Esta obra de R. Brenner enriquece nuestro conocimiento sobre el período 1945-2005 y se unirá como obra de referencia a otras destacadas como las de H. van der Wee (1986),N. Crafts y G. Toniolo (1996) y S. A. Marglin y Juliet B. Schor (1990), por citar solo algunos ejemplos. Su edición original en inglés se publicó en 2006, aunque el grueso de la misma había sido escrito en 1998, en el marco de la crisis financiera de Asia oriental y el boom de la nueva economía; se dividía en 4 partes distribuidas en 14 capítulos. La presente edición en castellano actualiza algunos datos hasta 2005 e incorpora 2 trabajos escritos en 2003 y 2009, cuando estallaron, primero la burbuja de la nueva economía (epílogo) y después la crisis de las subprime (prólogo a la edición española). La obra se completa con prefacio, una introducción y 2 apéndices.
Brenner distingue 3 etapas en la evolución de las economías capitalistas: 1) 1945-1965: de gran prosperidad, 2) 1965-1973: de transición entre la expansión y el largo declive y 3) desde 1973: largo declive. La obra se centra fundamentalmente en las economías americana, japonesa y alemana, para las que estudia el comportamiento de la inversión, costes salariales, productividad, stock de capital, tipos de cambio, políticas públicas sobre la demanda interna y de fomento del ahorro, así como la política monetaria. Analiza también, aunque con menos profusión, el comportamiento y evolución de los nuevos países industrializados de Asia y el gigante Chino.
Su hipótesis es que la economía mundial tiene una crisis de rentabilidad a largo plazo, que se inició hacia 1965 y, a pesar de los auges de corto plazo, se prolonga hasta la actualidad. Es consecuencia de la presión descendente de los precios debido a la sobrecapacidad y sobreproducción de mercancías a nivel mundial. La causa de esta sobrecapacidad está en la intensificación de la competencia internacional que experimentaron las empresas americanas, vinculada a la sucesiva incorporación a la producción manufacturera de nuevos productores (Alemania y Japón en los 50 y 60, Asia oriental en los 80 y 90, China a partir de 1992) que aprovecharon las ventajas de su incorporación tardía, mejorando la productividad y reduciendo los costes.
El exceso de capacidad industrial mundial no originó una purga a gran escala de medios de producción de alto coste y bajo beneficio, a pesar de la insuficiencia de la demanda agregada ligada a la reducción de costes salariales y empleo, y del comportamiento de las autoridades económicas, que para evitar la crisis y apoyar la demanda recurrieron al endeudamiento público y privado. Las empresas más antiguas no desviaron sus inversiones hacia otras líneas de producción a causa de la gran acumulación de activos intangibles (redes de proveedores, conocimientos del mercado, conocimiento de técnicas productivas), continuaron produciendo y bajaron los precios hasta cubrir el circulante, abandonando la innovación y la inversión en renovación tecnológica. En definitiva, aumentaron la producción y redujeron los beneficios. Brenner exime al aumento de los salarios como causa de esa caída de la rentabilidad. Las empresas alemanas y japonesas, en lugar de realizar estrategias de complementariedad y planificación, compitieron con las americanas.
El autor realiza un análisis sistemático de la evolución de las economías capitalistas avanzadas, centrando su explicación en la trayectoria de la rentabilidad de las empresas. La tasa de beneficios es la que determina la producción, productividad, salarios y por tanto la demanda agregada. Según Brenner, la expansión económica del período se produjo bajo la forma de un desarrollo desigual, esto es, por la interacción entre economías capitalistas de desarrollo temprano (Estados Unidos) que dominan sus mercados y obstaculizan durante un tiempo la entrada de nuevos productores, y las economías capitalistas de desarrollo tardío (Alemania, Japón, y en los años 80 algunos países de Asia oriental), que gracias a la intervención sistemática del Estado y a formas de capitalismo muy organizado aprovechan sus ventajas del desarrollo tardío explotando regiones nuevas menos desarrolladas, combinando tecnología cada vez más avanzada con mano de obra barata y orientando la producción a la exportación. Los países tardíos terminan por competir con los tempranos en sus mercados, y se genera un exceso de capacidad crónico en la industria internacional y una presión sobre los precios que afecta a la rentabilidad.
En la primera parte (capítulos 1 y 2) Brenner expone las líneas básicas de su argumentación: la caída de la tasa de beneficio es la causa del declive de la tasa de aumento de la inversión y, por tanto, del menor crecimiento de la productividad y del aumento del desempleo. Critica las teorías de la economía de oferta, que explican el declive por la presión de la fuerza de trabajo (relación salarios y productividad) sobre los beneficios. Explica la trayectoria de las economías capitalistas analizando varios índices macroeconómicos (producción, inversión, productividad, tasa de beneficios y salarios reales, etc.). Muestra que la competitividad entre los productores mundiales no generó coordinación ni planificación en la producción capitalista y produjo una disminución de la rentabilidad global por sobrecapacidad, al no provocar la salida de empresas industriales menos eficientes.
La segunda parte (capítulos 3 al 7) está destinada a lo que Brenner denomina la larga expansión: 1950-65. Describe la trayectoria general del período, analiza la evolución de las economías de Estados Unidos, Alemania y Japón, mostrando las bases de sus crecimientos y sus diferentes coyunturas, y sintetiza las consecuencias del período.
La tercera parte (capítulos 8 y 9) cubre la transición entre la expansión y el declive: (1965-1973). En el capítulo 8 aborda el «deslizamiento» de la economía americana hacia la crisis y los avances en el fin de la etapa de expansión japonesa y alemana. Mientras en Estados Unidos cae la rentabilidad de la empresa industrial, se producen enfrentamientos entre empresas y trabajadores, sus empresas invierten en el exterior buscando reducir costes y mejorar la competitividad, en Japón se produce el despegue. En el capítulo 9 explica la difusión de la crisis americana al resto de las economías. En conjunto, concluye, había un exceso de capacidad y la demanda era insuficiente para que las empresas con mayores costes pudiesen mantener sus tasas de beneficios.
La cuarta parte (capítulos 10 al 12) trata el «largo declive 1973-1990». Parte de presentar una explicación del porqué de 2 décadas de crisis, para a continuación aplicarla a las economías norteamericana, alemana y japonesa. Diferencia 2 fases: entre 1973-79/1982 y 1980-1996. Señala que, entre 1973 y 1979/1982, el endeudamiento de las empresas y las políticas keynesianas de subvención de la demanda no resolvieron el problema de sobrecapacidad, solo evitaron la salida de las empresas menos eficientes. Y, entre 1980/82 y 1996, con el giro monetarista en Estados Unidos aumentó la productividad, bajaron los salarios y se desplazaron capitales hacia el sector financiero y de servicios, con ello mejoró la competitividad americana, pero aumentaron los tipos de interés a escala mundial. El monetarismo en Estados Unidos logró la desaparición de las empresas menos eficientes, pero contrajo la demanda agregada y el crédito. En cambio, en Japón la política monetaria se dirigió al fomento de la demanda interna para compensar la reducción de la externa; esto alimentó la burbuja en el mercado de valores y en el inmobiliario. En Alemania, en los 80 se impulsó la racionalización y reestructuración de la producción y se apostó por la austeridad presupuestaria y la restricción monetaria, con el fin de recuperar las exportaciones; pero, para ello hubo que contener los costes y contraer la demanda interna. Como resultado, desde 1985, mientras la rentabilidad de las empresas industriales se reducía, la inversión alemana se desplazaba a sectores no industriales o al exterior.
En la parte quinta (capítulos 13 y 14) Brenner se pregunta si la recuperación norteamericana de la década de 1990 supondría el fin del declive y el comienzo de una nueva etapa de prosperidad. Observa que el ascenso norteamericano de los años 90 fue menos dinámico que el de los años 70 y 80, y estuvo basado en la caída de los salarios y el aumento de las exportaciones ligado a la devaluación del dólar. Las economías japonesa y alemana experimentan una evolución inversa. A pesar de la reducción de impuestos, de la desregulación financiera, de la mayor flexibilidad del mercado laboral, de la reducción de gastos sociales y salariales, y de unas finanzas sanas, la economía mundial no recuperó el dinamismo de la época dorada. Desde su visión, para poder entrar en un nuevo ciclo de expansión era necesario solucionar el problema de la superproducción, eliminando las empresas ineficientes y aumentando los salarios para impulsar la demanda internacional. Pero, en lugar de eso, lo que caracterizó al crecimiento de la década de 1990 en Estados Unidos fue el bajo nivel de desempleo pero con fuerte presión a la baja de los salarios.
Por ello, en consonancia con lo anterior, en el epílogo –escrito en 2003 y titulado ¿intensificación de la turbulencia?– afirma que a pesar del ciclo de crecimiento de los 90, no era posible que esta fase se convirtiese en una larga expansión y que más bien la economía estaba amenazada por un nuevo declive. Explica el auge de la economía mundial a partir de la segunda mitad de los noventa, lo que califica como keynesianismo bursátil, el boom de la nueva economía, la salida de la crisis asiática y la recesión de 2000-2001, con el estallido de la burbuja tecnológica, que afectó sobre todo al sector industrial.
El análisis de los años más recientes es presentado por el autor en el prólogo escrito para la edición española, que titula «Los orígenes de la crisis actual. Lo que es bueno para Goldman Sachs es bueno para Estados Unidos». Aquí realiza un exhaustivo estudio del comportamiento de la inversión financiera y los diversos productos que alimentaron el boom de la construcción, de los mercados financieros, y el endeudamiento. En este nuevo ciclo los aumentos de la rentabilidad de las empresas no financieras no alcanzaron los niveles de etapas anteriores. La respuesta empresarial para contrarrestar el exceso de oferta generado por el ciclo inversor ligado a la «nueva economía» fue reducir costes mediante despidos, aumento de la explotación del trabajo y contención salarial, destinando sus beneficios a la compra de activos financieros y a remunerar a sus accionistas. No se impulsó la economía real con inversión y empleo, con lo que se limitó el crecimiento de la demanda agregada. Además, la industria americana se vio perjudicada por un dólar alto, debido a la elevada demanda de activos en dólares por parte de los asiáticos, de los productores de petróleo y de los especuladores. Brenner insiste en el exceso de capacidad global del sistema económico mundial y en la necesidad de corregirlo.
Indicaré, finalmente, que estamos ante una obra de sumo interés, no solo para investigadoras/es del período y temática directamente implicados sino también para la docencia de Historia Económica. Varios aspectos refuerzan su utilidad desde una perspectiva docente: los cuadros, gráficos y fuentes utilizados; el hecho de que los distintos capítulos puedan leerse de modo independiente sin que ello genere dificultad de comprensión –lo que, por otra parte, lo hace algo reiterativo, pues desarrolla toda la argumentación en cada una de las fases– y, por último, se trata de un trabajo que ha sido ampliamente debatido –véanse, por ejemplo, Arrighi (2003), Aglietta (2008), Crafts (2008), Yamamura (2008)– lo que permite abordar el análisis desde distintas perspectivas.