«Historia económica general de México» (HEGM de ahora en adelante) es una obra magna. No solo por sus dimensiones, pese a que estas son poco usuales. Lo es, principalmente, porque constituye una bienvenida «presentación en sociedad» de los logros de la historiografía económica mexicana reciente en un año cargado de conmemoraciones históricas para México (1810, Insurgencia; 1910, Revolución). Este libro ha sido editado por la profesora Sandra Kuntz, de El Colegio de México. En su labor ha contado con la colaboración de un consejo asesor formado por los profesores Hausberger, Marichal y Cárdenas, que han coordinado, respectivamente, las partes dedicadas a los períodos 1519-1760, 1760-1856 y 1929-2009. La propia profesora Kuntz coordinó la parte correspondiente al período 1856-1929. La obra trata la historia económica de México desde el inicio de la época virreinal hasta nuestros días. Esta voluntad de abarcar un lapso temporal tan dilatado –¡medio milenio!– constituye uno de los aciertos. Patrocinado por la Secretaría (Ministerio, para los lectores españoles) de Economía y El Colegio de México, el libro incluye los trabajos de 28 autores, en su gran mayoría mexicanos. Es difícil comentar adecuadamente una obra de esta magnitud en el limitado espacio disponible para la reseña, así que me dedicaré casi en exclusiva a presentar su contenido y dejaré para el final una breve observación personal. Conscientemente, tampoco me extenderé en elogios, por merecidos que sean.
La Introducción de la obra a cargo de la profesora Kuntz es algo más que una mera exposición de sus grandes rasgos. Incluye un ensayo de interpretación, más bien breve, pero con ambición intelectual y capacidad para representar a la historiografía económica mexicana contemporánea.
La primera parte de la HEGM consta de 4 capítulos. El primero, a cargo de Hausberger, se titula «La economía novohispana, 1519-1760» y ofrece una visión panorámica del conjunto del período. Más específicos son los 3 capítulos que siguen a este. El segundo es «La sociedad indígena en la época colonial» y tiene por autor a Felipe Castro, quien concluye que los aborígenes participaron activamente en los mercados de bienes y de trabajo y contribuyeron con ello a la «integridad y la supervivencia varias veces centenaria de la sociedad indígena colonial» (p. 108). El tercer capítulo, «La plata y la conformación de la economía novohispana», por Brígida von Mentz, se ocupa del sector estratégico de la economía novohispana, aunque no el mayor en términos de producción o empleo, que fue siempre el agrario, ya comercial, ya de subsistencia. Cierra esta parte «Las ciudades novohispanas y su función económica», de Manuel Niño. Se trata de un esclarecedor repaso a diversos aspectos de la rica vida urbana de una sociedad en la que la ciudad desempeñó un papel protagonista como mecanismo articulador del espacio económico y del –modesto, pero no nulo– crecimiento «smithiano».
La segunda parte del libro la inicia Carlos Marichal con «La economía de la época borbónica al México independiente, 1760-1850», que ofrece una visión de conjunto de las vicisitudes de un período fundamental de la historia mexicana: el conflictivo tránsito del orden virreinal al de la república independiente. Le sigue «La edad de plata: mercados, minería y agricultura en el período colonial tardío», en la que Antonio Ibarra pasa revista a las conexiones entre producción de plata y el resto de sectores de la economía novohispana a fines del período virreinal. Luis Jáuregui se ocupa, en «La economía de la guerra de Independencia y la fiscalidad de las primeras décadas del México independiente», de los principales problemas a los que se enfrentó la nueva entidad política mexicana durante su andadura inicial. Esta parte concluye con «El desempeño de la economía mexicana, 1810-1860: de la Colonia al Estado-nación», de Ernest Sánchez Santiró. Este capítulo ofrece una revisión de la idea convencional de crisis económica profunda y duradera que se asocia habitualmente a la primera mitad del siglo xix mexicano.
La tercera parte de la obra arranca con «De las reformas liberales a la Gran Depresión, 1856-1929», a cargo de Kuntz. Este capítulo sintetiza el período histórico en el que México pasa de una economía del Antiguo Régimen a otra de tipo moderno; una transición en la que destacados acontecimientos políticos (Reforma, Porfiriato y Revolución) dejaron su impronta. Viene a continuación «La economía pública del liberalismo. Orígenes y consolidación de la hacienda y del crédito público, 1857-1911», de Marcello Carmagnani. Paolo Riguzzi examina, en «México y la economía internacional, 1860-1930», los cambiantes mecanismos de inserción de México en el mercado mundial durante las oleadas globalizadora, primero, y desglobalizadora, más tarde. Stephen Haber es el autor de «Mercado interno, industrialización y banca, 1890-1929». Le sigue «Una visión del campo. Tierra, propiedad y tendencias de la producción, 1850-1930», en la que Daniela Marino y María Cecilia Zuleta muestran las peculiaridades mexicanas en la –limitada y espacialmente heterogénea– modernización del sector agrario. Concluye esta parte con el capítulo «La Revolución mexicana: su dimensión económica, 1900-1930», de Alan Knight. En él se señalan algunas de las causas y consecuencias económicas de la Revolución.
La cuarta parte de la obra es la más extensa. Llevar el repaso histórico de la economía mexicana hasta nuestros días me parece una excelente idea, de la que los economistas podrán obtener beneficios. Comienza con un trabajo de su coordinador, Enrique Cárdenas, titulado «La economía en el dilatado siglo xx, 1929-2009». En él, se muestra un panorama del comportamiento económico de México a lo largo de 3 fases sucesivas: industrialización por sustitución de importaciones desde la temprana salida de la crisis de los treinta hasta comienzos de los ochenta; la nueva crisis posterior y el breve período transitorio (1982-1987): reformas estructurales e integración en la economía mundial, con un crecimiento que ha defraudado algunas expectativas (1988-2009). El trabajo de Graciela Márquez, «Evolución y estructura del PIB, 1921-2010», presenta una nueva serie del PIB mexicano, dividiendo el largo período estudiado en función del propio comportamiento de la serie histórica y no en función de otros criterios (por ejemplo, el político) más habituales hasta ahora. Particularmente acertada me parece la comparación del caso mexicano con los de EE. UU., España, Corea del Sur y otros países iberoamericanos (Argentina, Brasil y Chile). La utilización de herramientas econométricas dota de rigor a sus conclusiones. Fausto Hernández estudia los gastos e ingresos del Estado mexicano en «Las finanzas públicas del México postrevolucionario». Las redes empresariales (grupos de negocios «postrevolucionarios» y «globalizados») y su influencia se estudian por Gonzalo Castañeda en «Evolución de los grupos de negocios durante el período 1940-2008». A Gustavo del Ángel le corresponde la autoría de «La paradoja del desarrollo financiero». El título responde a una contradicción aparente: la conformación de una banca «sofisticada» y «eficiente» en algunos períodos del siglo xx no ha impedido un limitado acceso de la población a los servicios financieros. En «Energía, infraestructura y crecimiento, 1930-2008», Guillermo Guajardo, Fernando Salas y Daniel Velázquez revisan un conjunto de actividades importantes –en especial alguna de ellas, como el petróleo– en la economía mexicana del siglo xx y en las que el Estado ha tenido un papel protagonista. Con un título muy expresivo del contenido, «Del proteccionismo a la liberalización incompleta: industria y mercados», J. Ernesto López y Jaime Zabludovsky dan cuenta de algunos de los más decisivos cambios, y de sus limitaciones, experimentados por la economía mexicana desde 1930. Antonio Yúnez, en «Las transformaciones del campo y el papel de las políticas públicas: 1929-2008», se ocupa preferentemente de la evolución del producto y del comercio exterior agropecuarios y de las modificaciones en los derechos de propiedad de la tierra. Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros hacen un exhaustivo examen del sector exterior desde 1929 en «La dimensión internacional de la economía mexicana».
A diferencia de otros muchos volúmenes colectivos, este cuenta con un capítulo de conclusiones generales a cargo de la editora, que el lector agradece. Un glosario de términos técnicos históricos y económicos facilita la lectura al público menos especializado.
Es raro encontrar un libro que no tenga limitaciones para el lector especialmente interesado en él. Así, es a los libros con altura de miras –este es de esos, sin duda– a los que solemos pedirles más. Ya he señalado que de este se obtienen grandes dosis de información y reflexión. Puestos a pedir más, me hubiera gustado encontrar en la HEGM 3 cosas interrelacionadas: algo más de renovación metodológica y conceptual; la presencia de algunos autores mexicanos de prestigio internacional; un mayor esfuerzo comparativo. Ninguna de las 3 habría ido en perjuicio de la obra.
No me cabe sino recomendar la lectura de este ambicioso trabajo y felicitar a la editora, a los coordinadores de cada una de sus partes y a los autores de los capítulos.