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Vol. 39. Núm. 9.
Páginas 371-372 (mayo 2002)
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La angustia de un fin de semana
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JA. Flórez Lozanoa
a Ciencias de la Conducta. Departamento de Medicina. Universidad de Oviedo.
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Cualquiera de estos fines de semana, muchos padres no duermen, abrumados por las múltiples preocupaciones de sus hijos que han salido de fiesta. Muchas preguntas e interrogantes pasan por la mente de estos padres, alimentando la angustia realmente insoportable ante la incertidumbre de sus hijos. ¿Cuándo volverán?, ¿dónde estarán?, ¿cómo estarán?, ¿qué harán?, ¿qué beberán?, ¿qué tomarán?, ¿cómo vendrán?... Muchos padres, acuciados por esta intensa angustia no pueden dormir: pasean, fuman, piensan y permanecen alertas ante el mínimo ruido que se percibe alrededor de su casa. ¿Será él/ella? De nuevo se comprueba que no y una frustración se produce. ¡No era él/ella! Otro café mirando por la ventana a ver si se produce por fin el acontecimiento deseado y feliz, ¡la vuelta de mi hija/o a casa! Pero son las cuatro de la mañana y la angustia continúa, la ansiedad se dispara y el nerviosismo es exasperante. ¿A quién llamamos? El padre, la madre, siguen sin dormir, ni siquiera se tranquilizan con la película de la televisión; el silencio se aúna todavía más con la angustia... ¿Cuándo se acabará esto? ¿En mi época esto no sucedía? ¿Por qué no se toman medidas? Suena el teléfono, ¿algo ha pasado? Los síntomas cardiovasculares propios de la angustia se disparan. Aumentan la taquicardia, las palpitaciones, la palidez, los acceso de calor, la opresión torácica, la disnea y la sensación de ahogo.

La angustia se vivencia ahora como una emoción de tonalidad displacentera, un sentimiento de aprehensión y una expectativa permanente frente a la posibilidad de que ocurra algo grave. En fin, un sentimiento de opresión y ansiedad durante el cual uno se siente impotente y entregado a algo desconocido, inasible, insuperable... Descuelgo el teléfono y al otro lado del hilo telefónico al fin se oye: ¡mamá: lo estoy pasando muy bien, voy enseguida! En fin, el muchacho pasándolo bien y los padres al borde de la desesperación, producida por esa preocupación, la inquietud, la desorientación y el miedo a cualquier accidente o a la muerte de sus hijos. Pero, ¿cómo lo pasan bien? Emborracharse el fin de semana parece una obligación, el alcohol y otras drogas son elementos omnipresentes en los accidentes de nuestros hijos y un antídoto eficaz contra el tedio vital y la soledad «acompañada» originada por el individualismo que impera en la sociedad y en la familia.

Nuestros jóvenes parecen no ser conscientes de los riesgos que corren, desde los más leves, como mareos y vómitos, hasta los más graves, como la posibilidad de convertirse en un adicto o acabar con su vida tristemente al volante de un vehículo. Si a los riesgos de tráfico añadimos los del alcohol y las nuevas drogas de diseño, nos encontramos con un cóctel que está dañando seriamente a nuestros jóvenes.

En efecto, la carretera se ceba especialmente en los conductores más jóvenes, hasta el punto de que en uno de cada 4 accidentes mortales el conductor fallecido no cumplirá los treinta años. Aproximadamente, uno de cada 1.000 jóvenes de 18 a 24 años muere cada año a consecuencia de accidentes de tráfico, y muchos otros padecerán lesiones muy graves, que en muchos casos les dejan incapacitados para toda la vida. Las drogas de carácter alucinógeno, como el Cannabis («porro»), el LSD y las drogas de diseño, provocan en los adolescentes sensación de bienestar, relajación, alteraciones de la percepción, dificultad para fijar la atención, disminución de los reflejos, alucinaciones y serias dificultades en la coordinación psicomotriz, lo cual les hace también mucho más vulnerables, produciendo una situación de mayor riesgo e interferencia en la capacidad de conducción.

El 48% de los jóvenes bebe con regularidad alcohol; casi la mitad toma bebidas de alta graduación, al menos una vez por semana. El denominador común de estos siniestros es que, en la mayoría de los accidentes, las víctimas son jóvenes (18-24 años) que vuelven de fiesta.

La mayor parte de los accidentes en los que intervienen estos factores ocurren durante el fin de semana, especialmente los sábados; ¡sólo bebo chupitos!, dicen, pero es que igual se toman quince o veinte en una noche. La imagen de jóvenes con evidentes síntomas de estar «borrachos» por las aceras, los portales y los bares es habitual los fines de semana y muchos terminan con intoxicación etílica, después de ascender por esa escalera peligrosa de euforia del alcohol... Los «cubatas», el whisky, los licores con zumo, la ginebra, el ron, el martini, el tequila, etc., hacen estragos y la curiosidad, el protagonismo, la diversión y la juerga de pronto se convierten en una tragedia. Cualquier concentración de alcohol en sangre, incluso por debajo del mínimo legal, deteriora la capacidad de conducción e incrementa el riesgo de accidente de circulación... Ésa es la gran angustia del fin de semana que sufren los padres, porque el alcohol, las drogas, el exceso de velocidad y la falta de experiencia son las principales causas de siniestralidad en nuestros hijos adolescentes... Y ése también es el gran reto de nuestra sociedad para desarrollar programas de prevención y tratamiento que tengan una consideración científica.

Quizá al nacer el alba regrese, ¡al fin!, el hijo sudoroso, cansado y ¿drogado?, entregado en los brazos de una noche fría... Luego los padres dormirán, y ya más tranquilos desaparecerá la angustia... Y mañana el padre dirá «apretaré los dientes para que no se me salgan las lágrimas»...

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