Antonio-Miguel Bernal nos advierte ya desde el prólogo que nos hallamos ante un auténtico libro de historia económica sobre el mercado taurino. Un libro que se sitúa al otro lado de la literatura tauromáquica tejida de fábulas y leyendas, amparada por la «dictadura de los taurófilos de tendido y de barrera». Un libro que se inserta dentro de la normalización de la historia (económica, social o cultural) que tiene al fenómeno de los toros como un objeto más de la investigación académica. Y, finalmente, un libro que presenta, como prueba de su voluntad científica, unas fuentes inéditas, originales y abundantes (los libros de contabilidad de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y unos 700 contratos relativos a la fiesta de toros del Archivo de Protocolos de la misma ciudad), y una metodología impecable y adecuada a la temática que se aborda con absoluta solvencia y autoridad.
No podía ser menos, dados los antecedentes de Antonio Luis López Martínez, hasta hace poco y durante muchos años profesor de la Universidad de Sevilla y autor de otro libro de referencia sobre el tema (López Martínez, 2002), amén de un reciente artículo de obligada lectura (Las dimensiones del mundo taurino en España y las bases de su financiación, 1900-2011), publicado en la Revista de Estudios Taurinos (López Martínez, 2014).
El extenso estudio se ocupa de los aspectos económicos del espectáculo taurino desde el momento en que se conforma como tal a fines del siglo xviii y hasta principios del xx, es decir durante más de una centuria, y tomando como base el gran mercado taurino sevillano, mucho más que un observatorio local, ya que la ciudad hispalense se constituye en centro de unas redes que se despliegan a lo largo de toda España, e incluso extiende sus tentáculos a las contrataciones para Portugal y para América.
Como actividad de lucro que es, el mundo de los toros articula unos mecanismos y promueve a unos agentes para garantizar su existencia y su rentabilidad, cuestiones que son las que se tratan en las distintas partes en que se divide la obra. La primera se dedica a la empresa taurina, con sus protagonistas: el empresario taurino propiamente dicho (que puede ser propietario o no de la plaza de toros), el apoderado (que actúa de mediador entre el anterior y los toreros) y el representante del primero en las distintas plazas de toros. El negocio abarca múltiples facetas: el arriendo del coso, la compra de los toros y de los caballos, el transporte de las reses (primero a través de la Cañada Real, y después utilizando el ferrocarril y, finalmente, la carretera), la contratación de las cuadrillas (con el consiguiente pago de los emolumentos de los lidiadores) y la provisión de los servicios secundarios (el riego de la plaza, el suministro de banderillas y garrochas, la retirada de los toros y los caballos muertos).
La segunda parte se ocupa de los que aparecen a los ojos del público como los grandes protagonistas de la fiesta y que lo son realmente: los toreros. Sin embargo, la historia económica de los toros ha de considerarlos como unos profesionales que perciben unos honorarios y que se jerarquizan paulatinamente, asumiendo el matador la dirección de las cuadrillas frente a los picadores, los banderilleros y demás subalternos. En el terreno social la exposición no se olvida de las conquistas del colectivo: la favorable evolución de sus ingresos, el progresivo reconocimiento de su profesión, la negociación de la duración de las temporadas (con sus largos desplazamientos), las cláusulas de garantía en caso de suspensión del festejo o en caso de accidente del lidiador, frente a la insistencia del empresario en la comparecencia del diestro.
La tercera parte nos pone ante los ojos un escenario distinto, el de los ganaderos, quizás el más desconocido, a causa de una literatura mistificadora, de una literatura épica que ha exaltado el carácter meramente vocacional de la cría de ganado bravo sin contar con los factores materiales, al estilo de aquella historiografía que hablaba de los monasterios exclusivamente como lugares de espiritualidad, y no también como unidades de producción. Aquí, amparado en sus trabajos anteriores, el autor ilustra el largo proceso de constitución de las ganaderías especializadas en los toros bravos, que comienzan vendiendo ocasionalmente las reses de lidia como un producto marginal de sus explotaciones agrarias, para cobrar entidad propia al ritmo del auge de las corridas y del aumento del precio de los toros, hasta llegar a las ganaderías actuales a partir de la aparición de las llamadas «castas fundacionales» (conde de Vistahermosa, familia Cabrera/Núñez de Prado, familia Vázquez) y de la subdivisión posterior de las grandes explotaciones. Aquí se abre un capítulo de gran interés dedicado al estudio de algunos de los ganaderos más relevantes, sobre todo en lo que atañe a sus diversos orígenes, a la formación de sus patrimonios, a su participación en las desamortizaciones del siglo xix (de las que fueron frecuentes beneficiarios), a su conversión definitiva en criadores exclusivos de reses bravas.
En la cuarta y última parte, el autor se ocupa de la conexión entre la expansión económica y las dimensiones del mercado taurino, entre el desarrollo del negocio de los toros y la prosperidad agrícola, ganadera y minera del siglo xix, que aporta un público cada vez más numeroso a las corridas. Una sección aparte merece la cuestión de la proliferación de las plazas de toros (hasta llegar a las 267 de 1930) como indicador seguro de dicho crecimiento. Y una última sección se ocupa de Sevilla, como principal mercado (que apenas sí admite la comparación con Madrid o con Cádiz y su bahía) gracias a la aparición de un considerable grupo de toreros, a un hinterland agropecuario dotado de gran vitalidad, a la ventaja de poseer un coso veterano y a la existencia de una permanente población subalterna girando en torno al mundillo de los toros.
Si el texto aborda con fundamento toda esta serie de cuestiones escasamente conocidas (y menos cuantificadas y rigurosamente documentadas), el extenso apéndice documental es de una extremada riqueza: registro de la documentación notarial concerniente a los toros (contratos con lidiadores, contratos de compra, venta y arrendamiento de fincas rústicas por parte de ganaderos de reses bravas, inventarios de bienes de estos últimos), más las cuentas de las fiestas de toros de la Real Maestranza de Sevilla (1730-1834) y algunos jugosos carteles taurinos correspondientes a los años 1829 y 1834. En suma, un bien nutrido arsenal de información para sustentar ulteriores investigaciones.
El libro se prestigia también por sus magníficos índices: onomástico (con separación por categorías profesionales), toponímico y de cuadros, gráficos y figuras. Porque, para decirlo todo, la cuidadísima edición brilla también por la belleza de su tipografía, de sus ilustraciones y de su portada (sobre un hermoso cuadro costumbrista de Andrés Cortés de 1852), como una demostración de que la estética no está reñida con la rigurosa precisión de un libro que explora audazmente un terreno emborronado por la mitología y que da un espaldarazo definitivo a un autor, Antonio Luis López Martínez, que se ha convertido en el máximo especialista de la historia económica del mundo de los toros en España.