Cada quien es insustituible, irremplazable: una flor o tú, dulce maestra. El renacer de la primavera mueve la gasa que encubre tu mirar de diosa.
Y cuando llega la primavera estallan las flores, sonrisas de la naturaleza, el amarillo ocre verdea, el sol calienta sin abrasar, los pájaros cantan llamando a su pareja, los nidos enlodan las paredes encaladas. Nacen polluelos. La alegría se vuelve un aria y, a ratos, esconde la tristeza de este México que se deshace en mercancía pública para extranjeros. Escucha el ruido místico y profundo con que acompaña el alma Primavera esta labor enorme que opera en mi seno fructífero y profundo (Othón, “La sementera”, 39-40)
Este ropaje elegante, arrobador, de primavera, fue Carmen Millán. Primavera de ayer, mujer de pequeña estatura y de carácter alegre y fuerte. Aterrorizaba a pusilánimes y masoquistas Evas, su palabra directa, en boca de hembra, en aquel entonces cuando las mujeres acostumbraban a convertirse en eco de lo que dijera el macho Adam, el polvoso marido. Ella parecía Lilith, la primera hembra que se acostumbró a dominar la tierra y los mares hasta que fue enviada a un misterioso espacio cavernado entre Cielo y Tierra. No era una libélula, como se esperaba. No lo duden, la primera mujer en ocupar un asiento en la Academia Mexicana de la Lengua (1975) fue la Dra. Millán.
Gracias a su guía aprendí que un profesor no debe soportar las impertinencias de los que interrumpen la clase para su hipotético lucimiento. Pacientemente les seguía la corriente a sus supuestos argumentos, tras de lo cual, razón tras razón, les decía, sin decirlo, que “al buen callar le llaman Sancho”… Cuanto menos soportó los aires de suficiencia que arrastraban por las aulas un nutrido grupo de esnobs que se ubicaban a los pies de Apolo en el Monte Parnaso. Contestaba sin subir el tono de voz pero con humor, privilegio de los inteligentes según Freud, verdades que enmudecían a los sabelotodo que se pensaban elegidos habitantes de la República de las Letras. Nunca faltó la gala para los alumnos trabajadores que se sabían falibles y no lo ocultaban.
Alguna de las agredidas, sin reconocer la tontería con que había ensuciado la lección, me susurró al oído: nació en Teziutlán, y ya sabes que “perro, perico y poblano no lo toques con la mano, tócalo con un palito porque es un animal maldito”. Como si estuviera fuera de mis cabales, le dije: Teziutlán es bello y los palitos de queso son muy sabrosos. Me echó una mirada compasiva, de seguro por su mente pasó que yo era tonta de capirote. Me agobia el llanto porque […] Y de los matorrales que estremecen Los vientos, de las flores, de los nidos, de todo lo que tiembla o lo que canta, una voz poderosa se levanta de arpegios y sollozos y gemidos (Othón, “Himno de los bosques”, 243-249)
¿Por qué admiré a aquella mujercita con los bríos primaverales equivalentes a una cohorte romana? Primero, por aquel feminismo que labró sin que estuviera al día ni siquiera la palabra, porque asomó en la escena en los setenta. La Dra. Millán (Maestra en Lengua y Literatura Española en 1954 y Doctora en 1962, fecha en que a partir de entonces aguantó a una chamaca de 16 años que cumplió 17, siendo su alumna precisamente en 1962, o sea, yo). No, nunca se quedó en su casa aguantando y ejerciendo la opresión familiar. Fue soltera y amante de pretendientes, porque nunca le faltaron cortejantes liberados o en busca de una aventura más. Y por qué no, tuvo su departamento de soltera en Miguel Ángel de Quevedo.
En la Facultad muchas asistían a un desfile de modas que terminaba en la cafetería (el cabaret, decía el Dr. Amancio Bolaño), no como ahora que hasta las profesoras llevamos pantalones para acercarnos a las compañeras estudiantes, y esto significa que antaño Letras y otras carreras eran sede del mmc, mientras me caso con alguno de los solteros en busca de aventuras que llegaban al cabaret, digo, a la cafetería. Hubo uno que me preguntó qué estudiaba, le respondí literatura. Me dijo carrera muy adecuada para las señoritas. Yo le espeté: ¡imbécil! Cuando estudié Filosofía aprendí la profunda misoginia que priva: en los bailes, si contestaba con la realidad, me mandaban ipso facto a sentarme. Lo siento, caballeros de ayer, mi ideología corre por los vecindarios de una justicia de género lo más igualitaria posible.
María del Carmen Millán fue profesora por esencia y potencia: se entrenó impartiendo español y literatura en la secundaria y preparatoria (qué orgullo era antaño ser bachiller. Díganlo si no, José Rojas Garcidueñas, que eligió como seudónimo el de “El Bachiller”).
A María del Carmen Millán la nombraron profesora de tiempo completo en Filosofía y Letras desde 1954. Cuando trabajamos bajo su dirección en la Planta Alta de la Biblioteca Central, unos al lado, casi encima, de los otros, anduvo invitada en las universidades de los Estados y de Estados Unidos de Norteamérica. No en vano fue directora de la Escuela de Verano y Cursos Temporales (1966-1970) y del Centro Universitario de Recursos Audiovisuales (de 1979 a 1982). Qué éxitos acumularía hoy. En la Secretaría de Educación Pública ejerció como directora general de Educación Audiovisual (1970-1973) y del Proyecto de Tecnología Educativa (1970-1976).
Su cátedra apasionante se abocaba a la literatura mexicana, a la sazón el patito feo de las letras, porque de malinchismo, con perdón de Doña Marina, nos comíamos un plato diariamente. ¡Oh patria querida!…..A qué grande altura y cuánta ventura te ha puesto el Señor… ¡A ti mis cantares y voces dirijo, A ti —pues soy tu hijo— consagro mi amor (Othón, “¡La madre tierra!”, 39-40)
Su vida, dedicada básicamente al magisterio, la complementó al escribir su tesis de maestría, titulada El paisaje en la poesía mexicana (1952); siete capítulos que recorren desde Terrazas hasta Manuel José Othón, quien ilustra esta “gala de primavera”. Alfonso Reyes, Salvador Novo y Ermilo Abreu Gómez (los dos últimos antípodas) la elogiaron. Su tesis de doctorado fue la historia de la Literatura mexicana. Nos regaló antologías de poesía y la Antología de cuentos mexicanos en 3 volúmenes, editados por SepSetentas, colección que inauguró durante su gestión como encargada de la sep. Además, colaboró como ensayista en: la Rueca (también fue su fundadora), Tierra Nueva, Letras de México, Humanidades, Cuadrante, Letras Potosinas, Universidad de México, Revista Iberoamericana, Hispania y otras.
Si escribió lo que escribió es porque, entre sus jornadas de relaciones públicas, quizá de noche, investigó e investigó, motivo por el que Don Julio Jiménez Rueda le sugirió a la Primavera que fundaran el Centro de Estudios Literarios en la unam. De 1960 a 1971 fungió como su directora. En esas épocas me incorporé oficialmente (1965), siendo mi maestra secretaria de la Facultad de Filosofía y Letras. Terminé el primer año, y salvo algunas asignaturas como la suya sobre la investigación literaria, que invitaban a pensar, decidí dejar la carrera: en aquel ambiente ya solo quedaba mucha vejez bibliográfica y hasta algún caso de demencia senil.
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Pero si usted, María Rosa, tiene un excelente promedio, me replicó la Millán con las cejas fruncidas.
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Lo sé pero no me gustan las clases.
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Y qué le gusta.
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No sé.
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¿Es usted rica?
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No, más bien pobre.
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Entonces no tire a la basura lo hecho: asista a las clases de las potenciales carreras que, según sus expectativas, serán del agrado de usted.
Santo remedio. Corrí como oyente por facultades y escuelas hasta topar con Filosofía, en aquella época tan cerca físicamente y tan lejos en contenidos de las Letras.
En 1965 la Mtra. Millán me dio una plaza de investigadora y me lancé al mismo tiempo a cursar una nueva carrera, donde todos, excepto el Dr. Sánchez Vázquez, consideraban la literatura como una bella manera de perder el tiempo. En mis labores, mi maestra me dio a escoger entre Tablada y Fernández de Lizardi. Opté por el último sin saber los vericuetos temporales, de compilación, de viajes (porque los archivos mexicanos se venden), de cartas con la adorable Nettie Lee Benson, de anotaciones para entender a este periodista y autor de folletos (novelista por contingencia). Hasta hoy me identifico como una de las viudas de Lizardi sin las ligaduras castrantes de género, que conste.
María del Carmen Millán valía por sí misma. Respetaba mi ideología de color rojo, no de rábano, sino de remolacha, por dentro y por fuera.
Me molestó que no se preocupara demasiado por los derechos labores de sus investigadores, y que, obedeciendo el genio de algunos de aquellos intelectuales apiñados, corriera a uno de mis profesores, maestro de amores y latín de risa estruendosa y sabiduría galopante… Él y ella, la Millán, la afirmación y la negación en pugna me robaron el amor.
Yo sí creo que de las lunas, la de octubre es más hermosa, porque la bebé María del Carmen nació el 3 de octubre de 1914 (dicen malas lenguas que a la edad confesa es necesario agregarle tres años más). Aquí aparece la fecha cierta, según el Diccionario de escritores mexicanos, que tanto me ha servido para recordar y registrar el ir y venir de mi maestra por cargos y carguísimos en la sep y en la unam (su adorada Universidad).
Igual que un 3 de octubre sonaron las campanas en Teziutlán, lo hicieron en la ciudad de México, en tono lúgubre, el día 1, agonía que se inició en septiembre, del año 1982. En la calle de Sullivan sonaron y resonaron los llantos plañideros. El escritor puertorriqueño José Luis González, grande como una catedral, parecía un niñito aumentando las cataratas de Iguazú. Yo me escondía tras de su humanidad imponente. González llevaba la voz cantante y los demás éramos un coro triste, acongojado, dolido, como si la Primavera, es decir, Proserpina, hubiera sido raptada de nuevo por Plutón, para dejarnos en un implacable invierno polar. Las quejas, los suspiros corrían desde el Monumento a la Madre hasta Ciudad Universitaria. Ésta es la calma de los bosques: mueve blandamente la tarde silenciosa la azul y blanca y ondulante y leve gasa que encubre su mirar de diosa. (Othón, “Himno de los bosques”, 243-249)
¿Dónde quedó el impulso de vida (la Lebenswelt), qué haremos? Tu muerte fue la nuestra, tu vida la exprimiste con una sonrisa dulce. Sí, tu muerte ya no te pertenece, es nuestra. Y cuando estén en mi regazo opresos de tu vencida carne los despojos, con cuánto amor abrigaré tus huesos (Othón, “La sementera”, 279)
¿Acaso hemos sido presas del peor nahual: el drogadicto, armado con cuerno de chivo y pagado por la burguesía financiera? ¡Sús, Vaquero Marcial! De nuestra boca los conjuros oirás; aunque en la brega quedaste vencedor, siempre a ti llega de los hombres la voz que te provoca. ¡Por dondequiera el mal! Tu mano toca las campiñas también. Ya en ronda ciega el coro de las brujas se despliega de ti en redor, sobre la abrupta roca. Hijas sois de la víbora y del sapo: de vuestro hediondo saco sacad presto las efigies ridículas de trapo… ¡Oh, representación de los mortales! mostrad aquí vuestro asombrado gesto en la danza infernal de los nahuales. (Othón, “Los nahuales”, 276)
Ha pasado la arena por el reloj, aquellos sueños utópicos de la Revolución mexicana se ahogaron en el desierto ¡Ya es otra voz chillona la que canta! Es el supremo instante. Los ruidos y las quejas, los cantos y los rumores escapados del fondo de los nidos, de las fuentes, los árboles, las flores; y la balanza azul, la precursora de la noche tristísima y sombría (Othón, “Himno de los bosques”, 243-249)
El neoliberalismo en su fase más brutal o feroz, la patria, es el infierno donde Rugen la Demagogia y la Anarquía sobre tus bellos campos, enlodando tu magnífica alfombra de esmeraldas con el cieno, las lágrimas, la sangre que caen sobre tu tierra. La calumnia su corva garra afila, y en el pecho de todos los que te aman, la introduce —Inmenso ruido, férvidos clamores—, gritos horripilantes de agonía, ecos ahogados de dolor, y en medio de tanta confusión, el estruendoso retumbo asolador de la pelea (Othón,“Patria”, 130-134)
Estamos en un punto de bifurcación o crítico, donde las opciones van acercándose peligrosamente a la opción de renovarse o morir. Bien conociste, mi adorada Primavera, el “Himno de los bosques”, sobre la amapola agostada en la floresta y la campánula morada desarraigada de la roca. “Voz de arpegios y sollozos y gemidos” (Othón, “Himno de los bosques”, 224).
No, no, querida maestra, testigo de mi boda, amado ejemplo de tierra floreciente que murió antes de que saliera el alba: en la selva No deja aún de palpitar la vida; toda rítmica voz la manifiesta ……………………………….. ¿Y así vas a vivir, Oh patria?...¡Nunca! Alza tu frente coronada en las brumas que circundan al Popocatépetl y al Iztaccíhuatl. Mira hacia el porvenir…Cuando en tu suelo la santa libertad brille triunfante, entonces, sacudiendo tus cadenas, sobre la tierra te alzarás gigante (Othón, “Patria”, 130-134)
Hoy te invoco María del Carmen Millán, regresa a esta tierra con tus asesores Rojas Garcidueñas y José María González de Mendoza, ilumínanos con el sonrosado idilio de la aurora, alzaremos el vuelo siguiendo el camino que nos señalen para decir ¡Ya es otra voz inmensa la que canta! patría mía. (Othón, “Himno de los bosques”, 243-249)
Te quiere, María Rosa Palazón Mayoral.