En este ensayo abordo algunos textos (crónicas y ensayo) del escritor modernista Manuel Gutiérrez Nájera (1859–1895) como un espacio discursivo altamente ideologizado en el que se articulan literatura y política. Quiero demostrar que la labor periodística de Gutiérrez Nájera está ligada aún a la función política romántica previa a la autonomización de las letras —según los postulados expuestos por Julio Ramos—, en la que el escritor pone su pluma al servicio de la formación de ciudadanos. En su caso, estos textos (cuya función y forma genérica muchas veces está más cerca del ensayo romántico) fungen como un dispositivo disciplinario, si bien ya no legitimado en el proceso de construcción de la nación, sí autorizado por el proceso de modernización finisecular y de consolidación estatal, continuando con el propósito de formar ciudadanías acordes al proyecto modernizador en el México de la época.
In this article I analyze a number of chronicles by modernist author Manuel Gutiérrez Nájera (1859–1895) as a highly ideologized discursive space in which literature and politics are articulated. I want to prove that Gutiérrez Nájera's journalistic work is still linked to a romantic political function, prior to the autonomy of writing, in which the writer puts his pen to the service of forming citizens. In this case, the modernist chronicle (which function and form is very close to the romantic essay) serves as a disciplinary device, no longer legitimated by the process of nation construction, but authorized by the process of end-of-century modernization and the consolidation of the State, thereby continuing the effort of forming citizenships according to the modernizing project of the Mexico of that era.
Susana Rotker denomina a la crónica como el producto de la hetero-geneidad de corrientes literarias e ideológicas de la época moderna del fin de siglo XIX, “un surtido que transformó el orden del discurso literario y creó un espacio de síntesis” (53). Partiendo de esta definición, es posible integrar gran parte de la producción discursiva de Manuel Gutiérrez Nájera2 (1859–1895) en el género del ensayo.3 Entre crónicas, ensayos y artículos varios publicados en periódicos capitalinos, MGN introdujo su subjetividad ideológica en la escritura, espacio de síntesis política y estética, que le permitió una ordenación más libre y explícita de sus ideas políticas y de creación de ciudadanía durante el Porfiriato. Esta subjetividad política es la que interesa abordar en este estudio, subjetividad entendida también como el producto de una época de reajustes y reacomodos de los escritores ante el poder, en la cual es posible encontrar a MGN como un mediador entre la superestructura jurídico política y el dominio público, paralelamente a su proyecto estético del arte por el arte en la poesía y la prosa modernista.
En sus inicios, la crítica en torno a Manuel Gutiérrez Nájera se abocó a criterios formales de su obra poética y de algún puñado de cuentos. Max Henríquez Ureña, en su Breve historia del modernismo, planteó desde una perspectiva de renovación formal a MGN como ejemplo de la nueva sensibilidad poética con el poema “Para entonces” (1887), en el que ya se atenta contra las imágenes clichés del romanticismo (11), y donde el culto preciosista de la forma, el uso de símbolos elegantes, el artificio y la voluntad de estilo son aspectos que caracterizarían a MGN como un escritor modernista. Algunos estudios posteriores, sin embargo, propusieron a Gutiérrez Nájera, junto a Martí, Julián del Casal y José Asunción Silva, más bien como precursores del Modernismo.4 Fue Ivan Schulman quien reubicó a estos poetas como verdaderos fundadores del movimiento;5 lo que permitió volver a la idea de la prosa como el lugar en el que los primeros modernistas llevaron a cabo la renovación de la literatura. A partir de esta reclasificación se consideró a MGN el más afrancesado de ellos.6
Por otra parte, menciona José Luis Martínez que en el campo de la prosa periodística de MGN fue el investigador Erwin K. Mapes quien inició, entre 1936 y 1958, las investigaciones en colecciones periodísticas y revistas mexicanas para microfilmar más de 2000 títulos que han sido la guía para la publicación de la obra del escritor mexicano. Continuando la labor de Mapes, Boyd G. Carter haría trabajos complementarios importantes (Gutiérrez Nájera 2003: 101).7 A partir de esto algunos comentaristas sintieron que había que “reivindicar” al Duque Job.8 Carter, en el estudio introductorio a Escritos inéditos de sabor satírico. Plato del día (1972), da cuenta de la versatilidad de temas y tonos en la escritura periodística del escritor modernista. En los “Platos” la carga irónica y el humorismo que a veces deviene en sátira de cuestiones sociales y políticas de la ciudad de México da pie para que Boyd G. Carter afirme el compromiso social del escritor. Así que en contra de lo afrancesado y escapista de las cuestiones nacionales, la investigación sacó a luz a un agudo crítico social, gracias también a la labor de los investigadores que desde 1959 han recopilado y editado las Obras.
En las lecturas contextualizadas por el entorno político el lado “afrancesado” de MGN es justificado. Para Carlos Monsiváis no solamente era el autor sino la ciudad que exaltaba su posibilidad de llegar a parecerse a París (2006: 39).9 Se presenta un cosmopolitismo y afrance-samiento que halaga al público consumidor de crónicas. Pero también el propio MGN trabajó para crearse una personalidad pública en la sociedad que así se lo exigía. Francia tenía que ser un modelo cultural probable que ayudara a resistir los embates de la influencia y amenaza imperialista norteamericana. Así diría MGN en un texto titulado “¡Francia!” (1880): “Todos los hombres de progreso, todos los hombres de la libertad, son ciudadanos de esa patria que se llama Francia” (2000: 48–49). Libertad, progreso y civilización, serían formas verbales de las consignas políticas de la época; y el espíritu francés, no solamente de molde literario, formó parte de los deseos de brillo de una burguesía que quería dejar de ser provinciana, que quería entrar, como la Nación (porque ellos eran la Nación), al concierto del mundo civilizado. Que algunos críticos lo despojaran de alguna ideología política, probablemente fue debido a que mucha de su producción periodística remite a crónicas sobre sucesos de la semana (estrenos teatrales, fiestas, farándula, entretenimientos populares) que aún algunos siguen considerando menores.
No obstante, la variedad de la obra de MGN abarcó a un público mucho más amplio. Por la gama temática de su producción periodística se puede decir que el poeta básicamente escribió de todo, en distintos tonos y géneros, así como para un público diversificado; desde piezas que aparecieron como crónicas pero actualmente han sido abordadas como ensayos, hasta estampas, reflexiones o ficciones, con una amalgama de temas morales, sociales, políticos, literarios y de entretenimiento. Miles de páginas dan cuenta de su labor periodística y literaria. Es, como Carlos Monsiváis lo define, “el cronista por excelencia de la sociedad porfiriana en su etapa de ascenso” (1987: 760).
La relación de MGN con el porfiriato, a raíz precisamente de querer ver en el autor un interés por lo social y una crítica de la modernidad, por mucho tiempo quiso ser atenuada o ignorada.10 Sin embargo su ideología política ya estaba prefigurada en las crónicas de Plato del día, específicamente en el texto “Los diplomátics no aplauden”, en el que MGN critica al periódico de oposición El Monitor Republicano por no favorecer un discurso del presidente Díaz; así dice el cronista: “Y cuando el General Díaz expresa, como él sabe hacerlo, ideas patrióticas y levantadas; cuando habla con la elocuencia sana, vigorosa y sin afeites que tiene él, aplaudimos aunque se enoje y se enfurruñe nuestro tío el regañón, el viejo soldado que padece de gota, El Monitor” (1972: 221). El abierto apoyo a Porfirio Díaz que se desprende de la crónica citada, o en otra llamada “Por un olvido”, que aparece en la misma recopilación de Boyd. G. Carter, y en la que MGN justifica la reelección presidencial ya eran explícitas muestras de la militancia política del poeta. No fue sino hasta 1995, dice José María Martínez, después del Congreso Internacional celebrado en torno a MGN, que esta lectura política contextualizada de su obra ha ido ganando terreno, donde surgieron inter-pretaciones que lo vinculaban al espíritu del régimen, y que hicieron de Gutiérrez Nájera un ingrediente tan emblemático casi como el ferrocarril (2007: 208). Belem Clark de Lara menciona la actitud porfirista del escritor en su estudio Tradición y modernidad en Manuel Gutiérrez Nájera (1998); a ella también se le debe, en coedición con Yolanda Bache Cortés, el tomo de Obras XIII. Meditaciones políticas (1877–1894) (2000), a partir del cual resultan evidentes las inclinaciones políticas del escritor, pues la mayoría de estos textos corresponden a un apoyo y una apología del gobierno y la política positivista por parte de MGN.11 Fue a raíz, precisamente, de la publicación de las Meditaciones políticas que la lectura política de las crónicas de MGN ha adquirido mayor peso. Así como la de Clark de Lara, una opinión más renovada es la interpretación de José María Martínez, quien ha estudiado a Nájera como porfirista acérrimo.12
Hay pues, en la crítica de las últimas décadas, una tendencia de izquierda que quiere leer en la producción periodística y literaria de MGN una postura más “humanista” y comprometida con las distintas clases sociales del México del fin de siglo XIX, la cual echa abajo el cliché torremarfilista del escritor modernista; pero por otro lado está esa otra lectura que estudia a MGN en su relación con las ideas políticas del momento, y que en su extremo rebate y pone en duda las interpretaciones anteriores que ven en su producción un deseo de completa justicia social. Ambas apuestas parecen ser dos soluciones distintas para un mismo problema, el de dónde situar a MGN política e ideológicamente; y ambas, paradójicamente, pueden ser discutibles, sobre todo por la luz que ofrece la recopilación y edición que se ha hecho de su obra en los últimos años.
Desde sus inicios, MGN fue un escritor polémico, criticado tanto por sus ideas políticas como por su apariencia estilizada y por su escritura que en ese momento rompía los cánones establecidos. Fue incluso polémico consigo mismo, así quizá se justificó al preguntarse retóricamente el 12 de noviembre de 1891: “¿Quién de nosotros no ha publicado artículos de los que después ha maldecido, porque la pasión se los dictó o porque fueron producto del apremio con que pide el cajista original? ¿Y podríamos permitir que esos engendros del mal humor, de la necesidad o de la cólera, quedaran en un libro significando nuestra personalidad moral?” (2002: 361). Porque no se sabe realmente de cuáles artículos se hubo retractado, y por la impronta del trabajo periodístico, así como por la versatilidad de sus temas y tonos, es posible ver posiciones críticas contradictorias de sus comentaristas que intentan definir o sesgar las interpretaciones de una personalidad proteica y caleidoscópica, literaria, pública, social, íntima y política. Es sin duda esta personalidad política y contradictoria la que construye en la escritura de la crónica y ensayos breves un sujeto inestable, una subjetividad compleja producto de la posición social del escritor, quien tiene que negociar su lugar en la cultura, entre las fuerzas del Estado y las del libre mercado a través de un periodismo incipiente.
Graciela Montaldo parte de esta coyuntura, como otros, para definir el contexto cultural del Modernismo como un conglomerado de varias prácticas y discursos heterogéneos que conviven en las sociedades latinoamericanas del fin de siglo XIX, al que se le agrega la apertura a influencias extranjeras de tono novedoso y vida cosmopolita. Es un tiempo en el que confluyen gran cantidad de formas estéticas y culturales y de varios modelos de letrados (23–24). Por ello, no resulta extraño que el contenido político de la escritura de MGN se haya convertido en una forma de propaganda ideológica del positivismo mexicano y de los máximos emblemas políticos del Porfiriato.
La labor escrituraria del cronista poeta se da en el cruce de dos épocas y varias sensibilidades, entre Romanticismo y Modernismo, dentro de un contexto ideológico que en el México de fin del siglo XIX resulta muy complejo.13 Es posible percibir el deseo de emprender la separación del antiguo proyecto nacional con el de los nuevos horizontes formales y estéticos; así dice en “Literatura propia y Literatura nacional”, publicada en 1885 en el periódico El Partido Liberal: “Hoy no puede pedirse al literato que solo describa los lugares de su patria y solo cante las hazañas de sus héroes nacionales […] Las literaturas de los pueblos primitivos no eran así, porque el poeta solo podía cantar los espectáculos que la naturaleza de su tierra le ofrecía y los grandes hechos de sus mayores o coetáneos” (1959: 86).
Y efectivamente las circunstancias eran diversas, pues las naciones ya estaban formadas, por eso rompió su relación con el antiguo proyecto nacional literario. Y desde el lugar diferenciado de la prensa, se propuso emprender otro nuevo proyecto político, el del orden y el progreso. El escritor describe, no los lugares de su patria, sino los lugares urbanos, los espacios donde toma lugar el viaje del literato y el del ciudadano. MGN no cantaba las hazañas de los héroes nacionales, sino que los veía críticamente y a partir del nuevo proyecto de modernización. Escribió también crónicas en las cuales el tono apologético a figuras específicamente políticas, como Porfirio Díaz y Manuel González, resulta insoslayable.
Para Julio Ramos, en Desencuentros de la modernidad en América Latina, es a partir de 1820 que el rol del escritor correspondía a la necesidad de superar la catástrofe y el vacío del discurso generado por la anulación de estructuras que las guerras de independencia habían causado. Después de las guerras de emancipación viene entonces un periodo de anarquía, por lo que la igualdad, como garantía individual y programa político, se deja de lado. La bullente burguesía criolla (con sus políticas racistas, sus utopías liberales y sus intestinas luchas facciosas) intentó delimitar una realidad social acorde a sus proyectos nacionales, excluyendo o incluyendo a distintos sectores sociales según sus intereses. De tal manera, en el proyecto político porfirista finisecular, MGN continúa con ciertas funciones similares al letrado romántico anterior, e intenta delimitar escriturariamente una realidad social acorde a los intereses de la clase política.
A lo largo de Desencuentros de la modernidad… Julio Ramos explica que escribir era dar forma al sueño modernizador, era civilizar; mediar incluso entre la civilización y la barbarie. En el caso de Sarmiento, ejemplo paradigmátic por excelencia, para ordenar la vida pública había que erradicar la barbarie. La escritura, para los románticos, se vuelve un instrumento fundamental del proyecto racionalizador, para someter al bárbaro a la ley del orden del capital y del trabajo. Por esto —prosigue Ramos—, en ese periodo anterior a la consolidación de los Estados nacionales, las letras eran la política, proveían del “código” que permitía distinguir la “civilización” de la “barbarie”, la “modernidad” de la “tradición”; y la literatura constituía un dispositivo disciplinario, requerido para la constitución de los sujetos ante la ley. De este modo también los escritores eran políticos, y no periodistas como sucedería aproximadamente alrededor de 1880. La importancia del surgimiento del intelectual en América Latina, del profesional de la literatura hacia 1880, continúa Ramos, consistió en que su origen partía de un campo discursivo diferenciado de las funciones políticas anteriores. El escritor romántico politizado fue destituido por la división disciplinaria positivista que puso sus expectativas en la conformación de un discurso pedagógico autónomo de las letras y de su imperativo retórico.
Al separarse la escritura de la política se produjo lo que Ramos llama la autonomización de la literatura, y como consecuencia su profesionalización, producto de la especialización disciplinaria requerida para suplir las necesidades de los espacios urbanos insertos en el proceso de modernización. Tal autonomización puede generalizarse, dice Ramos, en la fórmula modernista del “arte por el arte”, en tanto discurso paradójicamente moderno, generado por la racionalización de los saberes, aunque autorizado como crítica de la misma. Hay por tanto una fragilidad de las bases institucionales del campo literario finisecular; fragilidad que obliga a la literatura a depender de instituciones externas para consolidar y legitimar un espacio en la sociedad.
En México, sin embargo, la situación dictatorial que dominó al país pudo tener repercusiones en el ámbito de las instituciones periodísticas ligadas al poder, que no coinciden exactamente con lo expuesto por Julio Ramos. El periodismo en México, cita Clark de Lara, obtuvo subvenciones dadas por el Estado para contrarrestar a la prensa opositora; Díaz, en un intento por frenar a la prensa de oposición, aumentó las subvenciones dadas por el Estado a los periódicos y favoreció, a lo largo de sus años en el poder, los empleos y favores a los escritores adictos (1998: 55).14 Es por esto que la dependencia del escritor modernista latinoamericano de la que habla Ramos a las instituciones externas al Estado, como lo fue el periodismo, es problemática en el caso de MGN puesto que ese nuevo lugar de enunciación sí estaba legitimado por el Estado. En este corte que marca Ramos entre literatura y política que se da hacia el fin del siglo, MGN sigue pensando la literatura y el periodismo como dispositivos disciplinarios y de creación de ciudadanía.
De la conformación del espacio nacional en el Romanticismo, se transitó a la configuración del espacio de la ciudad en el Modernismo;15 y es en la crónica y el ensayo donde el escritor pretendió regular y delimitar un campo de identidades. Gutiérrez Nájera se erige como un mediador entre la clase política gobernante y las clases burguesas y alfabetizadas con acceso a la prensa. Si en el romanticismo los intelectuales de mediados del siglo XIX se consideraban como los mediadores entre Europa y América, con MGN el intelectual escritor fue un mediador entre su sociedad y el gobierno. Si el ensayo romántico fungía como un dispositivo pedagógico para la formación de la ciudadanía, o como dispositivo de combate entre las facciones que luchaban por el poder, el periodismo finisecular de MGN continúa este acercamiento a la vida pública, poniendo así su pluma al servicio de la élite gobernante.
Resulta revelador entonces que quien echó mano de aproximadamente cuarenta seudónimos se despojara de ellos al firmar una gran mayoría de crónicas y ensayos con contenido claramente político. El seudónimo —recurso del que se valieron los escritores modernistas latinoamericanos— puede ser definido como una de esas máscaras que Ángel Rama llama de la modernidad. Máscaras en las que se devenía persona o personaje, imágenes ficticias que se representaban como papeles en la pasarela ecléctica de la sociedad (1985: 88–89). Ni qué decir de la apariencia exquisita que MGN adoptó no solo en su aspecto físico sino en algunos de sus seudónimos. Tal tendencia simuladora encuentra también una explicación en el afán de novedad que caracterizó a la naciente sociedad consumista de lecturas, como el mismo MGN lo dijo en la crónica “Omega P. P. C.” de 1884: “Y es el caso que escribir sin seudónimo es como salir a la calle sin camisa. Para que las ideas de un escritor sean estimadas es preciso que nadie le conozca” (2002: 220); agregando más adelante que “[y]o busco, pues, una careta que me libre de los rabiosos piquetes de los moscos literarios. Al periodismo se entra como a las casas de juego: con la capa hasta las cejas”.
Por una parte se puede ver la necesidad del escritor periodista por recurrir a seudónimos para resguardar una imagen pública con la cual mantenía en privado la identidad personal. De ese modo, el escritor podía ser versátil en los tonos y temas de sus crónicas, y vender así su escritura a distintos tipos de lectores; ya que si aquellos esperaban novedad o entretenimiento, un seudónimo que se adaptara al tema y tono de la crónica sería mejor visto y mejor aceptado. Así el escritor fue ideando y creando a un lector consumidor de periódicos. Por otra parte, como menciona Aníbal González, la seudonimia en el periodismo funcionó en principio como recurso para proteger al periodista contra las acusaciones del libelo, las cuales, todavía a finales del siglo XIX se dirimían frecuentemente mediante duelos a espada o pistola (1997: 76).
Así pues, tales “piquetes de los moscos literarios”, que MGN quería evitar, podían bien ser producto de la cualidad polémica del autor, pero al mismo tiempo esto muestra algo más profundo: la subprofesionalización en la que se encontraba el periodismo en esa época. No se trata, posiblemente, de que el autor modernista abandonara voluntariamente la pretensión romántica de imprimir su personalidad a lo que escribía, sino a que se encontraba en una compleja situación en la que, para proteger su identidad y prestigio literarios, tuvo que recurrir en parte a la seudonimia, al desempeñar labores periodísticas como una forma de garantizarse lectores. Ya fuera para adoptar una postura moralista, religiosa, sociológica, jocosa, satírica, para hablar de la vida social, pública, artística o política de la ciudad de México o de la nación, MGN recurría a los seudónimos cuando se encontraba más cerca del mercado periodístico. Era, y él lo sabía, de “los escritores leídos y pagados” (2002: 74), y por lo tanto tenía que cuidar las apetencias de sus públicos; precisamente de ahí el lugar inestable del escritor. Ya fuera que se posicionara como el disciplinario político, como poeta artepurista o como comentador de la vida social, también las intenciones de su escritura iban a ser mudables. Por eso, el lenguaje preciosista como estandarte artístico del poeta no siempre predominó en sus escritos.
La Ruptura Generacional o la Cancelacion Del Pasado: Hacia Una Nueva ModernidadManuel Gutiérrez Nájera reconocería la labor de los constituyentes de la nación, quienes derrotaron una invasión extranjera y construyeron un Estado, pero que no lograron la unificación, no controlaron al caudillismo ni al clero político, ni crearon las condiciones de seguridad para el desenvolvimiento de la industria, por lo que continuar con el jacobinismo era peligroso.
Agradecería la labor de los constituyentes, pero adscrito al menos ideológicamente a la segunda generación positivista,16 y partidario también de una idea de evolución política y social, compartió al respecto un odio al “jacobino de hoy”.17 MGN vio en el liberalismo político de los jacobinos un peligro para el orden deseado, que constituía una amenaza anárquica por los ideales de libertad absoluta y garantías individuales que los reformadores juaristas habían propugnado. Así, MGN diría a propósito de ellos en 1881, en “La guerra santa”, texto publicado en El Nacional: Son los carlistas de la democracia: conchas fósiles incrustadas en la roca social, desde el Diluvio o la Reforma. Su credo sigue siendo el de aquellos días calamitosos de feroz jacobinismo: todavía quieren ahorcar con la tripa del último fraile al último rico […] La juventud moderna, aún la más descreída, mira asombrada a esos héroes de club y pregunta quiénes son, como si se encontraran ante las momias de Santo Domingo. Un enorme paliacate de cuadros cubre su cabeza, figurando un gorro frigio. Hoy usamos sombrero de copa y fieltros negros (2000: 112).
No deja de ser evidente el rechazo a todo lo que tuviera que ver con la generación anterior de liberales y el desdén ante lo que significaba ser anacrónico. El ansia moderna de novedad y desarrollo, y el de la necesidad de cambio en todos los ámbitos de la vida, del hombre nuevo, del político nuevo, del nuevo escritor, se fueron perfilando para la obtención de un mismo propósito, el del progreso, aunque por diferentes caminos o medios, sin importar llegar a ello por encima de la libertad y la igualdad. Hubo desde la perspectiva de MGN una crítica a la descentralización del poder anterior a él que no logró consolidarse, sino solo de forma dictatorial hasta Porfirio Díaz. Porque si durante el Romanticismo los proyectos nacionales se apoyaban en la cancelación del pasado colonial, en el periodo de Díaz, MGN participaría en otro proyecto similar que intentaba cancelar el pasado inmediato, al considerar a Juárez como un personaje útil a su tiempo, pero no al actual. La premisa máxima constituía en imponer el orden político y social sobre las libertades instauradas en la Constitución de 1857. Como menciona Clark de Lara, el autor comenzó por ofrecer su perfil ideológico, declarándose moderno al expresar su rompimiento político con la generación que lo precedió; y solo a los seis meses de que Díaz había iniciado su gobierno, el autor se mostró como un convencido del programa de paz, orden y progreso que caracterizó al Porfiriato (Gutiérrez Nájera 2000: li). La Reforma, entonces, constituía un anacronismo, y sus leyes, así como quienes aún las defendían, representaban un obstáculo para la paz y la modernización.
De hecho, como apunta Charles A. Hale en La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX (1989), la política cientínca o positivista proponía que había que formular la política de una manera científica. Eran entonces cuestiones básicas el ataque al liberalismo doctrinario o política metafísica, la defensa de un gobierno fuerte que controlara la anarquía, y el deseo de reformar la constitución (53). Un capítulo del estudio de Hale se centra en la importancia del periódico La Libertad fundado por Justo Sierra en 1876 y, eventualmente subvencionado por Porfirio Díaz. Justo Sierra y los colaboradores, incluido al joven Manuel Gutiérrez Nájera, se dedicaron a defender los postulados positivistas, herencia ideológica de la nueva generación de liberales conservadores a la que se adscribió el poeta.
MGN no estuvo directamente inscrito al equipo de “científicos” el cual Díaz comenzaría a integrar, según Luis González, a partir de 1888, y que por lo demás fue un equipo de licenciados, tribunos, maestros, periodistas y poetas; no obstante ellos, como los intelectuales de las dos generaciones previas, propendieron al saber enciclopédico, y también, igual que a sus precursores les interesaba la política, así que no esperaron la segunda llamada para hacerse burócratas (Cosío Villegas: 957–958).18 Desde el 16 de septiembre de 1886, MGN formó parte del Poder Legislativo como diputado suplente, y en 1888 fue nombrado diputado propietario por Texcoco, cargo menor y sin influencia política, pero que al menos le otorgaría un ingreso económico mensual19 que lo dotaría de una situación económica más holgada. De esta forma “oficial”, quedó adscrito al Porfiriato como burócrata. Este cargo político menor, a grandes rasgos parecería “un premio” otorgado al escritor por sus servicios de promoción al régimen, aunque MGN siempre negaría que su proselitismo político fuese pagado. En un alegato político de autodefensa fechado en abril de 1885 —antes de obtener el cargo—, en El Partido Liberal, periódico subvencionado por el gobierno, MGN responde a ciertas críticas con que otro periodista lo había atacado, y dice: Si predicar el orden y el respeto a la autoridad es un delito, lo cometí, lo cometo y lo seguiré cometiendo. […] Precisamente puedo decir con orgullo que he sido y soy amigo desinteresado del general Díaz. Esto lo sabe bien el actual presidente, a quien tampoco me he acercado nunca para pedirle empleos o granjerías, pero a quien vengo defendiendo en mi pequeña esfera, desde hace más de cinco años. No aspiro a contarme entre los primeros amigos del general Díaz; no aspiro a verme entre el primer coro de los ángeles, pero sí reclamo un lugar entre los amigos pobres y humildes, pero leales y de buena voluntad (2002: 247–248).
En este fragmento, MGN rechaza la actitud servil ante el Estado, refuta también algún indicio de favores materiales que pudiera haber solicitado o recibido de la élite gobernante, sin embargo acepta públicamente sus convicciones desinteresadas y su fe política. Fe hacia un proyecto político y nacional, de progreso y de paz, representado por un hombre al que mediante la hipérbole eleva a figura divina, centro que emana autoridad y orden, y al que su coro de ángeles lo celebran. La analogía aquí es evidente, se equipara al dictador con lo divino, y el escritor se posiciona, o reclama al menos, un espacio entre sus “ángeles” menores y humildes que le cantan.
Es precisamente en este espacio de la “pequeña esfera” desde la que escribe MGN, en el espacio público de la prensa, que se confirmaría cada vez más la profesionalización del escritor que se iría fraguando a finales del siglo XIX. MGN en la crónica anteriormente citada dice “yo vivo exclusivamente de mi pluma, y para vivir no me basta un sueldo de cien o ciento cincuenta pesos: razón por la que he escrito siempre en varias publicaciones a la vez” (246; las cursivas son del autor).
La Funcion de la Escritura de Gutierrez Najera en el Fin del Siglo XIXSi ya no se trataba de construir una nación, sí de construir, documentar y modernizar una ciudad, espacio por antonomasia del escritor modernista. Narrar era poblar una ciudad de individuos ordenados, civilizados, modernos. En 1881, en un texto titulado “La prensa”, en El Nacional, hablando sobre la verdadera función de la prensa en la sociedad y de la necesidad de capacitación profesional de los periodistas, diría al respecto: La verdad es que carecemos de periodistas ministeriales, de escritores serenos, propios para estudiar las graves cuestiones administrativas, y esto depende, en nuestro juicio, de que el triste período de nuestras rebeliones intestinas ha franqueado el estudio de la prensa a hombres apasionados y violentos, cuya sola fuerza estriba en la virulencia del ataque y en la acritud insana del criterio (2002: 47).
MGN deseaba una prensa que apelara a la división de los saberes, a la especialización científica para mejorar la calidad crítica y cultural de los periódicos, de periodistas profesionales y especializados. Este orden positivista de la especialización científica lo compara con la administración política, que como esta última, debía “moralizarse” (47). Moralizarse, dice MGN, era rodearse de un séquito de científicos que instruyeran las decisiones del gobierno “con sus consejos sanos y prudentes” (48). El autor recurre al símil de la modernidad como una máquina en la que deben de participar las distintas ramas del conocimiento para echar a andar el engranaje de una ciudad: derecho, ingeniería, medicina, artes que en lugar de la discordia colaboren con un criterio fundado en el saber. No obstante, su crítica va más allá de una cuestión de profesionalización, pues está dirigida contra el periodismo de oposición. El autor creía imprescindible una educación sólida para poder deliberar sobre cualquier cuestión política o administrativa. Y si ataca a los periodistas opositores al gobierno también lo hace contra la prensa “banal” que no atiende los asuntos realmente importantes para el país. Para el autor, el periodista tenía que conocer por fuerza, aunque solo fuera superficialmente, toda la escala de los conocimientos humanos: “Solo él tiene que ser músico y poeta, arquitecto y arqueólogo, pintor y médico” (169). Su deseo era que la valorización de la prensa se reflejara en una mayor trascendencia y prestigio políticos, sociales y artísticos, lo cual le otorgaría más tiempo y espacio para sus inclinaciones literarias. Pero sobretodo, MGN intentaba devolverle al periodismo el aura de la literatura. La crítica a la falta de un periodismo especializado fue en MGN una lucha de jerarquías profesionales, de ahí también su crítica al sensacionalismo del naciente reporter, de la noticia de a centavo, como el autor la llamaría.
Su compromiso con los ideales del progreso y la modernidad lo llevaría a dar cuenta de la necesidad de la división de los saberes entre la política y la literatura. En 1881 aboga por la autonomización de las ciencias, pero resulta paradójico desde la perspectiva en que lo hace en la crónica “El club de los inútiles”: La política es una ciencia esencialmente positiva que no debe pagarse de promesas y palabras. […] ha de sujetarse al círculo de las cosas practicables y hacederas, so pena de sufrir muy serios descalabros y de colgarse al pecho el sambenito del ridículo. […] El progreso no camina brincando y saltando como los saltimbanquis. Es una gran locomotora, encarrilada de antemano, y que marcha segura por la vía. Quien la intenta atajar, cae aplastado… (2000: 107–108).
Su perspectiva, en este texto, es a partir de la visión política positivista de la autonomización de los saberes; es desde la defensa de la racionalización de la política que MGN plantea una división de funciones entre política y literatura. Sabe que la labor poética implica la construcción con el lenguaje de ilusiones y utopías, agradece que los políticos, afortunadamente “no se deja[n] seducir por el canto armonioso de los poetas” (109) y define entonces las labores del político como una ciencia práctica, que conlleva exclusivamente a la acción. El “canto armonioso de los poetas”, que pertenece al orden de las utopías, no debe avenirse con la práctica política, a riesgo de menoscabar las funciones de esta. No obstante, MGN, también poeta, echa a andar una de sus tantas paradojas de fin de siglo: define y delimita las necesidades y funciones del hombre político, desde su pluma de cronista y literato, para marcar la separación entre política y literatura, pero no a favor de la profesionalización de la escritura ni de la posición esteticista, sino de parte de la imprescindible profesionalización del hombre de Estado. Un progreso que encuentra su metonimia en la locomotora, como símbolo moderno de evolución en trayecto, y de movimiento.
Asimismo, para MGN es importante el poder de las ideas, pues a través de ellas es como se provoca el aceleramiento del progreso y del orden. Para él, como lo plantea en “La cuestión política”, publicado en La voz de España en 1879, una serie larguísima de ideas deviene en un gran hecho histórico. Esta visión evolucionista de la historia es la que lo posiciona, desde el momento en que trabaja con ideas y las escribe, como fracción integrante del proyecto de modernidad finisecular, como intelectual comprometido en lo personal con el sistema. Agrega: “Las plumas preceden siempre a las espadas. De manera que solo las revoluciones que se apoyan en las ideas, y solo las ideas que nacen de las necesidades, crecen y se desarrollan y coadyuvan a los fines prácticos del progreso” (2000: 20). Escribir para él constituía contribuir a la consecución del progreso como un fin práctico. Desde su medio accesible que era la prensa, MGN propugnaba la unión de ideas y facciones políticas. El escritor, de este modo, se incluye con optimismo en el mismo proyecto modernizador y civilizatorio. En “Fides spes”, crónica publicada en El Nacional en 1880 (21 de oct.), el autor, en forma de arenga pública, exhorta al lector a través de un nosotros inclusivo que dice: …he aquí por qué seguros de que solo en la unión consiste nuestra fuerza, queremos infundir […] esa fe que tenemos en lo porvenir, que es para nosotros la paz en la República y el crédito en el extranjero, el comercio aboliendo la miseria y el sufragio aboliendo las revoluciones. Y todo esto hemos de conseguirlo sin estruendo, lejos del estrépito ronco de los campos de batalla y de las grandes turbulencias de un motín; tranquilos, sosegados, por medio de la prensa, de la tribuna, de la cátedra, que son la triple forma que reviste en los pueblos democráticos la queja de los mártires que sufren y la voz del apóstol que predica (2000: 31).
Predicar la paz era una de las consignas que el escritor se adjudica y al mismo tiempo deja traslucir convicciones profundas, profesiones de fe disfrazadas de arenga política y función ideologizante. Para MGN la prensa, así como la tribuna política y la educación constituían uno de los tres pilares para luchar por el progreso. Esta importancia que MGN le da la prensa, posicionándola a la misma altura de la labor política y la educación, contradice la idea de la marginalización del escritor modernista de la que habla la crítica tradicional desde Rubén Darío hasta Julio Ramos. Si el escritor ya no estaba en el lugar institucionalizado del poder, si ya no era un hombre de Estado y por lo tanto no emitía sus discursos desde la tribuna parlamentaria, sí lo haría desde ese espacio al que el mismo autor le confiere legitimidad y autorización política y, en este caso, no estética.
La práctica de la escritura en MGN funciona como una exhortación y un apóstrofe a la juventud —que retomaría después Rodó en un impulso continental con Ariel (1900)— ya que una vez concluida la construcción del Estado, la nueva urgencia consistía en la elaboración de una cultura a través de la educación y en la aceleración del progreso material para la consolidación del Estado moderno. Es pues una exhortación que intenta provocar ánimo a la juventud, confianza y fe en la clase dirigente. Para MGN el mayor vicio de la sociedad y al cual había que combatir, fundamentalmente desde la prensa, era el escepticismo ante las empresas políticas, o dicho de otro modo, la falta de fe en el gobierno.
La pluma, para el escritor, fue una espada, un arma de lucha en tiempos de la paz deseada. Si las letras entonces ya no proveían ese código legal a finales del siglo XIX, MGN lo va a promover. A través de su escritura, MGN predicaba como un “apóstol” o un “mártir” los lineamientos que debería de seguir una nación para su prosperidad y para poder entrar en el concierto de las naciones civilizadas. En esta prédica de consenso entre partidos, de la no confrontación como un intento de abolir el caos y la anarquía, también subyace el mismo deseo de unir así las diversas profesiones, la del político, la del escritor y la del pedagogo, en un mismo fin civilizatorio. La anarquía y el caos eran precisamente lo que se debía evitar para promover la inversión extranjera, necesaria en ese momento para el desarrollo económico de la nación. Anarquía que estaba representada por el pueblo en cualquiera de las dos versiones de un discurso excluyente: si el pueblo es indolente no participa, si el pueblo participa como opositor es anarquía.
La Propuesta de Reescribir la Nación en Las Crónicas de Gutiérrez NájeraDesde 1879, MGN criticó a la escuela liberal tradicionalista por no permitir reformas a la Constitución de 1857, describiéndola como una “ley caduca y vieja sin haber vivido” (2000: 11). Hale señala que este pensamiento constituía un argumento común para los defensores de la política científica y para los apologistas del gobierno fuerte.20 Por esto, para poder entender la posición del escritor solo es posible hacerlo mediante la premisa de que su participación en el nuevo proyecto nacional de modernización tenía que clausurar el pasado inmediato. Las modificaciones a la constitución que proponía MGN estaban basadas en un intento por reafirmar y garantizar la autonomía del nuevo orden político, controlando así a la oposición. Estas reformas legislativas que él consideraba imprescindibles implicaban más bien una revisión radical y absoluta de la carta magna. Había en el pensamiento de MGN el empeño por lograr la congruencia entre el ideal y la praxis; para eso había que reducir las falsas libertades de papel; así lo señala en “La constitución de 1857” de 1879: “¿Es un ideal? Pues entonces reléguese en buena hora a la biblioteca sobradamente extensa de las utopías. Hoy el sentido práctico entra por mucho en la constitución social de las naciones. Los sueños de Rousseau se alejan fugitivos y se esconden […] no intentamos hacer un pueblo para una constitución, sino una constitución para un pueblo” (2000: 13). MGN pensaba que el pueblo mexicano no tenía el grado de civilización adecuado para poder ejercer la serie de derechos y garantías que del pacto de 57 estipulaba, por lo que la utopía democrática representaba “una madre raquítica y enferma” (15), a la que había que combatir aunque esto costara la restricción de libertades. Decía: “Nosotros no queremos una libertad ilimitada, porque nuestro pueblo no está educado para recibirla” (14). La lógica del pensamiento era que la libertad no se podía avenir con el orden, y MGN coincidía en que tales libertades no eran urgentes, y menos para un pueblo ignorante que no sabía gobernarse a sí mismo. Calificar al enemigo político de irracional y al pueblo de inepto son también estrategias del discurso hegemónico del siglo XIX.
A partir de esta posición elitista, en una crónica llamada “Política racional” de 1883, en la que mediante el recurso de simular transcribir una carta remitida por “[u]n lugareño mohíno y descontentadizo” que se encontraba de regreso del mundo de las ilusiones, el autor explicaba su propia actitud hacia la libertad política y de masas: La experiencia enseña que la misma libertad concedida a todos sin distinción de aptitudes, ha traído grandes daños. Los ineptos que forman la mayoría, el número, se han valido de ella, impidiendo que los aptos hagan uso de ella para obtener el bienestar social […] Si todas las razas no son igualmente hábiles para emplear la libertad en promover la civilización, es necesario prefijar las condiciones que, en la raza más apta, marcan su tendencia civilizadora, como requisitos que debe poseer el individuo para ejercer la libertad (2000: 43).
Este tipo de discurso más enfocado en marcar las diferencias y aptitudes raciales para la práctica de la civilización no era nada novedoso. Todo el siglo XIX en Latinoamérica fue producto de las luchas entre élites por imponer un proyecto modernizador que sometió, u omitió, a distintos sectores y etnias. Que MGN apoyara a la clase gobernante en el sentido de publicitar sus políticas elitistas y de control social significa que el autor era también un intermediario del proyecto modernizador, que trabajaría paralelamente y respaldando la política del gobierno, desde otro espacio ya diferenciado pero dependiente del Estado que era la prensa adicta. Afirmaría entonces que Díaz era necesario para poder lograr el progreso, el bienestar y “ese estado de plenitud social que se llama civilización” (42; las cursivas son del autor).
Con la escritura de la crónica, el autor se propone desenmascarar otra escritura sustentada en lo que él consideraba eran ilusiones y utopías. Enfatiza que el Romanticismo fue la época de los héroes y las revoluciones que propugnaron ideales, ya no acordes a las necesidades reales de la época positivista: Estas revoluciones prematuras han sido la constante enfermedad de México. Fue prematura la Guerra de Independencia, fue prematura la Guerra de Reforma; tuvimos libertad de cultos antes de que tales cultos existieran. […] La obra de los constituyentes fue tan peregrina como la de aquel arquitecto que empezó la construcción de un edificio por el techo. Aquellos hombres estaban enamorados del imposible, y este amor engendra los héroes, pero no la paz (2000: 18).
MGN pensaba ese pasado inmediato, el cual el Porfiriato intentó clausurar, como una época anacrónica, en el sentido de estar adelantada a su tiempo; la acción reformista de Juárez se adelantó en modernidad a las reales necesidades del país. Hay pues un orden lógico que MGN plantea según la evolución histórica: las libertades solo son posibles una vez que el pueblo esté educado para ejercerlas juiciosamente y el país pacificado; mientras, la soberanía del pueblo tenía que estar en manos de su gobernante.
Legitimar al Sujeto PoliticoEl poeta a menudo se mostró reticente a poner su pluma al servicio de los encargos patrióticos, como dijera en 1885 en “Literatura propia y literatura nacional”: “Hoy ya no puede pedirse al literato que solo describa los lugares de su patria y solo cante las hazañas de sus héroes nacionales” (1959: 86). Y sin embargo lo hizo, quizá no por encargo, pero sí por convicción. En sus crónicas de encomio al gobierno, en donde puso por principio su confianza en el porvenir, hay esa forma del anacronismo que el autor ya había mencionado como característica de la crónica. En el periodismo romántico, entre el frenesí libertario y la clandestinidad, dice Monsiváis, los periodistas están muy conscientes de su papel en la vida pública pues son el enlace interno del país, el apoyo indispensable o el golpe mortal, y de ahí surge la convicción generalizada de que el periodismo no es un oficio, sino una misión patriótica y política (2006: 24). Para MGN sobrevivieron ciertos vestigios de este periodismo anterior a la profesionalización de la escritura. En la figura de este autor convergieron las labores del intelectual, del periodista y del escritor modernista, en una interrelación aún de cruce de funciones entre el escritor romántico y el modernista.
Julio Ramos explica que es posible pensar a los escritores de la época finisecular como los primeros intelectuales modernos, no porque fueran los primeros en trabajar con ideas, sino porque ciertas prácticas intelectuales, sobre todo ligadas a la literatura, comenzaban a constituirse fuera de la política, frecuentemente opuestas al Estado, el cual ya había racionalizado y autonomizado su territorio socio-discursivo. Para Ramos, tanto un Martí o un González Prada, en tanto intelectuales mantuvieron una relación con el Estado muy distinta a la de Sarmiento o Bello, para los cuales escribir era una actividad ligada a la ley, orgánica a la “publicidad” liberal en vías de formación (142). El propio MGN dio cuenta de la función publicitaria de la escritura. Su oficio escriturario ya estaba constituido fuera de la esfera de poder del Estado, pero frecuentemente en él estas prácticas de intelectual no fueron nada opuestas a ese Estado, ni a la publicidad del liberalismo conservador de fin de siglo. Para él la escritura —aunque la prensa ya no tuviera el poder político del sistema anterior y aunque por voluntad estética abogara por los refinamientos de idea y de lenguaje en relación a sucesos o en el retrato de personas—, seguiría siendo un apoyo indiscutible a los intereses del Estado. MGN fue un publicista de los valores, tanto políticos como sociales, que rigieron una época. En 1889 diría en “El periodismo. A propósito de un centenario”: Pero a esta época de paz que, por dicha, alcanzamos; a este desplegamiento majestuoso de todas las energías nacionales, debe corresponder un periodismo que se desentienda de las cuestiones mezquinas, que se eleve a la esfera superior de la idea, que se desnude de toda antipatía pequeña y personal, que sea generoso y magnánimo con los vencidos, que realmente enseñe y realmente guíe y realmente alumbre a la nación en la senda anchurosa del progreso (2002: 289).
Ese tipo de prensa pedagógica y guía de la opinión pública es la que le interesó a MGN, y es la que utilizó para mostrar su apoyo casi incondicional al régimen de Porfirio Díaz, y la que utilizó para criticar mordazmente a la prensa de oposición. MGN se enfrentó con la única alternativa que le ofreció su época y su sentir elitista e intelectual; sin embargo, tampoco hay por qué reprocharle su fe cuando el ideal que motivó toda su escritura, tanto literaria como periodística, fue solamente el de la promesa de la modernidad fundada en el proyecto de modernización finisecular. Así, él creía que su participación en el engranaje de la civilización era precisamente poner su escritura al servicio de sus convicciones políticas y formales, emparentando la misión del artista con la del soldado. La pluma y la espada se unirían para rendirle pleitesía tanto a Díaz como a González, que algunos creyeron necesarios para pacificar y modernizar al país.
En “Los hombres de Estado” (1882), MGN delimitaría lo que sería el “perfecto hombre de Estado”; modelo del hombre político que por definición se contrapone al hombre utópico del pasado, al iluminador. Es el hombre que piensa, que previene los obstáculos y resistencias que tiene que vencer, el que examina la firmeza del terreno “antes de levantar la enorme fábrica de sus ideales, y sabe contener a tiempo la carrera vertiginosa de ese potro indómito que se llama la imaginación” (2000: 142). La metáfora aquí para definir el ideal adquiere un término relativo a la industria, la “fábrica”. Son metáforas del progreso y la era industrializada con las que MGN se referirá a la vida política o social como una forma de insuflarle modernidad a la nueva realidad. Si bien el político trabaja con ideales que se erigen como un edificio el cual hay que construir sobre una superficie segura, debe de mesurarse ante los arrebatos imaginativos. Este tipo de hombre no es estático, sino que la evolución de la historia lo ha ido modificando para adaptarlo a sus circunstancias.
La fe en el gobierno no era únicamente exclusiva del artista. Toda una clase social y grupo intelectual vio con aceptación y esperanza la idealidad del progreso, en especial la oligarquía que requería de la paz para su florecimiento, con el antecedente de que el país se encontraba deteriorado por las luchas intestinas las cuales detenían el proyecto de nación. En el terreno de las ideas, dice Monsiváis citando a Zea, era preciso desterrar el pensamiento utópico y apoyar la nueva ciencia práctica que se basaba en la experiencia y las ideas realizables; el culto a la libertad individual era un riesgo que producía caos, por lo tanto el orden material de la sociedad se jerarquizó sobre el desorden idealista de los individuos (Cosío Villegas: 1386). MGN anuncia, de forma entusiasta, el advenimiento de un gobierno mesiánico mediante el uso de términos comparativos entre el nuevo orden mundano y el reinado de Dios. El nuevo orden que idealizaba MGN fue casi sacralizado en su escritura periodística, si bien no era “tan perfecto ni tan ideal […] como ese reinado del Señor sobre la Tierra”, casi lo era, al menos en la propaganda con fe que el autor hizo y también en la confianza que depositaba tanto en el porvenir como en la “honradez” de la clase gobernante.
Esta sacralización del Gobierno es un ejemplo también de la sacralización del mundo, cuya muestra enseña el positivismo. Dice Rafael Gutiérrez Girardot que los principios de fe en la ciencia y en el progreso, la perfección moral del hombre y el servicio a la Nación fueron introducidos por el positivismo y el krausismo, e intentaron llevar el progreso para fortalecer las conciencias nacionales y ofrecer así una base material que les permitiera participar con dignidad en el concierto de las naciones europeas (80). Nada muestra tan explícitamente esta sacralización del mundo en este nuevo orden político que invoca MGN, orden casi divino, como su visión del gobierno, en este caso, de González.21
En una crónica llamada “La oliva de la paz”, publicada inicialmente en el periódico El Nacional, en agosto de 1882, Nájera, en defensa de Díaz y en contra de los diarios antigobiernistas a los que siempre criticaría ferozmente declarándoles incluso su odio y achacándoles el desprestigio de la prensa, desprestigio que también podría asumirse como subprofesionalización, diría en relación al nuevo “héroe”, interpelando precisamente a sus opositores: “Él aplastó la hiedra revolucionaria y supo encaminarnos por el sendero de la prosperidad. Es el glorioso iniciador de una era nueva: la era de la paz y del trabajo” (2000: 155). Para MGN estos hombres eran los verdaderos “fundadores” y modeladores de la masa social. El hombre político, en su esfera propiamente política, separada ya de la literatura, tenía que ser el encargado de modelar principalmente a la sociedad; y el cronista, en este caso, tenía que legitimar la permanencia de la esfera de poder de esos hombres.
Es notable también el tono rimbombante de los encargos políticos en sus crónicas: pro-progreso, pro-modernidad, pro-porfiristas; sin embargo, sobresale el sentido de que MGN cree hasta la última palabra de lo que dice. Se le puede llamar idealista y elitista, pero en ningún momento enajenado de las circunstancias sociales y políticas de la época, pues él se consideró modelador de ese progreso. La dicotomía entre civilización y barbarie que marcó las letras románticas en Hispanoamérica, reaparece en MGN con tintes de un entusiasmo y apasionamiento que asume la consecuencia directa de las disputas políticas que habían resquebrajado al país. La civilización asumiría los nombres específicos de orden y progreso; la barbarie la representarían los opositores del nuevo orden, a quienes siempre MGN estaría invitando a la conciliación o sometimiento, o demostrándoles su desprecio.
Según Glickman, las dictaduras se mantienen en el poder solo si tienen legitimidad; y aunque la legitimidad de Díaz no fue absoluta, claro está que él pudo convencer a bastante gente de peso que él ofrecía a México la mejor opción para una vida estable. Había restaurado el orden público; había buscado los sabios consejos de los científicos; había fomentado el comercio; había atraído grandes cantidades de capital extranjero; había rescatado la solvencia del país; había embellecido la ciudad de México cuando “todo el mundo sabía que embellecer era civilizar”; dio también legitimidad a otros empresarios mexicanos y del mismo modo, recibió el beneplácito de ellos (21). MGN con su escritura legitimó a los gobiernos de Díaz y al de González: sabía que el periodista que él encarnaba, más apegado al sistema anterior de las letras, era un publicista que ya comenzaba a vislumbrar cierto impacto mediático de la comunicación de masas. Así diría en 1880: “Un periodista no es un hombre, es una publicidad que anda y que mira. Sus ojos no son suyos simplemente, son los ojos de la multitud que ve por ellos” (2000: 41). Esos ojos cristalizaban en la escritura de MGN una voluntad de disciplinar, como lo haría Díaz, a los sujetos, de insertarlos al orden finisecular positivista y de justificar con su pluma el mantenimiento de la dictadura. Así lo diría en una crónica titulada “1888”, publicada el primero de enero de 1889: A la paz aspiramos durante largos años, como bien supremo, como condición indispensable de nuestro desarrollo, como alma y vida del trabajo, y paz tenemos. Pero la paz, como toda ventura, puede ser efímera, y garantía de que no lo será la nuestra es el voto de confianza que el pueblo ha dado a la administración presente, reeligiendo, con unánime beneplácito, al Jefe del Poder Ejecutivo (2000: 225).
Si el periodismo era el lugar donde se debatía la racionalidad, la ilustración, la cultura, que diferenciaba la civilización de la barbarie (Ramos: 180), ¿por qué no pensar el periodismo de MGN como el espacio en que se formaliza la vida pública en vías de modernización? La importancia de la escritura cronística en MGN consiste en su función de regulación de los comportamientos “civilizados” y la delimitación de los sujetos ante la modernidad, y ante el régimen político. Fundada ya la nacionalidad por el sistema anterior a la despolitización de las letras, ahora era necesario, y así lo vio MGN, propagar y defender los principios en que se había inspirado el orden nuevo, sus instituciones, su gobierno, los medios morales y materiales que habían de ponerse al servicio de los fines modernizadores. MGN creía que una de las funciones primordiales de la prensa era precisamente un medio material para la propagación, a veces adoctrinamiento, de la ideología en boga, de valores sociales para coadyuvar las políticas del gobierno. Él afirmaba que no era un escritor vendido, estaba consciente de la mercantilización de su trabajo, de que su pluma le daba el sustento económico para vivir, pero cuando afirmaba y se defendía a propósito de sus detractores —o los de Díaz— siempre enfatizó que escribía según sus convicciones políticas, en una misión coadyuvante al engranaje del progreso y la civilización. Con estos mismos argumentos, y secundando así las restricciones de la prensa que hizo Porfirio Díaz, MGN, el 7 de febrero de 1884, diría: “Yo considero que la oposición infundada y sistemática es un crimen de lesa patria” (2002: 217), apoyando de esa forma la cada vez menos libertad de prensa de los enemigos de ideas políticas.
Porfirio Díaz, el militar, el inculto, el modelo que cumplía con las características del bárbaro, cuando llega al poder aboga por el orden, contrariando totalmente sus mismas maneras de ascenso, y así, al ser modelado por la pluma de MGN se convierte, en las descripciones que de él hace, un modelo de civilización, de orden, de progreso, lo llama “héroe del ejército, el héroe popular, el héroe del partido liberal […] el héroe de la Nación” (2000: 231), la persona en la que confluyen toda una serie de valores positivos necesarios y requeridos para avanzar en el viaje de la modernización.
De este modo, el quehacer discursivo en las crónicas de MGN ayudó a legitimar a un sujeto político ante la sociedad que representaba el modelo político de progreso y consolidación estatal, a legitimar también la labor de sus científicos. El propósito fundamental no era ingenuo, ni tampoco estaba lejos de un interés por lo social, era el fin de llegar a ser modernos. Su tarea como cronista político consistió esencialmente en influir a la opinión pública y en crear una imagen civilizada de Díaz, lo que lo hizo mantenerse en un lugar intermedio entre los ideales o las utopías de los letrados anteriores, y la tarea concreta del que intenta modelar a los sujetos de la modernidad.
MGN supo fundamentar las intenciones políticas de la élite gobernante a la que sirvió, mas no servilmente. Desarrolló una sensibilidad para las tendencias ideológicas del momento y supo colocarse en ellas, supo “verlas” como esa “publicidad que anda y que mira”, sintiéndose parte integrante de la máquina de la modernización. Intuía mejor que esos hombres políticos cuáles eran sus verdaderas responsabilidades, y construyó modelos por medio de una escritura ordenadora, basados precisamente en su ideal político, suponiendo que en algún futuro próximo esos ideales se verían cumplidos y serían inclusivos para toda la sociedad.
Este ensayo es el producto editado y sintetizado de una tesis para el grado de maestría de la Universidad de Texas en El Paso.
Así anota Belem Clark de Lara en el prólogo a Obras XIV. Meditaciones morales, en el cual, a través de una lectura que asimila los recursos de la retórica clásica, es viable ver una gran cantidad de artículos periodísticos de MGN como ensayos.
Afirmó, ciertamente, que los precursores de ese Modernismo fueron los románticos: “una legión de prosistas y de poetas como Cané, Sarmiento, Altamirano, Hostos, Varona, Pombo, Sierra…” (1958: 62).
Se le ubicó, en consecuencia, en lo que antes se consideró como la primera etapa del Modernismo: la de la voluntad de estilo, la aristocracia de la forma y la de un cierto escapismo social. Y aunque después los comentaristas plantearon que ambas etapas del Modernismo convivieron juntas, no se le quitó la etiqueta de afrancesado al autor, oponiéndolo, como lo hizo Schulman y otros, a lo que se le llamó la otra bifurcación del Modernismo cuyo representante paradigmátic fue Martí (1965: 208).
Boyd G. Carter se preguntó en 1979, haciendo una recapitulación de la crítica anterior, el por qué de tanta polémica en torno a la naturaleza, temática, estilo y alcance de la obra de MGN, y ofrecería tres respuestas: La primera consiste en que por mucho tiempo el poeta lírico hizo sombra al prosista; la segunda, que el seudónimo más famoso de MGN, El Duque Job (seudónimo asociado más al aristócrata del gusto, maestro de la prosa elegante, al perfil de dandy), ofuscó al Manuel Gutiérrez Nájera prosista de “personalidad proteica, caleidoscópica, multidimensional, bondadosa, humana”; y la tercera tuvo que ver con lo inaccesible de la obra de MGN dispersa en los periódicos y revistas de la época (31).
Ya en 1960 José Luis Martínez menciona ciertos puntos que la crítica posterior retomaría o debatiría, como cierta comprensión tierna y cívica que MGN tuvo para su pueblo, incluidas las clases marginales y los indígenas, su crítica a las lacras nacionales, crímenes y vicios (96).
Monsiváis apuntó, en un momento, el porfirismo militante de MGN, al mencionarlo como integrante de los “alrededores literarios” de la corte ilustrada de los “científicos”, junto con Salvador Díaz Mirón (Cosío Villegas: 1382). Sin embargo, considera a MGN más preocupado por la “pequeña historia”, pues “[si] la censura es severa, contribuyamos a ella para evadir algunos de sus rigores, y si no se puede hablar de política háblese de la ‘pequeña historia’, donde florece la Sociedad Decente, que se observa a sí misma con mínimo humor y máximo detalle” (1987: 760). De este modo, no dejaba aún de soslayarse su participación políticamente activa en el Porfiriato y las relaciones estrechas que se daban entre el poeta o el artista y el poder.
En el estudio a Plato del día (1972), Boyd G. Carter justifica de cierta forma la militancia de MGN con la élite gobernante, aduciendo las posibles represalias del gobierno: censura, cárcel, hambre; sin embargo, tal crítica al sistema político y a la modernización irregular o ilusoria existe en MGN y también su opuesto completo, como es su desinterés por las cuestiones de orden público y por ende su enfoque al encanto y a la artificialidad de la sociedad burguesa. Aníbal González, en La crónica modernista hispanoamericana (1983), todavía decía, y quizá debido a una falta de documentación precisa, que “a diferencia de Martí, cuyo ideario estaba siempre presente en sus escritos, las crónicas y artículos de Nájera no nos dan una idea muy clara de cuáles eran las inclinaciones ideológicas de ‘El Duque Job’” (98).
No obstante, Tradición y modernidad intenta ver más a un MGN como constructor que idealizaba una nueva utopía, “un México moderno y una sociedad justa” paralela al proyecto político porfirista, pero pasa por alto las relaciones explícitas del artista con el poder, pues aunque sí señala que los periódicos en los cuales MGN publicaba eran, en su mayor parte, subvencionados por el gobierno, no deja de corroborar la imagen de un MGN redentor de la sociedad, cuyo fin consistió en alcanzar los ideales de la belleza, la justicia y la educación. El estudio de Clark de Lara oscila entre apuntar el deseo de MGN de tener un locus amoenus propicio para la creación del artista, un interior refugio del arte fuera de los trabajos duros de la prensa, y su esperanza de alcanzar el perfeccionamiento humano para toda la sociedad.
En su artículo “Un duque en la corte del Rey Burgués” el autor analiza, por una parte, el apoyo directo de MGN al régimen porfirista, y por otra, censura el lado “humano” (el del defensor de los pobres y desprotegidos) que otros comentaristas han visto en sus crónicas y relatos. La lectura de José María Martínez intenta ser radical y mostrar a un MGN artista como integrante de la corte a la que el poeta del cuento “El Rey Burgués” de Darío no tuvo cabida. Sin embargo los juicios del crítico se inclinan a ubicar en el otro extremo a un MGN “activamente militante en su porfirismo político y en su positivismo social, hasta extremos a veces escandalosos” (209), lo que en su opinión puede recibir diversos “reproches”, desacreditando así otras lecturas que se han hecho sobre un MGN humanista y social.
Debe considerarse, como afirman varios críticos, el contexto ideológico que define la biografía y la producción del Duque Job (el seudónimo quizá más cosmopolita y afrancesado que el escritor utilizó, y por ende uno de los más populares entre los críticos). Para José María Martínez, tal contexto ideológico puede resumirse como una peculiar mezcla de idealismo romántico, de pragmatismo o positivismo utópicos del Porfiriato y del espiritualismo y el vanguardismo formal del Modernismo (2008: 247). Aunado a los aspectos anteriores, también se ha señalado, por su interés en una vertiente social, que coincide con escritores franceses realistas, naturalistas y costumbristas. Por lo tanto, lo anterior no excluye su afiliación a cierta tradición romántica hispanoamericana en donde el escritor, con el antecedente del letrado anterior a la profesionalización de la escritura, se siente impelido por la intención política y social a continuar, con los nuevos medios de divulgación y las variantes que adopta el rol del nuevo escritor, la tradición letrada. En un contexto más amplio, y partiendo del fin del siglo XIX, es conveniente repetir, debido a la variedad de intenciones, géneros y el eclecticismo cultural de un fin de siglo hispanoamericano, lo que Graciela Montaldo arguye sobre este periodo: “Tampoco tiene sentido afirmar que en las últimas décadas del siglo XIX se produce el corte radical de una forma de cultura y la instauración de otra. Por el contrario, los nuevos procesos que se consolidan en esos tiempos fijan de manera decidida y consciente sentidos dispersos que, en Europa desde las revoluciones industrial y francesa y en América Latina desde la emancipación, estaban circulando con diferentes grados de espesor” (14). Graciela Montaldo parte de esta coyuntura para definir el contexto cultural del Modernismo como un conglomerado de varias prácticas y discursos heterogéneos que conviven en las sociedades latinoamericanas del fin de siglo XIX, al que se le agrega la apertura a influencias extranjeras de tono novedoso y vida cosmopolita. En resumen, es un tiempo en el que confluyen gran cantidad de formas estéticas y culturales, de varios modelos de letrados; donde simultáneamente se encuentran rezagos anteriores del Romanticismo en su forma social, la narración naturalista que ensaya una voz ordenadora y clasificatoria, el costumbrismo que se demora en los problemas de identidad cultural de distintas sociedades de América Latina, y en general una profusión de nuevas escrituras apoyadas por la abundancia de periódicos (23–24).
Ángel Rama, en La ciudad letrada, nunca menciona a MGN, pero en rasgos generales habla sobre el caso mexicano; según él, durante el Porfiriato se procedió a una sistemática política de subsidios que logró comprar, o al menos, neutralizar a la prensa. Ya en 1888, El hijo del Ahuizote denunciaba que el gobierno subvencionaba 30 periódicos en la capital, invirtiendo para ello 40.000 pesos mensuales, y a la mayoría de la prensa del interior (94).
Cabe señalar que parto de los términos Romanticismo y Modernismo según el armazón teórico que ofrece Julio Ramos en el libro que he venido citando, Desencuentros de la modernidad en América Latina (1989). Si bien la delimitación de periodos literarios y culturales responde a una cuestión metodológica, concuerdo con lo mencionado anteriormente por Graciela Montaldo en La sensibilidad amenazada (1994): que el fin de siglo XIX latinoamericano es un periodo donde múltiples movimientos artísticos conviven e incluso se cruzan. Así pues, tales conceptualizaciones culturales funcionan aquí para demostrar que Manuel Gutiérrez Nájera representa un caso en el que varios modelos de letrados coinciden. En específico, recurro a los movimientos romántico y modernista para delimitar este análisis porque el autor, MGN, sobresale en la asimilación de las características expuestas por Ramos sobre cada uno de tales periodos, lo que demuestra una subjetividad política y artística integral bastante compleja e interesante en un tiempo y espacio críticos. Del mismo modo José Miguel Oviedo apunta que dentro de la noción de modernismo se encierra una multiplicidad de manifestaciones, por lo que “no hay un modernismo, hay una pluralidad de modernisms” (218). Para Oviedo, el modernismo —además de su versión esteticista y la responsabilidad por la forma— nace por el impulso de modernizar el pensamiento, la sensibilidad y la vida espiritual de los hispanoamericanos (220). Por lo tanto considero que la relación entre el deseo cosmopolita de lo nuevo, la filosofía positivista y el ansia de progreso tanto artístico como político, social y material, son la base de un pensamiento moderno que se entrama (a pesar del salto generacional impugnado por MGN) con la función del viejo modelo de letrado romántico que describe Ramos. Originalmente en Los hijos del limo (1974), Octavio Paz había señalado que “[e]l modernismo fue nuestro verdadero romanticismo y, como en el caso del simbolismo francés, su versión no fue una repetición, sino una metáfora: otro romanticismo” (128). Así, romanticismos, modernismos y otros movimientos literarios finiseculares del XIX conforman y se vinculan al contexto ideológico del Porfiriato. Sin embargo, reafirmo que por cuestiones metodológicas considero básicamente la conceptualización de Julio Ramos para este análisis.
Fue durante esa década de la República Restaurada (1867–1877) que la primera generación de positivistas se hizo a la tarea de demoler los cimientos políticos e ideológicos del viejo régimen, y logró la segunda independencia del país (Sosa: XV). La segunda generación positivista, con la misma obsesión del orden que la primera —comenta Sosa— estuvo más a favor de introducir a México al “concierto civilizado de naciones” (xxiii), de acuerdo igualmente a la idea de orden —político, social y moral—, así como a la idea de la evolución aplicada a la sociedad, a la historia, y a la filosofía del progreso.
Para Leopoldo Zea, el positivismo en México fue una filosofía para discutirse en la plaza pública, de corte contrarrevolucionario, al servicio de la burguesía y a favor del progreso, pero no de forma absoluta, sino limitada (43). Por eso, “los jacobinos eran aquellos liberales que no aceptaban el orden sostenido por los positivistas mexicanos. Los liberales mexicanos sostenían el ideal de libertad en su sentido absoluto, entendida como la libertad de pensar y actuar como se quisiese. Frente a estos dos enemigos: los conservadores y los liberales, los positivistas consideraron a los segundos más peligrosos, pues eran estos los vencedores, los hombres que habían hecho la revolución y que ahora no se resignaban a un nuevo tipo de orden” (113).
Para Luis González es a partir de 1888 cuando Díaz comenzó a rodearse de gente más joven —gente técnica, de la ciudad, educada—, atrayendo hacia la burocracia a los científicos (956). Charles A. Hale señala que hay tres perspectivas que intentan definir al grupo de los Científicos. La primera de ellas, la revolucionaria, es que los Científicos, como grupo de gente inteligente y con educación técnica, “constituyeron une élite informal de consejeros en la última etapa de la dictadura de Díaz” (198), y agrega un poco más adelante: “Desde esta primera perspectiva, casi cualquier enemigo político que fuese rico y hubiera tenido relaciones de alto nivel antes de 1910 podía ser considerado un Científico”. Una segunda manera de verlos es que se señalaba “la presencia de un activo grupo político dentro de la dictadura, un grupo que comenzó a tomar forma hacia 1900” (198); agrega que Cosío los veía como los primeros tecnócratas, defensores de la idea de que la nación debía “ser guiada por una élite apolítica con orientación científica” (198–199). Sin embargo, Charles A. Hale prefiere la tercera perspectiva: “podemos llamar Científicos simplemente a los hombres a los que se puso esta etiqueta en el curso del gran debate de 1893, esencialmente a los ligados de manera más estrecha con el movimiento de reforma constitucional” (200). Es en esta última definición que Hale no incluye a Manual Gutiérrez Nájera. En realidad Luis González lo incluye, aunque de una forma marginal, al grupo, cuya definición probablemente entraría en la segunda categoría de Hale. En una línea similar, Carlos Monsiváis menciona a MGN como integrante de los “alrededores literarios” de la corte ilustrada de los científicos, al lado de Salvador Díaz Mirón (Cosío Villegas: 1382). Por lo tanto, es posible decir que MGN estuvo ligado a una élite intelectual que defendió, sobre bases positivistas, un proyecto político compartido, en mayor o menor grado, por quienes eventualmente serían considerados de forma oficial parte integrante del grupo de los Científicos en 1893.
Belem Clark de Lara señala un ingreso por sus funciones de Diputado Propietario de distrito de 300 pesos mensuales (Gutiérrez Nájera 2000: lxix). Si se considera que en 1888 el peso estaba a la par del dólar, lo que ahora equivaldría a 23 dólares actuales por uno en 1888. Esto, al menos en poder adquisitivo supone 7,100 dls. mensuales actuales, aproximadamente.
Charles A. Hale agrega: “Influidos por la experiencia de las repúblicas conservadoras de Europa, así como por el positivismo, los defensores de la política científica convirtieron en blanco concreto de sus ataques a la Constitución de 1857, por considerarla artificial y en franca necesidad de reformas. Su premisa era que una constitución debe ser una expresión natural del orden social. Aunque reconocían que la Constitución de 1857 debía ser respetada y obedecida como ley suprema de la nación, ponían de relieve sus limitaciones y defectos. Según ellos, se basaba en abstracciones y no en los hechos” (87).