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Vol. 2014. Núm. 58.
Páginas 310-316 (enero 2014)
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Margarita Aurora Vargas Canales4
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El investigador cubano Emilio Jorge Rodríguez ofrece a sus lectores, una vez más, su prosa clara, colmada de experiencias y sapiencias para construir un libro ameno, con un estilo fluido no por ello menos riguroso y analítico al que puso por nombre: El Caribe literario. Trazados de convivencia.

Se trata de un texto ágil ya que no tiene la clásica división por capítulos o apartados sino que se divide en dos partes, a las que simplemente llama “Trazados” y “Fragmentos”, respectivamente, y en efecto son justamente eso. De la misma forma que un pintor crearía un cuadro, el autor va llenando cada espacio de la pintura con pinceladas, algunas veces con colores muy vivos y brillantes, otras con una gama de azules y verdes hasta llegar a los grises, blancos y negros. Otras simplemente va delineando los contornos.

El comienzo es semejante a un cuadro abstracto de un artista puertorriqueño, Julio Rosado del valle,1 los trazos son seguros con una perfección casi geométrica, donde predominan los rojos y los amarillos. Así es “Trazados”. La primera línea prefigura el itinerario de una axiología literaria caribeña, encuentra su línea de fuga en la tensión entre la tradición escrita, impuesta en el Caribe por los europeos conquistadores y posteriormente plantadores y dueños de esclavos, y las culturas orales y, algunas veces, ágrafas, de los pueblos sometidos: indios, africanos, chinos, blancos esclavizados y pobres, sirio-levantinos y los mestizajes étnicos correspondientes.

El trazo se detiene en un espacio donde abunda el color amarillo: la axiología de una estética afroamericana. La luz parece iluminar todo el cuadro, África está presente en toda América, con un número mayor de descendientes en aquellos lugares que recibieron mayor número de esclavizados: Brasil y las islas del Caribe. El autor-pintor no cesa de pintar tonalidades claras cuando afirma que la riqueza de esas culturas orales está predominantemente, en las culturas llamadas de la resistencia, aunque aclara que el término no le satisface del todo.

Los amarillos se tornan anaranjados, se vuelven rojos intensos. El Caribe insular y continental está presente en la obra de Emilio Jorge Rodríguez, que no se limita precisamente a las expresiones literarias para ejemplificar la tensión señalada, sino que explora también las diferentes formas de religiosidad en esta región: vudú, culto a Shangó, santería, rastafarianismo, palo monte, etc., así como las formas orales de la narración: cuentos, leyendas, mitos, proverbios y refranes, entre otros, desde Cuba hasta Surinam.

La intensidad de los rojos y anaranjados se difumina suavemente hasta alcanzar una tonalidad neutra, un beige claro, cuando el autor afirma enfático que debemos aprender a mirar con otros ojos las culturas escritas del Caribe, no como la expresión de una cultura letrada sino, tal vez, como una forma, un tanto forzada, para expresar la riqueza y enormes posibilidades de la oralidad, en un tránsito no exento de pérdidas.

La neutralidad del beige es breve, los rojos tornasolados vuelven a llenar el cuadro. Emilio Jorge Rodríguez se enfrenta a autores ya clásicos como el alemán Jahn Janheinz y la irlandesa Ruth Finnegan, para señalar que finalmente cayeron en la trampa de pretender analizar las literaturas caribeñas con un canon letrado, atravesado por la forma escrita, aunque reconocen la tensión existente, no pueden ir más allá de analizar, finalmente formas escritas de esa literatura pretendidamente de cuño oral.

Los trazados declinan en suaves líneas de contornos precisos, los azules con tonos violáceos describen suavemente a Panamá y el Caribe insular en relación con la migración jamaiquina, barbadense y trinitaria y con la historia. El recorrido, aunque breve en extensión, no lo es en términos históricos ya que rescata desde un entremés anónimo del siglo xvii hasta la poesía y cuento de los escritores de origen jamaiquino, nacidos ya en Panamá, durante el siglo xx: Gerardo Maloney, Melvin Brown, Carlos Guillermo Wilson, cuyo seudónimo es Negro Cubena, Luis Carlos Phillips, Winston Churchill James y Eric Walrond, entre otros.

En el centro del cuadro Vejigantes, que por cierto es el nombre de las máscaras de carnaval en Puerto Rico, hay un círculo en medio, la circunferencia contiene rojo, negro y blanco, así llegamos a la visión pan-caribeña del espacio cultural de un intelectual jamaiquino: Walter Adolphe Roberts (1886-1962). La narración es rica en información tanto histórica como literaria, el círculo irradia colores y matices, Roberts vivió en Kingston y en Nueva York, en ambos lugares fundó periódicos, revistas, colaboró como editorialista, como traductor y director. De esta forma, el lector descubre los nexos de Roberts con el movimiento de Harlem Renaissance y la época del jazz en la década de 1920, además de valorar la obra de este visionario caribeño quien, entre otras cosas, fue fundador del Institute of Jamaica.

El círculo de Vejigantes anuncia los triángulos invertidos que predominarán en el cuadro, así Roberts en la pluma de Emilio Jorge Rodríguez, adelanta la creación de revistas en el Caribe anglófono en la década de 1960. El autor se refiere también a la importancia y a cierta opacidad y crítica de las transmisiones radiales, concretamente del programa Caribbean Voices de la bbc de Londres, por eso la alusión en el título a las “ondas de éter”. Las publicaciones analizadas son: The Beacon, que inició su aparición en la década de 1920, en Trinidad y Tobago y tuvo por fundadores a escritores, que posteriormente serían las grandes figuras literarias de sus países: C.R.L. James (1901-1989), por ejemplo. Me llama positivamente la atención que el autor compara la actitud de los jóvenes escritores de The Beacon, con la de los escritores franco-caribeños que publicaron en Légitime Défense (1932).

La barbadense Bim y la guyanesa Kyk Over Al, fundadas, la primera por Frank Collymore en 1947 y la segunda por Arthur J. Seymour en 1945, completarán el panorama con una alusión al ciberespacio. La profusión de figuras geométricas en Vejigantes descansa en una media luna de tonos neutros hasta alcanzar un café oscuro. Esa media luna representaría el final de “Trazados”, que concluye con el análisis de la obra poética de un escritor de la isla de San Martín: Lasana M. Sekou, quien presenta una visión más contemporánea del Caribe en este poema llamado “Tomando forma”, de acuerdo con Emilio Jorge Rodríguez: “Es el poema en que la supuesta indolencia o la pretendida asimilación de los jóvenes negros al sistema resulta solamente una argucia en la preparación para la lucha”.

Cuídense de nuestro disfraz

De generación perdida

Vestidos con las ropas

De juventud de nuestros padres

Modas de naftalina

Como conservando acciones pasadas

Nosotros la generación

En uniforme de faena

De la pasada guerra

Cuídense de nuestro disfraz

Huérfanos pretenciosos

Que demandan amor

Detrás de sonrisas de George Washington

Nosotros la generación

Que esconde las nalgas en jeans de diseño exclusivo

Y aplasta su forma africana

En baratas imitaciones europeas

Nosotros la generación

A la que el enemigo considera “atrapada al fin

Gracias mi Dios todo blanco

Los he atrapado al fin”.2

La mirada de Emilio Jorge Rodríguez, a lo largo de todo el texto, es regional, no cesa de establecer comparaciones, de buscar referencias tanto en relación con autores del Caribe de colonización holandesa, como de islas divididas entre los franceses y los holandeses como San Martín o Saint Martin o St. Maarten, como del Caribe colombiano, dominicano, cubano, puertorriqueño. Aunque el eje central del libro, como ya lo habrá descubierto el lector, es el Caribe anglófono.

“Fragmentos”, la sección más corta que cierra el texto se parecería más a una conocida pintura Tercer Mundo, 1966, del reconocido pintor cubano Wifredo Lamm. Los contrastes entre los blancos, beiges, negros y cafés resaltan las figuras alargadas y puntiagudas que se despliegan por todo el cuadro. Así Emilio Jorge Rodríguez define con fragmentos de escritura las grandes figuras literarias del Caribe contemporáneo, comienza por el escritor barbadense George Lamming, hace una alusión realmente apropiada, titula: “George Lamming en su retorno al Caribe natal”, la sombra de Aimé Césaire con su inolvidable: “Cuaderno de un retorno al país natal”, evoca esa mirada atenta y sensible, como los pies de las figuras de Lamm.

En Tercer Mundo también hay una figura central más pequeña y alargada que las demás, que parece prolongarse sin contornos definidos, así evanescente es la poesía de la dominicana Sherezada Vicioso o Chiqui Vicioso, que el autor nos presenta con el análisis que hace del poemario Eva/Sión/Es, publicado en 2007. El autor señala sobre la poesía de Chiqui Vicioso:

Pero, luego hacia el final del poema [“Un extraño ulular traía el viento” (1985)] al arribar en su retorno biográfico enriquecido por las circunstancias vitales e históricas a un espacio compacto —ese espacio colmado de las numerosas vivencias y personas que constituyen, indiscriminadamente, los hacedores humildes de la patria, aquel “país en el mundo” ya evocado previamente por el maestro Pedro Mir—, sin dudas atávicas exclamaba:

Se volvió la isla una pelota

En manos de una gran ronda de maestras

Carpinteros, campesinos, mueleros, poetas,

Médicos, choferes, vendedores, maniceros

Ciegos, cojos, mudos, reinas de belleza

Policías, obreros, prostitutas

Una pelota en manos de una ronda de escolares

¡Esto somos! ¡Esto es! Una rueda

Aplastando —sin violencia— el ¿esto es?3

Como un cuerpo con alas, en tono neutro beige, Emilio Jorge Rodríguez recurre, esta vez al ensayo de una amiga y colega suya, Margarita Mateo, para significar la figura del escritor guyanés Wilson Harris. Concluye esos fragmentos con un relato, donde incluye algunas anécdotas personales, a propósito de las fiestas culturales que organiza Cuba para discutir, repensar y por qué no imaginar ese Caribe de los festivales de Santiago.

Me agradó enormemente encontrar una lectura amena, que abarca temáticas variadas desde una perspectiva regional, con un trabajo riguroso de investigación y análisis, en el que hubiera sido también interesante presentar a alguno de los muchos poetas y poetisas jóvenes franco-caribeños para llenar, aún más, de colorido esos trazados de convivencia caribeña y extra-caribeña.

Investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la unam.

Me refiero concretamente al cuadro titulado Vejigantes, de 1955.

Tomado de Lasana Sekou, Images in the Yard, Nueva York, Philipsburg, St. Maarten, House of Nehesi, 1983, publicado en castellano en Corazón de Pelícano/Pelican Heart, selección, introducción y notas de Emilio Jorge Rodríguez, trad. de María Teresa Ortega, Nueva York, Philipsburg, St. Maarten, House of Nehesi, 2010, publicada en español con el título Musa desnuda, La Habana, Arte y Literatura, 2011.

Poema “Un extraño ulular traía el viento”, p. 177.

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