Uno de los propósitos de los estudios de género dentro de las ciencias sociales es buscar relaciones equitativas entre hombres y mujeres; sin embargo, aún muchas personas se resisten a las relaciones de equidad entre ellos y ellas, pues asumen que su diferencia tradicional es un “hecho natural”, “esencial”, al que no hay nada que cuestionar. Por lo que vistas así, las categorías “hombre” y “mujer” serían ontológicamente positivistas, donde la realidad es manejada por leyes naturales inamovibles. Esto podría parecer algo irrefutable, pero nada más alejado de la realidad, pues las categorías “hombre” y “mujer” son constructos sociales y, por lo tanto, están sujetos al escrutinio humano, en el afán de búsqueda de la equidad.
La lectura de Geografías feministas de diversas latitudes nos permite comprender la gran complejidad que encierran las relaciones de los integrantes de la sociedad humana, diferenciada predominantemente por hombres y mujeres. Esta obra, que compila las visiones de trece geógrafas, en ocho capítulos, expone el desarrollo de las geografías feministas de diferentes países —Argentina, Brasil, España, Francia, Italia y México— o regiones lingüísticas —ámbito anglosajón y de habla alemana—, sus reflexiones teóricas, sus logros analíticos, sus tropiezos empíricos y formas de superarlos, así como las expectativas en los próximos años; además, en varios capítulos se hace un recuento de la producción de investigación primaria, cursos, tesis dirigidas, entre otros.
En este libro se denota que la categoría de género se relaciona con nosotros y nosotras, en todos y cada uno de los momentos de nuestras vidas y los espacios en los que nos desarrollamos, estemos o no de acuerdo en el o los múltiples papeles que podamos tener —como niñ@s, espos@s, padres o madres, trabajador@s, indígenas, heterosexuales, homosexuales o cualquiera otra vivencia sexual personal, etcétera—; el tamiz del género es la fuente de nuestras alegrías, placeres y aspiraciones, pero también de nuestros temores, miedos, frustraciones, limitaciones, y como Diana Lan y Susana Veleda lo refieren, es indisoluble de la raza, clase social y sexualidad, en cuya combinación se generan grupos más o menos privilegiados.
Mientras se lee este libro surge la pregunta, ¿podemos modificar los papeles que se nos han asignado culturalmente dentro de los preceptos de género, cuando por ellos somos afectados o afectamos a los demás? Esta discusión es parte relevante de esta obra, en que las diferentes autoras se preguntan: ¿qué es el género y cómo opera en nosotros en lo individual y en lo social?, y muy particularmente, ¿qué relación guarda esto con el espacio geográfico? De acuerdo con María Verónica Ibarra e Irma Escamilla, los estudios de género han emanado del feminismo y esta es la corriente del pensamiento que más ha reflexionado al respecto; por su parte, las diferentes autoras califican al feminismo como un movimiento político, social y cultural, en donde las geografías feministas han tenido un papel importante.
El no aceptar preceptos de orden natural o religioso para establecer diferencias insuperables en roles de género inequitativos es una plataforma del feminismo en su búsqueda de justicia. Al respecto, con sus particularidades para cada país o región, la gran mayoría de las autoras de este libro señalan un proceso evolutivo de las geografías feministas que han sido impactadas de manera relevante por las geografías feministas, del género y las sexualidades anglosajonas, de las que enseguida se rescatan algunos aspectos, porque han sido probablemente las que más impacto han tenido a nivel global y, sin duda, en México. Además, muchas autoras de los otros capítulos del libro refieren directa o indirectamente los procesos ocurridos en el ámbito espacial de habla inglesa.
Hasta los años ochenta del siglo pasado, la discusión central en las geografías feministas estuvo en cuestionar el establecimiento de espacios predestinados para hombres y mujeres; en ese sentido, el espacio productivo, económico, de la ciencia, del pensamiento geográfico, más bien había sido desarrollado por hombres, en función de estructuras institucionales difíciles de romper; muchas explicaciones se centraron en el papel que el capitalismo jugó a este respecto, de modo que el marxismo tuvo un peso importante en la búsqueda de la emancipación de las mujeres. La permanencia del marxismo ha sido diferencial en las distintas regiones del mundo, dependiendo de las condiciones más o menos arraigadas de los desequilibrios sociales y de género.
El proyecto feminista anglosajón sufrió una desestabilización hacia los años noventa, pues se evidenció que había estado centrado en los problemas sociales, culturales y espaciales de las mujeres blancas, de clases medias y universitarias, con lo cual se habían dejado de lado en la discusión de las geografías feministas a las mujeres negras, latinas, musulmanas, de clases bajas, etcétera. Sin embargo, según Nelson, este aparente tropiezo permitió reconfigurar las geografías feministas, con el “cuestionamiento de la hegemonía de la blanquitud y el colonialismo reproducido adentro y más allá de la disciplina”, reflexión que sobre todo se basó en perspectivas post-estructuralistas inspiradas en Michael Foucault, Jacques Derrida y, posteriormente, Judith Butler, que permitieron observar a la construcción de género en medio de relaciones de poder, donde interactúan también las categorías raza, clase social, sexualidad, y en donde el cuerpo también es un espacio en disputa.
En lo que va de este tercer milenio, Nelson rescata tres temas de discusión en torno al feminismo y la geografía. En cuanto a la escala, lo local es percibido como lo pasivo-femenino y lo global como lo activo-masculino, de modo que el reto estará en aproximar ambos contextos, por ejemplo, en los análisis de la migración: será interesante ver cómo se consumen nuevas culturas y cómo estas se reproducen socialmente a través de los flujos globales. Habla también de la responsabilidad ética en diferentes ámbitos del género, por ejemplo, cómo las relaciones de poder establecidas entre seres humanos, en términos del género, son transferidas a nuestra relación con el medio ambiente —que incluye el resto de seres vivos—. Finalmente, cómo el feminismo ha visualizado a los sistemas de información geográfica como una fuente de la reproducción del poder patriarcal y, sin embargo, algunas geógrafas señalan que los Sistemas de Información Geográfica en sí mismos no son el problema, sino su uso.
Por último, es interesante observar cómo las diferentes autoras de este libro, en especial la argentina, brasileña y mexicanas, propugnan no sólo por incorporar teorías ajenas, sino también por generar las propias, pero de alguna manera también señalan limitaciones en el desarrollo de la geografía feminista en estos países. Por lo pronto, es muy notoria la robustez de las geografías feministas en el denominado Norte global, muy especialmente en el ámbito anglosajón, pero el trabajo realizado por María Verónica Ibarra e Irma Escamilla contribuye a reducir estas diferencias, al dar a conocer las realidades de las geografías del género y feministas en otras partes del mundo, sin las cuales, no habría suficientes elementos para un desarrollo mayor en el Sur global.