La farmacia española forma parte del denominado modelo latino, al que sería más adecuado llamar corporativo o colegial. En él, la iniciativa individual se subordina a los intereses del grupo. Hasta hace pocos años, todas las farmacias españolas ofrecían los mismos servicios y horarios, se repartían a partes iguales las guardias y vacaciones, tenían los mismos precios incluso para la confección y despacho de las fórmulas magistrales y guardaban unas distancias entre sí para evitar toda competencia. A muchos farmacéuticos extranjeros, procedentes del llamado modelo anglosajón, que en realidad debería llamarse liberal o comercial, les sorprende nuestro modelo y no aciertan a apreciar sus ventajas, que para la mayoría de los farmacéuticos españoles son evidentes. Quizá sea una simple cuestión de hábitos. Nos parece bueno lo propio porque estamos acostumbrados a ello.
El modelo latino se ha desvinculado cuanto ha podido del comercio. Los farmacéuticos españoles se consideran científicos, no comerciantes. En las universidades, la historia de la farmacia se enseña como una parte de la historia de la ciencia, no del comercio. La orientación comercial de la farmacia suele dejar insatisfecho al farmacéutico español, que rara vez ha sido un buen comerciante. Cuando se pregunta a los estudiantes de farmacia a qué quieren dedicarse después de licenciarse, la mayoría dice querer dedicarse a la investigación. La oficina de farmacia, ejercicio profesional mayoritario, aparece en un desconcertante último puesto. En parte se debe al desprestigio que en la sociedad española han tenido siempre el comercio y las actividades mercantiles, al menos hasta fechas recientes. Y sin embargo, el comercio es tanto o más importante que el pensamiento científico, que jamás se habría producido sin la riqueza derivada de las actividades comerciales. El comercio es la cuna y el motor de la civilización. El empeño del hombre por dominar una naturaleza hostil se ha apoyado en los intercambios comerciales, las vías marítimas y los negocios. Civilizar equivale a edificar ciudades, construir imperios y hacer negocios. Sin comercio, la farmacia ni siquiera existiría. Los farmacéuticos españoles deberían recuperar el olfato comercial que tuvieron en épocas pasadas y que sus colegas anglosajones nunca han perdido. Despreciar los negocios es la mejor forma de arruinarse.