Deseamos comenzar esta nota con una breve frase muy conmovedora que recibimos con motivo del fallecimiento del Dr. Famulari y que fue enviada por correo, desde Canadá, por el Prof. Vladimir Hachisnki, presidente de la Federación Mundial de Neurología 2010-2013, quien compartía con Arturo una amistad e inquietudes literarias: «Se apagó una luz. Se enfría el alma».
El Dr. Arturo Luis Famulari nació un 24 de diciembre y solía recordar con un lenguaje jovial si esos días de festejos eran por su cumpleaños o por la Nochebuena-Navidad. Concurrió a la escuela primaria en el sur de la ciudad de Buenos Aires, específicamente La Boca, y luego, a pesar de mudarse a otros barrios de la ciudad, nunca se apartó de la barriada natal y parafraseaba: «Podré no tener tantas cosas pero tengo Sur».
En su aprendizaje de niño concurrió a la Escuela Museo Benito Quinquela Martín, afamado pintor argentino, teniendo la oportunidad de conocerlo y frecuentar su taller. En su formación lingüística mucho influyó su madre, de raíces italianas e incansable lectora de literatos contemporáneos. Ella lo estimulaba a la lectura y a la oratoria, y en la escuela primaria era el encargado de leer, en las festividades, una composición dedicada a esa fecha, la cual organizaba con su madre, eligiendo la palabra que debía resaltar, las pausas del punto y coma, del punto aparte y la mirada al auditorio.
Continúa con sus estudios en el colegio secundario comercial Carlos Pellegrini, de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Por ese tiempo toma clases de teatro e interviene en algunas obras como aficionado. Por un breve tiempo realiza tareas administrativas comerciales en algunas empresas. Pero prontamente decide que su vocación es la medicina. Rinde las equivalencias del colegio de comercio a bachiller e ingresa a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En 6 años termina su carrera de Médico y en 5 años posteriores en el Servicio de Neurología del Hospital Ramos Mejía de la ciudad de Buenos Aires recibe el título de especialista en Neurología.
En ese tiempo conforma su propio hogar con su esposa Liliana Oudkerk, licenciada en psicología, llegando sus 3 hijos, Matías (dedicado a la dirección de películas), Patricio (que abordó la carrera actoral y musical) y Augusto (cuyo emprendimiento es la fotografía profesional). Pareciera que la genética del arte estaría impuesta.
En unos pocos siguientes años estuvo con el Prof. Ernesto Herskovits en el Hospital Fernández y hacia 1981 pasó a desempeñarse como médico neurólogo, especialmenete en el área de deterioro cognitivo, en el Hospital Sirio Libanés de la ciudad de Buenos Aires. En este último hospital cumplió tareas asistenciales, de docencia en pregrado de la UBA (1981-2014), de posgrado y de investigación. La cualidad que mejor demostraba era la relación médico-paciente, en la cual el enfermo y su grupo familiar comentaban la calidez humana que surgía en cada entrevista que realizaba. Esta habilidad emocional de Arturo, le permitía ponerse en la situación emocional del paciente, probablemente asociada a sus conocimientos del arte. Varios temas abordó en la investigación, pero quizás los más relevantes fueron sobre la enfermedad de Alzheimer, junto a la Investigadora del CONICET Dra. Eugenia Sacerdote de Lustig, cuyo grupo multidisciplinario publicó internacionalmente más de 15 manuscritos, entre 1990 y 2009. También le entregaron varios premios sobre esta temática en la Academia Nacional de Medicina y en la Sociedad Neurológica Argentina. Como miembro de la Sociedad Neurológica Argentina, participó del grupo de trabajo para el estudio de las demencias y en la actualidad era miembro e impulsó el grupo sobre Bioética.
Organizó jornadas y congresos de esta sociedad, como presidente y como miembro de los comités científicos en algunos de ellos.
Hasta aquí, la actividad en la Neurología. Pero todas estas tareas no impidieron que siguiera desarrollando el cuaderno del arte que había comenzado de niño y adolescente. Durante varios años concurrió a un taller literario y allí escribió cuentos que conformaron un libro llamado Hecho en taller. Pasado ese tiempo del taller, fue autor de otros libros, entre ellos Textos y poemas de ida y vuelta, Jeep loco. Cuentos y cartas, Testigos y personajes, De consultorio adentro, Gardenia del mar y Esmeralda del aire. También contribuyó en la organización y escritura de libros con especialistas neurólogos tales como La neurología y los neurólogos argentinos: el otro lado, Las mariposas del alma.
La música tampoco escapó a sus inquietudes, sintiendo adicción a variados géneros, pero el tango era uno de sus predilectos. Así fue que en la década de 1990 fue creciendo una amistad con el poeta Horacio Ferrer, autor de variadas letras populares y presidente durante varios años de la Academia Nacional del Tango, y Arturo se incorporó a la misma formando parte del Cuadro de Amigos. También el poeta Horacio le realizó prólogos a algunos de sus libros.
En su barrio natal, La Boca, en uno de sus bares reconocido como notables (Roma), asistió durante años a reuniones de artistas de la zona, pintores, escritores, músicos y entre ellos pugnaban por destacar el arte que crecía en ese círculo.
Finalmente, Arturo fue el creador en los últimos Congresos de Neurología, de un espacio llamado «Neurología y arte». En ese ambiente, los médicos neurólogos con alguna afinidad artística compartían durante más de 4 h, su música, el canto, el baile, la poesía y la prosa. Arturo con su creatividad se convertía en un excelente maestro de ceremonias.
Su ausencia dejará un vacío notorio. En ningún momento mostró caracteres de egoísmo ni de dispensas personales. El recuerdo de su personalidad, de sus principios y dignidad y su estilo creativo permanecerán aferrados en aquellos que lo conocieron y supieron quererlo (fig. 1).