Cuando los pediatras piensan sobre las exposiciones ambientales durante la infancia, tienden a centrar la atención en el plomo, en los pesticidas o en los ácaros del polvo doméstico. Sin embargo, en realidad, la exposición más considerable para la mayoría de los niños es la TV, ya que pasan más tiempo delante de la pantalla que en cualquier otra actividad en situación de alerta, y porque esta exposición ejerce unos efectos significativos sobre su salud y bienestar1. Muchos de nosotros preguntamos sistemáticamente acerca de la exposición al plomo, a los pesticidas o a los ácaros del polvo en determinados pacientes, pero raras veces hacemos lo propio con la TV2,3. Quizá porque, a pesar de que reconocemos la enorme presencia de la TV en la juventud norteamericana, no sabemos en qué tipo de exposición debe encuadrarse. ¿Es, como el plomo, una neurotoxina demostrada?4,5 ¿Es como el pesticida Alar, cuya presencia en las manzanas en los años ochenta causó un gran pánico, pero que finalmente se declaró inofensivo?6 ¿O es como el flúor, que al añadirlo al agua de bebida se ha mostrado favorable para la salud dental de los niños?7. La realidad es que la TV puede semejarse a los tres en que ha impedido un diálogo nacional coherente sobre el tema8. Durante demasiado tiempo hemos estado viendo la TV monolíticamente y nos hemos preguntado: "¿Es buena o mala?". Si la TV es buena o mala para los niños depende en gran medida de lo que ven y cómo lo ven8.
El último y quizá más controvertido modo en que se ha comparado la TV con el plomo es su asociación con el acortamiento de la capacidad de atención. Las demandas de que disminuye el tiempo de atención se basaron inicialmente, a comienzos de los años setenta, en informes ocasionales de profesores que opinaron que la creciente contemplación de la TV por parte de los niños preescolares conducía a unos tiempos de atención de 5 min al ingresar en la escuela9. En los primeros estudios empíricos se alcanzaron resultados variables, pero la mayoría fueron experimentos con un pequeño número de niños y, aunque bien controlados, tenían una potencia estadística escasa para detectar unos efectos pequeños, aunque clínicamente significativos10-12. En 2004 publicamos un estudio a gran escala en una cohorte nacional representativa y hallamos una asociación entre el comienzo temprano de la exposición a la TV y la aparición posterior de problemas de atención13. Debido a que el diseño era de observación, los hallazgos del estudio no fueron concluyentes.
En el estudio actual de Landhuis et al14 se utiliza también un diseño de observación en una cohorte longitudinal madura y bien diseñada, con dos importantes diferencias con nuestro estudio. En primer lugar, los niños eran mayores cuando se recogieron los datos de exposición a la TV: edad escolar, en lugar de lactantes. Aunque ello puede suscitar la posibilidad de que los efectos hallados sean reales a todas las edades, dado que la exposición a la edad escolar está muy correlacionada con la exposición a la edad preescolar, el mecanismo de acción puede ser muy similar15,16. En segundo lugar, Landhuis et al ajustaron los problemas de atención basales, lo que nosotros no pudimos hacer, dado que no se midió en los niños menores de 3 años que estudiamos. Sus hallazgos aportan nuevas pruebas científicas sobre una posible relación causal entre la exposición a la TV y el acortamiento del tiempo de atención. En un momento en que la prevalencia del TDAH en Estados Unidos puede haber aumentado 10 veces en un período de 20 años, el informe de Landhuis debe hacernos meditar17-19. No hay duda de que pronto surgirán críticas para señalar dos limitaciones de este estudio y que, según argumentarán, impedirían que sea concluyente: a) la falta de datos sobre el contenido de los programas, y b) el diseño de observación, que suscita la posibilidad de que otro factor de confusión latente pueda explicar los hallazgos. Afrontaremos aquí ambos problemas.
En primer lugar, Landhuis et al no han ofrecido datos sobre la clase de programas que veían los niños. Los investigadores que se ocupan de los medios están cada vez más de acuerdo en que el contenido es un mediador crítico de los efectos de la TV sobre los niños20. De hecho, puede ser lo que hace a la TV comparable al plomo, al flúor o al Alar. Hay que considerar que, si deben creerse los resultados de este estudio, es posible que hasta 1 hora de TV al día no ejerza efectos sobre la capacidad de atención, y 1-2 h de TV pueden incluso aumentar dicha capacidad. Estos hallazgos, aparentemente discordantes, pueden explicarse si los niños que ven la TV 1-2 h contemplan programas diferentes o ven la TV de un modo diferente al de los niños que ven más de 2 h de TV al día, una suposición que parece muy plausible. Lamentablemente, la mayoría de las series de datos existentes no contienen datos suficientes sobre lo que ven y cómo lo ven, lo que socava nuestra capacidad para conocer las contribuciones de estas variables mediadoras críticas a los efectos de la TV sobre los niños.
En segundo lugar, Landhuis et al utilizaron datos de observación. Los autores han realizado una encomiable labor de controlar un gran número de factores que podrían motivar confusión, en un diseño longitudinal. Aunque las enseñanzas estándar nos indican que únicamente los experimentos pueden demostrar la causalidad, también es posible emitir argumentos causales basados en datos de observación21. En efecto, aunque no se han realizado experimentos en el ser humano para relacionar el tabaco con el cáncer de pulmón, existe una enormidad de datos de observación en este sentido y existe además la posibilidad biológica de que haya una conexión, y ahora se acepta como un hecho científico. Los datos en apoyo de la asociación entre la TV y los problemas de atención se están acumulando en series de datos de observación, y se han emitido argumentos sobre la verosimilitud13,14,22.
A pesar de todo, estas dos limitaciones nos indican claramente las líneas que deben seguir las futuras investigaciones. Es extremadamente necesario realizar estudios más sólidos sobre los efectos de la TV en los niños de corta edad, realizados en ámbitos naturales. Estos estudios deben centrarse en el contenido y se ha de emplear un diseño experimental. La escasez de datos concluyentes sobre los efectos de la TV, especialmente a comienzos de la infancia, se produce en un momento en que los niños ven cada vez más la TV y a unas edades más tempranas23,24. A consecuencia de ello, estamos sumidos en un experimento no controlado sobre la próxima generación de niños. Debemos proceder con una precaución de la que se careció durante el temor al Alar, y nuestro futuro desafío es hallar el modo en que la TV se parezca más al flúor que al plomo.