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Vol. 2. Núm. 4.
Páginas 219-220 (octubre - diciembre 2010)
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Editorial
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La situación de las mujeres en el arte de curar
The situation of women in the art of healing
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Silvia Kochen
Jefa de la Sección de Epilepsia, Investigadora Principal de CONICET, Profesora Adjunta de Neurología, Facultad de Medicina, UBA, Presidenta de LACE (Liga Argentina contra la Epilepsia), Secretaria de RAGCyT (Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología)
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En la cultura griega, fueron las mujeres las que se ocuparon del “arte de curar”. Eran las mujeres las que tenían el poder de dar nombres a las cosas relacionadas con la salud, dejando testimonios que manifiestan el papel privilegiado que tuvo lo femenino: iatrois (“médicas”), sacerdotisas de la diosa Atenea Médica, descubridora y conocedora de las hierbas medicinales y su transformación en bálsamos y productos medicinales. Algunos conceptos relacionados con la salud están bautizados con nombres femeninos de diosas. Por ejemplo, del nombre de Higea deriva higiástico, higiene; de la diosa Salus deriva salud; del nombre Meditrina (de mederi, “curar”) deriva medicina, remedio que cura; la farmacia se llama igual que la maga Pharmaceutica-Pharmacusa; del nombre de Medea, experta en filtros mágicos, deriva medeia, medicamento, remedio. Panacea curaba cualquier enfermedad y dio nombre a lo que resulta eficaz para varias enfermedades. Y no fue Esculapio, sino su madre, Coronis, la primera médica, quien además enseñaba la ciencia médica.

La función de estas curanderas consistía en ser médicas y veterinarias: curaban las enfermedades humanas y animales, y realizaban ceremonias sagradas de curación, bajo la advocación de la diosa de la Salud, en los panteones de numerosas regiones. Son las mismas hadas de los cuentos, presentadas con los característicos gorros cónicos. O las curanderas del Medioevo, mujeres sabias poseedoras de un saber ancestral, transmitido por vía matrilineal desde hacía más de 40.000 años, que tuvieron la desgracia de dominar el arte de la curación y la inspiración, parcelas en las que hacían la competencia a los curas cristianos, en un período en que éstos deseaban dominar en forma exclusiva.

Sacerdotisas curanderas que además cometieron el terrible pecado de estar al servicio de las diosas de la antigua religión matriarcal, en vez del Dios Padre. Así la Inquisición se sirvió de la típica estratagema de difamación: las acusaron injustamente de ser brujas que sacrificaban niños y cometían los peores crímenes, y a las diosas que adoraban, las desacreditaron como si se trataran del demonio. Y amparándose en tal artimaña, los déspotas se sintieron legitimados para cometer los crímenes: las torturaron y asesinaron, quemándolas en la hoguera. En 1486, los teólogos alemanes Heinrich Kramer y Johann Sprenger, con el apoyo del Papa, publicaron el Malleus maleficarum [Martillo de las brujas], referente a una conspiración contra el cristianismo, dando lugar a una cacería de brujas que condujo a la muerte a miles de personas, la gran mayoría mujeres. Saltando en el tiempo, Moebius, neurólogo alemán, fue catapultado a la fama con un librito publicado en 1900, La inferioridad mental de las mujeres, en el cual en nombre de la ciencia consagra toda la misoginia de la cultura de esa época. Los premios Nobel recibidos por Marie Curie (el de Física en 1903 y el de Química en 1911) marcaron una inflexión en la incursión femenina en la ciencia. La historia cuenta que la investigadora había tenido un affaire luego de la muerte de su esposo, y pese a que era muy reconocida en Francia, eso sirvió para que la xenofobia se encarnizara con ella: era polaca y mujer, y de eso se valieron sus colegas para no permitirle ingresar a la Academia de Ciencias de Francia. El mismo año que se le negaba el acceso, obtenía su segundo Nobel. Hace sólo unos años L. Summers, presidente de la Universidad de Harvard (EE.UU), planteó que “una de las causas de la falta de progreso de las mujeres en las ciencias y en particular en las matemáticas podría deberse a las diferencias innatas entre los sexos”. Si nos preguntásemos si en el último siglo las mujeres a partir de su propio ejemplo han logrado instalar nuevos valores femeninos en la práctica de la medicina, creo que la respuesta sería no, con algunas excepciones posibles. En general las mujeres nos encontramos en nuestra actividad laboral bajo la presión de cumplir con los estereotipos tradicionales femeninos, además de tener que legitimar día a día nuestro trabajo profesional y científico.

Las mujeres están superando numéricamente a los hombres en la escuela, en la universidad, el sector científico y técnico en muchos países, y en nuestro país también. En nuestra especialidad se puede observar una creciente participación de las mujeres, que incluso son mayoría en algunas residencias de la especialidad. Sin embargo, si nos detenemos a observar qué ocurre en los cargos de poder, o en las posicio nes de mayor jerarquía, o en las instancias de conducción y evaluación, nos encontramos que las mujeres estamos en minoría o directamente ausentes.

El avance de la ciencia médica y en particular de la neurología hace necesario que se establezcan políticas de equidad de género, asegurando que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades, derechos y responsabilidades, eliminando toda forma de discriminación.

Esto no sólo es un deseo de las mujeres, sino una necesidad para el desarrollo de la neurología de excelencia acorde al progreso socioeconómico que garantice una sociedad justa.

BIBLIOGRAFÍA GENEREL
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