En este trabajo analizamos la trayectoria migratoria de cuatro jóvenes guanajuatenses, a partir de la noción de identidad compuesta, que surge del concepto de pertenencias múltiples propuesto por Amin Maalouf. Mediante dicha noción, planteamos la idea de que las perspectivas que hacen énfasis en la asimilación o el transnacionalismo no ayudan a explicar el proceso de retorno de una generación de jóvenes que creció de manera irregular en Estados Unidos y se vio obligada a regresar a México. Proponemos que en la región norteamericana se está generando una identidad compuesta que permite a los migrantes y a sus hijos desarrollar pertenencias múltiples a culturas, territorios y trabajos, que facilitan la resiliencia de estos jóvenes en sus trayectorias de vida.
This article analyzes the migratory trajectory of four young people from Guanajuato based on the notion of a compound identity, which emerges from the concept of multiple belongings proposed by Amin Maalouf. The author uses this notion to put forward the idea that the perspectives that emphasize assimilation or trans-nationalism do not help explain the return process of a generation of young people who grew up under irregular circumstances in the United States and was forced to return to Mexico. She proposes that the North American region is generating compound identities that allow migrants and their children to belong to multiple cultures, territories, and jobs that facilitate these young people’s resilience in their life cycles.
N’est-ce pas le propre de notre époque que d’avoir fait de tous les hommes, en quelque sorte, des migrants et des minoritaires? Amin Maalouf (1998)
Es, ante todo, un lugar común iniciar un texto sobre migración en Guanajuato recalcando la experiencia centenaria de la migración de personas hacia Estados Unidos. Es un suceso que, entre muchas otras circunstancias, crea en el individuo un sentido de pertenencia y adaptación a espacios sociales diferentes, sean vividos, sean imaginados. Por una parte, la movilidad de mexicanos hacia Estados Unidos ha sido explicada como una conexión supranacional de comunidades políticas en las que migrantes y sus familias interactúan cotidianamente, a pesar de las fronteras políticas (Levitt y Glick, 2004); también por la capacidad de asimilación de los individuos a la nueva sociedad (Itzigsohn, 2015); finalmente, desde el punto de vista de la relación individual con los espacios geográficos como productores de identidades multiespaciales (Vila y Reyes, 2016). La idea que se trata de analizar en este trabajo es que los jóvenes guanajuatenses retornados se han vuelto resilientes a partir de la construcción de una identidad compuesta que se integra por medio de pertenencias múltiples (Maalouf, 1998). Con ella no niegan su pertenencia a la comunidad en la que crecieron y socializaron, sino que la incluyen dentro de la que están en proceso de desarrollar en la comunidad donde han continuado su vida. Es decir, la identidad compuesta de estos jóvenes deriva de su trayectoria migratoria personal, de la pertenencia a una familia que ha construido su bienestar a partir de la movilidad, y se adapta o manifiesta en territorios más allá de su pertenencia jurídica o legal.
Estas identidades y pertenencias múltiples se expresan y analizan en este trabajo por medio de las narrativas individuales de cuatro jóvenes estudiantes, tres de ellos retornados de Estados Unidos; uno, miembro de una familia migrante que ha vivido la migración de su padre, aunque nunca se ha establecido en aquel país. Con ello, buscamos continuar la discusión iniciada en otro trabajo (Vila y Reyes, 2016), en el que analizamos cómo la tradición migratoria guanajuatense ha creado identidades multiespaciales a partir de la autoclasificación identitaria que deriva de la inserción de los miembros a comunidades jurídicamente ajenas, externas a su lugar de residencia cotidiana y que son una expresión de su estatus migratorio en Estados Unidos. Concebíamos que las identidades se conformaban en función del territorio, más allá de los contactos permanentes y cotidianos que mantienen el sentido de pertenencia a comunidades transnacionales que se conforman más allá de las fronteras políticas (Levitt y Glick, 2004; Guarnizo et al., 2003).
En este texto buscamos ampliar la reflexión iniciada en aquel trabajo, pero ahora nos enfocamos en aspectos internos del individuo y en la forma como construye una identidad compuesta. En la reflexión exploramos la idea de que la identidad no está compuesta por un solo elemento fuerte, sino que se conforma por múltiples pertenencias; ello acentúa la capacidad individual de empatía hacia diversas comunidades políticas, religiosas, culturales, sexuales, etc., y refuerza el sentido particular de cada individuo, tal y como lo propone Amin Maalouf (1998) en su ensayo Les identitées meurtieres (Las identidades asesinas). Tomamos distancia del autor, sin embargo, en un punto fundamental, ya que mientras Maalouf (1998: 22) hace énfasis en la forma como una sensación de riesgo percibida por un individuo hacia alguna de sus pertenencias hace que la persona la radicalice en su defensa, aquí buscamos reflexionar sobre la capacidad de adaptación –o resiliencia– de esas pertenencias, según el contexto y circunstancia vividas por las personas, en nuestro caso jóvenes migrantes.
Para facilitar la reflexión, este texto consta de tres partes: en la primera desarrollaremos los elementos identitarios propuestos por Maalouf, y enriquecemos la discusión con la idea de resiliencia social. Al tratar de hacer esta síntesis, buscamos destacar dos puntos: 1) tomar distancia del transnacionalismo, que asume que las pertenencias nacionales están estructuradas por los vínculos sociales que se mantienen en espacios políticos distintos con los que se construyen ciudadanías, como una identidad “fuerte” que se mueve entre las fronteras y que se sostiene a partir de contactos permanentes de miembros entre las fronteras (Maalouf, 1998: 22; Anderson, 1992; Guarnizo et al., 2003; Glick, 2005); 2) discutir la identidad como resultado de pertenencias múltiples, tal y como lo propone Maalouf (1998) y, al hacerlo, el desarrollo de un proceso de adaptación de jóvenes que construyen distintas pertenencias en relación con la movilidad, la densidad de sus redes sociales y la reconstrucción de sus vidas en nuevas comunidades y espacios sociales. En este sentido, nuestro argumento reconoce en el individuo y su individualidad no sólo una multiplicidad de pertenencias, sino una capacidad de resiliencia –adaptación–, es decir, las pertenencias múltiples se adaptan a los espacios y trayectorias de vida cotidiana de las personas migrantes, reconstruyen y amplían sus redes sociales, así como la pertenencia nacional o jurídica se adaptan al nuevo espacio social. Este apartado terminará con una pequeña nota metodológica sobre cómo seleccionamos los casos de análisis.
La segunda parte continuará, precisamente, con el análisis de las narrativas migratorias de los jóvenes que amablemente aceptaron compartir su historia de vida con nosotros. Aquí destacaremos sus sentimientos de pertenencia nacional, su identificación con el espacio territorial, sus redes sociales, su manejo de la lengua y la visión que tienen del espacio norteamericano, incluyendo en éste a Estados Unidos y México, lo que nos llevará a las reflexiones finales, en las que buscamos ponderar cómo la migración –vivida o imaginada– ha “empalmado” formas múltiples de pertenencia, pues ha facilitado a los jóvenes migrantes adaptarse a identidades compuestas en las que es posible identificar pertenencias sociales, así como multiespaciales. Ello les propicia una reconstrucción identitaria multiespacial poco vista por las perspectivas dominantes de asimilación o transnacionalismo.
Pertenencias múltiples e identidades resilientesLa primera distinción en este trabajo parte de lo que Amin Maalouf (1998: 22-24) define como identidades mayores: la pertenencia a una comunidad nacional, a una comunidad religiosa o, finalmente, a una clase social. Las dos primeras han sido definidas en cuestión de la pertenencia a una comunidad imaginada, que además se puede vivir a la distancia (Anderson, 1991; 1992; Glick, 2005). Esta identidad fuerte se construye y comparte colectivamente; la clase social, además, es definida en función de la reproducción material de los individuos. En estas identidades mayores, sobre todo la pertenencia a una comunidad nacional, es donde se basa la idea de transnacionalismo (Glick, 2005; Levitt y Glick, 2004), es decir, la pertenencia a una comunidad imaginada (Anderson, 1991) en espacios geográficos que sobrepasan las fronteras artificialmente construidas, y se sostiene a partir de contactos continuos y permanentes entre las fronteras (Guarnizo et al., 2003).
El transnacionalismo basa su conceptualización en una visión política de pertenencia a una identidad mayor con la que se mantiene un contacto habitual. Se asume que existen factores externos al individuo, que se construyen con el fin de crear apegos profundos a naciones entendidas como comunidades imaginadas (Anderson, 1991). En este sentido, la migración propicia que estas comunidades imaginadas se muevan por los territorios, como parte de un repertorio de atributos con los que cuenta un individuo para asegurar un sentido de pertenencia y una forma de ser independientemente de las fronteras políticas nacionales (Waldinger, 2015b: 23). Brubaker y Cooper (2000: 15) lo definen como la identificación propia, o de los otros, de acuerdo con la posición en una red de relaciones, o bien por la pertenencia a un cierto tipo de personas que comparten un atributo categórico. Con ello se reduce la contingencia y se aumenta el sentido de práctica discursiva, que incrementa la cuestión de la identificación (Hall, 2003: 2).
Mientras que el transnacionalismo se define a partir de los contactos habituales y sostenidos a través de las fronteras (Guarnizo et al., 2003), las pertenencias se definen, además, por la lengua, la religión, la pertenencia étnica y se refuerzan a partir de los orígenes, las relaciones con los otros o “sobre el lugar que uno puede ocupar en el sol o en la sombra” (Maalouf, 1998: 24). De este modo, Maalouf identifica una variedad de recursos identitarios que existen de manera simultánea dentro de un individuo, idea que va más allá de una pertenencia móvil que se mantiene transnacionalmente, o se pierde con la asimilación a una nueva comunidad nacional (Waldinger, 2015a). La identificación entendida como un proceso, no como algo estático, propuesto por Maalouf, implica la acumulación de pertenencias identitarias que se desarrollan dentro del individuo a partir de sus interacciones sociales y que se expresan en las distintas comunidades en las que interacciona cotidianamente. Esto se manifiesta sin que una pertenencia prevalezca sobre las otras de manera definitiva, a menos que los individuos se sientan amenazados en una de aquéllas; la amenaza es, para Maalouf, un tema que implica el refuerzo de la pertenencia en riesgo, y así la convierte en la identidad guía1 (Maalouf, 1998: 22). Así, el autor destaca que los sentimientos de pertenencia que conforman la identidad de un individuo constituyen una jerarquía variable y cambiante a lo largo del tiempo; todo ello le proporciona recursos de empatía con cada uno de los grupos con los que tenga elementos en común.
En otros términos, la identidad se concibe como un proceso de identificación, más que como un estado permanente que se puede mover entre fronteras (Brubaker y Cooper, 2000; Hall, 2003). “La perspectiva discursiva ve la identificación como una construcción, un proceso inacabado –siempre en proceso. No está determinado en el sentido de que siempre puede ser ganado o perdido, mantenido o abandonado” (Hall, 2003: 2-3).* Es por ello que nuestra perspectiva asume que las pertenencias identitarias ayudan a generar un repertorio del cual el individuo puede echar mano para ir adecuándose a los distintos escenarios sociales que acompañan las condiciones de una vida móvil, característica de una persona migrante. Estos repertorios de pertenencia o identificación incluyen las categorías utilizadas por instancias de autoridad, pero también el reconocimiento individual de características compartidas con otras personas o grupos sociales (Brubaker y Cooper, 2000; Hall, 2003).
En síntesis, entre más diversas sean las pertenencias adquiridas por una persona, más específica es su identidad, entendida como un proceso de identificación. De esta forma, el individuo desarrolla pertenencias simultáneas, no mutuamente excluyentes. Maalouf (1998: 33-35) destaca dos elementos: el primero se relaciona con la influencia de los otros que intentan apropiárselo al incluirlo a su grupo, sea éste religioso, familiar, nacional…, así como el grupo de enfrente buscaría excluirlo por las mismas razones. Una discusión que en la literatura ha implicado que un migrante o sus hijos socializados en Estados Unidos dejarían de pertenecer a las comunidades mexicanas, es una discusión que forma parte de una perspectiva asimilacionista; o bien, que viaja con las comunidades mexicanas y sostiene esa pertenencia al mantener contacto permanente y frecuente con éstas para reafirmar su pertenencia comunitaria y transnacional (Itzigsohn, 2015; Galindo, 2009). El segundo elemento destacado por Maalouf se refiere a la toma de conciencia de sí e ir adquiriendo conciencia de sus múltiples pertenencias a cada paso de su trayectoria de vida. De aquí derivamos la posibilidad de que la identidad sea resiliente, es decir, que el individuo cuente con un repertorio de pertenencias que adapte de acuerdo a los factores externos que la afectan, la incluyen, la amenazan o la excluyen (Vila et al., 2016). Es decir, un individuo dotado de múltiples pertenencias puede facilitar su resiliencia –adap– tación a circunstancias específicas de su vida particular y colectivaque, al constituirse internamente en cada individuo, deja complementaria la simultaneidad de las nociones de transnacionalismo y la necesidad de establecer contactos permanentes en el tiempo y en el espacio, para reforzar las pertenencias múltiples.2
Si una persona migrante, o su hijo, desarrolla estas pertenencias múltiples durante su trayectoria de vida, contará con una mayor capacidad de adaptación a distintos espacios vitales en los que interactúa. Maalouf (1998: 33) afirma que los elementos básicos de la identidad se encuentran en el individuo desde el nacimiento: características físicas, sexo y color, que adquieren sentido en el ambiente social y son reforzadas por el entorno, o los múltiples entornos en los que son influidos y reforzados por los otros. Del mismo modo, desde la psicologia conductual, estos elementos otorgan al individuo su capacidad de resiliencia, es decir, la capacidad de continuar su desarrollo, a pesar de que éste sea alterado por una herida (Cyrulnik, 2015). La madre primero, y la comunidad después, dotan al individuo con los recursos internos que explican la capacidad de reaccionar dentro de unas guias de desarrollo más o menos sólidas. La comunidad permitirá “la posibilidad de hallar los lugares de afecto, las actividades y palabras que […] proporcionan las guías de resiliencia que le permitirán reanudar un desarrollo alterado” (Cyrulnik, 2015: 27-28).
En términos sociales, Hall y Lamont lo han recuperado para
analizar la capacidad de un grupo social para mantener su bienestar físico, de salud mental, sostenimiento material y el sentido de dignidad y pertenencia comunitaria frente a los desafíos que se le presentan […], no para regresar a un estado anterior, sino para lograr el bienestar, aun cuando eso conlleva modificaciones significativas a la conducta o a las estructuras sociales que enmarcan y dan significado a la conducta. El punto fundamental es la capacidad de los individuos o grupos de asegurar resultados favorables en términos materiales, simbólicos o emocionales bajo nuevas circunstancias y con nuevos medios (Hall y Lamont, 2013: 13).
En este sentido, la resiliencia social es resultado de un proceso activo de respuesta, el producto de un proceso creativo en el que las personas crean las herramientas, recursos colectivos y nuevas imágenes de sí mismos que sostienen su bienestar frente al cambio social.
Esta posibilidad de adaptación se refuerza en la densidad de sus relaciones sociales y se expresa en sus narrativas de vida. De ahí que, en las entrevistas, hicimos énfasis en la forma como los jóvenes viven e interpretan la migración. Los que regresaron después de haber crecido en Estados Unidos cargaron con la etiqueta que deriva de la irregularidad jurídica de su vida cotidiana; y los que crecen en México son hijos de “nortenos”, por lo que se les diferencia del resto. Es interesante, como se verá, que ambos reproducen un estereotipo de desventaja que se manifiesta (sobre todo en quienes crecieron en Estados Unidos) en la dificultad de reconocer en su vida móvil las ventajas que pueden derivar de esta experiencia. Como explica Maalouf: Tenemos tendencia a reconocernos en la pertenencia más atacada, en ocasiones cuando no [se] siente la fuerza de defenderla, la disimulamos; así, se mantiene en el fondo de uno mismo, escrita en la sombra, en espera de una revancha; pero eso supone que uno la esconda, que uno la proclame ruidosamente, es ésta con la que uno se identifica. La pertenencia que está puesta en causa –color, religion, lengua, clase– invade así la identidad entera. Los que la comparten se sienten solidarios, se parecen, se movilizan, se refuerzan mutuamente, se toman a los de enfrente. Para afirmar ellos su identidad, se convierte obligatoriamente en un acto de valor, un acto liberador (Maalouf, 1998: 37).
En este sentido, la migración crea, en la trayectoria de vida de los jóvenes con vidas irregulares, la necesidad de disimular su vida cotidiana y pasar desapercibidos en Estados Unidos. También la dificultad de reconocerse en las que oficialmente son consideradas sus comunidades de origen, porque su asimilación es puesta en entredicho, tanto por su forma de ser, como por su forma de hablar y, de manera destacada, por el desconocimiento del espacio. Finalmente, facilita la formación de una identidad compuesta, ya que estos jóvenes viven en la frontera de dos comunidades (Maalouf, 1998: 50): la mexicana (a la que formalmente pertenecen) y la estadunidense (en la que crecieron y forjaron sus primeras referencias de pertenencia).
A partir de este último elemento construimos la última parte de nuestro argumento. La migración forma una identidad compuesta en la que los jóvenes han socializado y creado un sentido de pertenencia que va más allá de lo transnational, y que resulta de la educación y socialización en una comunidad de destino, sin que ello implique optar o abandonar la pertenencia a la de nacimiento. Son lo que Maalouf (1998: 50) llama personas “fronterizas de nacimiento por las casualidades de su trayectoria”. Estos elementos les facilitan crear un sentido de múltiples pertenencias3 en (al menos) dos universos, si no opuestos, sí complementarios, que incluyen “otras lenguas, otros lenguajes, otros códigos […] todos tenemos la impresión de que nuestra identidad, tal y como la imaginamos después de la infancia, está amenazada” (Maalouf, 1998: 53). Por eso es difícil destacar en el argumento el asimilacionismo y el transnacionalismo, porque ambas cosas rechazan la noción misma de la pertenencia multiple de migrantes y la de sus hijos. Sobre todo, es la base de la resiliencia que se vive durante el movimiento de un espacio social a otro. Y Maalouf agrega: [el migrante] es la víctima primera de la concepción “tribal” de identidad. Si hay una sola pertenencia que cuenta, es absolutamente necesario elegir; así, el migrante se encuentra dividido. Si hay una sola pertenencia que cuenta, el migrante está dividido, desgarrado, condenado a traicionar ya sea a su tierra natal o a su país de acogida, traición que vivirá inevitablemente con amargura, rabia. Antes de convertirse en un inmigrante, es un emigrante; antes de llegar a un país, tuvo que dejar otro, y los sentimientos de una persona hacia la tierra que dejó nunca son simples (Maalouf, 1998: 54).
En este contexto, una identidad compuesta de pertenencias múltiples es también una identidad resiliente, no excluyente. Con base en estas pertenencias multiples, los jóvenes tienden a adaptarse a los distintos contextos sociales en los que viven y socializan su vida cotidiana. Esta adaptación se manifiesta en sus narrativas de vida, en la densidad de sus relaciones sociales, en el uso de dos lenguas maternas, en la adaptación al espacio geográfico de reproducción. Esto los hace parte de dos contextos culturales opuestos o complementarios. En otro trabajo senalamos que la dinámica migratoria se basa en un contexto de cambio permanente, lo que convierte a los migrantes en personas resilientes (Vila et al., 2016: 148). Esta capacidad de adaptación se refuerza con las múltiples pertenencias que derivan de sus trayectorias de vida: les permite la pertenencia identitaria y comunitaria multiple, y la construcción de historias de vida diversas, elaboradas a partir de referentes socioculturales también variados. Por ello, creemos que la cultura migratoria blinda a las personas migrantes con una capacidad de desarrollar y adaptarse a las múltiples pertenencias que derivan de los distintos espacios geográficos en que se van creando a lo largo de su vida y crean identidades compuestas, en los términos descritos en este apartado.
Nota metodológicaEste trabajo está construido a partir de cuatro entrevistas semiestructuradas realizadas en el primer semestre de 2016 a jóvenes estudiantes en las comunidades de Apaseo el Alto, Celaya y Salvatierra.4 Se eligió expresamente a estudiantes en los primeros anos de su carrera universitaria o en el último ano de preparatória, para que tuvieran una edad similar. Escogimos los casos que expresan escenarios más diferentes posibles de retorno: Alejandro, un joven deportado; Paty, una hija de migrantes regularizados que, nacida en Estados Unidos, cuenta con doble nacionalidad; Luis, un hijo de un migrante con residencia en Estados Unidos que nunca ha vivido allá, aunque tenga papeles para hacerlo si quisiera; Ivonne, una joven mexicana que creció en Estados Unidos y cuya familia retornó voluntariamente por la crisis. Para localizar a los informantes, visitamos una escuela preparatoria técnica en Apaseo el Alto y se entrevistó a estudiantes de la Universidad de Guanajuato, en la sede sur en Celaya y en la sede Salvatierra.
Las entrevistas fueron semiestructuradas y buscaban conocer la narrativa personal sobre la experiencia migratoria de los jóvenes, la forma como entienden la migración, su sentido de pertenencia comunitaria y nacional, cómo han vivido la migración, así como los principales problemas que han enfrentado al moverse del norte al sur. El trabajo analiza las narrativas de vida de estos cuatro jóvenes, identificando las formas en que construyen y viven cotidianamente las múltiples pertenencias que derivan de su trayectoria en dos espacios geográficos distintos, tratando de explicar cómo construyen la multiplicidad de espacios geográficos, los contactos que establecen en México con sus comunidades de socialización en Estados Unidos, qué significa para ellos la migración y cómo configuran su vida en el futuro.
Narrativas migratorias y pertenencias múltiplesEn este apartado incluimos el análisis de las múltiples pertenencias que crean cuatro jóvenes guanajuatenses por su migración de retorno al estado. Aquí partimos del supuesto de que la tradición migratória en la entidad ha sustentado una forma de vida en la que los jóvenes migrantes cuentan con redes sociales densas, tanto en México como en Estados Unidos, que les facilitan adaptarse a las estrategias familiares de reproducción y adaptación a las cambiantes condiciones de su vida, y estas estrategias los llevan a la construcción de identidades compuestas basadas en pertenencias múltiples. También, estas redes estructuran su visión de México y de Estados Unidos, y limitan o amplían sus oportunidades de inclusión en las comunidades de acogida, dotándolos de los recursos sociales y psicológicos para reconstruir sus vidas en México.
En este apartado nos enfocamos en presentar las entrevistas de los jóvenes seleccionados, ya sea porque han vivido la migración en carne propia, por ser ellos mismos retornados o deportados, o bien, por ser hijos de migrantes. Esta trayectoria les ha imprimido la característica de vivir dinámicas familiares en constante adaptación a espacios sociales y territoriales múltiples, que van más allá de los espacios a que legalmente pertenecen. En estos últimos han tenido que desarrollar un proceso de conocimiento, adaptación y pertenencia que les obliga a generar una nueva narrativa individual, en la que mezclan pertenencias múltiples en el tiempo y en el espacio, así como una dinámica intercultural poco apreciada. Los jóvenes migrantes viven una vida estereotípica que resulta del estatus migratorio, de la estigmatización en las comunidades de origen y destino, de los trabajos de menos calificación, del manejo de la lengua, del desconocimiento de la geografía, etc., que, como veremos, les dificulta reconocer las condiciones de ventaja que la multiplicidad de pertenencias les crea en ambos países.
En el análisis de las entrevistas presentadas tratamos de destacar cuatro puntos: cómo perciben la migración irregular, cómo definen su pertenencia nacional (o su identidad fuerte), a los dos países; cómo transitaron de un mundo social a otro y, finalmente, qué significa para ellos la migración. Se iniciará narrando brevemente las historias de vida de los jóvenes seleccionados.
Paty5En el momento de la entrevista, Paty tenía dieciséis anos. Había vivido tres anos en México y su principal desafío fue aprender espanol. Su historia migratoria empezó cuando sus papás –él, un migrante circular que hoy es naturalizado estadunidense y ella, nacida en Estados Unidos, hija de mexicanosse establecieron en México. Aunque este país forma parte de su historia, Paty no se siente mexicana. Está aquí porque sus papás así lo decidieron, para estar cerca de su família paterna. Su vida cambió radicalmente al pasar de los suburbios de Chicago a vivir en Apaseo el Alto. Aunque su vida es más independiente, camina más para ver a sus amigas o llegar a su escuela, actividades que antes tenía que hacer en coche porque todo está más lejos; le gusta mucho más Estados Unidos. Su principal problema en México es que tiene miedo de perderse, no conoce la geografía, ni los lugares cercanos. Extrana la comida, sobre todo la comida rápida como la de McDonald’s y Burger King, que allá encontraba en todos lados, y ahora tiene que moverse a Celaya o Querétaro, las ciudades más cercanas a Apaseo, para poder comerla.
Su papá vivió un tiempo en Estados Unidos sin papeles, luego adquirió la ciudadanía. En el momento de la entrevista, su papá todavía tenía un negocio de carpintería en Estados Unidos y viajaba frecuentemente para mantenerlo y tener ingresos en dólares, gastando en pesos. Su mamá era empleada en un banco; al instalarse en México, daba clases de inglés en una escuela primaria privada de Apaseo el Alto. La migración a México les permite pagar escuelas privadas para sus hijas y asegurar que puedan ir a la universidad, además de mejorar su nivel de vida. Toda su familia tiene doble ciudadanía. Pero, para ella, ser ilegal es simplemente no tener papeles. Las personas con o sin papeles tienen trabajo y “pues si pueden aguantar un trabajo así, pues yo digo que está bien. De hecho, es lo que estábamos viendo, ahí van muchos mexicanos sin papeles y pues está bien, si pueden con un trabajo, no tiene nada de malo”. Paty toma distancia de “los mexicanos”; ella es estadunidense.
El cambio más importante que ha vivido en los últimos anos es haberse vuelto bilingüe, después de que llegó a México sin hablar espanol. A pesar del tiempo vivido en México, Paty no se siente mexicana. Ella lo explica porque, dice, todavia habla con acento, sus costumbres son cosas que la hacen diferente; cuando ella lo describe dice “yo no me voy a sentir mexicana [nunca]. Yo no soy así”. Cuando le pedimos que describa qué quiere decir “ser así” establece su desconocimiento del espacio geográfico y del idioma como primera fuente de identidad, “pues [ser mexicana] es saber andar aquí en México, o en Celaya […] es no perderte, ^no? Es poder andar […]”; la segunda característica la describe a partir de sus redes sociales y sus amigos: “Los amigos de allá y [los] de aquí son diferentes […], aquí son más chismosos, allá son más tranquilas, como que no les importa eso, aquí son más como que más comprensivos”. En esta interpretación, Paty empieza a reconocer su capacidad de pertenecer a las dos comunidades.
Paty llegó a México sin hablar espanol. Entró a la escuela secundaria con el apoyo de sus padres bilingües; parte de su proceso de adaptación estuvo reforzado por sus redes familiares. Pensó que “iba a extranar un buen a sus amigos y la forma de vida […], el frío y la nieve […] me acuerdo que estaba como espantada por México y [por]que no sé espanol […], lo que más me asustaba era no saber”.* Mientras México es un misterio que poco a poco aprende a conocer, a formar parte de sus grupos familiares y a desarrollar grupos sociales, se adapta a una comunidad bastante más empobrecida –“y fea”– que en la que creció en Estados Unidos; este último es un lugar “que me gusta mucho, la escuela estaba como en un edificio bien bonito, con carpeta [alfombra] y todo esto. Allá estaba bien difícil, llevaba más matemáticas, así como álgebra […]. Cuando llegué a México estaban viendo preálgebra, estaba más fácil”.
Sobre su principal aprendizaje de la experiencia migratoria dice que “ya sé más, ya soy más resistente”; esa resistencia la define a partir del saber: su dominio del idioma, del conocimiento del espacio y de su adaptación a la escuela. “[Los profesores] son más exigentes, pero yo también ya soy más cumplida. Ya me hice más cumplida, antes no hacía la tarea, ahora ya me puse más viva [en la escuela]. Me adapté”. El reconocimiento a la resistencia y capacidad de adaptarse a la escuela, al idioma y al espacio, sin perder su identidad original, hace de su nueva narrativa una persona intercultural, que domina, a veces sin darse cuenta, los espacios a partir del reconocimiento que hace poco a poco de su pertenencia simultánea a las dos comunidades.
Arturo6Arturo es un joven de diecisiete años, a quien en el momento de la entrevista le faltaban unos meses para concluir el bachillerato en una escuela técnica en Apaseo el Alto. Fue deportado a México cuando tenía quince años y no puede volver en diez. Su trayectoria migratoria inició al separarse sus padres; su mamá se lo llevó a Estados Unidos cuando tenía un año de edad. Sus hermanas cruzaron años después para reunirse con su madre en Texas. Vivian en comunidades pequenas de Texas y regresaron a instalarse en comunidades pequenas en Apaseo el Alto. Arturo regresó a México cuando enfermó su abuelita y él tenía seis años. Vivió aquí un ano, en el que aprendió a hablar espanol y adaptarse a los valores familiares. Su madre pagó un pollero para que lo cruzara por el desierto a Estados Unidos y volviera a reunirse con ella. El pollero lo abandonó en el camino, por lo que a su corta edad quedó varado en la frontera hasta que un joven lo ayudó a cruzar. Cuando su familia decidió regularizar su situación migratoria en Estados Unidos, por recomendación de un abogado, cruzaron la frontera a Ciudad Juárez, donde el proceso se estaba gestionando. El consulado estadunidense les negó la visa, argumentando una larga lista de violaciones a varias leyes; así fue como él y su madre se quedaron varados en la frontera, imposibilitados para regresar a su casa y a Estados Unidos durante diez años. Perdieron todo y con ayuda de su familia pudieron establecerse en Apaseo el Alto.
Arturo pudo ingresar a la preparatoria técnica gracias a la flexibilidad mostrada por las autoridades de la misma, ya que le tomó alrededor de un semestre regularizar sus papeles por medio del consulado en Houston. Pudo estudiar gracias a una beca. Dejó una vida de “mojado” en Estados Unidos, en la que intentaba pasar desapercibido para que no lo detuvieran y le pidieran papeles, con lo que pondría en riesgo a toda su familia. Ha tenido que “legalizar” su situación para poder estudiar y continuar su vida en México. La frontera, que forma parte de su historia personal, parece seguirle en su proceso de adaptación a México. Al principio se le dificultó tener amigos; la escuela le ha parecido difícil, extrana los programas deportivos de su escuela estadunidense, que en México no existen.
Para él vivir como mojado era “casi todo normal”. A veces sí le daba miedo porque en Comanche, Texas, la policía migratoria iba mucho a las casas: Sí me daba miedo de que algún día por cualquier cosita nos pudieran agarrar a nosotros […], aunque ser ilegal es simplemente no tener documentos. Para mí no tiene ninguna importanda tener papeles o no. Como yo veía las cosas, había muchos que tenían papeles y eran gente de lo peor con los otros. Uno que no tiene papeles y que según es ilegal, pues vivían como bien amigables, bien compartidos con todos. Así que para mí ser ilegal o yo, que era ilegal, no me afectaba nada. Se pudiera decir que es una palabra, una etiqueta, que le daban a la gente.
La situación migratoria es una etiqueta con la que se vive, se trata de pasar desapercibido y de ser amable con los demás.
La vida en Estados Unidos le era muy agradable, mientras que la vida en México se le ha hecho difícil. Por lo que describe, su vida en Estados Unidos era también limitada. Su padrastro trabajaba como chofer de tráilers y su madre vendía helados o pasteles desde su casa. En México ha tenido dificultades para rehacer su vida social, la educación es distinta porque los profesores “a veces” no explican los temas lo suficiente. “Allá, por lo mismo de los amigos, llegaba de la escuela y me hablaban de que vente acá, vamos a jugar y me iba. Aquí no sé por qué, pero se me da esa dificultad de tener amigos. No salgo aquí más que con mi familia. Aquí de ratitos salgo con los companeros de salón, pero sí se me ha hecho muy diferente a lo que era en Estados Unidos”. Contrario a la sensación de independencia que describe Paty, a Arturo se le ha dificultado ser reconocido por la comunidad. Se siente diferente de sus companeros, no por la forma de ser, pero sí en las costumbres. Allá se sentía integrado con los jóvenes, con los que organizaba carnes asadas, paseaban, hacían salidas. No ha logrado reconstruir ese sentimiento de ser parte de un grupo social, igual que Paty: Aquí todos se hablan y yo nomás con ciertas personas. No, no tengo tanta confianza de andar hablando con muchos. Ésa es una, y otra veo como que sus papás tienen un buen empleo. Nosotros, desde que llegamos, mis papás tienen un localito de comida y está dándonos lo suficiente para que podamos comer. Es lo que veo, sus familias no tienen problemas […]. Lo que se me hace más fácil es la familia. Desde que llegamos, como le digo, nos aceptaron. Como aquí con las costumbres, con las palabras en inglés que no entienden y cosas así. [La familia] fueron los primeros que nos aceptaron y pues no se me hizo fácil; la comida la extranaba, porque la conocí cuando viví aquí a los siete años.
En este testimonio, los recursos proporcionados por su familia les han permitido reiniciar sus vidas, pero las redes sociales en México se reducen a su familia; la familia que apoya, acepta, incluye y ayuda para que puedan rehacer su vida. Sus tíos lo ayudaron a entrar a la escuela. Igual que los otros jóvenes entrevistados en este documento, socializar con jóvenes de su edad, ser reconocido y aceptado por ellos es complicado. Para Arturo, parte de esto se debe a que las otras familias no tienen tantos problemas como la suya, lo cual, en buena medida, explica una nueva forma de aislamiento, y tratar de pasar desapercibido nuevamente tiene el estigma de la deportación. En su historia personal ha tenido dificultades de comunicación con la gente de su edad, que no entienden las palabras en inglés. Extrana jugar futbol [americano] en la escuela: “allá no lo veía como un gran lujo poder entrenar todos los días, pero ya, desde que llegué aquí, vi que lo extraño mucho”.
La deportación ha representado para ellos la pérdida total de lo que tenían. Se quedaron en Ciudad Juárez con una maleta de ropa, su familia perdió todo: casa, muebles, ropa, televisiones, refrigerador… También ha visto cómo su mamá lloraba todas las noches durante tres meses, de la aflicción que tenía, por haber perdido la vida cómoda del trabajo de sus padres en Estados Unidos: “la casa, la tele en cada cuarto, las cosas de la cocina, los muebles, para llegar a vivir con sus tíos primero y después en un local de comida en la carretera que adaptaron como vivienda”. Le hace falta “la buena paga, allá podía ganar buen dinero cortando el césped de los vecinos, acá he trabajado en varias cosas y se me dificulta conseguir un buen dinero para solventar mis gastos”.
Como Paty, se siente en desventaja porque no conoce la geografía, no puede ubicar en dónde vive en un mapa, ha tenido que reforzar el dominio del español. Además, tiene la desventaja de la situación económica: de tener una casa con lo que hoy son lujos (una televisión, muebles, etc.), ahora viven en lo que era un restaurante que les prestaron y ellos reacondicionaron como casa. Ha tenido que adaptarse a la escuela. Ha estudiado con becas y no está seguro de poder entrar a una umversidad técnica para estudiar mecánica, por falta de recursos para la primera inscripción, antes de poder solicitar una beca de permanencia.
La capacidad de resiliencia de Arturo lo hace, sin que se dé cuenta, una persona más fuerte. “Lo que he aprendido es de que tuviera ese agradecimiento de todo lo que, aunque sea poco, hayas tenido y de lo que tienes ahora. Pues porque como nosotros, nunca sabes, nunca supimos que nos iban a quitar todo lo que teníamos. Lo que aprendí es a dar gracias por las cosas que tengo”. Para Arturo, Estados Unidos
significa, como lo veo ahorita, es un lugar de oportunidades. Porque sí, por cualquier cosa puedes tener un buen trabajo y una buena carrera. Aquí sí está más difícil [encontrar] un simple trabajo que pague bien. Allá, pues, haciendo cualquier cosita agarras un buen dinero, suficiente para tener tu propia casa, tu propio carro, y aquí pos tienes que decidir entre una u otra cosa […]. Estados Unidos da la facilidad de los trabajos, de las oportunidades para poder mejorar, se puede decir, tu vida, tu forma de vivir.
No puede decir si se siente mexicano o gringo, “porque yo desde que me acuerdo, pues siempre mis costumbres de México, mi familia, siempre se han quedado con esas costumbres. Pero pues sí, también adoptamos costumbres de Estados Unidos que vienen siendo los Thanks Givings, el día de gracias, y así se puede decir que estoy entre en medio de mexicano y gringo o estadunidense, como le quiera decir. Si no podría decir cien por ciento mexicano, ni cien por ciento estadunidense”. Arturo es una persona intercultural que se mueve bien en un ambiente mexicano y estadunidense. Es interesante que no se sienta capaz de responder si él es mexicano o estadunidense, ya que en México no conoce la geografía, tiene dificultades para escribir y leer en español, mientras que en Estados Unidos era un mojado que buscaba pasar desapercibido. Sin embargo, cuando le pide ayuda a Dios, lo hace en español, pero cuando lee, cuenta y hace sumas, lo hace en inglés. Cree que parte de su diferencia respecto de los jóvenes de su edad es porque él tiene acento, porque cuando pierde la paciencia, el insulto lo siente mejor diciéndolo en inglés. En México se siente integrado gracias a su familia; en Estados Unidos se sentía integrado gracias a sus amigos.
Mientras que Paty se siente más resistente, Arturo ha tenido que vivir con el estigma de la ilegalidad, la deportación, la necesidad. Durante la entrevista, se dio cuenta de que ser totalmente bilingüe, saber moverse en dos culturas es una ventaja que él tiene sobre sus companeros –a quienes describe como afortunados, porque sus familias no tienen problemas–. Su reacción de sorpresa ante la pregunta resultó como un descubrimiento para él, acostumbrado a vivir con el estigma de la desventaja, o de construir una vida pasando desapercibido desde nino. Aunque ha encontrado companeros en situación de retorno, todos ellos lo hicieron de manera decidida, él ha sido el único que ha perdido todo y ha tenido que volver a empezar, sin poder regresar a Estados Unidos, además, en un momento que define como fundamental para su vida: estudiar, hacer una carrera, formar una familia. Suena con poder ir a la universidad y convertirse en ingeniero mecánico. Cree que cuando tenga veinticinco años y pueda volver a Estados Unidos, ya tendrá su vida hecha en México y no cree que intente regresar.
Luis7Luis es miembro de una familia mixta. Su padre ha tenido una situación regular en Estados Unidos desde la adolescencia, por lo que su vida circula entre Chicago y Guanajuato. Todos los años pasa tres meses en México, para volver a instalarse en Estados Unidos. En esa situación conoció a su madre y así establecieron su familia. La familia de su madre es de profesionistas de clase media de Celaya; la de su padre es de migrantes que se dedican a hacer trabajo de jardinería en Chicago. Luis ha regularizado sus papeles para tener residencia en Estados Unidos y aprovechar la oportunidad para definir su vida en el futuro. Aunque actualmente se encuentra terminando el segundo año de su carrera, dice que para él Estados Unidos representaria una oportunidad para trabajar “en la yarda” como su papá un par de años y ahorrar suficiente dinero para establecer un negocio en Celaya. Según sus cuentas, juntaria el dinero en dos años de trabajo intenso.
Su visión de Estados Unidos está limitada a la vida de su padre, así como a las redes sociales allá. Es decir, su familia le proporcionaria –y limitaria– los recursos sociales para adaptarse a Chicago. Hasta el momento de la entrevista, no había considerado la posibilidad de que sus estudios universitarios en México le sirvieran para crear una empresa en Estados Unidos, en lugar de verse obligado a trabajar intensamente “en la yarda” como su padre. “Estados Unidos es […] bueno, cuando era nino, era el lugar al que me quiero ir [como mi papá], ahorita es como una alternativa […] es como si no puedo hacer lo que quiera aquí, me puedo ir para allá y luego me regreso. Para estar fijo allá, no me gustaria”. Mientras para Paty, Arturo e Ivonne Estados Unidos es un lugar bonito, con mejores oportunidades, en el imaginario de Luis es solamente trabajo, sin puntos intermedios en la vida, porque sólo conoce la narrativa de vida de su padre. Él nunca ha visitado más que la frontera.
La migración significa para él una mejora en la calidad de vida para la familia menos educada de su padre, mientras que los ingresos familiares del lado materno se igualan en México por las oportunidades que ofrece la educación. Ambas famílias, dice, tienen la misma calidad de vida en México y en Estados Unidos, aunque su familia paterna no la hubiese logrado en caso de haberse quedado en México y seguir siendo campesinos, con tierras de temporal en comunidades rurales del sur de Guanajuato. La migración para él significaría integrarse a la estructura creada por las redes sociales de su familia paterna, por lo que no la considera una forma de vida permanente al terminar la universidad, aunque ya tiene los papeles para poder tomar la mejor decisión.
Contrario a los otros jóvenes entrevistados, Luis no cree que la migración sea una oportunidad. La diferencia fundamental está en sus estudios universitarios. Él sólo ve la posibilidad de insertarse en el oficio “de la yarda” y hacer “puro trabajo físico. Si voy allá sería puro trabajo en el campo, no me gustaría tanto […], no estuve cuatro años en la universidad para irme a trabajar en el campo allá”. Su narrativa sobre “el otro lado” se limita al imaginario que ha construido a partir de la historia de sus padres y a la estructura creada en esas redes. Durante la entrevista, le preguntamos si él no ha visto la opción de aplicar sus estudios en construir una empresa que coordine la red social que su padre tiene, insertarse en una posición mejor. Él lo considera difícil porque habla poco y mal el inglés, porque nunca ha visitado la casa de su padre y sólo conoce la frontera. Su papá arregló los papeles recientemente y se los arregló a Luis para que tuviera más opciones en su vida.
La migración irregular es, para Luis, algo difícil. “Es como vivir sin libertad […] porque por cualquier cosa que te detengan, casi de inmediato te van a deportar; [es] estar, pero oculto, o sea, no vivir plenamente en ese pais” (énfasis nuestro). Construyó esa idea a partir de las conversaciones con su padre, que no podía salir mucho porque, como Alejandro e Ivonne, vivía una vida tratando de pasar desapercibido; “es porque en donde está [Chicago], si ven a uno pone en riesgo a todos”. La familia del padre de Luis es de migrantes, tres generaciones de hombres ligados a Estados Unidos que se establecieron por las dificultades de circular a partir de los años noventa. Aunque Luis reconoce una oportunidad de mejora en la migración, en su imaginación se limita a una forma de trabajo intensa, a una vida oculto. La educación de su familia materna y las opciones que derivan de ésta hacen la diferencia; aunque, como en todos los casos, la opción para ganar lo que Arturo llama buen dinero en corto tiempo sigue abierta en su futuro.
Ivonne8Ivonne es miembro de una familia que migró en 1999, ante la dificultad que tuvo su padre por mantener una migración irregular y circular hacia Estados Unidos. Llegó de dos años, en brazos de su madre, cruzando con un pollero por el puente internacional –no sabe si de Tijuana o de Ciudad Juárez–. Vivió nueve años en Calhoun, Georgia, en donde su padre trabajaba en una empresa que se llamaba “Apache”, “de hacer carpetas [alfombras]”. Los hermaños de su papá –con papelestrabajan en Calhoun y Dalton desde hace años. La familia de su padre y de su madre son migrantes y casi todos sus tíos y primos viven en Estados Unidos. Su familia se estableció allá por el bloqueo de la frontera y regresó a México por la crisis en 2008. Su padre –a quien le redujeron las horas de trabajotodavía se quedó un par de años más para poder terminar de construir la casa en San Agustín, una comunidad de Salvatierra. Es el único de su familia que no tiene papeles, todos sus hermaños viven en Georgia.
Para Ivonne la migración es algo normal en su vida. Crecer como mojada fue algo normal “de lo que no se siente nada”, aunque su mamá les daba tips a ella y a su hermana sobre qué hacer en caso de que llegara la migra a su casa. El principal aprendizaje de la experiencia es que “ser migrante no es malo en sí, a través de eso se aprenden experiencias buenas y malas. Aunque sean cambios drásticos como venirse a vivir aquí a la comunidad de origen, son cosas favorables en la vida […]. Ser ilegal es como no tener una prueba de que resides ahf. Y sí, como todos, es vivir con preocupación de no hacerse notar, de no pasar cerca de policías o retenes, porque están, pero sin pruebas.
Cree que al regresar no cambiaron las cosas, sólo se complicaron. “Al regresar […] seguimos siendo ilegales un tiempo […]. Mi mamá ya tenía mi acta; lo único, que fue a renovarla y la volvió a sacar. Mi papá sí nos dijo dónde sacar la CURP porque también ocupábamos tenerla, pero el problema que todavía está, es el problema de mi hermana que tiene el acta estadunidense y había que hacer la mexicana”. Después de tres años, no han logrado regularizar la situación de la nina y temen que sus estudios no sean reconocidos. Eso les hace sentir que aquí también están, pero sin las pruebas completas; las han ido generando poco a poco. La ilegalidad se convirtió, entonces, en un juego entre ella y su hermana “y había veces que yo jugaba con mi hermana y le decía ‘No me toques porque eres ilegal, si me tocas haré que te regresen para allá’. Yo sí jugaba así con ella y se enojaba, y le decía ’No touch o llamo a la migra”’. Aún en México la ilegalidad de algún miembro de su familia sigue siendo una amenaza, una parte de su vida cotidiana, así como el riesgo de que llegue la migra.
En la descrípción de la vida en Estados Unidos, Ivonne fue la única que habló de discriminación y de maltrato por mexicaños naturalizados o por estadunidenses. Vivió los tiempos de las redadas del gobierno de Bush y aprendió a esconderse en el bano o debajo de su cama cuando la migra tocaba su puerta. A pesar de ello, en su memoria, Estados Unidos es el lugar en donde comían bien, en donde con poco dinero se podían comprar lujos, en donde tuvo una infancia feliz, en unas casas grandes y muy bonitas que todavía forman parte de sus suenos, sobre todo la última, “por lo bonita que era”. Describe sus recuerdos de la siguiente manera: Una vez le comenté a mi hermana que no sé si sea pero que vivimos una infancia muy bonita, porque mi papá era de ésos de que “Si pasas con buenas calificaciones te damos lo que quieras”, entonces, digamos que no vivíamos con lujos, pero sí tenía lo que se me antojara. El día de Pascua mi papá tenía la costumbre de compramos una canasta de juguetes y huevitos, los escondía en la casa y hacía carne asada con toda mi familia. En Navidad, a mi papá le pedí una cosa y me compró bien hartos juguetes, era como una vida más fácil, digamos así […]. Nos mudamos muchas veces porque se cumplía el plazo; entonces prefería cambiarse. En la primera casa donde estuvimos viviendo eran unos departamentos; ya después, cuando nació mi hermana nos cambiamos a una casa, nosotras le decíamos la casa viejita; era una casa muy antigua, a mí me gustaba mucho. Entonces, como era demasiado grande, rentamos con unos primos y conocidos de mi papá, porque tenía como cuatro cuartos. Entonces, ya después, nos volvimos a mudar, yo le decía la casa de piedra porque era una casa, de hecho, de pura piedra; estaba bonita la casa, también era muy grande y vivimos con otras personas. Después de ahí nos mudamos a la última casa que fue donde nos quedamos hasta ahora, y esa casa siempre la sueno; como que la adoro, yo creo que fue porque viví los mejores momentos, a lo mejor porque fue la última casa que habitamos; entonces, por eso…
La familia de Ivonne regresó a causa de la crisis de 2008. Su papá trabajaba menos horas y el dinero no rendía. Es de los casos en los que regresó la madre con las ninas y el papá siguió mandando dinero de Estados Unidos para construir la casa. Aquí enfrentaron nuevas condiciones de irregularidad: primero, para pasar los muebles en la frontera, lo arreglaron dando dinero al agente. Pero su hermana nacida en Estados Unidos tiene problemas para lograr acceso a los servicios en México. “El dinero que trajo mi papá no fue suficiente y mi hermanita se enfermó del apêndice y estuvo internada y tuvimos que gastar en ella. Como mi hermanita nació en Estados Unidos no tenía papeles en México, no tenía Seguro Popular y mi papá tuvo que invertir en arreglar los papeles aquí”, un asunto que en dos años no han logrado resolver.
El segundo problema fue que su papá tardó un año en encontrar trabajo. Sus padres tuvieron serias dificultades económicas, además de discriminatorias: “Después lo contrataron en la fábrica; dice mi papá que lo humillaban así de ‘límpiame los zapatos’ o ‘tráeme una torta’. Y después cambiaron las máquinas, y le daban los puestos más bajos a pesar de que él ya las había manejado en Estados Unidos, ya sabía todo eso y había trabajado mucho allá, pero no lo dejaban trabajar en eso”. Igual que Arturo, han pasado situaciones económicas difíciles y las han sobrepasado por la solidaridad en la comunidad pero, sobre todo, con el apoyo de su familia. La capacidad de adaptación, como en todos los casos, se sostiene en los recursos afectivos y materiales de la familia y la comunidad.
Hay un contraste importante entre las oportunidades que representa México y Estados Unidos en la narrativa personal de Ivonne. Aunque su discurso sólo mantiene buenos recuerdos de la vida en Estados Unidos, de lo bonito de las casas donde vivían, de la relativa abundancia de las navidades y las visitas al supermercado, tiene más dificultades para reconocerlo y definir sus pertenencias múltiples. Su narrativa sobre México está asociada a las dificultades del retorno, al bullying en la escuela por hablar con acento, por desconocer el espacio, a periodos en los que faltó comida en su mesa, a la Navidad en la que no tenían para comprar ni siquiera un arbolito. Igual que Paty, considera que la experiencia la ha hecho más fuerte. Ivonne rechaza, sin embargo, tener alguna pertenencia positiva en Estados Unidos, “yo odio hablar el inglés”, porque cree que la hace aparecer presumida. Al igual que Arturo y Paty, cuando regresó no sabía, ni podía leer o escribir español correctamente, porque sus maestros la hacían dar la clase cuando notaban que hablaba inglés sin acento. Era, en lugar de un reconocimiento, una forma de mostrar su diferencia frente a todos, de estigmatizarla.
Igual que como le pasa a Alejandro, hay una parte de ella que es mexicana y otra parte que, “pues […] está allá”. La que está allá es la idea que engloba a sus amigos, su escuela, los lugares en los que pasaba los fines de semana con sus padres, las casas en las que vivieron, las casas de sus tías, de los momentos felices que vivió. En México, la vida se volvió difícil por la discriminación laboral que vivió su padre, por sus carencias económicas, por la dificultad para integrarse nuevamente al mundo al que pertenece legalmente. “Acá [en México] también hay [buenos] momentos, casi similares, pero al mismo tiempo distintos. Por lo mismo de que […] no sé, es que acá como que las cosas son muy distintas, como que aquí no tienes todo con facilidad, allá cualquier cosa que quisieras ya te lo puedes haber comprado”. Estados Unidos es, aún, la tierra de oportunidades.
Líneas de encuentro y desencuentro de estos casosLa vida de estos jóvenes ha estado marcada por la migración. El primer elemento que salta en el análisis de las entrevistas es la clasificación: al ser hija o hijo de “mojados”, la noción de que las oportunidades están en Estados Unidos, la dificultad de sobrevivir en México, el ser diferentes porque desconocen la lengua, hablan con acento, desconocen el espacio […] el estatus migratorio de ellos y de sus padres les genera un primer rasgo de pertenencia y una forma de no ser reconocidos por la comunidad. Aunque para ellos ser “ilegal” es sólo una etiqueta que la gente les pone, implica en sus narrativas una estigmatización, una forma de vida en la que tienen que aprender a ser discretos y tratar de ser “invisibles” para ahorrarse problemas. En el caso de Luis, el tener un padre con residencia simplemente es una oportunidad para integrarse al trabajo intenso en mano de obra que ejerce su progenitor migrante, como una forma de reproducir esa identidad que le viene desde fuera.
El segundo elemento es el de adaptación y readaptación a los espacios sociales y los recursos afectivos y materiales proporcionados por la familia y los amigos. Arturo e Ivonne, que han tenido las experiencias de vida más difíciles, pasaron de ser ilegales en Estados Unidos a serlo en México. Sin papeles de residencia en el norte, tuvieron una vida vulnerable en la que la invisibilidad era la nota; regresaron para verse forzados a reiniciar su vida en México sin papeles para poder continuar sus estudios o para dar existencia “legal” a una hermanita. Este último país del que son “legalmente” miembros, es en el que se sienten más vulnerables porque tienen serias dificultades económicas, porque sus compañeros les hacen bullying por hablar con acento, porque desconocen la geografía y porque su relación con la autoridad se arregla con la corrupción. Sin embargo, la familia les proporciona los recursos con los cuales poder readaptarse y reconstituirse.
Éste es un punto importante en la idea de pertenencia. Desconocer el espacio es un punto de vulnerabilidad. El miedo de perderse, de no saber en dónde están, les quita sentido de pertenencia y les dificulta desarrollar un sentido de pertenencia en sus comunidades, primero, y en México el país, después. A ello hay que agregar el esfuerzo de volver a integrarse a las comunidades habituales para sus padres, pero no para ellos: aprender a hacer amigos, al proceso de enseñanza escolar, así como a las dinámicas sociales entre adolescentes; todos responden a códigos sociales distintos. Esa posición de vulnerabilidad les ha impedido identificar y tomar ventaja de los elementos –como el dominio del inglés– que podrían situarlos dentro de la dinámica laboral con mejores condiciones en México. Viven el bilingüismo como una desventaja, un factor de desintegración, de burla. Las narrativas personales de cada uno describen las múltiples pertenencias a las que están asociados, y que van construyendo a pesar de lo difícil que ha sido reinsertarse a la sociedad a la que legalmente pertenecen, lo cual hace de la legalidad un pretexto de membresía, porque ésta depende de la pertenencia a la comunidad, a la amistad, a la cotidianeidad, a la lengua, a la geografía, lo importante en la definición de la pertenencia. Están en proceso de construir una identidad doble, que cada uno de los jóvenes descritos en este trabajo vive, aun sin saberlo: ninguno ha dejado de lado su capacidad de ser parte de la sociedad estadunidense, sus normas, su lengua, su geografía y sus costumbres.
El último elemento es la transnacionalidad. Las narrativas migratorias de los jóvenes de esta historia nos muestran que han vivido relaciones sociales más allá de las fronteras políticas. Vivieron una forma de socialización escolar, juvenil y familiar en Estados Unidos que no se mantiene por contactos permanentes entre fronteras, ni porque sean asimilados a la sociedad. Ellos se definen a sí mismos y establecen sus nuevas condiciones de bienestar a partir de la identidad compuesta y su doble pertenencia: estaban integrados, en tanto ilegales, a sus comunidades en Estados Unidos, y ahora, por la dinámica de sus trayectorias de vida, pertenecen a la mexicana. Esto no implica que ellos opten por una u otra, simplemente han integrado la experiencia de ambas en ellos mismos. La migración, tanto en México como en Estados Unidos, sigue siendo un factor de rechazo. En ese país son estigmatizados por su situación de irregularidad; en México por su situación de movilidad. Aunque su capacidad de resiliencia se sostiene de los recursos afectivos y materiales proporcionados por sus familias, y éstas se hallan presentes y son el centro de apoyo, la multiterritorialidad de sus vidas cotidianas les pone etiquetas.
A Manera de ConclusiónL’identité est d’abord affaire de symboles, et même d’apparences
Como se ha señalado al inicio, este trabajo es una primera aproximación al análisis de los impactos de la migración de retorno en la trayectoria de vida de jóvenes guanajuatenses ante las dificultades o ventajas creadas por la crisis de 2008. Creemos que las diferentes experiencias migratorias vividas les han permitido la posibilidad de construir pertenencias múltiples y diversas, que se elaboran a partir de referentes lingüísticos y territoriales múltiples también. No se trata de comunidades imaginadas que viajan con ellos a través de las fronteras políticas, ni de una asimilación que los excluye de su comunidad original. Se trata de jóvenes que, por su historia de vida, pertenecen a dos comunidades simultáneamente y pueden identificarse en ambas. También, son jóvenes que cuentan con esos recursos internos para adaptarse y reconstruir sus vidas en México, cuando las decisiones de sus familias, o del Estado, los obligaron a ello.
Contrario a lo señalado por Maalouf (1998) en la obra de referencia, el que se amenace una de las pertenencias no necesariamente construye radicalismos o respuestas violentas. En los casos aquí analizados, la amenaza se sustituye por invisibilidad, y la trayectoria móvil les facilita el surgimiento de la resiliencia, la capacidad de adaptación y de reconstrucción de las vidas de cada uno. Es interesante que la situación de vulnerabilidad siga presente y sigan perteneciendo a un grupo estigmatizado en los dos países: el de los “mojados” que viven en Estados Unidos, o el de los norteños que devolvieron a México por deportaciones o por decisiones familiares. Cuando regresan al espacio mexicano, al que legalmente pertenecen, pero que no conocen, se adaptan con dificultades a la educación, a la geografía y, aunque están forzados a continuar su vida aquí, su identidad territorial, lingüística y social se formó en su vida “ilegal”, en un territorio al que pertenecen y se reconstruyen, en el norte y en el sur. Mientras viven en Estados Unidos se saben diferentes; cuando están en México se sienten extraños. Tienen una pertenencia múltiple e identidades compuestas, de las que aún no conocen la ventaja de ser biculturales, binacionales y bilingües, debido a la experiencia migratoria de ellos y de sus padres.
Estos cambios y experiencias, provocados por la vida translocal, generan recursos socioculturales e identitarios que no corresponden a los espacios geográficos en los que reproducen sus vidas; el territorio, tanto en México como en Estados Unidos, les es ajeno, extraño y, sin embargo, les permite desarrollar su bienestar. La migración, para ellos, tiene función de desventaja, cuando en realidad los cuatro jóvenes entrevistados tienen ventajas comparativas importantes sobre sus companeros, aunque no las pueden ver: el idioma, la multiculturalidad, el manejo en múltiples espacios, la capacidad de optar por instalarse en Estados Unidos regularmente. Al mismo tiempo, sus vidas están estructuradas en lo que conocen, lo que dificulta identificar las opciones. La movilidad territorial de estos jóvenes y sus familias les proporciona recursos de adaptación, al tiempo que estructuran visiones de desventaja que se construyen por la falta de correspondencia del tiempo y espacios geográficos con la situación de informalidad migratoria en que viven.
Este reconocimiento individual y colectivo refuerza la vida intercultural, el manejo que tienen en dos contextos culturales, el bilingüismo, entre muchos otros aspectos; pero reduce su visión del futuro a las redes sociales familiares para desarrollarse en las mismas condiciones de desventaja estructural por las cuales sus padres se vieron obligados a partir, en primer lugar.
Los jóvenes que regresan asumen la migración como una desventaja, en lugar de visualizar una narrativa personal fortalecida y unas redes sociales más densas que las de otros de su edad que no han tenido una trayectoria de vida móvil. Por ello, nos parece interesante reflexionar sobre las pertenencias múltiples de los jóvenes guanajuatenses como una forma de revalorarlas, más allá de la supervivencia cotidiana entre fronteras. El retorno de jóvenes socializados en Estados Unidos enmarca el surgimiento de una generación con una identidad compuesta, que va mucho más allá de una pertenencia nacional que se movió en el territorio con ellos. Esta identidad compuesta, basada en pertenencias múltiples, se convierte en una ventaja comparativa para ellos, si lograsen desarrollar un reconocimiento de sus habilidades para pertenecer a dos sociedades, que por este solo hecho dejarían de ser mutuamente excluyentes para enmarcar la creación de un espacio territorial común: el norteamericano.
El que los jóvenes reconozcan los recursos individuales y sociales que derivan de sus pertenencias múltiples facilita las dinámicas de adaptación al migrar o retornar a México. Este reconocimiento interno es una forma de supervivencia material e identitaria. La dificultad que tienen estos jóvenes para aceptarse como poseedores de esta identidad compuesta deriva de la desvalorización que tiene la migración en México y en Estados Unidos. Ello nos ayuda a proponer que los migrantes deconstruyan su capacidad de identificación con las múltiples comunidades a las que pertenecen, para que la experiencia se convierta en una ventaja cultural, en un recurso único de lo que ellos mismos llaman una generación de personas “más fuertes”, porque son resilientes.
Maalouf (1998: 22-24) explica en este sentido cómo un musulmán, por ejemplo, tendería a radicalizarse a partir de la noción de riesgo percibida del exterior, lo que le haría defender esa pertenencia sobre las otras, por lo que desarrolla una respuesta violenta en defensa de la pertenencia cuestionada.
En este caso, por ejemplo, un individuo puede asimilarse y asumir una segunda nacionalidad, sin dejar la pertenencia a la primera, que formará parte de su repertorio, del mismo modo que puede formar parte de una segunda o tercera generación, sin dejar por ello su pertenencia heredada, al tiempo que las redes sociales pueden mantenerse y reproducirse de generación en generación y se van volviendo densas y accesibles, según las necesidades de la trayectoria de vida individual.
Estas entrevistas forman parte de un proyecto más amplio sobre migración de retorno, financiado por el Programa para el Desarrollo Profesional Docente para el tipo Superior (Prodep) entre 2015 y 2016, para nuevos profesores de tiempo completo de la Universidad de Guanajuato, de la cual la autora se ha beneficiado.