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Vol. 65. Núm. 3.
Páginas 114-115 (marzo 2008)
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El combate por la reputación de las vacunas: lecciones de la política norteamericana
Fighting for the Reputation of Vaccines: Lessons From American Politics
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Rahul K Parikhxa
a Department of Pediatrics and Adolescent Medicine, Kaiser Permanente, Walnut Creek, California, Estados Unidos.
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Durante la pasada década, se ha arruinado seriamente la reputación de las vacunas infantiles. El último golpe surgió durante un episodio reciente del Oprah Winfrey Show1, un talk show norteamericano, presentado y producido por Oprah Winfrey.

En dicho episodio, dos madres famosas presentaron el conmovedor relato de sus hijos autistas y atribuyeron la enfermedad a la vacuna MMR (sarampión, parotiditis, rubeola). Y el relato se emitió a pesar de la extensa investigación que, desde entonces, ha desacreditado el artículo original de Wakefield et al2, publicado en 1998, y al hecho de que su artículo original fue retirado de la revista (Lancet) que lo publicó.

Sin embargo, sentado entre el público en una conferencia de la más reciente National Conference and Exhibition de la Academy, cuando salió a colación el tema de las vacunas, los pediatras de todo el país compartieron un relato tras otro de padres que rechazaron la vacunación de sus hijos, basando su negativa en lo que habían escuchado en el mencionado episodio de Oprah y en otros medios de comunicación.

Recuerdo como mínimo a dos padres de pacientes de mi consultorio que expresaron su preocupación y sospechas acerca de las vacunas no sólo por el testimonio de estas madres célebres sino también por la respuesta ofrecida por los Centers for Disease and Prevention (CDC). La Sra. Winfrey leyó su declaración en el programa:

“Los CDC dan una alta prioridad a la tolerabilidad de la vacuna y a la integridad y credibilidad de su investigación sobre la seguridad. Este compromiso no sólo procede de nuestra dedicación científica y médica sino que también es personal ya que la mayoría de los que trabajamos en los CDC también somos padres y abuelos. Y, como tales, también tenemos un elevado grado de interés y preocupación personal por la salud y la seguridad de los niños, familias y comunidades. Simplemente, no conocemos cuál es la causa de la mayor parte de casos de autismo, pero hacemos todo lo que está en nuestras manos para identificarla. Hasta la fecha, la inmensa mayoría de los datos de la ciencia no ha respaldado una asociación entre el timerosal de las vacunas y el autismo. Pero, en la actualidad, hemos emprendido estudios adicionales para determinar con más detalle qué papel, si lo tiene, desempeña el timerosal de las vacunas en el desarrollo de esta enfermedad. Es importante recordar que las vacunas protegen y salvan vidas. Protegen a los lactantes, niños y adultos frente a enfermedades innecesarias y una muerte prematura causada por las enfermedades prevenibles con las vacunas”.

Una discrepancia con dichos padres fue la ambigüedad de los términos como “qué papel, si lo tiene, puede desempeñar el timerosal de las vacunas...” y que “... estamos emprendiendo estudios adicionales”. Para muchos padres, estas afirmaciones parecían implicar que, después de todo, las vacunas no son seguras, a pesar del hecho de que casi todos los estudios revisados por expertos y una revisión del Institute of Medicine3 afirmen lo contrario.

El informe de los CDC nos proporciona un gran ejemplo por lo que respecta a la razón por la que estamos luchando en la guerra de las relaciones públicas sobre las vacunas.

Cuando se suscita controversia, característicamente los que defienden la vacuna toman una de dos medidas, ninguna de las cuales es eficaz. La primera es hacer público un informe, como hicieron los CDC. Dicho informe es razonablemente útil, claro, y, en cierto modo, comprensivo con los padres de niños autistas. También es burocrático y está escrito en un lenguaje cauteloso que le confiere un tono mesurado. Por esta razón, suscita sospecha e incertidumbre entre los lectores.

La segunda táctica es la de simplemente pasar por alto o desechar cualquier afirmación de que las vacunas no son seguras en una tentativa de no salir a la palestra. Sin embargo, este silencio puede interpretarse fácilmente como la ocultación de la verdad.

Necesitamos una mejor estrategia. Para alcanzarla, echemos una ojeada a la política. El libro del psicólogo cognitivo Drew Westin, El cerebro político4, muestra el camino.

En esta obra, Westin pone de relieve cómo los republicanos han sido capaces de dominar la política por encima de los demócratas. Aunque el propio Westin trabaja como asesor de estos últimos, sus observaciones son valiosas para cualquier campaña de relaciones públicas. Una y otra vez, argumenta que los republicanos ganaron las elecciones no por demostrar a los votantes que eran más inteligentes o estaban mejor preparados para gobernar sino porque construyeron un mensaje utilizando relatos y un lenguaje que conectó emocionalmente con el electorado. El autor cita en particular a Ronald Reagan por ser un narrador maestro, con anécdotas, ocurrencias y una sonora publicidad de la campaña como “Buenos días, América” que se presentó durante las elecciones de 1984. Westin también muestra cómo los republicanos crearon hábilmente frases como “muerte a los impuestos” y “cambio climático” para obtener el apoyo popular contra los impuestos estatales y el de los ecologistas sobre el problema del calentamiento global (de hecho, la película de Al Gore, Una verdad incómoda, fue elogiada por su capacidad para recobrar el elevado terreno emocional remplazando “cambio climático” por “crisis climática”).

Por otra parte, desde 1960, los demócratas han perdido todas las elecciones presidenciales excepto dos. Como muestra Westin, la razón de ello es que confiaron demasiado en la lógica y en las pruebas en sus esfuerzos por convencer al electorado. Y, aunque “una mente fría toma decisiones sopesando las pruebas y razonándolas hasta llegar a las conclusiones más válidas, [esto] no guarda relación con cómo funcionan en realidad la mente y el cerebro”. El autor cita caso por caso cómo Al Gore y John Kerry hicieron razonamientos inteligentes y claros cuando reivindicaban sus posiciones sobre diversos temas. Sin embargo, por los resultados de las elecciones, sabemos que los electores no tuvieron en cuenta estos argumentos cuando se encontraban en las casetas para votar. En el caso de Kerry, Westin muestra cómo su silencio en respuesta a un grupo llamado Swift Boat Veterans for Truth, que aireaba publicidad que atacaba su hoja de servicios, afectó irreparablemente a su reputación como héroe de guerra y líder enérgico.

Si establecemos un paralelismo de la política y la pediatría, podemos aprender mucho de la obra de Westin. Los grupos antivacuna están bien organizados y son vehementes. Han utilizado ámbitos populares, como el mencionado programa Oprah o Larry King Live (donde también aparecieron las dos mismas madres), para hacer llamamientos de intenso dramatismo y lograr que los padres se lo piensen muy bien antes de vacunar a sus hijos. Cuando se enteraron de que su hijo era autista, compartieron su sufrimiento y atribuyeron rápidamente la responsabilidad a la vacuna. Con lógica o no, la gente no olvida este tipo de habilidad emocional. Por otra parte, nuestros expertos médicos y científicos se oponen con pruebas precisas y citas de estudios, que a la mayoría de los padres no les suenan de nada. Por lo tanto, no conseguimos convencerlos.

Necesitamos nuestra academia, junto con otros grupos, como la American Academy of Family Physicians y, por supuesto, a los CDC, para que sean más firmes cuando argumentan las razones por las que las vacunas son seguras, eficaces y necesarias. Pueden hacerlo lanzando una campaña clara y firme. Si sacan a un personaje célebre en Ophra, será necesario que pongamos un anuncio a toda página en un periódico nacional que demuestre a los padres cuáles son los síntomas del tétanos en un niño, o emitir un anuncio por televisión en el que un padre narre cómo su hijo falleció de meningitis por Haemophilus influenzae. Las imágenes y relatos como éstos transmiten mucha más fuerza emocional que un gráfico cuya curva demuestra la disminución del tétanos o de la meningitis por H. influenzae desde que se dispone de las vacunas para ambas enfermedades. También necesitamos crear un lenguaje eficaz cuando nos enfrentemos a las acusaciones de los grupos anti-vacuna contra la comunidad médica. En pocas palabras, necesitamos defendernos con más firmeza al igual que nuestras creencias.

Esta postura entraña riesgos. Algunos la criticarán por utilizar el miedo y la ansiedad para manipular la opinión pública. Estos “mensajes negativos” son apropiados si se transmiten con ética y dicen la verdad, es decir, la de que las vacunas salvan vidas. Otros pueden sugerir que rogamos con insistencia que organizaciones representantes difundan el mensaje en lugar de poner en peligro nuestra reputación. Sin embargo, las personas deben entender que nosotros los médicos seguimos conservando el tipo de talla moral que puede recomendar y afectar a un cambio. Por lo tanto, nos debemos esta responsabilidad a nosotros mismos.

Un cambio para hacer un razonamiento visceral como éste no está en el ADN de la mayoría de los médicos o científicos. Se nos ha enseñado, muy correctamente, a examinar y entender las pruebas, y a usarlas para tomar decisiones. Como Westin y nuestra propia experiencia nos enseñan, los mensajes faltos de pasión no calan, pero sí lo hacen las historias desgarradoras, como la compartida por estas dos madres en el programa de televisión. Ha llegado el momento de un cambio.

Las opiniones expresadas en estos comentarios son las de los autores y no necesariamente las de la American Academy of Pediatrics o sus comités.

Bibliografía
[1]
Mothers battle autism [consultado 1/11/2007]. Disponible en: www.oprah.com/tows/slide/200709/20070918/slide_20070918_350_101.jhtml
[2]
Ileal-lymphoidnodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children. Lancet. 1998;351(9103):637-41.
[3]
Immunization Safety Review: Vaccines and Autism. Washington, DC: Institute of Medicine; 2004.
[4]
The political brain: the role of emotion in deciding the fate of a nation. Nueva York, NY: Public Affairs; 2007.
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