Las respuestas afectivas son evolutivamente anteriores o más elementales que las cognoscitivas, en tanto a niveles básicos (agrado, desagrado) pueden ocurrir antes de que el individuo sea consciente del objeto que originó dicha respuesta (antes de la categorización y el reconocimiento)1. Ésto dota de un claro matiz adaptativo a la emoción en tanto permite dar relevancia a estímulos o acontecimientos que pueden poner en peligro o favorecer la supervivencia2. Esta mayor relevancia está en la base de la facilitación que la emoción ejerce sobre la memoria.
La amígdala y el hipocampo son las estructuras cerebrales que determinan esta facilitación. Las dos pertenecen al lóbulo temporal medial, y están relacionadas con sistemas de memoria independientes que interactúan en situaciones emocionales. En este sentido la amígdala puede modular tanto la codificación como el almacenamiento de los recuerdos dependientes del hipocampo, al tiempo que éste puede influir sobre la respuesta amigdálica mediante la formación de representaciones episódicas de la significación emocional y la interpretación de los eventos3. Diferentes estudios de neuroimagen han encontrado correlaciones entre la actividad registrada en la amígdala y el hipocampo durante la codificación de la información emocional4–6, mientras que en pacientes con atrofia de la amígdala se daba un patrón de correlación inverso entre el grado de atrofia y el nivel de actividad del hipocampo durante el procesamiento emocional7.
Esta interacción tiene reflejo en la facilitación que la emoción ejerce sobre la memoria, y que ha sido comprobado tanto en no-humanos8, donde se evidencia que los chimpancés son capaces de reconocer con mayor eficacia fotografías de carácter negativo (agresivo) respecto a las de contenido neutro, todas ellas referidas al contexto social del animal; como en humanos9, mediante tareas de reconocimiento incidental con intervalos de retención cortos, donde la información negativa fue mejor reconocida que la positiva. Los autores explican los resultados por cuanto el contenido emocional negativo de las fotografías resulta más relevante para la supervivencia y ésto se refleja incluso en tareas donde el sujeto no realiza de manera deliberada la codificación de la información (incidental).
Esta breve exposición teórica y los datos experimentales mencionados permiten especular sobre la posibilidad de utilizar los niveles más básicos de la emoción (agrado, desagrado) para comprender el efecto facilitador que ejerce sobre la memoria en sus aspectos más primitivos y al tiempo más relevantes para la supervivencia. Ésto es posible a través del método multinivel de inducción emocional de Lang et al10, el International Affective Picture System (IAPS) que permite inducir emociones a través de los niveles de valencia y arousal de un conjunto de estímulos visuales (fotografías). Este sistema estandarizado de inducción emocional ha sido ampliamente utilizado en investigaciones de diversa índole. Una gran parte han estado orientadas al estudio de los procesos psicológicos básicos –aprendizaje, emoción, motivación y atención-, a través de medidas de la respuesta de la actividad electrodermal11; potenciales evocados12; tasa cardiaca13. También se ha utilizado para el estudio de diferentes tópicos de investigación relacionados con patologías como el Alzheimer14; ansiedad15; depresión16; esquizofrenia17, mostrándose capaz de delimitar patrones específicos de respuesta emocional a estímulos en distintos trastornos mentales, incluyendo los trastornos del estado de ánimo18.
De especial interés resultan los datos obtenidos en la enfermedad de Alzheimer (EA). La afectación de la amígdala y el hipocampo en esta patología, como sistemas de memoria independientes, generan síntomas característicos de sus delimitaciones funcionales, pero también de su interacción en situaciones emocionales. Diferentes estudios han tratado el tema hasta la fecha. Algunos han informado de la ausencia de este efecto facilitador en los EA19 o de una facilitación para las emociones positivas pero no para las negativas20, dato este que recientemente se ha relacionado con la memoria espacial21. Estas discrepancias derivan de las diferencias en el número y tipo de estímulo utilizado, el tiempo de exposición o el modo de recuperación de la información (reconocimiento vs. recuerdo libre).
Para solucionar esta cuestión Gordillo et al22 han dado una serie de recomendaciones que podrían facilitar la detección del deterioro en la interacción entre amígdala e hipocampo; es decir, entre emoción y memoria. Se propone la utilización de un método de inducción multinivel como el IAPS, tareas de memoria de reconocimiento incidental, y la utilización de medidas de análisis basadas en la teoría de la detección de señales (TDS). Estas sugerencias permitirían un mayor control de los estímulos utilizados y una exigencia mucho menor a los participantes tanto a la hora de codificar, al ser una tarea incidental, como durante la recuperación (reconocimiento). Por último, la utilización de una medida de detectabilidad del estímulo resultaría mucho más precisa que el habitual porcentaje de aciertos utilizado en los estudios mencionados.
Queda decir que estas sugerencias metodológicas tienen sentido para su aplicación en la fase preclínica de la enfermedad de Alzheimer, ya que la sensibilidad de una tarea de este tipo junto a estudios longitudinales, permitiría comprobar su valor predictivo. La aplicación a pacientes diagnosticados con ED evidenciaría deterioros, como ya ha sido comprobado en algunos estudios19,20, que podrían tener como explicación alternativa los déficit que estos pacientes muestran en diferentes procesos cognitivos. Por último, apuntar que variables como el número de estímulos utilizados, sus niveles de valencia y arousal, y el tiempo de exposición resultan muy relevantes y tienen que ser determinados a partir de estudios piloto que adecuen las capacidades del grupo de estudio a los objetivos de investigación.