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Vol. 10. Núm. 2.
Páginas 125-155 (julio - diciembre 2015)
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Vol. 10. Núm. 2.
Páginas 125-155 (julio - diciembre 2015)
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La política exterior canadiense en el gobierno de Stephen Harper: entre la convicción y la polémica
Canadian Foreign Policy under the Stephen Harper Government: Convictions and Polemics
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Oliver Santín Peña
* Universidad Nacional Autónoma de México (unam)
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Resumen

Este trabajo revisa acontecimientos que han marcado la política exterior canadiense del gobierno del primer ministro Stephen Harper, explicando los orígenes y dinámicas que han posibilitado nuevos posicionamientos en la arena internacional al ir alejándose de postulados tradicionales que privilegiaban el multilateralismo y la protección del medio ambiente, lo cual ha generado polémicas y cuestionamientos al gobierno conservador de Ottawa, sobre todo a raíz de su salida del Protocolo de Kioto, de su apoyo irrestricto a Israel y del rompimiento de las relaciones diplomáticas con Irán, lo cual es uno de los rasgos más controvertidos de la gestión de Harper.

Palabras clave:
Canadá
Harper
relaciones internacionales
Partido Conservador
Medio Oriente
Abstract

This article looks at different events marking Canada’s foreign policy under Prime Minister Stephen Harper’s government. It aims to explain the origins and dynamics that have allowed Canada to take up new stances in the international arena, steering away from its traditional positions that favored multilateralism and environmental protection. A great many polemics have resulted from this, giving rise to challenges leveled at the Conservative government in Ottawa, particularly in the wake of its departure from the Kyoto Protocol or its unqualified support for Israel. Similarly, its severing of diplomatic relations with Iran has added further controversy to Stephen Harper’s administration.

Key words:
Canada
Harper
international relations
Conservative Party
Middle East
Texto completo
Metodología

Con el propósito de identificar la nueva faceta diplomática del gobierno conservador de Stephen Harper en relación con las diversas regiones del mundo, se hace necesario el uso de distintas herramientas metodológicas de investigación, sobre todo con el fin de encontrar apoyo para identificar ciertas pautas de acción predominantes en la política exterior canadiense. Para ello, utilizaremos el método deductivo, a través del cual compararemos información recabada de diversas fuentes primarias y secundarias. El objetivo es generar algunas ideas comprobables, que puedan someterse al escrutinio académico. Tal ejercicio ayudará a fortalecer la propia estructura del trabajo, ofreciendo varias respuestas a las premisas que irán surgiendo durante el desarrollo de este ensayo.

En buena medida, lo que proponemos es que en Canadá se vienen desarrollando nuevas formas de hacer política hacia el exterior, lo que genera nuevos espacios de reflexión y debate. Acudiremos al método deductivo, “ya que es un procedimiento científico que aporta el fundamento de racionalidad formal necesario para comenzar el proceso sistemático del búsqueda del conocimiento” (Hurtado León, 2007: 63).

Introducción

La llegada del siglo xxi trajo a Canadá una serie de cambios y ajustes en su política que se manifestaron a través de cinco elecciones federales de 2000 a 2011; ello supuso un activismo electoral poco común para el país, pues se convocó a los votantes a emitir su sufragio cada veintiséis meses en promedio. Esto generó un escenario político muy activo, y a veces caótico, que hizo transitar al país de un dominio avasallante del Partido Liberal a finales del siglo xx a una hegemonía total del Partido Conservador para inicios de la segunda década del siglo xxi.

De estas elecciones, la de 2011 cobra especial significado, pues los conservadores alcanzaron la mayoría después de lograr 165 de los 308 escaños en disputa para conformar la Cámara de los Comunes (Parliament of Canada, 1867–2015). En estas mismas elecciones, los liberales alcanzaron los números más bajos de toda su historia tras obtener solamente treinta y cinco curules, con lo que se convirtieron en la tercera fuerza política del país detrás del Partido Neodemócrata, que con ciento dos asientos se constituiría como la primera oposición en la xli legislatura.

De tal modo que a partir de la consolidación del conservadurismo, el primer ministro Harper se ha concentrado en desarrollar una política exterior más pragmática, colocando a Canadá en una posición protagónica poco habitual en temas controversiales que involucran a diferentes actores y regiones del escenario internacional. Este nuevo papel más activo y polémico del gobierno canadiense se contrapone con el perfil mediador y de carácter multilateral establecido con éxito por las administraciones anteriores, ya sea de extracción liberal o conservadora.

Una muestra de ello son las fuerzas de pacificación (Peacekeeping Operations) amparadas por la Organización de las Naciones Unidas (onu), y es que las mismas fueron una propuesta del gobierno canadiense a la comunidad internacional ante la crisis del Canal de Suez de 1956 en la que estaban involucrados Israel, Egipto, Francia y Gran Bretaña. Por ello, la salida negociada a dicho conflicto involucró al entonces ministro de Relaciones Exteriores de Canadá, Lester Pearson,1 quien logró conformar una fuerza multinacional en la zona para crear un área de amortiguamiento bélico que sería resguardada por fuerzas militares y policiacas de distintos países. Caber añadir que esta primera misión multinacional fue encabezada por el general canadiense Eedson Louis Millard “Tommy” Burns, mejor conocido como E. L. M. Burns (Clark, 2014).

Consideramos importante advertir que precisamente a partir del conflicto del Canal de Suez, la diplomacia canadiense gozó de un prestigio como país promotor de las negociaciones y buscador de salidas consensuadas en asuntos de carácter internacional. De hecho, Canadá participó, al menos hasta 2002, en todas las operaciones de pacificación de la onu (Goulding, 2003). En este sentido, debe advertirse que la dinámica canadiense como país promotor del multilateralismo a partir de la segunda mitad del siglo xx no encontró grandes divergencias entre gobiernos liberales o conservadores, condición que permitió al país desplegar una diplomacia sólida. Tal y como lo señala Joe Clark, político y ex primer ministro canadiense:

Históricamente sólo ha habido unos cuantos casos de diferencias significativas en política exterior entre los dos partidos nacionales. Liberales y Conservadores Progresistas [que son precisamente las dos agrupaciones que formaron gobierno en Canadá durante el siglo xx]… la regla ha sido el alto grado de continuidad en la política y en el enfoque que los diferentes gobiernos canadienses dan a los asuntos internacionales en una variedad de temas: multilateralismo, seguridad colectiva, derechos humanos, desarrollo internacional, libre comercio, medio ambiente, cercanía y cooperación con Estados Unidos, compromisos con China, un papel balanceado en Medio Oriente, apoyos activos a las Naciones Unidas y solidaridad con la sociedad civil y las ong (Clark, 2014: 24).2

Entonces, afirmo por ello que las dinámicas puestas en marcha por el gobierno de Stephen Harper en años recientes parecerían obedecer más a sus convicciones personales, pues es un individuo de profundas creencias religiosas, de orientación evangélica y miembro activo de grupos de la ultraderecha canadiense como la National Citizens Coalition (ncc), organismo fundado a principios de los años setenta y que ha pugnado tradicionalmente, entre otras cosas, por el adelgazamiento del Estado y de sus programas sociales. Al mismo tiempo, la ncc centra buena parte de sus dogmas políticos en la postura férrea en contra del apoyo al desempleo y a las agrupaciones sindicales públicas, a lo que se añade su apoyo irrestricto a Israel.

En cuanto a sus orígenes, Harper es oriundo de la cosmopolita provincia de Ontario, aunque desde muy joven decidió mudarse a Alberta, cuna tradicional de los segmentos más conservadores y ortodoxos del país. Ya instalado en esa provincia, realizó estudios profesionales y de posgrado en la Universidad de Calgary. Allí conocería a Preston Manning, líder político provincial y miembro muy reconocido de la Alianza Evangélica de Canadá. Durante esa etapa, Harper se hizo miembro de la Alianza Cristiana y Misionera, movimiento de corte evangélico (cidob, 2011).

Durante los años ochenta, Harper fue escalando posiciones políticas cobijado por su mentor Preston Manning, quien lo invitó a participar en la conformación de un partido nuevo, el Reformista, agrupación política que responsabilizaba al gobernante Partido Conservador Progresista de ignorar los intereses de las provincias del Oeste y gobernar de manera muy similar a los liberales.3 Entre sus potenciales votantes se encontraban los opositores al bilingüismo, a la inmigración, al reconocimiento del multiculturalismo, al autogobierno de los pueblos aborígenes, al aborto y al matrimonio entre personas del mismo género (Flanagan, 2009a: 41).

Para las elecciones federales de 1993, Stephen Harper obtuvo un asiento en la Cámara de los Comunes por el distrito de Calgary West, Alberta. Posteriormente, una serie de diferencias en el estilo de hacer política lo llevó a renunciar a dicha curul en 1997, para luego fungir como presidente de la ncc, donde permaneció hasta 2002, cuando ganó el liderazgo de la recién constituida Alianza Conservadora Canadiense, partido político que heredaría la estructura del Partido Reformista después de que éste mostrara dificultades para extenderse electoralmente hacia otras regiones del país.

Desde ahí, Harper proyectó y consolidó su imagen como una figura capaz de alcanzar la unión de las derechas en el país, divididas hasta ese momento en dos partidos políticos: la Alianza Reformista Conservadora Canadiense y el Partido Conservador Progresista. De este modo, después de una serie de estrategias, a finales de 2003 lograría unificarlas en una nueva agrupación: el Partido Conservador de Canadá.

Ya como líder de la derecha en el Parlamento, Harper se consolidó como líder de toda la oposición tras colocar a su partido en la segunda posición detrás del gobernante Partido Liberal. Dos años después, en las elecciones federales de 2006, el Partido Conservador llegaría al poder tras obtener 124 curules, aunque con un gobierno de minoría. En 2008, tras la crisis económica mundial desatada por la situación inmobiliaria en Estados Unidos, el Partido Conservador convocaría a nuevas elecciones, ganando 143 asientos en la Cámara de los Comunes; no obstante esos números, el segundo mandato de Harper, de 2008 a 2011, sería también de minoría4 y se caracterizó por la falta de acuerdos entre los partidos de oposición y el gobierno conservador.

Durante dicha etapa, el primer ministro se concentró en ofrecer una imagen de eficaz conductor de la economía, amparado en una disciplina y obediencia partidista absoluta. Gracias a ello, en las elecciones federales de 2011 convocadas por la oposición, el resultado volvió a favorecer a los conservadores tras alcanzar 165 asientos de los 308 en disputa, lo que otorgó a Stephen Harper y a su partido la posibilidad de encabezar un gobierno de mayoría y, amparado en ella, poner en marcha una serie de reformas conservadoras de gran calado a nivel nacional.

En lo que corresponde al ámbito internacional, el fortalecimiento de Stephen Harper hizo que de inmediato se percibiera su sello particular en diversos tópicos de interés mundial, pues su administración ha sido clara en cuanto al sitio que debe ocupar Canadá en ese contexto. Esto es posible ya que el federalismo canadiense otorga amplios poderes al primer ministro en asuntos externos, y estos poderes se extienden de forma considerable si aquél encabeza un gobierno de mayoría, pues es simultáneamente líder del partido en el poder y de los diputados y senadores de su partido en el Parlamento.

Estas prerrogativas de las que goza el Poder Ejecutivo canadiense han permitido a Harper asumir una serie de posturas en la arena internacional que parecerían exceder sus propias atribuciones; sin embargo, al final son totalmente legítimas de acuerdo con los marcos legales del país, pues en un sistema federal como el canadiense, el Ejecutivo posee facultades extraordinarias para determinar el rumbo de las relaciones exteriores por ser precisamente el representante directo de los intereses canadienses en el exterior. Al respecto, el académico canadiense David Johnston comenta: “Los defensores del estilo de Stephen Harper afirman que él ha desplegado un liderazgo firme basado en principios morales sólidos como una roca, no muy diferentes de los de Winston Churchill o Ronald Reagan […], la mayoría de los canadienses admira sus convicciones y su habilidad para que las cosas se hagan” (Johnson, 2011: 17).

Desde luego que este tipo de afirmaciones puede discutirse desde varios ángulos. Empero, lo cierto es que expresa el sentir de una considerable parte de la población en Canadá respecto de su primer ministro. Ahora bien, adentrarnos en los debates de la sociedad canadiense sobre la forma de encarar sus relaciones con el exterior, de concebir el futuro de su sistema político o estudiar las dinámicas electorales y su impacto social superan por mucho las metas de este artículo. Es por ello que a continuación abordaremos algunas reflexiones acerca del papel de Canadá en el mundo, así como a sus principales exponentes. Acto seguido nos centraremos en ejemplificar con algunos eventos que muestran el giro que ha dado la política exterior canadiense en años recientes, sobre todo en asuntos relativos a Medio Oriente y en materia ambiental.

Algunas consideraciones teóricas del papel que juega Canadá en el mundo

Si bien el objetivo de este artículo no es hacer una nueva revisión de las teorías que explican la posición de Canadá en el mundo, las cuales por cierto ya han sido ampliamente estudiadas, sí consideramos importante abordar brevemente algunas de ellas, sobre todo para reconocer e identificar ciertas particularidades de la política exterior del gobierno conservador de Stephen Harper.

Debemos apuntar que durante los años ochenta estas discusiones llegaron a su nivel más productivo, al reflexionarse sobre el lugar que debía ocupar Canadá en sus relaciones con Europa, Estados Unidos y el resto del mundo. Así se reconocieron tres corrientes principales: la primera de ellas solía presentar a Canadá como una potencia principal, amparada en su poderío económico y la posesión de recursos naturales, la segunda ubicaba al país como una potencia media y la tercera como un satélite de Estados Unidos.

Entre los teóricos canadienses que pretendían ubicar a Canadá como una potencia principal destacaron David Dewitt y John Kirton, quienes en su obra Canada as a Principal Power: A Study in Foreign Policy and International Relations señalaron que como Estados Unidos se hallaba en franco descenso como potencia hegemónica y el estatus del sistema internacional era poco claro, Canadá ocuparía un sitio como potencia principal, colocándose así en el escalón más alto gracias a la capacidad de su poder autónomo para defender sus propios intereses (1983: 4); sin embargo, esta teoría no reconoció en su justa medida el poderío militar de Estados Unidos ni tampoco analizó la complejidad de las relaciones con ese país, dando por hecho que Canadá podría tomar decisiones unilaterales sin importar las consecuencias versus el gobierno de Washington.

La segunda corriente de pensamiento, la que ubicaba a Canadá como potencia media, fue quizá la que mayor aceptación y difusión tuvo durante las últimas décadas del siglo xx. Planteaba que el país jugaba un papel muy activo en diversos foros multilaterales, lo que permitía a su gobierno tener una visión amplia en asuntos internacionales. Entre los teóricos que defendieron esta idea destacan Kim Richard Nossal (1989), quien afirmó que el poder resulta subjetivo y en realidad todo depende de su ejercicio, es decir, determinar el tipo de poder que tenía Canadá requería, primero, estudiar y analizar su activismo en la arena internacional para posteriormente determinar su influencia.

Lo anterior resultaba evidente a través de la activa presencia canadiense en diversos foros (onu, otan, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, norad o posteriormente la oea). Así, la teoría que caracterizaba a Canadá como una potencia media dependía de la cooperación mundial como mecanismo para apuntalar los intereses estratégicos canadienses. Esto requería que Ottawa mantuviera un bajo perfil y que, al mismo tiempo, pusiera en marcha una dinámica oficial promotora de la paz, la democracia y la negociación.

Con el fin de fortalecer sus planteamientos, Nossal afirmaba que ningún Estado era autónomo pues ni siquiera el más poderoso podía actuar de manera unilateral y esperar la complacencia del resto del mundo. De acuerdo con esa postura, Canadá no podía aspirar a actuar como quisiera ni en el plano interno ni en el externo, por ello la política y la diplomacia canadienses tenían que diseñarse de acuerdo con metas factibles (Nossal, 1989: 75). Es oportuno añadir que este posicionamiento oficial canadiense fue el que se puso en marcha –con relativo éxito- en diversos foros de carácter multilateral, pues logró ubicar al país precisamente como un importante actor en la búsqueda de soluciones de carácter internacional.

En la actualidad, podemos decir que quizá la mayor área de oportunidad de la teoría de la potencia media de Nossal fue la del papel de Canadá frente a un mundo unipolar, en el que la apertura de mercados y el fortalecimiento de regiones comerciales se convertirían en temas recurrentes durante la última parte del siglo xx.

Finalmente, la tercera teoría sobre el papel de Canadá en la arena mundial es la desarrollada por Stephen Clarkson, que perfilaba al país como satélite de Estados Unidos. En ella, el académico canadiense establece que la relación con Estados Unidos constituía un duopolio desequilibrado, comparable con otros ubicados en otras regiones, como Corea-Japón, Irlanda-Inglaterra, Polonia-Unión Soviética (Clarkson, 1985: 276).

Así, en su libro Canada and the Reagan Challenge: Crisis and Adjustment 1981–1983, cuestiona el presunto carácter multilateral de Canadá, al afirmar que su posición como mediador en la onu obedecía en buena medida a las necesidades, e incluso a la sugerencia de Estados Unidos (1985: 278). Esta teoría resultó muy polémica, ya que mostraba la falta de independencia de Canadá en sus relaciones internacionales, y si bien la teoría proporciona marcos conceptuales interesantes para su análisis y desarrollo, es preciso señalar que Ottawa no opera siempre como un satélite de Estados Unidos, pues Canadá ha desarrollado, sobre todo en los últimos años, agendas propias en materia de política exterior, y es claro que no siempre han sido coincidentes con las de Washington.

Una vez señaladas dichas corrientes teóricas, procederemos a exponer, en orden cronológico, algunos acontecimientos que caracterizan la nueva tendencia canadiense en materia de política internacional durante la administración de Harper.

La derrota tras intentar ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de la onu (octubre de 2010)

Como se ha señalado, la diplomacia canadiense gozó durante décadas de un alto nivel de prestigio internacional como impulsor del multilateralismo y de la resolución de conflictos de manera pacífica a través de la onu y otros organismos. Canadá contribuyó desde el principio con personal militar en cada una de las treinta y tres operaciones que tuvieron lugar durante los años de la guerra fría. Incluso ya había militares canadienses en calidad de observadores aún antes de que se estableciera de manera oficial la ungomap,5 que fue la primera operación de paz de la posguerra fría (Goulding, 2003: 127).

Así, en tanto fundador de la onu, Canadá procuró desde 1945 mantenerse como miembro muy activo de las misiones multilaterales a nivel mundial, siendo ése precisamente su perfil más conocido. Cabe señalar que, hasta 2006, Canadá contribuyó con 120 000 soldados a las fuerzas de pacificación de la onu y posee el segundo lugar con el mayor número de bajas en dichas misiones (Canada History, 2013); sin embargo, a partir de la llegada de Stephen Harper al poder en ese mismo año, la presencia de Canadá en las fuerzas internacionales de paz de la onu ha ido menguando año con año,6 no así su deseo de formar parte –como miembro no permanente– del Consejo de Seguridad de dicho organismo. Cabe añadir que el país ya había sido miembro en seis ocasiones, al salir avante en los respectivos procesos de votación.

En ese sentido, una vez concluido el periodo 2009–2010 para miembros no permanentes del Consejo de Seguridad del grupo de países europeos occidentales y otros, del que Canadá forma parte,7 el gobierno de Harper se manifestó interesado en ser integrante del organismo de seguridad durante el bienio 2010–2011; no obstante, en el mismo periodo decidieron contender también Alemania y Portugal dentro del bloque de países occidentales, lo que significaba que tres candidatos de una misma región contendían por dos asientos; de este modo, en la ronda de votación del 12 de octubre, Alemania resultó vencedora con 128 votos, seguida de Portugal y Canadá.8

Este resultado dejó sólo un lugar disponible para dos aspirantes (Canadá y Portugal), por ello se determinó llevar a cabo una segunda ronda de votación a fin de que alguno de estos países pudiera alcanzar los dos tercios requeridos de los sufragios y así declararse vencedor.9 De inmediato los representantes portugueses y canadienses emprendieron una rápida labor de cabildeo entre los países miembros de la onu para ganar su voto.

En esta segunda ronda, Portugal se colocó adelante de Canadá al sumar 113 votos frente a 78 de su rival, lo que obligaba a efectuar una tercera ronda, pues Portugal aún no alcanzaba los dos tercios requeridos; sin embargo, al ser evidente que Canadá no sumaría más votos, la delegación canadiense decidió retirarse de la contienda; no obstante, y pese al anuncio de retiro de los representantes canadienses, la votación debía llevarse a cabo. En esta tercera ronda Portugal alcanzó 150 votos, es decir, más de los dos tercios del total. “Ésta fue la primera vez que Canadá buscaba sin éxito alcanzar un asiento en el Consejo de Seguridad en sus sesenta años de existencia” (Wells, 2013: 276).

Sin duda, la derrota caló hondo en el gobernante Partido Conservador y por ello rápidamente decidieron señalar a un responsable: Michael Ignatieff, líder del Partido Liberal, por supuestamente haber boicoteado con sus críticas, al interior del Parlamento, la candidatura de su país en pleno proceso de votación del Consejo de Seguridad (Santín, 2014: 159–160).

Para el ex primer ministro canadiense y líder del extinto Partido Conservador Progresista, Joe Clark, lo sucedido en esa ocasión en la onu fue un resultado claro del “desprecio manifiesto hacia el multilateralismo por el gobierno de Harper desde el principio de su administración, y esta [percepción] se vio reforzada en 2010 cuando Canadá fue derrotado en su intento por ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad” (Clark, 2014: 29).

La anterior apreciación se refuerza al conocerse que la posición de los 57 Estados miembros de la Conferencia de la Organización Islámica10 suele ir en bloque en este tipo de votaciones. En tal sentido, el firme apoyo brindado por Harper al gobierno israelí desde su ascenso al poder contravino la posición de las naciones islámicas al respecto y contrastó también con la posición conciliadora y de bajo perfil característica de las administraciones canadienses previas (Edwards, 2010).

También los comentarios expresados por Clark son ejemplo de las duras críticas que generó este revés diplomático entre el sector político canadiense, pues responsabilizó a Harper del resultado adverso en la onu por sus constantes fricciones con la Conferencia de la Organización Islámica y su abierto rechazo a la Iniciativa de Paz Árabe para el Medio Oriente dada a conocer en 2002 y que planteaba recorrer las fronteras de Israel hasta el punto en que se encontraban antes de la guerra de los seis días de 1967.11 Desde luego, dicha propuesta no fue aceptada por Estados Unidos ni por Israel, pues afirmaban que tal guerra había sido una acción defensiva del Estado israelí.

En cierta medida, la derrota canadiense en su intento por obtener el lugar en el Consejo de Seguridad de la onu en 2010 develó que el gobierno de Harper asumía posiciones internacionales basándose en posturas personales ideológicas y religiosas. Esto era posible gracias a que “el primer ministro es el jefe de comunicación del gobierno hacia el exterior y del exterior hacia adentro. Dentro del ámbito de las relaciones internacionales, el primer ministro es el principal diplomático canadiense y pilar en la toma de decisiones sobre política exterior” (Johnson, 2011: 116).

De hecho, este giro más directo y menos diplomático hacia el tema israelí no se circunscribió solamente al primer ministro Harper, sino también se hizo visible entre una parte considerable de su gabinete. Muestra de ello es lo expresado por su ministro de Relaciones Exteriores de 2008 a 2011, Lawrence Canon: “No vamos a dar marcha atrás en nuestros principios que son la base de nuestro gran país y vamos a continuar subrayándolos en el escenario internacional […]. Algunos incluso dirán que debido a nuestro apego a esos valores es que perdimos un asiento en el Consejo [de seguridad]. Si ése fuera el caso, entonces que así sea” (Global Geopolitics & Political Economy, 2010).

Pero las expresiones en ese tenor sobre el tema no quedarían ahí, pues incluso enfrentando la realidad de la dolorosa derrota en la onu, el propio Stephen Harper declararía días después en Ottawa:

Al final de cuentas, se obtienen muchos más votos por ser antiisraelí que por tomar una posición firme, pero mientras yo sea primer ministro, sin importar que sea la onu, la francofonía o cualquier otro foro, Canadá va a tomar siempre esta posición [de apoyo a Israel] sin importar el costo. Y no sólo porque sea lo correcto, sino porque la historia nos muestra que la ideología antiisraelí que amenaza la existencia del pueblo judío es en el largo plazo una amenaza también para todos nosotros (Harper, 2010).

Con estas palabras, el gobierno de Harper cerró uno de los capítulos más incómodos de su administración en el ámbito internacional, tras ubicar a su país en un sendero que impulsa y apoya el unilateralismo de Israel, y muestra de ello es el siguiente punto.

La solidaridad y activismo canadiense en pro de Israel (2010–2014)

El ex primer ministro conservador Joe Clark ha expresado de forma reiterada que Canadá jugó tradicionalmente un papel de mediador en Medio Oriente, procurando encontrar salidas negociadas entre las partes en conflicto durante siete décadas:

Nosotros tenemos relaciones productivas con ambos grupos, árabes e israelíes, y ayudamos a reconciliar algunas de sus más turbulentas diferencias, tanto en nuestro propio derecho como por medio de las Naciones Unidas […]. El gobierno de Harper de manera abierta rechaza la imparcialidad en Medio Oriente. No hay interés por ser imparciales. Sobre eso, el ministro de Relaciones Exteriores [de mayo de 2011 a febrero de 2015], John Baird, ha dicho: “No somos árbitros, estamos en favor de una de las partes”, y esa parte es, lo subrayamos, Israel (Clark, 2014: 79–80).

Por su parte, para el académico naturalizado canadiense, Kim Richard Nossal, esta nueva retórica de apoyo irrestricto a Israel comenzó en febrero de 2010, justo cuando el entonces agregado del ministerio de Relaciones Exteriores de Canadá, Peter Kent, afirmó que “un ataque en contra de Israel podría ser considerado como un ataque a Canadá” (Farney y Rayside, 2013: 153); sin embargo, el propio Nossal refiere que esta postura cercana a Israel tiene diversos antecedentes, como expresiones del propio Harper en las cuales revelaba abiertamente su filia hacia el Estado israelí. Por ejemplo, en mayo de 2008 aseveró:

Nuestro gobierno cree que quienes amenazan a Israel también amenazan a Canadá, porque hasta la última gran guerra se demostró que el fanatismo en contra de algunos es como un combustible incendiario que nos amenaza a todos, por ello [el fanatismo] debe ser erradicado de cualquier lugar en donde surja […]. En esta batalla en curso, Canadá permanece firme, lado a lado con el Estado de Israel, nuestro amigo y aliado en la gran familia de naciones democráticas (Farney y Rayside, 2013: 153).

Resulta interesante encontrar un considerable número de alusiones en donde Harper da cuenta de su filia hacia Israel. En dicho sentido, otra persona que ha expresado su simpatía, en una forma quizá más reveladora y polémica, es el escritor y columnista canadiense Yves Engler, quien en su libro The Ugly Canadian. Stephen Harper’s Foreign Policy (2012) afirma que tal actitud en pro de Israel suele ser muy común entre cristianos evangélicos, quienes creen en la necesidad de hacer regresar al pueblo judío al Medio Oriente, a fin de acelerar la segunda venida de Cristo. En tal sentido, en abril de 2010, el Jewish Tribune reportó que el diputado conservador británico Jeff Watson hizo públicos los saludos recibidos de parte del primer ministro canadiense Stephen Harper, quien en una misiva le expresaba que la creación del Estado de Israel cumplía precisamente con la promesa de Dios de reunir al pueblo judío de todos los rincones del mundo (Engler, 2012: 114).

En su trabajo, el propio Engler agrega que “cerca del 10 por ciento de los canadienses son cristianos evangélicos, incluidos el primer ministro y algunos ministros de su gabinete. La base de apoyo más grande de Israel son los cristianos” (Engler, 2012: 115).

Ahora, si bien esta postura más activa y visible del gobierno canadiense es coincidente ideológicamente con la opinión del primer ministro de Canadá y de su círculo más cercano, es conveniente decir que ha provocado también severas críticas entre sectores de la izquierda canadiense por considerarlas contradictorias con los principios esgrimidos por la diplomacia del país durante décadas. Lo anterior alude al abierto apoyo de Ottawa al gobierno de Israel, a pesar de ser acusado de violar sistemáticamente la libertad y los derechos humanos de los desplazados palestinos. Ante este tipo de señalamientos, el propio ministro canadiense de Relaciones Exteriores, John Baird, declaró: “Canadá se mantiene hombro con hombro con Israel […]. En pocas palabras, Israel es digno de nuestro apoyo porque su sociedad comparte muchos valores con Canadá: libertad […] democracia […], derechos humanos […], y Estado de derecho” (Soos, 2013).

Cabe añadir que el ministro de Relaciones Exteriores, John Baird, se constituyó en uno de los colaboradores de Harper que mayor apego expresó por Israel. Así, desde su posición como jefe de la diplomacia canadiense, durante una gira de trabajo en territorio israelí Baird expresó que “Israel no tiene amigo más grande que Canadá” (Engler, 2012: 113). En respuesta a esta afirmación, “el ministro de Finanzas de Israel, Yuval Steinitz, bromeó y respondió: ’Yo creo que Canadá es mejor amigo de Israel que incluso nosotros mismos, los israelíes’” (Engler, 2012). Este tipo de sucesos han provocado que diversos académicos y veteranos diplomáticos canadienses afirmen que el país se encuentra en medio del cambio más drástico y profundo desde la posguerra (McDonald, 2011: 311).

Precisamente por este tipo de antecedentes, a pocos sorprendió que en octubre de 2010 Canadá fungiera como sede para la segunda Cumbre Interparlamentaria para Combatir el Antisemitismo. En este evento, el gobierno de Ottawa manifestó su adhesión absoluta a la causa israelí sin importar las consecuencias que pudiera generarle dicha declaración dentro de la onu, tal y como terminó ocurriendo días después en la ya mencionada votación para ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad.

Debemos añadir que esta cumbre en particular sirve para que diputados de cuarenta países, gobernados todos ellos según el sistema parlamentario, lleguen a acuerdos y establezcan declaratorias comunes para generar el mayor impacto internacional posible. En esta reunión celebrada en Ottawa se elaboró un documento final en el que los asistentes declaraban que el mundo se enfrentaba a un nuevo tipo de antisemitismo consistente en una crítica excesiva e injusta al Estado de Israel. En la clausura, el primer ministro Harper afirmaría que este nuevo antisemitismo era más complejo y que “aprovechaba los disparates antiamericanos, antisemitas y antioccidentales dirigiendo sus acusaciones al pueblo judío -que había llegado a su patria judía- como el motivo de las injusticias y conflictos en el mundo, utilizando de manera perversa el lenguaje de la defensa de los derechos humanos para llevarla a cabo. Nosotros debemos de ser implacables denunciando este antisemitismo por lo que significa” (Galloway, 2010).

Ahora, en lo que corresponde al ámbito multilateral, la administración de Stephen Harper ha diseñado una estrategia tendente a descalificar y debilitar a las autoridades y representantes palestinos en foros de carácter internacional. Como ejemplo de ello, vale la pena recordar las acciones emprendidas por el gobierno de Ottawa, al cancelar sus aportaciones voluntarias a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco) en represalia porque este organismo –luego de una votación en octubre de 2011- aceptó a la Autoridad Nacional Palestina como miembro con plenos derechos. Esta decisión canadiense siguió la brecha trazada por Estados Unidos, una vez que Washington decidiera cancelar sus aportaciones al organismo, lo que fue un duro golpe.

En su página oficial, el gobierno canadiense lamentó profundamente la decisión de la unesco y acusó a los países que secundaron el ingreso palestino de ser los verdaderos responsables del recorte financiero por no haber pensado en las consecuencias económicas que tendría su decisión. En ese mismo documento, el gobierno de Harper dejaba claro que su administración no volvería a destinar fondos para cubrir déficit presupuestario alguno del organismo (Foreign Affairs and International Trade Canada, 2011).

Existe evidencia precisa, de que la aceptación de los palestinos en la unesco generó desavenencias diplomáticas entre varios de los miembros de la onu, principalmente porque la Autoridad Nacional de Palestina (anp) no es reconocida como miembro oficial de dicho organismo. Sus diplomáticos solicitaron entonces el reconocimiento con el estatus de Estado observador. Una vez presentados los argumentos en favor y en contra, se emplazó a una votación para dirimir el asunto en noviembre de 2012: 138 países se pronunciaron a favor, 41 se abstuvieron y 9 votaron en contra. Tales números otorgaron a Palestina el estatus de Estado observador, además de que se reconoció su derecho a la autodeterminación.

Como era de esperarse, una vez más el gobierno canadiense expresó abiertamente su rechazo ante tal posibilidad y lo dejó de manifiesto con su voto en contra. Los ocho países que junto a Canadá rechazaron otorgar el estatus de Estado observador a Palestina fueron: Israel, Estados Unidos, Nauru, Palau, Micronesia, las Islas Marshall, República Checa y Panamá (Caño, 2012).

Tras el éxito de su ingreso a la unesco y el reconocimiento de la anp como Estado observador en la onu, trascendió, a principios de 2013, que las autoridades palestinas estudiaban la posibilidad de acusar a Israel ante la Corte Penal Internacional (cpi) debido a los abusos cometidos por el ejército de Israel en contra de la población civil en Gaza en 2008 y 2009, y por la construcción sistemática de viviendas para ciudadanos israelíes en territorios palestinos.

Esta situación volvió a generar nuevos episodios de discusión en foros internacionales, pues Palestina, al no ser reconocida como un Estado formal ante la onu, carece de facultades legales para llevar a cabo acusaciones como Estado miembro de la Corte Penal Internacional (cpi) y el que un Estado observador miembro de la onu amague con acusar a otro Estado formal ante la cpi constituiría un antecedente muy grave en contra de Israel, sobre todo porque justo buena parte de su capital político recae en la difusión sistemática de los abusos y crímenes cometidos en contra de la población judía durante la segunda guerra mundial y que por ello es necesario el establecimiento de una patria para el pueblo judío.

De este modo, la posibilidad de que Israel fuera acusado de infligir violencia excesiva en contra de la población palestina (crímenes de guerra, genocidio, apartheid, colonialismo) generó una molestia profunda en el gobierno canadiense y de inmediato amenazó a la Autoridad Nacional Palestina con eliminar todo tipo de ayuda económica. Esto se hizo oficial en una reunión efectuada en Washington, en marzo de 2013, cuando John Baird declaró en la conferencia anual del Comité de Asuntos Políticos entre Estados Unidos e Israel que los palestinos enfrentarían las consecuencias si decidían llevar a Israel ante la Corte Penal Internacional y ahí mismo agregó: “Hemos sido muy claros desde el principio en que medidas como la que hemos visto en la unesco o en la onu y en particular en la Corte Penal Internacional no pasarán inadvertidas y, sin duda, tendrán consecuencias en la manera de conducir nuestras relaciones con la Autoridad Palestina” (Blanchefield, 2013).

El gobierno de Harper amagó con interrumpir la ayuda que los distintos gobiernos canadienses habían venido destinando a los palestinos desde 1993 y cuyo monto era de alrededor de 30 millones de dólares. Incluso, en un acontecimiento que expuso el estrecho nivel de colaboración entre el mandatario y el gobierno israelí, el primero ofreció, a principios de 2014, una ayuda extra de 66 millones de dólares a la anp, si el líder palestino Mahmoud Abbas se comprometía a dejar de criticar a Israel en foros internacionales (Goodman, 2014).

Esta muy activa y reciente historia de Canadá como promotor de la causa israelí en la onu ha dejado al gobierno de Harper en una encrucijada diplomática llena de contradicciones con la tradición negociadora del país. Muestra de ello es uno de los capítulos más recientes del conflicto palestino-israelí, en donde la representación canadiense en la onu decidió votar abiertamente en contra de una moción del Consejo para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que buscaba condenar una ofensiva militar israelí en la franja de Gaza durante la cual murieron más de mil palestinos y dejó a más de cinco mil heridos. Dicha moción llamaba a la unanimidad para iniciar una serie de investigaciones por crímenes de guerra; no obstante, Canadá se erigió como el único país de los cuarenta y siete miembros del Consejo que no sólo se manifestó en desacuerdo, sino que votaría en contra, derrumbando de paso dicha moción (McDonald, 2011).

Con el afán de culminar este apartado, consideramos que un tema como el expuesto abre muchos espacios de debate respecto del lugar que pretende ocupar la administración de Harper en lo tocante al tema de Medio Oriente, así como la forma en que ha asumido la defensa del Estado de Israel, ya sea por razones ideológicas o religiosas; sin embargo, también cabe la posibilidad de que esta nueva dinámica conservadora en el Medio Oriente busque insertar a Canadá como un actor protagónico y determinante en una de las regiones más conflictivas del mundo. El principal problema radica en que, de ser así, el primer ministro Harper aún no lo ha hecho saber al mundo.

La salida canadiense del Protocolo de Kioto (diciembre de 2011)

En 1997, el gobierno liberal de Jean Chrétien firmó el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático junto a la mayoría de los países miembros de la onu, incluido Estados Unidos; no obstante, como es sabido, el gobierno de Washington decidió no ratificarlo, de modo que una vez que entró en vigencia en 2005 Estados Unidos ya no formaba parte del mismo.

En lo que corresponde a Canadá, los gobiernos liberales de Jean Chrétien (1993 a 2003) y Paul Martin (2003 a 2006) vieron en el Protocolo de Kioto un mecanismo idóneo para reforzar la imagen de su país como garante y protector del medio ambiente a nivel global. Amparados en este acuerdo multilateral, la retórica conservacionista del gobierno canadiense le dio carácter de privilegio al tema de la protección al medio ambiente en las discusiones internacionales. Esta postura sin duda resultó benéfica para Canadá ya que posicionó su agenda nacional de desarrollo sustentable en el nivel internacional, permitiendo reforzar sus valores y expandirlos más allá de sus fronteras. Por ello, Joe Clark afirma que “En los años ochenta y noventa, Canadá fue considerado un líder en temas ambientales” (Clark, 2014: 28).

En este punto me interesa destacar que Canadá debe una considerable parte de su bienestar precisamente a los vastos recursos naturales de su territorio, así como a la forma tan ordenada en que tradicionalmente eran explotados, tanto para el consumo interno, como para la exportación, sobre todo hacia Estados Unidos. Pero desde la llegada de Harper al poder comenzaron a evidenciarse una serie de dinámicas contrarias a la tradicional postura mediática conservacionista canadiense, al cuestionarse y rechazarse abiertamente estrategias relativas al aprovechamiento de recursos naturales o al compromiso asumido para reducir las emisiones contaminantes, de acuerdo con lo pactado en el Protocolo de Kioto.

Y es que Stephen Harper fue desde el principio un firme opositor a dicho protocolo y en 2002, en una carta pública dirigida a los militantes del Partido de la Alianza Canadiense, señaló: “Debemos prepararnos para enfrentar la lucha más grande que nuestro partido ha tenido ante sí desde que ustedes me confiaron el liderazgo. Estoy hablando de la batalla de Kioto. Nuestra campaña se centrará en bloquear este asesino de empleos y destructor de la economía que se conoce como Protocolo de Kioto” (Healey, 2008: 281).

En esta misma misiva Harper detallaba cinco hechos que a su juicio le daban la razón. Primero, que los motivos del Protocolo no estaban basados en hechos científicos y comprobables; segundo, el tema central es la emisión de dióxido de carbono el cual resulta esencial para la vida; tercero, el protocolo, en su opinión, dejaría “lisiadas” las industrias del petróleo y el gas de Canadá; cuarto, afectaría a otros sectores productivos de esa nación y, agregaba en letras mayúsculas: “no hay canadienses ganadores con el protocolo de kioto”; quinto y último punto, desde su perspectiva, los únicos países ganadores serían Rusia, India y China. Por ello, afirmaba, el de Kioto era esencialmente un esquema de tipo socialista que buscaba sobre todo extraer dinero de las naciones desarrolladas (Healey, 2008: 282).

Una vez establecida de manera firme su posición, no sorprendieron sus afirmaciones posteriores a nivel nacional, cuando siendo líder del nuevo Partido Conservador afirmó: “La posición de mi partido respecto del Protocolo de Kioto ha sido clara desde hace mucho tiempo. Nosotros nos vamos a oponer a cualquier intento de ratificación y de sus objetivos. Vamos a trabajar con las provincias y otros para desalentar la implementación de sus metas y vamos a dejar sin efecto sus fines en cuanto tengamos oportunidad de hacerlo” (Carbon Fixated, 2010).

Quizá uno de los aspectos del Protocolo de Kioto que mayor incomodidad generó entre los conservadores canadienses, y de manera particular a Stephen Harper, fueron los compromisos asumidos por los gobiernos previos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto último limitaba la explotación de arenas bituminosas para obtener petróleo en Alberta. Por eso, una vez que llegó al poder como primer ministro en 2006, de inmediato emprendió una campaña nacional de duras críticas al Protocolo de Kioto. Este punto en particular llama nuestra la atención, pues la postura del gobierno de Harper en relación con el cambio climático y sus efectos en Canadá fue un tema recurrente durante el primero y segundo periodos, al punto de que rechazó ajustarse a las normas internacionales para la reducción de gases de efecto invernadero. De hecho, en un movimiento revelador, Harper desapareció el cargo de consejero nacional de ciencias y nombró al político y líder evangélico Preston Manning12 como consejero de su gobierno en materia científica (Healey, 2009:15).

Siguiendo esa línea, sabedor de que la protección al medio ambiente y la recaudación de impuestos son asuntos poco coincidentes, el mandatario decidió mezclarlos en la política interna y así colocar en una disyuntiva a los electores sobre un posible incremento de impuestos para cumplir metas medioambientales dudosas o bien impulsar la industria energética nacional creando empleos y planteando reducciones tributarias programadas. Por ello en 2008, frente a un Partido Liberal debilitado a nivel interno y defendiendo un programa de disminución de emisión de contaminantes, pero que potencialmente significaba incrementos tributarios a la industria energética, los resultados electorales beneficiaron al Partido Conservador.

Ratificado su gobierno en 2008, Stephen Harper buscó de distintas maneras no cumplir con los compromisos asumidos por sus antecesores respecto al Protocolo de Kioto, pero el carácter minoritario de su administración le impedía tomar una medida unilateral; no obstante, al lograr la victoria electoral por mayoría en las elecciones federales de 2011, Harper tuvo ante sí la oportunidad tan esperada de renunciar al acuerdo y no demoró mucho en hacerlo público, ya que en diciembre del mismo año, a través de su ministro de Medio Ambiente, Peter Kent, se anunció la salida unilateral de Canadá del Protocolo de Kioto.

El ministro de Medio Ambiente señaló en conferencia de prensa que si su país decidía permanecer en el Protocolo de Kioto, debía pagar una serie de multas por 14 000 millones de dólares debido al incumplimiento en los niveles prometidos de reducción de gases de efecto invernadero. Kent agregó que su país debió haber reducido un 6 por ciento los niveles de emisión de dichos gases durante el periodo 2008–2012 respecto de los niveles existentes en 1990, pero los estudios revelaban que Canadá los había incrementado un 30 por ciento (Curry y McCarthy, 2011).

De esta forma, y amparándose en esquemas constitucionales canadienses que le otorgan al primer ministro facultades para adoptar o rechazar acuerdos de carácter internacional, Stephen Harper, como titular de un gobierno mayoritario, decidió por decreto llevar a su país por un sendero diferente en materia ambiental. Esto hizo que el ex primer ministro conservador Joe Clark afirmara:

Canadá ha estado deslizándose hacia un segundo plano en las organizaciones multilaterales formales y en tratados en los cuales nuestro país había jugado tradicionalmente un papel central […]. Canadá fue el primer país firmante del Protocolo de Kioto que desconoció dicho acuerdo. En 2013, fuimos el único de los 194 miembros de la onu en retirarnos de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación, cuya creación fue dirigida por los gobiernos de Mulroney [conservador] y Chrétien [liberal]. En esa ocasión abandonamos la convención -de acuerdo con el primer ministro- porque no es una forma eficaz de gastar el dinero de los contribuyentes (Clark, 2014: 89–90).

De acuerdo con lo expresado por Joe Clark, es claro que a nivel interno las posturas medioambientales del gobierno de Harper han provocado reacciones en su contra, ya sea de liberales, neodemócratas o incluso conservadores como el propio Clark. Y es que el gran problema de la salida de Canadá del Protocolo de Kioto fue que el argumento de Harper no logró convencer a los sectores más informados del país, pues se sabía que una simple negociación de plazos o el compromiso genuino de no incrementar los niveles de contaminación actuales habrían bastado para que Canadá no tuviera que pagar las multas.

En realidad existen diversas voces en Canadá que afirman que esta posición contraria a temas de protección ambiental, mostrada regularmente por el gobierno de Harper, tiene que ver sobre todo con la explotación de arenas bituminosas en Alberta, pues para su extracción se requiere emprender una serie de acciones que incluyen la devastación de bosques, el envenenamiento de ríos, lagos y especies, además de generar una gran emisión de dióxido de carbono. Todo ello hace que diversos grupos civiles canadienses califiquen lo que sucede en Alberta como un ecocidio.

Como era de esperarse, este tema ha ido ganando terreno en las discusiones entre gente informada en Canadá. Por eso, tal y como lo señala de forma categórica el académico Kim Richard Nossal:

Sí, puede afirmarse que el gobierno conservador no ha hecho mucho para reducir los gases de efecto invernadero. Ottawa sigue firmemente comprometido con las arenas bituminosas de Alberta, en este sentido, Harper, ha hecho a un lado la posición [tradicional del país] en los esfuerzos de reducción de emisiones […]. Prácticamente no existe un área en la política exterior donde veamos algún cambio en el enfoque de Harper antes y después de convertirse en primer ministro (Farney y Rayside, 2013: 152).

Este hecho expresa, entre otras cosas, una convicción sólida del primer ministro respecto de los temas señalados, los cuales, hay que decir, podrán presentar limitadas variantes en el corto o mediano plazo. Precisamente por ello uno de los planteamientos centrales de este ensayo es que las convicciones personales del primer ministro Harper -gracias al sistema político parlamentario canadiense- han venido convirtiéndose en posiciones de Estado ante la incredulidad de grupos opositores.

El rompimiento de relaciones diplomáticas con Irán (septiembre de 2012)

El 7 de septiembre de 2012, el gobierno canadiense, por medio de su ministro de Relaciones Exteriores John Baird, tomaría por sorpresa al mundo al hacer oficial el rompimiento de relaciones diplomáticas con Irán, no sin antes haber desalojado a todos sus diplomáticos y al personal agregado a su embajada en Teherán durante el fin de semana previo, para luego hacerlos abandonar el país a través de distintos vuelos y con diferentes destinos para no generar sospechas del gobierno iraní. Al mismo tiempo, Baird exigía a los diplomáticos iraníes acreditados en Canadá abandonar el país en un término de cinco días.

En su comunicado, el gobierno de Ottawa argumentaba que rompía relaciones con Irán porque dicho país estaba proveyendo asistencia militar al régimen sirio de Bashar al Assad; que Teherán se negaba a cumplir con las resoluciones de la onu relativas a su programa nuclear; que de manera rutinaria amenazaba la existencia de Israel y se involucraba plenamente en una retórica antisemita; que era uno de los peores violadores de los derechos humanos en el mundo; y que apoyaba y entrenaba a grupos terroristas (Foreign Affairs and International Trade Canada, 2012).

Este anuncio se hizo en la víspera de una reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (apec) en Vladivostok, Rusia. Quizá algo de lo más sobresaliente de este asunto es que el anuncio del rompimiento de relaciones con Irán se dio justo cuando Stephen Harper se encontraba a punto de llegar a Rusia, país que por cierto había mostrado un mayor empeño para encontrar una salida negociada al desarrollo del programa nuclear iraní. Esta decisión del gobierno canadiense abrió dos frentes, por un lado expresaba a Rusia y a su presidente Vladimir Putin una crítica por su política hacia Irán y, por otro, censuraba duramente al régimen de Teherán por sus constantes declaraciones en contra de Israel (Schwartz, 2012).

Esta presunción de que el tema de Israel fue uno de los argumentos de mayor peso para romper relaciones diplomáticas con Irán se apoya en una serie de acciones políticas de Estado y en múltiples declaraciones de ministros del gobierno conservador canadiense, comenzando por Baird, quien afirmó que el rompimiento con Irán obedecía a que ese país “de forma rutinaria amenazaba la existencia de Israel, estimulando retóricas racistas antisemitas e incitando al genocidio” (Clark, 2014: 83).

Por su parte, el ministro de Defensa, Peter MacKay, hizo sonar los tambores de guerra en contra de Irán cuando señaló: “Nosotros estamos utilizando toda la diplomacia a nuestro alcance, pero los hechos demuestran que debemos estar preparados para lo que pueda venir y eso es algo que el Departamento de Defensa Nacional toma muy en serio […]. Nosotros siempre estamos planeando, y siempre estamos listos” (Engler, 2012: 148).

Este tipo de discurso en contra de Irán proveniente de los más altos círculos conservadores del poder en Canadá no debería sorprender, sobre todo si se considera que el máximo líder y patriarca del conservadurismo canadiense, Stephen Harper, también había afirmado que Irán era “la mayor amenaza a la paz global y a la seguridad de todo el mundo” (Clark, 2014: PÁGINA). Asimismo, Harper ha insistido en que él se encuentra:

absolutamente convencido de que Irán no vacilaría ni un poco para usar armas nucleares […]. Desafortunadamente, ya hemos visto suficiente del régimen iraní para saber que es muy capaz de llevar a cabo este tipo de acciones […]. Nosotros ya hemos visto muchas cosas del régimen iraní y todas se encuentran en estas líneas […s]. Es muy perturbador que cualquier régimen en la faz de la tierra pudiera hacer algo que recordara a la gente de la Alemania nazi (Engler, 2012: 144–145).

Este tipo de comparaciones del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad con Hitler fueron recurrentes durante el gobierno de Harper e incluso llegó a afirmar que Ahmadinejad y las cúpulas iraníes lo asustaban (Engler, 2012: 144). Por supuesto, el apoyo israelí al rompimiento de relaciones diplomáticas de Canadá con Irán no se dejó esperar y, una vez hecho oficial, Israel, a través de su primer ministro Benjamín Netanyahu, felicitó al gobierno de Ottawa por esta decisión (Clark, 2014: 82).

También es justo decir que fueron muchas las voces dentro del país que cuestionaron tal decisión. Entre éstas destaca la del ex embajador canadiense en Irán, Ken Taylor, quien jugó un papel importante durante la crisis de los rehenes estadunidenses de 1979. Al referirse al estado de cosas entre su país e Irán, Taylor señaló que hasta antes del anuncio de Baird “Canadá había gozado de un estatus como jugador hábil en la arena internacional y ése era el gran valor que le permitía hacer algo precisamente en los sitios que necesitaban de un intérprete que ayudara a explicar lo que estaba sucediendo” (Clark; 2014: 83).

De igual modo, en el Parlamento canadiense, diputados del Partido Neodemócrata encabezados por Paul Dewar calificaron esta decisión como “extraña e irresponsable”, pues eliminaba de golpe a Canadá como un potencial jugador en el Medio Oriente (Blanchfiel, 2012). Es preciso señalar, sin embargo, que este tipo de manifestaciones públicas de diputados neodemócratas fueron reprimidas por su líder Thomas Mulcair, quien a partir de ese momento pidió a los miembros de su partido ser mesurados, afirmando que las decisiones del gobierno conservador se tomaban con base en información que la sociedad en general desconocía (Toronto Sun, 2012).

En lo que corresponde a la respuesta iraní, su gobierno, a través del vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores, Ramin Mehmanparast, condenó el rompimiento de relaciones diplomáticas ordenado por Ottawa al señalar que

la actitud hostil del actual gobierno racista canadiense está ciertamente en línea con la política dictada por el régimen sionista (Israel) y el Reino Unido […]. El cierre de la sección de visados en Teherán, la congelación de cuentas bancarias de ciudadanos iraníes que viven en Canadá y la prohibición de transferir dinero a estudiantes iraníes en ese país están entre las numerosas medidas hostiles del gobierno canadiense contra Irán y la comunidad iraní en Canadá (Soriano, 2012).

Del mismo modo, Mehmanparast contraatacaría al gobierno canadiense acusándolo de violar los derechos humanos de población originaria de la región de Attawapiskat al norte de Ontario y convocó a las Naciones Unidas a comprobar las constantes violaciones a sus derechos en toda el área. De igual forma, la prensa iraní elaboró reportajes en donde denunciaba las condiciones de vida de comunidades indígenas en Canadá y señaló la forma en que el gobierno conservador encaró las protestas en la Cumbre del G-20 llevada a cabo en Toronto en 2010. En estas investigaciones periodísticas se expresaban las preocupaciones y dudas iraníes en cuanto a la respuesta policiaca y al tratamiento de los manifestantes (Engler, 2012: 146).

Sin duda, el rompimiento de relaciones con Irán es una buena muestra de la nueva postura canadiense en materia de política exterior y del sitio en el que el gobierno de Harper pretende colocar a su país.

Conclusiones

Desde 1867, a través de cuarenta y un ejercicios electorales a nivel federal, Canadá se ha convertido en una nación con profundos valores democráticos que han servido de base para catapultar al país como un paradigma de igualdad y buen gobierno. Esta dinámica ha permitido un equilibrio en el ejercicio de poder por parte de gobiernos liberales (23) y conservadores (18), haciendo posible prácticas poco divergentes en lo nacional y muy coincidentes en el terreno internacional al plantear y defender los mismos principios en diversos foros multinacionales, conscientes de que con ello colocaban al país en una posición sólida como interlocutor en diversos acontecimientos conflictivos internacionales.

Esta tendencia hacia el multilateralismo ayudó a crear la imagen de Canadá como una sólida potencia media con capacidades diplomáticas diversas para ofrecer salidas a conflictos severos, como los sucedidos en forma frecuente por todo el Medio Oriente. Esta capacidad negociadora fue una herramienta muy útil para los gobiernos canadienses durante la segunda parte del siglo xx, pues gracias a ella tanto los gobiernos conservadores como los liberales pudieron poner en práctica estrategias diplomáticas comunes que le allegaron al país respeto y reconocimiento mundiales.

Retomando el primer caso mencionado -la derrota canadiense al intentar ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de la onu-, resulta claro que la postura del gobierno de Ottawa respecto de temas polémicos de impacto mundial reveló muy pronto la tendencia conservadora del primer ministro Harper y su desdén hacia la tradición diplomática puesta en marcha por sus predecesores.

Quizá uno de los asuntos más complicados para Canadá en años recientes ha sido que las declaraciones y acciones de Stephen Harper y sus representantes en foros internacionales han empujado a buena parte de la comunidad internacional a no confiar más en la imparcialidad de Ottawa ante ciertos asuntos. Sin duda, esto ha mermado la credibilidad y capacidad protagónica de esa nación como mediador de conflictos. Al mismo tiempo, llama la atención cómo esta nueva tendencia del gobierno de Ottawa, más proclive hacia el unilateralismo en asuntos relativos al Medio Oriente, comparte características ideológicas y religiosas con sectores de la extrema derecha del país.

Este viraje en la forma de hacer política hacia el exterior ha sido posible gracias a los reacomodos internos tras la llegada y consolidación del nuevo Partido Conservador de Canadá, cuyo sustento electoral lo constituye el poseer alrededor de 35 por ciento de los sufragios, lo que regularmente suele otorgársele a la derecha en cada elección federal. Este porcentaje del voto duro conservador le ha permitido a Harper mantenerse en el poder durante los procesos electorales federales de 2006, 2008 y 2011, mientras que el restante 65 por ciento se ha repartido entre cuatro partidos políticos de alcance nacional: el Partido Liberal que ha concentrado durante el mismo lapso alrededor del 25 por ciento, el Partido Neodemócrata un 22 por ciento; el Bloque Quebequense un 9 por ciento, y el Partido Verde un 4 por ciento (Parliament of Canada, 1867–2015).

Asimismo, debe hacerse hincapié en que las facultades y la libertad de acción que otorga el parlamentarismo canadiense a su primer ministro le han permitido adoptar, a nivel internacional, una serie de posiciones que exceden el tradicional y más moderado conservadurismo canadiense. De esta forma, Harper y su equipo han asumido una postura en el Medio Oriente más protagónica y pragmática, menos idealista y con una mayor tendencia al unilateralismo.

En lo que corresponde al segundo caso, la solidaridad y el activismo canadiense en favor de Israel, cabría señalar que tal dinámica se encuentra estrechamente relacionada con lo que señalábamos líneas antes, pues la derrota canadiense en el Consejo de Seguridad no podría entenderse sin las acciones emprendidas por el gobierno de Harper en favor de la causa israelí.

Somos conscientes de lo polémico que puede resultar señalar que las posiciones ideológicas personales del primer ministro han sido capaces de determinar la imagen de su país en el exterior, de manera particular en el Medio Oriente; sin embargo, al no contar con material que refute lo contrario, decidimos sustentar nuestra percepción a través de fuentes de diversa índole que revelan una tendencia precisamente hacía esa dirección. Y es que precisamente el entusiasta apoyo del gobierno canadiense a Israel ha generado críticas dentro del propio Canadá y también, en tiempos recientes, algunas consecuencias en el exterior. Empero, en el nivel interno debe señalarse que esta postura también genera impactos positivos entre sus bases de apoyo duro como son los sectores evangélicos o la derecha cristiana canadiense, pues dichas comunidades suelen ser tradicionalmente pro israelíes por las razones expuestas. Al mismo tiempo, con su apoyo y defensa del Estado de Israel, Harper busca extender y reforzar sus bases de apoyo entre la comunidad judía canadiense.

Cabe agregar que el tema de Israel ha permitido al primer ministro presentarse ante sus adherentes y detractores como un político con principios. De acuerdo con esta lógica, puede entenderse que la nueva tendencia canadiense hacia el exterior ciertamente es más activa, pragmática y denota profundas convicciones políticas de derecha. Lo anterior ha colocado al país como un actor más visible, sobre todo en el Medio Oriente, el cual busca privilegiar su opinión sobre otros países del área aprovechando su posición económica como miembro del G-7. Esta situación podría hacer pensar que Ottawa viene buscando jugar un papel más protagónico en la arena internacional para así posicionar al país como una potencia principal emergente, gracias sobre todo a sus recursos naturales y energéticos. No obstante, hemos podido observar cómo muchas de las posiciones del gobierno de Harper respecto de Israel se hacen fuertes precisamente porque se ciñen y, en muchos casos, exceden la postura de Estados Unidos. Y es que, paradójicamente, ese papel hace ver a Canadá como un satélite de Estados Unidos, uno que a veces hace ver a Washington como un gobierno de posturas más moderadas, incluso frente al controvertido conflicto árabe-israelí.

Por otra parte, en lo que corresponde a la salida canadiense del Protocolo de Kioto, es evidente la tendencia de la derecha canadiense de rechazar el tema ambiental, por considerarlo un asunto que afecta los intereses de la enorme maquinaría industrial energética del país. Por ello resulta interesante conocer cómo, argumentando posibles sanciones económicas por sus elevadas emisiones de dióxido de carbono, Canadá decidió renunciar a un acuerdo medioambiental que fue bandera de administraciones anteriores y orgullo de su diplomacia.

En ese sentido, es claro que el mayor compromiso y apego del gobierno de Harper está con los grandes intereses energéticos canadienses y su alta demanda internacional, pese al creciente nivel de independencia energética que viene alcanzando Estados Unidos y que obliga a Canadá a buscar nuevos compradores, sobre todo en el mercado asiático, en donde el petróleo sintético producto de las arenas bituminosas no se enfrenta al rechazo y cuestionamientos europeo ni estadunidense por los efectos nocivos sobre el medio ambiente debido a los procesos de extracción y transporte.

A todo esto debe añadirse que en Canadá la industria energética asentada en la provincia de Alberta ha sido una aliada tradicional del gobierno de Harper en su lucha contra el Protocolo de Kioto, el cual, como vimos, fue calificado por el propio Stephen Harper como un “asesino de empleos y destructor de la economía”. Con estos argumentos y ciertamente estimulado por el mercado internacional y la alta demanda de nuevas energías, el gobierno canadiense decidió poner a su país en el otro extremo del que jugó tradicionalmente durante décadas, y que es precisamente donde juegan países como Estados Unidos, China y la India, quienes son los que mayor cantidad de gases de efecto invernadero generan en el mundo.

El último caso que analizamos, el rompimiento de relaciones canadienses con Irán, podemos definirlo como el colofón de la nueva política exterior de Canadá en Medio Oriente, pues comparte todas y cada una de las características que abordamos en los dos primeros casos (la derrota en el Consejo de Seguridad de la onu y el apoyo irrestricto a Israel). Y es que precisamente con la retirada diplomática canadiense de Irán, Ottawa quedó fuera de toda posibilidad de jugar un papel mediador en el área, sobre todo a partir de que trascendió que el gobierno de Barack Obama emprendía una serie de negociaciones con el gobierno iraní, de las que, por cierto, participaban también los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia, Gran Bretaña y Rusia) y Alemania. Estas negociaciones han seguido su curso y se esperan anuncios importantes para principios de 2016.

Sin embargo, claro está, Canadá se encuentra fuera de estos esfuerzos de reconciliación con el programa nuclear iraní, y no sería extraño suponer que observara dichas negociaciones con la misma desconfianza que Israel. Al final, tal y como lo dijo el ministro de Relaciones Exteriores canadiense, John Baird, Canadá no es un árbitro en Medio Oriente, Canadá está del lado de alguien y ese alguien es Israel.

Podemos concluir con la certeza de que el gobierno conservador de Stephen Harper pasará a la posteridad como uno que cerró puertas en el ámbito internacional, pero que también abrió otras. Es claro que ha sido un jefe de gobierno que ha mostrado sin ambigüedades sus convicciones ideológicas y religiosas, poniéndolas en juego en el exterior, aunque ello signifique romper tradiciones diplomáticas. Ha dirigido a su país hacia la senda que considera la más adecuada a los intereses en los que él cree y lo ha hecho gracias a un sistema político como el canadiense que, a juicio de muchos, demanda renovarse, amparado en un centralismo y en un control político que bien podrían hacer palidecer los anhelos absolutistas de distintos políticos latinoamericanos de ayer y hoy.

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Posteriormente Lester Perason fungiría como primer ministro canadiense de 1963 a 1968.

Todas last traducciones son del author, salvo que se indique de otra forma.

Para una revisión de las divergencias entre los conservadores de Canadá durante este period, véase Flanagan (2009b: 37).

Debe señalarse que para alcanzar el estatus de gobierno mayoritario, en Canadá cualquier partido requiere obtener el 50 por ciento más uno de las curules en la Cámara de los Comunes. De esta manera, al contar con 308 escaños en su cámara baja, la cifra requerida era 155.

Operación de paz de las Naciones Unidas desplegada de mayo de 1988 a marzo de 1990 en Afganistán. Su objetivo fue verificar la correcta retirada de tropas soviéticas de Afganistán y el retorno de refugiados desde territorio pakistaní, buscando garantizar el respeto al alto al fuego entre las partes involucradas.

En 2013, Canadá fue el país número 59 en ofrecer militares y especialistas a la onu (véase United Nations Peacekeeping, 2013). Es importante añadir que para el periodo enero-mayo de 2014, Canadá tenía desplegados 120 efectivos en diversas operaciones de paz en el mundo, número muy pequeño si se compara con los aportados por países latinoamericanos en el mismo lapso, como Uruguay (1 821), Brasil (1 714), Argentina (873), Perú (406) o Guatemala (317) (United Nations Peacekeeping, 2014).

Es importante señalar que los diez asientos no permanentes del Consejo de Seguridad de la onu se reparten de la siguiente manera: África (3), América Latina y el Caribe (2), Europa Occidental y otros (2), Asia (2) y Europa Oriental (1).

Las cifras de este proceso pueden consultarse en La vanguardia (2010).

En 2010 la votación se realizó entre 192 países miembros de la Asamblea General de Naciones Unidas.

Organismo internacional creado en 1969 que aglutina a Estados musulmanes.

Es muy oportuno añadir que Portugal fue uno de los países occidentales que recibieron con agrado la iniciativa de paz árabe.

Debe recordarse que Preston Manning fue el fundador y líder vitalicio del conservador Partido Reformista durante su existencia, de 1987 a 2000. Cabe agregar que Manning es economista y tenía muchos años dedicado a la política, por lo que se desconoce su experiencia en el campo científico.

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