El día 1 de octubre del 2011, la Dra. Isabel Retana Castán dejó de estar entre nosotros
Delante de esta página en blanco, siento una gran libertad de evocación y una necesidad de escribir estas líneas sobre ella.
En 2008, la noticia de la grave enfermedad de Isabel Retana, a la que sus familiares más cercanos llamaban Pibe, así como de las intervenciones que le fueron efectuadas, ya nos llenaron de inquietud.
Ha pasado el tiempo y no por sospechada ha sido menos cruel la noticia de su tránsito.
Éste es el sentimiento que ha generado la pérdida de nuestra Isabel en todos los que la conocíamos y la queríamos.
La muerte está muy poco presente en nuestra cultura, genera una cierta aversión y eludimos evocarla espontáneamente. Pero cuando ésta se presenta con la partida de un ser querido, aún resulta más sorprendente y dolorosa.
Los que nos hallábamos más cerca de ella sospechábamos con temor y preocupación que podría producirse una complicación, pero cuando ésta se ha presentado —en este momento, me acuerdo del pasado—, evoco las veces que coincidimos en la vida cotidiana y en la profesión, y siento la necesidad de plasmar un recuerdo para ella, una persona que en su paso por esta tierra ha dejado una huella indeleble en nuestras vidas.
Antes de entrar en contacto con Isabel, ya tenía conocimiento de su familia en Barcelona, ya que durante mi adolescencia, un buen amigo de mi casa, primo de su madre, nos hablaba de su parentesco con la familia Retana.
Isabel perdió a su padre, el Dr. Retana, siendo muy joven. Su madre, Nieves, se encargó con una solicitud y una valentía fuera de lo común de la educación de sus tres hijas, Adela, Nieves e Isabel, todas ellas pequeñas, llevando adelante a su familia, que era para ella la prioridad de su existencia.
Conservó con un romanticismo respetuoso la antigua consulta donde su esposo había ejercido la especialidad de ortodoncia con carácter exclusivo, especialidad inédita en aquella época, ya que el Dr. Retana fue el primer profesional que se dedicó a la ortodoncia en Barcelona.
Con el paso de los años, coincidí con Isabel, y en el Hospital Infantil San Rafael (Madrid), hemos convivido un cuarto de siglo trabajando en el servicio de ortodoncia.
Su hija Bea, en la actualidad una profesional excelente, fue para ella el centro de su existencia, y al graduarse en la especialidad pudo gozar de su compañía profesional al trabajar juntas en su clínica. A lo largo de esta época, pudo disfrutar inmensamente del hecho de traspasarle todo el contenido científico y humano que había acumulado.
Afortunadamente para Isabel, pudo vivir esta experiencia, y pienso que fue para ella un regalo del cielo el hecho de haberla podido llevar a cabo.
Abuela amantísima de 2 nietos que le dio su hija Bea: Roc, de 5 años y Ona de 3 años y medio, que le han hecho disfrutar de una vivencia inefable, ya que le aportaron la luz y la felicidad más extrema en los últimos años de su vida.
La evocación de Isabel es muy intensa, ya que como persona tuve la oportunidad de comprobar con regularidad su valía personal, la empatía, la generosidad y la abnegación que ejerció a lo largo de su existencia.
No es momento para desglosar todos los méritos de la persona seria y solvente que siempre fue.
La profesión la llevaba en los genes ya que su padre, ortodoncista, tenía un primo hermano que era catedrático de Ortodoncia en la Escuela de Estomatología de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor Dr. D. Juan Mañes Retana.
Amó su trabajo y lo prodigó con un excelente contenido científico acompañado por un plus de humanidad y empatía para sus pacientes que la convertían en excepcional.
En el intervalo de tiempo que se prolonga un tratamiento, todos los que tuvieron la fortuna de ser tratados por ella finalizaron el mismo con unos lazos de afecto permanente. Con su carácter alegre y abierto, todos los que la conocieron, pacientes, colaboradores y amigos, recuerdan con gratitud los ratos vividos con ella, ya que combinaba sabiamente su faceta científica con la humana, manera que la transformaba en una persona inolvidable en sus vidas.
En 2008, tuvo una dolencia dura y larga, con repetidas intervenciones quirúrgicas de las que se fue recuperando, pero finalmente, en el año 2011, apareció una nueva patología, inesperada y de extrema gravedad, que en pocos meses la llevó al tristísimo desenlace.
Siendo completamente consciente de la gravedad de su pronóstico, no adoptó ninguna actitud negativa y ahorró a los que la rodeaban la connotación de tristeza y fin de la vida, que con toda seguridad intuía que podía estar próximo.
Hemos perdido a una persona en un momento de su cronología existencial que no tocaba.
La ternura y el amor que la rodearon en los últimos momentos de su vida, llevados con delicadeza y tacto por sus seres queridos, consiguieron que Isabel realizara el tránsito de esta tierra al camino de los ángeles acompañada por el verdadero bálsamo del amor.
La pérdida de Isabel, con la valentía y la discreción con que afrontó ese momento, nos demuestra que la Pibe, que quiere decir pequeña, era verdaderamente un ser muy grande.
* Autor para correspondencia.
Correo electrónico:luis@carriere.es