En su ensayo “Tareas para la historia literaria de México”, José Luis Martínez advirtió que:
Existe un caudal considerable de estudios críticos y de historia literaria acerca de esa centuria [se refiere al siglo xix], pero casi todos los escritos en el mismo siglo xix son más bien de índole biográfica, repertorios de noticias y de valoraciones partidaristas, y sólo alguno, entre los recientes, trata de organizar aquellos materiales y sujetar la desigual producción romántica a una crítica rigurosa (450).
Al respecto, desde hace ya varias décadas se han llevado a cabo proyectos de largo aliento, de edición de obras de escritores mexicanos decimonónicos, como los estudios académicos y de edición crítica de Manuel Sol en la Universidad Veracruzana, los publicados en la colección Al Siglo XIX. Ida y Regreso y en la Nueva Biblioteca Mexicana, así como los gestados en el Seminario de Edición Crítica de Textos del Instituto de Investigaciones Filológicas, por citar únicamente algunos ejemplos. Empero, pese a la gran labor hecha, aún falta un largo camino para rescatar y editar, así como repensar y reflexionar sobre los textos que conformaron una literatura nacional, muchos de los cuales todavía se desconocen o siguen olvidados en periódicos y revistas.
Por su parte, Perfiles para una ecdótica nacional emprende la difícil tarea de reflexionar y repensar los métodos y proyectos que se han desarrollado en nuestro país desde la segunda mitad de la centuria pasada hasta la actual, para la elaboración de ediciones críticas de obras mexicanas de los siglos xix y xx. La revisión de Alejandro Higashi es también una mirada retrospectiva al mundo editorial: cajistas, impresores, editores, etc., mundo en el que, para el caso de la edición de las obras decimonónicas, existía un mercado pujante, pero desorganizado, y para las obras del siglo xx, ya con un mercado sistematizado, las imprentas evolucionaron en casas editoriales que se encargaron de financiar la edición y la publicación de nuestros textos literarios.
En el primer capítulo, Alejandro Higashi invita a entablar una discusión en torno a la pregunta ¿qué es una edición crítica? Para responderla, el autor se ve precisado, en un principio, a esbozar una historia de la ecdótica nacional. En ella reconoce que el quehacer de la crítica textual en México, comparado con España, ha sido menor en cuanto a cifras. Mientras que varias editoriales peninsulares como Castalia y Cátedra han apostado por la creación y publicación de ediciones críticas, en nuestro país el campo de inversión ha sido exclusivamente el universitario. En contrapunto, como señala el autor, la academia y las casas editoriales mexicanas han privilegiado las ediciones de divulgación por encima de las ediciones críticas. Primero se piensa en una obra determinada para que comience a difundirse, y así los lectores la conozcan como “un texto esquilmado de las aparentes dificultades que pueden significar estorbos a la lectura eficiente” (30), y solo terminan ofreciendo “un texto mediocre y poco anotado” (31). Por el contrario, las ediciones críticas, que han cumplido con un método científico riguroso, ponen en manos de los lectores un texto fiel y confiable, con un estudio serio sustentado en investigaciones filológicas.
Para el segundo y último capítulo de Perfiles para una ecdótica nacional, el autor ofrece un panorama de las tradiciones textuales nacionales a lo largo de los siglos xix y xx. En este, se lleva al cabo una revisión profusa y sistemática de las ediciones críticas con las que cuenta nuestro país. Tras su análisis, propone nuevas perspectivas metodológicas para elaborar ediciones críticas que se adecuen, básicamente, al acervo literario de México, y no aborden asuntos y elementos de una ecdótica general, sino, por el contrario, que sean específicos, esto es: se necesita que estén hechos por y para la gestación de ediciones críticas de obras mexicanas.
En resumen, Alejandro Higashi, por medio de una revisión minuciosa de proyectos ecdóticos como el de las Obras de Manuel Gutiérrez Nájera, el de Manuel Sol, el de la colección Clásicos Mexicanos y el de las Obras de José Tomás de Cuéllar —por mentar unos cuantos—, pretende la creación de estudios endogámicos: pensar qué se requiere y qué se necesita para la formación de ediciones críticas en nuestra República, de acuerdo con nuestra realidad literaria. No obstante que exista ya una amplia tradición peninsular, el autor considera que los editores críticos de obras mexicanas deben atender primeramente a la naturaleza de nuestros textos, que tienen características y particularidades, las cuales, a su vez, hacen que se distancien y diferencien de las normas y pautas de la ecdótica peninsular u occidental.
Perfiles para una ecdótica nacional propone también la elaboración de un diccionario filológico de literatura mexicana. Este lexicón estaría conformado por un catálogo de testimonios de nuestras obras literarias, en cuyas ediciones divulgativas se suele omitir la información relativa a la procedencia del material, o bien, se ofrece brevemente, pero con datos imprecisos y poco confiables. Es importante señalar, como apunta Alejandro Higashi, que esta empresa léxica tendría que realizarse a partir de un trabajo colectivo, apoyado entre distintas entidades académicas nacionales, con el objetivo de presentar un proyecto óptimo, que esté al cuidado de especialistas que evalúen continuamente los progresos obtenidos.
Entre los esfuerzos por sistematizar las particularidades de la edición crítica de textos mexicanos decimonónicos, Higashi destaca el Manual de edición crítica de textos literarios, de Ana Elena Díaz Alejo. Este Manual ha sido de gran ayuda para editar críticamente obras mexicanas decimonónicas, ya que fue compuesto, principalmente, con este fin, que es reconocer cuál es la naturaleza de las obras nacionales para proponer propuestas de ediciones críticas funcionales y asequibles.
El libro Perfiles… cuenta con un glosario especializado de términos de crítica textual. En él, Alejandro Higashi recoge varias voces que han sido utilizadas tradicionalmente, como codex unicus, emendatio ope ingenii, editio princeps, etc., y, además de esta terminología general, propone nuevos conceptos como editio unica in ephemeride, usus imprimiendi, codex dictatus, etc. Si bien declara que sus propuestas no pretenden integrarse al vocabulario de la ecdótica mundial, los términos sugeridos resultan funcionales para describir “pautas específicas dentro de nuestras tradiciones literarias” (24). Es decir, tomando en cuenta que la transmisión de las obras mexicanas tiene particularidades y características que la singularizan del resto, se necesita recurrir a una terminología específica, capaz de proporcionar conceptos que describan y definan dichas particularidades. La propuesta terminológica de Higashi intenta nombrar fenómenos recurrentes a los que se enfrenta el editor nacional; como ejemplo ilustrativo de esto, para el término usus imprimendi, sugerido por el propio autor, afirma que: “tiene un valor instrumental y sirve para referirse a todas aquellas regularidades que pueden encontrarse en el paso de las obras por la imprenta y por las publicaciones periódicas, como los ya conocidos tipos volcados, empastelamientos, erratas, pero también otros que valdría la pena considerar, como títulos de columnas, mutilaciones de la obra para ajustarla al espacio disponible, las lectiones faciliores del editor o del impresor del periódico, etc.” (341).
Finalmente, como bien advierte Alejandro Higashi, su libro “como muchos otros, nace de una carencia” (13), es decir, en México nos ha faltado entablar diálogos y discusiones acerca de cuáles han sido los objetivos, métodos y resultados de los proyectos de ediciones críticas que se han realizado en todo el territorio nacional. La creación de vasos comunicantes sólidos entre distintas entidades académicas es menester para que en un futuro —ojalá no muy remoto— se consoliden proyectos colectivos.