuaba, además, una prolongada “agitación tan agotadora como estéril”entre grupos políticos con diferentes intereses y visiones del país (Gruzinski, 2004:89). El patrimonio antiguo, barroco y neoclásico del siglo XVIII, se encontraba “la mayor parte abandonado” (Ibid.). De esta época proceden, por ejemplo, “los llamados semanarios políticos, los periódicos, las cuartillas o los catecismos de los deberes ciudadanos que sirvieron de vínculo entre las autoridades y sus gobernados o entre los distintos ciudadanos”(Suárez, 2005:80).
El tránsito de la sociedad mexicana se vio reflejado en el aumento de las imprentas que, entre 1821 y 1855, alcanzó los trescientos establecimientos en todo el país, una cifra espectacular, al servicio, principalmente, de “las instituciones civiles y religiosas, instituciones fundamentales para la demanda de publicaciones” (Ibid.). Entre “folletos y hojas volantes”que salían de las imprentas se detecta, hasta 1842, una ruptura en la percepción urbana promovida por una guía de la Ciudad de México. Este año se dio a conocer la Guía de forasteros político-militar de la ciudad de México, a cargo de la imprenta de Mariano Galván Rivera.5 El editor pasaba una crisis en su negocio, por lo que el mapa no entraba en sus planes editoriales, la atención se puso en los apartados político y comercial (Galván, 1842). En ambos casos, los contenidos de la guía respondían al establecimiento del gobierno nacional en la capital nacional6 y el interés de los nuevos comerciantes que, entre sus relaciones principales, se contaban las casas inglesas y francesas del puerto de Veracruz (San Juan y Velázquez, 1994:77). Esta guía se instalaba en el centro de este escenario y ofrecía en sus páginas una variedad de información sobre los servicios, las oficinas de los ministerios, el poder ejecutivo federal, los consulados, la tesorería, las oficinas de la administración pública, el arzobispado y el cabildo eclesiástico; los juzgados, tribunales y jueces, además de la red de abogados y escribanos de la capital mexicana necesarios para la documentación y aplicaciones legales de los trámites. La cultura urbana y vida cotidiana no se quedaba atrás y en dicha guía se sumaba, al directorio político, la información para andar y descubrir los diferentes giros abiertos en la ciudad, entre otros, los almacenes, los baños, las boticas, las fábricas, los hoteles, cafés, fondas; las imprentas, las librerías, los mesones, las peluquerías, las relojerías y joyerías; las sombrererías, las talabarterías, las tiendas, las tintorerías o las vinaterías (Galván, 1842).7
Con el crecimiento demográfico,8 la reactivación de la vida mercantil y la “tendencia a abrir la ciudad hacia el oeste”(Fernández, 2000:98), se originó una ruptura en la percepción espacial de la capital mexicana a mediados del siglo XIX. Tanto Juan N. Almonte (1997 [1852])como el impresor Mariano (Galván Rivera 1854)ordenaron y dieron forma, a través de dos nuevas guías, a la territorialidad urbana. Desde una perspectiva comparativa de los contenidos, ambas contaron con cierta semejanza en cuanto al orden de los temas: primero la organización política, luego la parte judicial, eclesiástica y militar. La diferencia mayor se notaba en la escala urbana. La de Almonte añadió la descripción de los elementos individuales de la traza urbana, como edificios (el Palacio Nacional, la Catedral), los suburbios y los servicios de la Ciudad de México, lo que llamó el “repertorio de los conocimiento útiles”, mientras que Galván ordenaba una amplia parte comercial, al final de la guía, con lo que actualizaba esta sección con respecto a la edición publicada en 1842.
Ambas ediciones, como se aprecia, se combinaron para ofrecer una visión de conjunto, aunque en las dos guías faltó el mapa de la Ciudad de México.9 Sin embargo, la guía de Galván fue sensible a la “naciente burguesía que se consolidó como grupo de poder importante”(Morales, 2011:111).10 En sus páginas registró la nueva vida mercantil acorde con la capacidad económica de este grupo social. Algunos giros ya presentes desde antes se consolidaron como los almacenes, las cererías, las chocolaterías, las cristalerías, los hoteles, cafés y fondas, las imprentas, librerías, las panaderías, las tocinerías, las vinaterías (Galván, 1854)y la disminución de los locales de las carrocerías y la transición de los mesones a los hoteles.11 Los gustos personales y sociales incrementaron la apertura de locales con servicios como los baños, las bizcocherías, los cajones de modisto, los escritorios (despachos comerciales), las mercerías, las perfumerías, las platerías, las rebocerías, las relojerías y joyerías, las sastrerías, las sederías, las sombrererías, las talabarterías, las tiendas, las tintorerías, las tlapalerías y las zapaterías (Ibid.). La guía de Galván, de 1854, se adaptaba rápidamente para ofrecer el catálogo comercial y las redes de los profesionales que preparaban a la capital mexicana para el tránsito a la segunda mitad del siglo XIX.
De la función administrativa y comercial a los primeros itinerarios urbanos, 1882-1891Los cambios en el interior urbano de la capital mexicana se registraron en dos guías publicadas: la de Irineo Paz y Manuel Tornel (1882)y la de Antonio García Cubas y José L. Groso (1891). Ambas ediciones se posicionaron en el régimen político “que hacía de la paz una de las bases de su existencia, y un medio para impedir que una violencia teñida de política desencadenara el proceso [...] del recurso de las armas como medio para acceder al poder”(Guerra, 1991, I:216). En este contexto de cierta tranquilidad, largamente esperado por la sociedad mexicana, se sitúan las guías de este apartado que permiten detectar una transición de la función comercial a la lúdica y placentera sobre la Ciudad de México.
La parte comercial de la capital mexicana, en la guía de Paz y Tornel (1882), registraba los vaivenes de la economía urbana, como se verá a continuación. De la intensa y amplia vida comercial, quedaron sin registro en esta edición los almacenes de azúcar y las almonedas, también salieron del directorio los siguientes establecimientos: las carrocerías, las casas de matanzas, las cererías, las chocolaterías, las cobrerías, las platerías, las tiendas y materias, las tintorerías, las tiradurías, las tocinerías y las vinaterías. Se proporcionaba información en esta guía, por primera vez, de los bancos, los baños de caballos, los bazares y empeños, las boticas, las dulcerías, las fotografías, las papelerías y las peluquerías. Por su parte, disminuyeron los locales de armerías, los baños, las bizcocherías, los cajones de fierro, de ropa, de modisto, cristalería y vidrio plano, las curtidurías, las doradurías, las fábricas, cafés y fondas, los de litografías, las madererías, las mercerías y ferreterías, los mesones, los molinos de trigo, las pasamanerías, las perfumerías, las rebocerías, las sederías, las sombrererías, las talabarterías, las tapicerías y las zapaterías. En cambio, se incrementaron los locales de ropa y abarrote, de encuadernación, los escritorios (despachos comerciales), de fundición de metales, las imprentas y librerías, las plomerías, las relojerías y joyerías y las sastrerías. Quedaron con igual número los locales de panaderías y tlapalerías.
Por su parte, García Cubas y Groso propusieron, por primera vez, el descubrimiento de la ciudad a través de un modelo o “viaje programado”, basado en la “pura mirada”de lo más notable, de acuerdo con la expresión de Estrella de Diego (2014:63). Con los itinerarios por el espacio urbano, la guía potenciaba “algunas visitas hasta ese momento impensables” (Ibid.:66). Se incorporaba un mapa topográfico de la capital mexicana a cargo de García Cubas, con las instrucciones para su uso.12 Con esta novedad editorial, esta guía urbana se apartaba de los modelos anteriores, reforzaba su utilidad entre los paseantes y se posicionaba en el mercado editorial como epítome de la modernidad. Algunos lugares, edificaciones y nomenclaturas de la ciudad se convirtieron en los “lugares de la memoria”, (Schlogel, 2007:201), entre los habitantes y los viajeros con lo que se formaba una imagen moderna de las construcciones y de los espacios urbanos. La guía de 1891 indicaba que se requería de ocho días para visitar “aunque someramente”a la Ciudad de México, pero como no siempre había ese tiempo, propuso a los viajeros los “modelos”de uno o dos días (Cuadro 2). El lector podía combinar los itinerarios con el mapa y la sección descriptiva de la guía para “ver lo más notable de la ciudad”(García y Groso, 1891:60).
Propuestas para la visita de la Ciudad de México, 1891.
Duración | Itinerario |
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Un día | Plaza de la Constitución, Palacio Nacional, Zócalo, Mercado de Flores, Jardín del Atrio, Catedral, Sagrario, Museo Nacional, Academia Nacional de Bellas Artes. Por las calles de Chiquis [Academia], Zaragoza [Corregidora], Puente del Correo Mayor [Correo Mayor], Balvanera [República de Uruguay] y Portacoeli [Venustiano Carranza] al templo de San Bernardo. Calles de Capuchinas [Venustiano Carranza] y del ángel [Isabel la Católica]. Biblioteca Nacional, San Agustín [República de Uruguay], 2a y 1a de la Monterilla [Cinco de Febrero] y Portal de Mascarones. Avenida Plateros [Francisco I. Madero], antes de la una de la tarde, comida. |
Avenida Plateros [Francisco I. Madero], Hotel Iturbide, Templo de San Felipe de Jesús, Casa de los Azulejos, Casa Escandón, Avenida Juárez, Alameda, Paseo de la Reforma, Chapultepec. Regreso por la Avenida Juárez entre las seis de la tarde y siete y treinta minutos de la noche, avenida Plateros [Francisco I. Madero], Teatro. | |
Dos días | Primer día: Plaza de la Constitución, Palacio Municipal, Zócalo, Mercado de Flores, Jardín del Atrio, Catedral, Sagrario, Palacio Nacional, Museo Nacional, Academia Nacional de Bellas Artes. Calles de Chiquis [Academia], Zaragoza [Corregidora] o Acequia, Puente de Jesús María [Jesús María] y 2a de la Merced [Venustiano Carranza], La Cuna, calles 2a y 1a de la Merced, Balvanera [República de Uruguay] y Portacoeli [Venustiano Carranza], Templo de San Bernardo, calles de Capuchinas [Venustiano Carranza] y ángel [Isabel la Católica], Biblioteca Nacional, San Agustín [República de Uruguay], 2a y 1a de Monterilla [Cinco de Febrero] y Portal de Mercaderes, Avenida Plateros [Francisco I. Madero], comida. |
Segundo día: Plaza de la Constitución, Ex Arzobispado, Casa de Correos, Templo de Santa Teresa, Escuela Normal para Profesores, Escuela Nacional Preparatoria, Escuela Nacional de Jurisprudencia, Escuela Nacional de Ciegos, Ex Aduana, Jardín de la Corregidora, Templo de Santo Domingo, Escuela Nacional de Medicina, calle de la Perpetua [República de Venezuela], Reloj [República de Argentina] y puente Leguizamo [República de Argentina], Casa de la Moneda, calles de la Pulquería de Celaya [República de Perú], Sepulcros de Santo Domingo [República de Brasil], 2a y 1a de Santo Domingo [República de Brasil], Tacuba, Santa Clara [Tacuba] y San Andrés [Tacuba], Escuela Nacional de Ingenieros, Mariscala [Avenida Hidalgo], San Juan de Dios [Avenida Hidalgo], Portillo de San Diego [Avenida Hidalgo], San Hipólito [Avenida Hidalgo] y San Fernando, Jardín de Guerrero, Panteón de San Fernando o de los hombres Ilustres, calles de Rosales, Avenida Juárez, comida. | |
Plaza de la Constitución, el Volador, Conservatorio Nacional de Música y Declamación, Escuela de Artes y Oficios de Mujeres, calles de la Academia, Santa Inés [Moneda], Moneda, Arzobispado [Moneda], Seminario, Escalerillas [República de Guatemala] y Tacuba. En tranvía desde la esquina de Tacuba, o desde la Plaza de la Constitución hasta la Ribera de San Cosme, colonia de Santa María y Arquitectos hasta salir al Paseo de la Reforma. Regreso por la Avenida Juárez, San Francisco [Francisco I. Madero], etc. Teatro |
Nota: entre corchetes el nombre actual, que se obtuvo del “Directorio de calles censadas, 1882”, en Lombardo et al., 2009:316-342
Los itinerarios (Cuadro 2)se caracterizaron por la paulatina secularización del espacio urbano, al ofrecer al caminante una transición entre los espacios aún con un “peso de lo eclesiástico”y otros abiertos a la educación superior regida por el método y las prácticas científicas, el uso de laboratorios y las bibliotecas. Aún con cierto declive de lo religioso, en los espacios urbanos se mantuvo el interés por el pasado con larga influencia, como en la nomenclatura colonial de las calles acentuada en los nombres religiosos. Por tanto, lo principal del primer día se centraba en la Plaza de la Constitución, referente majestuoso y espacio urbano para adentrarse en la convivencia de los vecinos, el lugar de la identidad nacional, el origen histórico y sede de los poderes públicos y religiosos. Al salir de este espacio de interacción social y de contrastes la ruta seguía por varias calles hasta los templos y las casonas relevantes por su antigüedad y prosapia; por la tarde, el paseo transitaba hacia un remanso natural de encuentro: el jardín de Chapultepec.13 El segundo día mantuvo el origen o salida en el enorme espacio público de la Plaza de la Constitución y la ruta se abría camino a la novedad representada por las escuelas de estudios superiores, lo que brindaba un perfil laico entre las instituciones abiertas y en funcionamiento, combinado con los detalles de otros edificios religiosos. Con la facilidad del tranvía, que ya contaba con una amplia red de líneas eléctricas por la ciudad,14 el caminante se podía trasladar a los nuevos espacios urbanos, modernos y elegantes, por el norponiente de la ciudad, hasta las colonias de Santa María la Ribera y de los Arquitectos, adonde la mirada quedaba sorprendida por el nuevo vecindario, con el estilo afrancesado de las casonas ocupadas por la burguesía que se apartaban del centro y dejaban ahí la vida comercial.
Del panegírico a las miserias urbanas: los contrastes de la ciudad de méxico 1901La guía de Adolfo Prantl y José L. Groso (1901)representó una profunda renovación de la producción editorial de las guías urbanas dedicadas a la capital mexicana. Tanto por la variedad y amplitud de sus contenidos, como por la visión de los espacios urbanos y la inusual extensión que sobrepasa el millar de páginas; esta edición supera con mucho lo realizado con anterioridad en este género. La obra se enmarca en el poderoso mercado catalán, dirigido desde Barcelona y al que perteneció Juan Buxó, el editor de la guía. Se extendieron desde Cataluña a España y, en un “viaje de exploración comercial”a mediados del siglo XIX, llegaron a ciudades como Buenos Aires, Santiago y México. Para finales del siglo ya dominaban “los nuevos procedimientos fotomecánicos para la ilustración la encuadernación industrial y la aplicación al libro de criterios estéticos”(Botrel, 2006), lo cual le daba a las ediciones “una nueva personalidad tipográfica” (Ibid.). Todo esto se expresaba en la guía de Prantl y Groso. Con esto, los autores lanzaban un mensaje de su deseo por integrarse a la modernidad y, para eso, nada como colocar un espléndido grabado modernista de Julio Ruelas que representó a la Ciudad de México a través de la alegoría de una mujer ataviada como en los días de fiesta, grandes ojos y ligera sonrisa, de “resplandeciente belleza y exquisita elegancia” (Prantl y Groso, 1901:xix).
Esta guía urbana se dirigió a la “persona culta y de sano criterio” (Ibid.:xvii), además, enfatizaron que no tuvieron apoyos, ni ayudas, ni cooperación para su elaboración, por lo que tan solo con su ánimo personal en un plazo de casi un año la han terminado ambos autores.15 Declarados amantes de la “bella metrópoli”y con cinco lustros de habitarla, los autores han sido testigos de su “marcha y evoluciones”, tanto “prendida de diamantes, perfumada y aristotélica en los boulevards por donde el lujo pasa triunfante”, como también “sucia y harapienta en los barrios bajos donde el vicio y la miseria se arrinconan” (Ibid.:xix). Los autores la declararon una ciudad feliz de la siguiente forma: “[...] sabemos que no es la ciudad de los palacios, ni de los monumentos, ni de extraordinarias grandezas, como tampoco es el feo lugarucho sembrado de chozas y habitado por indios con plumas, una ciudad miserable, sucia, paupérrima y repugnante, que no tiene ni las soberbias obras de arte de Roma, ni las horribles miserias de Londres, ni el fausto de la corte de Moscow, ni el cáncer que roe las entrañas a París [...] y que sin embargo es bella, próspera, interesante y feliz hoy por hoy” (Ibid.).
No ocultaron su gusto por el arte, es decir, las “instituciones de beneficencia, los paseos, los usos y costumbres”de la ciudad, al mismo tiempo, como empresarios, dejaron en claro que sus críticas a las “faltas y errores”las dirigían a la “Corporación Municipal”como institución y no a sus ediles.Aclarado el punto, pasaron a desglosar los contenidos de la magna obra, que buscaba convertirse en seguro ciceroni de los lectores durante un mes que, según calcularon, duraba la lectura de la guía.16 El volumen se dividió en cuatro partes (Cuadro 3)y las últimas páginas se dedicaron al Índice alfabético, la fe de erratas notables y los anuncios. En cuanto a la iconografía del volumen, se insertaron 27 fotograbados, en blanco y negro, a cargo de Ulderigo Tabarracci, tanto de la elite política del Porfiriato, como imágenes de la capital mexicana y de algunos mexicanos notables en las ciencias. Por otra parte, se incorporaba un “Plano topográfico de la Ciudad [de México]”a la primera parte de la guía. La geometría del plano ha cambiado. Esta vez, el espacio religioso perdió protagonismo y la fuerza del mapa se ha desplazado a la parte central de la hoja, donde “se encuentra todo el gran comercio de México y muchas fincas valiosas” (Ibid.:691). La guía registró 656 manzanas, 1 952 calles y 9 930 casas distribuidas en VIII cuarteles. En las páginas se ordenaba la descripción de los servicios de hoteles, casas de huéspedes y casas de alquiler y criados; así como los restaurantes, cantinas, fondas, cafés y neverías; baños, peluquerías, limpiabotas, mingitorios e inodoros; los correos; telégrafos, cable submarino, teléfonos; a la Compañía Mexicana Limitada de Mensajerías, expresos; los bancos, banqueros, casas de cambio de monedas, operaciones de cambio, monedas, pesas y medidas; los ferrocarriles, diligencias, vapores y la prensa (Ibid.:xi).
Estructura de La Ciudad de México: novísima guía universal de la Capital de la República Mexicana, 1901.
Apartados Número de | capítulos | Número de | páginas Número de grabados |
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I. Noticias de uso práctico para el forastero | I - XI | 1 – 260 | 1 [mapa topográfico] |
II. Directorio clasificado de los vecinos de la Ciudad de México | Capítulo único | 261 – 352 | s/g |
III. Prontuario de la organización y funciones del Gobierno Federal y oficinas de su dependencia | I - X | 353 – 610 | 8 |
IV. Descripción de la ciudad de México | I - XVIII | 611 – 932 | 19 |
El interés mayor, para este apartado, se encuentra en la cuarta parte del volumen debido a la percepción espacial que brindaba esta guía de la Ciudad de México y los contrastes incorporados en sus páginas.17 Los autores de la guía urbana tampoco ocultaron a los visitantes la variedad de los escenarios urbanos, entre el panorama de la moderna metrópoli, con las calles principales e históricas y el mapa social de los llamados “barrios bajos”. En el primer caso, indicaban, a pesar de que aún se escuchaba el Angelus de las campanas que señalaban “el recogimiento, la oración, la quietud”, la ciudad se preparaba para el “bullicio de los que se divierten, la agitación de la vida comercial, el clamoreo de una populosa ciudad movida por esa inmensa maquinaria que se llama el trabajo en sus múltiples formas” (Ibid.:687). En este marco espacial y dinámica urbana, los autores ofrecieron al visitante los “puntos más culminantes del soberbio panorama”que se visualizaba desde las torres de Catedral. Desde arriba, en un punto a más desesenta metros de altura, se describió la ciudad por los cuatro rumbos. Abajo, se identificaron las calles principales, al poniente, Plateros “rica y siempre ataviada”, Tacuba, Santa Clara y San Andrés, y al final, “domina el elegante remate de la antigua Escuela de Minería”. Sigue Cinco de Mayo, con el Teatro Nacional y la avenida del Refugio. Más allá se ordenaban varias iglesias, la Santa Veracruz y de San Juan de Dios, la de San Diego, San Hipólito y San Fernando. Por último, La Ribera de San Cosme, “rodeada de casas pintorescas y salpicada de pequeños y hermosos jardines” (Ibid.:689). Por el oriente, fuera de la cúpula majestuosa, esbelta y aristocrática de Santa Teresa, se hallaba el “México viejo, con sus calles angostas, sucias y tortuosas, sus míseras plazoletas, los puentes en ruinas del canal de la Viga, charcos verdosos y deletéreos, carros que corren en medio del arroyo, macizas, extensas y desnudas tapias, y a largos trechos jacales de adobe y tejamanil donde se albergan gentes infelices” (Ibid.). Luego otras cúpulas de iglesias como la de Santa Inés, Jesús María, la Santísima, la Soledad de Santa Cruz y Loreto, y “casi en línea recta la Penitenciaria” (Ibid.). Hacia el norte, otras cúpulas y torres de iglesias, las de Santa Catarina, Santo Domingo, Santa Catalina de Sena y el Carmen, también el edificio de la Escuela Nacional de Medicina y “más allá el cerro de Guadalupe y en la falda del mismo la tradicional Colegiata”(Ibid.). Por el noroeste se apreciaba el “antiguo Teatro de Iturbide”y algunas cúpulas más, la de San Lorenzo, la de la Concepción y la de los ángeles. Hacia el sur y abajo, el atrio de la Catedral y a un lado el “más chic de los jardines públicos de México”.Aún faltaba fijarse en la Plaza de la Constitución, con las “cuatro anchas calles que limitan su vasta extensión, siempre y a todas horas llenas de tranvías y de coches, de carros y automóviles, de jinetes, de ciclistas y viandantes, y de donde parten y a donde paran casi todos los carros de los ferrocarriles del Distrito” (Ibid.). Entre los grandes almacenes de ropa destacaba El Palacio de Hierro, de cinco pisos, inaugurado en 1891 y en dirección de Cha- pultepec, entre el Paseo de la Reforma y la Calzada de Belem, “una moderna colonia con pintorescos chalets de techos grises e inclinados, que nos hace transportar en alas del pensamiento a un barrio extramuros de París” (Ibid.:690).
Contrastaban con este panorama urbano consolidado, señalado por los autores, los “barrios bajos”, también incluidos en las páginas de la guía y caracterizados por la “[...] suciedad, la populosi- dad, sus casuchas pobres y feas, sus calles tortuosas, las tabernas de pulquerías y figones que abundan, los puestos de barbacoa y enchiladas, las riñas entre los léperos, que suceden a cada momento, las turbas de pilluelos que andrajosos y desarrapados tienen sus juegos especiales en la vía pública [los del burro, las canicas, la rayuela, etc.], las mujeres de vida alegre con su rebozo terciado, sus enaguas almidonadas, sus botines de alto y ruidoso tacón, el caracol blanco y el peinado de patillas, guaridas de rateros y asesinos célebres, en una palabra: lammba, (Ibid.:697).
Una buena cantidad de “barrios bajos”rodeaban la ciudad, el visitante quedaba advertido de los más famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco y Puente Blanco; la Merced, Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, la Palma, San Lucas, la Santísima, Soledad de la Santa Cruz y el Cacahuatal; Santa María la Redonda, Santa Ana, Santiago y Rayón; Don Toribio, San Salvador el Seco, el Risco y Necatitlán; el Baratillo (sitio predilecto de los rateros, de los valientes, de los parranderos, de los méndigos, en suma, “de la hez de la sociedad”), para seguir con los ángeles, Tlatelolco y Nonoalco; terminaba el cuadro, el Salto del Agua, el Rastrillo, Campo Florido y la Ascensión (Ibid.: 697). Completaba el ambiente urbano, en la descripción de la guía, el “pauperismo”, como una plaga innegable en la vida urbana.
El indigente de ayer, se paseaba por la ciudad con “sus harapos, su cinismo y su asquerosa suciedad por todas partes” (Ibid.:901). Caracterizada por los autores como la profesión del pobre, los había que pedían “por el amor de Dios”a la vieja usanza y en “actitud humilde”, otros “suplican, razonan, sudan, corren, llaman a todas las puertas e interrumpen el paso a todo el mundo para arrancarle una limosna”, (Ibid.:902), por último, los que “toman cuanto pueden haber a su alcance; prefieren ser rateros a convertirse en méndigos [.] forma[ba]n un grupo aislado que desafía los rigores de la ley” (Ibid.). Se sumaba a este mapa social de la capital mexicana, un cuadro amplio y variado de la criminalidad. Entre las principales patologías urbanas se registraron, primero, las lesiones, seguido del robo, el ultraje a la autoridad, el abuso de confianza, los homicidios y las amenazas y amagos (Ibid.:949-950).
Del entorno urbano a los intereses por la naturaleza y las regiones, 1891-1940La propuesta de los itinerarios de la guía de Antonio García Cubas, publicada en 1891, de uno o dos días para visitar el espacio interno de la capital mexicana, como se ha visto, resulta un ejemplo sobre la percepción espacial en una escala temporal. Dicho marco espacial, sin embargo, no actúa de forma estática, en palabras de Harvey (2007:241-242): “cambia a veces de manera rápida y a veces muy lenta a lo largo del tiempo”. En la misma escala temporal, la guía de Pablo C. Gante, publicada en 1940, modificaba la percepción espacial del viajero, esta vez, por el Valle de México. Ambas ediciones forman un ejemplo de integración interpretativa de cómo pensar la escala para la “comprensión del mundo” (Ibid.:240), en este caso, por medio del automóvil como una innovación tecnológica con una difusión social en el México contemporáneo (Freeman, 2013).
Entre ambas guías hay un cambio en la percepción espacial, con una separación de casi cincuenta años, en una escala temporal. Por lo que en este apartado se presenta dicho cambio espacial, a través de una nueva movilidad con alcances que cambiaron los escenarios urbanos de la visión de García Cubas a otros del ámbito regional. Gante era un apasionado de los viajes por México y contaba con experiencia en el diseño y edición de guías, poco antes había publicado una de la carretera de la Ciudad de México a Morelia, conocida como la “Ruta de Occidente”, donde guiaba al automovilista por los rasgos físicos, climáticos e históricos de los 300 kilómetros que separaban ambas ciudades (Gante, 1939). Esta experiencia formaba parte de la reflexión del autor que dio el siguiente paso, la edición de una guía automovilística del Valle de México, con cinco rutas principales, que se anotan a continuación: I. Ruta de la carretera México-Pachuca, II. Ruta de la carretera México-Puebla, III. Ruta de la carretera México- Cuernavaca, IV. Ruta de la carretera México-Toluca y IV. Ruta de la carretera México-Querétaro (Gante, 1940).
Para adentrarse en las rutas secundarias, el autor sugería los caminos subsidiarios para abarcar “todas las poblaciones o lugares turísticos del Valle de México, a los cuales se tiene acceso por carretera”(Ibid.:10). El autor diseñó en la guía una serie de circuitos con origen en cualquiera de las cinco rutas o carreteras principales, ya mencionadas. La clave del autor se basaba en la escala temporal, de un día, para cada itinerario. El Cuadro 4 presenta los circuitos de la guía de Gante, los dos primeros, A y B, con una duración de tres horas y el tercero o C de un día completo. La propuesta promocionaba los orígenes prehispánicos y coloniales, de cada uno se destacaba lo histórico, artístico, arquitectónico, costumbrista o tradicional. Además los planos y mapas de la guía indicaban información útil al automovilista, como los servicios mínimos: gasolina, agua y lubricantes; los medios: más taller de reparaciones y restaurante y los completos: toda clase de servicios en la carretera.
Circuitos turísticos del Valle de México, 1940.
A. Sugestiones para excursiones de tres horas por la mañana con regreso a México para el almuerzo |
1. Villa de Guadalupe – Tenayuca |
2. Chapingo – Texcoco |
3. Circuito México – Chalco – Xochimilco – México |
4. México – Ixtapalapa – Cerro de la Estrella (subida en automóvil a la cumbre del Cerro de la Estrella)- Visita al pueblo de Culhuacán |
5. Churubusco – Coyoacán – Villa Álvaro Obregón (San Ángel) |
6. Tlalpan – Fuentes Brotantes – Cuicuilco |
7. Tlalpan – Cuicuilco – Contreras |
8. San Ángel – San Jerónimo – Contreras |
9. Tacuba – Los Remedios |
10. Tlalnepantla – Cuautitlán – Tepotzotlán |
B. Sugestiones para excursiones de tres horas por la mañana con comida fuera de la capital |
11. Villa de Guadalupe – San Cristóbal Ecatepec – Pachuca |
12. San Cristóbal Ecatepec – Acolman - Teotihuacán |
13. Chimalhuacán Atenco – Coatlinchán – Chapingo – Huexotla – Texcoco |
14. Molino de Flores – San Miguel Tlaixpan – Texcozingo – Texcoco |
15. Chalco – Tlalmanalco – Amecameca – Popo Park |
16. Churubusco – Xochimilco |
17. Churubusco – Coyoacán – San Ángel – Desierto de los Leones (Convento carmelita) |
C. Excursiones de un día fuera de la capital |
18. Villa de Guadalupe – San Cristóbal Ecatepec – Pachuca – Real del Monte – El Chico |
19. Coatlinchán – Ídolo de Tláloc |
20. Molino de las Flores – San Miguel Tlaixpan – Texcotzingo – Texcoco (almuerzo)– Atenco |
21. Chalco – Tlalmanalco – Amecameca – Popo Park (almuerzo)– Ozumba – Chimalhuacán – Chalco |
La guía de Gante resume una serie de elementos que se encuentran en el centro del interés geográfico sobre “las representaciones modernas del paisaje”(Booth, 2008:2). Las guías, de acuerdo con Rodrigo Booth, representaron una “nueva manera de conocer el territorio propio [asociado a] la construcción de las identidades nacionales” (Ibid.). La guía de Gante sobre el Valle de México fomentaba esta vertiente por medio de nuevas “experiencias visuales”, con que modificaba la percepción espacial en una escala temporal. En el trayecto de tres horas por la mañana el automovilista no solo dejaba atrás el mundo urbano, sino que se adentraba en una sucesión de paisajes, a una escala regional, posibles de alcanzar a una distancia entre los 65 (Toluca), 70 (Pachuca), 92 (Cuernavaca y a 140 (Puebla)kilómetros de la Ciudad de México. La guía, dirigida a “todo buen automovilista”, se publicaba para “despertar un interés general por México”, con lo que cumplía una función pedagógica en el viajero contemporáneo al llevarlo delante del “vetusto monumento, el paisaje magnífico o el dato histórico” (Ibid.:283). Este modelo de guía buscaba valorizar “lo que tienen [los lugares] de arte, de tradición, de historia, de belleza natural y genuina raigambre”con los que el autor situaba los rasgos de la nacionalidad (Ibid.:284). La guía de Gante se editaba de manera simultánea a otras experiencias editoriales en contextos culturales cercanos, además de España, como ya se indicó, también en Chile y Argentina, donde las guías publicadas por empresas y clubes participaron de la “comprensión moderna del territorio”y “la construcción de símbolos nacionales”(Booth, 2008:3-5; Ballent, 2005)
ConclusionesLa Ciudad de México, como se ha visto, cuenta con una amplia producción cultural representada por las guías urbanas, las cifras de las ediciones tanto de México como para España, señalaron ciertas equivalencias editoriales, lo cual indicaba el cambio de las percepciones sobre los espacios urbanos en ambos lados del Atlántico, al menos durante el XIX e inicios del siglo siguiente. En el perfil de las guías de forasteros de finales del siglo XVIII, como se ha visto, la posición central de la Catedral otorgaba fuerza al mapa encartado en las ediciones. Destacaba el papel subliminal de este documento en la percepción urbana, el comportamiento social y el mantenimiento de la lealtad religiosa de la capital novohispana. Con el inicio del México independiente esta producción editorial quedó estancada y las ediciones que se publicaban prolongaban una visión antigua del espacio urbano. Entre 1842 y 1854 se reactivaron las ediciones de este género editorial sobre la capital mexicana, cuando se insertaron en la creciente necesidad de información sobre el funcionamiento de la ciudad, tanto en lo político, como en lo judicial, eclesiástico, militar y, como novedad principal, el cada vez más amplio sector comercial. Mientras las ediciones de las guías se movieron para satisfacer el consumo y los gustos de una naciente burguesía urbana, los editores y autores detectaron nuevas inquietudes entre los lectores, no solo sobre la vida mercantil, también experiencias placenteras y lúdicas en la ciudad.
En las guías que se publicaron entre 1882 y 1891 hay una demostración de un cambio sustancial de la percepción espacial de la Ciudad de México. Sin perder la atención de la vida comercial, cada vez más compleja y diversificada, en las páginas de las guías, por primera vez se propuso el descubrimiento de la ciudad con otros ojos y, en esto, destacó la figura del geógrafo Antonio García Cubas en la generación e interiorización de nuevos hábitos para caminar la ciudad de un modo ordenado y a través de una serie de rutas fijas. Como se ha visto, en las páginas de la guía que publicó, en 1891, este geógrafo sugirió varios itinerarios acompañados del mapa y del registro histórico, de uno o dos días, con inicio en la majestuosa Plaza de la Constitución. Se abarcaba tanto el “peso de lo eclesiástico”como lo más novedoso en ese momento, las instituciones educativas y científicas, además de las casonas con antiguos linajes que la burguesía construyó, primero en el centro de la ciudad y, después, en el extrarradio, por el noroeste, en la colonia de Santa María la Ribera. Los autores añadieron a la experiencia corporal y visual la ampliación del paseo urbano por la Avenida Juárez hasta Chapul- tepec, por la tarde, con regreso a tiempo para asistir al teatro. Tal comportamiento social significaba el cambio definitivo en los hábitos y en la percepción espacial sobre la capital mexicana.
La profunda renovación de las guías urbanas llegó con la labor del editor catalán Juan Buxó que comenzó a explorar el mercado editorial mexicano desde mediados del siglo XIX y a introducir notables cambios técnicos en la encuadernación y en la estética de la formación editorial. De todo esto se beneficiaron Adolfo Prantl y José L. Groso que, a manera de homenaje y agradecimiento por la vida en México, publicaron la más variada guía de la capital mexicana. La edición de 1901 superaba todo lo anterior, por lo que se posicionaba en el cambio de siglo, entre lo antiguo y tradicional de los espacios, con lo más consolidado y vibrante de la capital mexicana. En esas páginas y el mapa actualizado, como se ha visto, se daban la espalda la riqueza de Avenida Plateros (Francisco I. Madero)y la opulencia del Paseo de la Reforma con los espacios de la decadencia, de léperos, rateros, parranderos y la rumba en la Candelaria de los Patos, Tepito o la Merced, por nombrar algunos barrios, para brindar una visión de conjunto como no había sucedido en estas ediciones.
Se propone, en el apartado final, una integración interpretativa para situar el cambio en la percepción espacial en una escala temporal. Con esta finalidad se han considerado la guía publicada por García Cubas en 1891 y la guía de Gante, historiador belga, de 1940. En el transcurso de un día, por la mañana y/o por la tarde, los autores propusieron itinerarios que, en el lapso de las dos ediciones, cambiaron sustancialmente la percepción del espacio para los viajeros. Mientras que la guía de García Cubas indicaba una salida que comenzaba en la majestuosa Plaza de la Constitución y se adentraba por las calles, entre edificios religiosos y públicos, para terminar en la experiencia corporal y visual de Chapultepec, la de Gante sugirió varias rutas que llevaban al visitante, a través de la novedad que brindaba el automóvil, a las localidades con orígenes prehispánicos y coloniales del Valle de México a varias docenas de kilómetros. Con esto, el viajero experimentaba el encogimiento del espacio, pues en el mismo lapso de tiempo propuesto en las guías, alcanzaba una mayor distancia y ampliaba su visión sobre el territorio, al grado que la guía de 1940 situaba los rasgos de la nacionalidad en la lista de lugares sugeridos en cada ruta. La difusión social del automóvil modificaba la percepción del espacio en una escala temporal y este uso se situaba en la base de los cambios en el conocimiento de los paisajes mexicanos.
AgradecimientosEl autor agradece las atenciones que recibió de parte de Federico Fernández Christlieb, Omar Olivares Sandoval, Javier Delgado Campos, Guadalupe Pinzón Ríos, Carlos Vidali Rebolledo y Daniel Montiel Sánchez en la Mapoteca “Manuel Orozco y Berra”de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, en Tacuba- ya, así como de los dictaminadores del artículo por los comentarios y críticas que permitieron mejorar los apartados de esta investigación.
SiglasMMOyB – Mapoteca Manuel Orozco y Berra, Tacubaya.
Las guías se asociaron a los nuevos gustos por la naturaleza, como las cimas europeas. Los ingleses las requirieron para atravesar los glaciares de Chamonix con su famosa cumbre: el Mont Blanc (4 810 m). Así, entre 1828 y 1891, más de cincuenta libros se consagraron a los Alpes. Este éxito editorial, impulsado por John Murray desde Londres, rompió el clásico orden alfabético de las entradas por una descripción geográfica de los lugares y objetos, con la novedad de la incorporación del mapa de rutas (Nordman, 1997:1137)
Capel (1973:113) señalaba el amplio abanico de la percepción urbana, ordenada jerárquicamente, “desde la vivienda personal al conjunto del tejido urbano”. El mapa mental de cada persona sobre la ciudad se compone de lugares elegidos de una manera subjetiva, del comportamiento espacial, del “sentimiento de pertenencia y la valoración del espacio como resultado de la asignación de valores al mismo” (Ibid.:129). La heterogeneidad de la percepción urbana, posicionada en los intereses de la geografía, se relaciona con la “existencia de cada individuo, a sus experiencias particulares, a su relación personal con el entorno, a la percepción que del mismo tiene, de acuerdo con condiciones culturales y personales” (Ortega, 2000:302).
En un ordenamiento alfabético y cronológico se llegó a contar, entre 1761 y 1912, con 1 460 títulos impresos procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de México (Lamadrid, 1971:9), la mayoría reimpresos cada año, como los calendarios y los almanaques y en menor medida las guías de forasteros que, de acuerdo con la ciudad de impresión, 47 correspondieron a México (Cuéllar, 2014:187). Por su parte, entre 1800 y 1902, “se publicaron un total de 849 guías sobre España, incluidas las publicadas en el extranjero. De ese total, la mayoría, 305, fueron guías urbanas, es decir, obras donde se describía una o varias ciudades” (Serrano, 1993:68). De este total, indicaba esta geógrafa de Barcelona, 47 se publicaron de Sevilla, superada por las de Madrid, con 49 y de Barcelona, con 47, lo que destaca la preferencia de los editores por publicar guías de las principales ciudades (Ibid.). Tal equivalencia de cifras del mercado editorial en ambas orillas del Atlántico indica que la edición de las guías respondió al esplendor y auge de cada ciudad, a la curiosidad mostrada entre los viajeros por el viaje urbano, así como por el interés de los autores que describieron su propia ciudad, ya sea por iniciativa propia o por encargo de una editorial (Ibid.:69).
Felipe de Zúñiga y Ontiveros formaba parte de los nueve impresores-libreros de la Ciudad de México en la segunda mitad del siglo XVIII, desde su negocio importaba “grandes cantidades de libros procedentes de España”, ahí se imprimieron “muchos volúmenes” y llegó a “tener una larga trayectoria en la cultura impresa” (Gómez, 2011:82). Antes de convertirse en impresor, Zúñiga y Ontiveros había sido agrimensor del reino de Nueva España, por lo que estableció buenas relaciones con las autoridades y terminó, indica Suárez (2013:51), once mapas entre 1754 y 1763 y otro de 1774 sobre mediciones de tierras y aguas.
Galván Rivera fue uno de los empresarios más exitosos de la primera mitad del siglo XIX (Solares, 2003). Su labor editorial se caracterizó por “haber llevado a su imprenta libros originales y coediciones novedosas, y de paso, participar en el programa cultural-editorial del gobierno” mexicano, además de que atendió “la demanda de numerosos sectores” de la sociedad mexicana como los médicos y políticos, además de la difusión de los temas históricos y literarios a cargo de autores mexicanos (Ibid.:45, 47 y 61).
A partir de las Bases de Tacubaya, con su firma el 28 de septiembre de 1841, se estableció la dictadura de Antonio López de Santa Anna y el ejército como eje del gobierno nacional (Serrano y Zoraida, 2010:427).
Un ejercicio ha identificado que los mesones, adonde llegaron los viajeros, arrieros y otros más, se localizaron “cerca de la Aduana (plaza de Santo Domingo), hacia la garita de Peralvillo o del Pulque, considerada la principal entrada a la ciudad” (López y Calderón, 2004:57), las pulquerías quedaron en “las afueras [de la ciudad] y distanciadas entre sí” (Ibid.:60) y los cafés, con su “ambiente popular e intelectual”, se instalaron por varios rumbos de la ciudad y por la Plaza Mayor (Ibid.62).
La Ciudad de México tuvo un impulso demográfico de los años veinte hasta 1842. Algunas fuentes señalan el crecimiento de 150 000 o 160 000 habitantes a los 200 000 en este periodo, luego siguió un “estancamiento” general por cuarenta años (Davies, 1972:501).
Se debe indicar que la edición de Almonte incluyó el “Croquis de la parte principal de la Carta de la República Mexicana” y el “Croquis del plano del Distrito Federal” como referencia general y sin detalles de la traza urbana (Almonte, 1997 [1852]).
Lo que resultaba, por una parte, del proceso liberal de secularización de la sociedad y, por otro, de la “desaparición como propietario del cuerpo más importante del antiguo régimen, la iglesia, y la destrucción de su monopolio sobre el suelo urbano” (Morales, 2011:111).
Al inicio, los mesones fueron “centros de convergencia de los diferentes grupos sociales, desde la más pulcra y opulenta hasta la más popular o mísera”. Con el tiempo, los viajeros “los consideraron lugares insalubres y nada confortables” (López y Calderón, 2004:52 y 58)
En ese momento, García Cubas figuraba como el geógrafo más reconocido por sus estudios sobre México, elaboración de mapas, recopilación de estadísticas y asesorías al gobierno mexicano (Mendoza, 2003).
Luego de la Alameda, un paseo matutino popular ya consolidado, acudir a Chapultepec por las tardes se convirtió en uno de los “más importantes paseos para las élites porfirianas” (Bolívar, 2013:90). De este espacio se apreciaba su frescor y tranquilidad, además, cobraba auge el valor histórico y el disfrute social entre los visitantes, por lo que se transformó en un espacio emotivo de la capital mexicana (Ibid.:103).
El número de viajes de pasajeros en las líneas del tranvía se incrementó de cuatro millones y medio, en 1877, a “más de 70 millones en todo el Valle de México” en 1908 (Camarena, 1992:144).
Los autores indicaron que han “tenido que ser no sólo autores, sino dibujantes, correctores de pruebas, asiduos solicitantes y procuradores de noticias, compulsadores; todo, en una palabra, menos dueños y señores de nuestra libertad, de nuestra salud, de nuestro tiempo y del justo descanso a que aspira y de que goza todo el mundo después de largas horas de trabajo” (Prantl y Groso, 1901:xviii),
Al inicio se ofreció una visión histórica, desde los remotos orígenes y el mundo colonial con una división en tres periodos: el primero 1535-1603, el segundo 1603-1701 y el tercero 1701-1821. A continuación, una parte física se consideraba necesaria, con la situación topográfica, la posición geográfica y altura, seguida de la descripción de la geología, clima, superficie y límites; la población y la división administrativa. Por otra parte, se añadieron indicaciones al visitante sobre las plazas y plazuelas, las calzadas, los paseos, parques y jardines, también se podían visitar los monumentos, acueductos y fuentes monumentales. El forastero contaba con una variedad de edificios para elegir entre públicos y privados, algunos “históricos, legendarios o curiosos”. El entretenimiento y los lugares de reunión no faltaban en la ciudad y se ofrecía al visitante una variedad de teatros, circos, salas de conciertos y de baile, sin olvidar los casinos. De estos escenarios, el viajero se adentraba a la parte culta y refinada, es decir las ciencias, las letras y las artes de la capital, con algunas noticias de sus protagonistas, de la instrucción pública y las escuelas abiertas en los diferentes niveles de enseñanza. Entraban en la oferta urbana la beneficencia pública y privada, al igual que el comercio y la industria y los espacios de consumo, como los mercados, el matadero o rastros, los servicios de la policía, limpia, agua y alumbrado público; contraincendios y las obras de saneamiento. Unas páginas se dedicaron a la salubridad pública y mortalidad, terminaba con el servicio fúnebre, panteones y cementerios (Ibid.).