Según Adam Smith, existe en los seres humanos una tendencia a prosperar y enriquecerse. Los hombres se esfuerzan por mejorar su situación y legar a sus hijos unos bienes que les permitan vivir sin estrecheces. Esta tendencia a la riqueza sería la clave de la historia, con todos sus logros y excesos, y sólo fracasaría cuando circunstancias extremas lo impidiesen y desalentasen la tendencia natural a la acumulación de riqueza.
De ser así, y razones no le faltaban a Adam Smith, también los farmacéuticos tendrían por objetivo final mejorar, prosperar, conseguir niveles satisfactorios de riqueza y opulencia, y dejar unos bienes a sus herederos. El farmacéutico no sería en esto, ni en nada, diferente del resto de mortales.
Se plantea a veces la necesidad de que el farmacéutico sobreviva en términos un tanto dramáticos. Sobrevivir es a lo máximo que pueden aspirar los seres gravemente amenazados; para las demás personas, sobrevivir es muy poco ambicioso y de lo que se trata es de prosperar, de gozar de los beneficios de la riqueza. Una vida de trabajo debe tener como aspiración mucho más que sobrevivir o dejar las cosas como están. La meta debe ser más ambiciosa: la riqueza, no contentarse en modo alguno con haber sobrevivido.
Muchas estrategias farmacéuticas se plantean como un intento de supervivencia y no parece aspirarse a otra cosa que a que nada empeore. ¿Por qué no plantearse algo mucho más atractivo, que la economía de los farmacéuticos prospere de forma sustancial? ¿Por qué no estar abiertos a todas las posibilidades de negocio y no tantear todas las direcciones y posibilidades? ¿Por qué seguir insistiendo en separar el discurso teórico y la práctica cotidiana de las farmacias? No debiera dejarse escapar ni una sola oportunidad y mucho de cuanto se vende como solución forma parte del problema. Si se exageran los peligros, muchos se contentarán con sobrevivir y no empeorar, cuando el objetivo ha de ser dirigir el cambio, ofrecer un servicio óptimo, solicitado y pagado por los usuarios y/o por la Administración. Es mejor ser pragmáticos que retóricos.