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Inicio Península DESDE EL CORAZÓN DEL PUUC: NARRATIVAS DE RETORNO DE MIGRANTES YUCATECOS
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Vol. 12. Núm. 2.
Páginas 119-142 (julio - diciembre 2017)
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DESDE EL CORAZÓN DEL PUUC: NARRATIVAS DE RETORNO DE MIGRANTES YUCATECOS
FROM THE HEART OF THE PUUC REGION: RETURN NARRATIVES BY YUCATEC MIGRANTS
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Mirian Solis Lizama1
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RESUMEN

El trabajo aborda el retorno de jóvenes migrantes originarios de Xohuayán, localidad rural ubicada al sur del estado de Yucatán, quienes emigraron a Santa Rosa y San Francisco, California, a partir de 2000. Después de estancias de entre tres y 10 años, los migrantes decidieron regresar a su lugar de origen. A través de distintas narrativas se muestra que el retorno de los xohuanes estuvo mediado por tres razones principales: el logro de los objetivos que propiciaron la partida, el escape de una vida de cansancio y estrés y los deseos de contraer matrimonio. Por otra parte, también se explica que la reinserción sociocultural de los retornados se favorece por los fuertes vínculos que mantienen con su localidad, así como por su sentido de pertenencia socioterritorial.

Palabras clave:
migración
retorno
California
reinserción sociocultural
ABSTRACT

This paper analyzes the return of young migrants from Xohuayan, a rural town located in the southern part of the state of Yucatan. In the year 2000, those migrants went to Santa Rosa and San Francisco, California. Most of them stayed in the United States between 3 and 10 years, and then decided to return to their hometown. Analyzing their contrasting experiences and narratives, this paper shows that the return of the migrants is related to three main reasons: the achievement of those goals that had originally motivated them to leave, the desire to escape from an exhausting and stressful life in the United States, and the hope of finding a marriage partner. I also explain the relevance of maintaining strong ties with their hometown and a strong sense of belonging as factors that facilitate the reintegration of returning migrant into their communities.

Keywords:
Migration
return
California
socio-cultural reintegration
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INTRODUCCIÓN

Febrero de 2016. Son las seis de la mañana en Xohuayán y despierto un poco sobresaltada por la música que se escucha a todo volumen, supongo que procede de un altavoz. Me siento aturdida; es mi primera mañana en la comunidad. A través de la ventana observo los rayos del Sol que se asoman con timidez para iluminar el día y me pregunto quién tiene el ánimo de escuchar música de esa manera a temprana hora. Me aproximo a la ventana y trato de ubicar de dónde proviene la melodía y descubro que de la casa de enfrente.

De pronto la canción se interrumpe con una voz que dice: “Muy buenos días tengan amigas y amigos de esta bonita población de Xohuayán”. El saludo pone mis oídos en alerta, a la espera de la información que se avecina. Entonces se oye una serie de avisos en lengua maya: me resulta imposible entenderlos en su totalidad, mi escasa habilidad para el idioma me causa frustración, pero continuó atenta. En español sólo se oye decir: tortas, tacos, salbutes. Ubicando las palabras en el contexto del aviso asumo que anuncian la venta de comida. A ese mensaje le sigue otro que llama mi atención porque nombran a Santa Rosa y San Francisco, ciudades californianas; entonces supongo que dicen algo relacionado con el proceso que los xohuanes iniciaron hace aproximadamente tres décadas: la migración a California, que explica mi presencia y quehacer en la comunidad. Sin perder tiempo, activo la grabadora de voz y espero que el anuncio se repita:

Waa tech yaan a laak’ Santa Rosa, waa tak San Francisco, tan a tuklik a k’ubenil doña Manuela’e, ti’i te’ex kin ts’ae le aviso’e je’ela, prepartabaj wale’ doña Manuela’e, 10 de febrero leti’ kan taak, u hoorail u taale’ las tres de la tarde, tu’ux je’el u pajtal a wike, te’e ti’its u tienda Roman.1

[Traducción: Si tú tienes algún familiar en Santa Rosa o hasta San Francisco y están pensando enviar algún encargo con doña Manuela, a ustedes les doy este aviso, prepárense, porque doña Manuela, el 10 de febrero va a venir, la hora en que vendrá será a las tres de la tarde, ¿dónde la pueden ver?, en la esquina de la tienda de Román.]

Esta mañana el mensaje se escuchó una y otra vez, probablemente el ventrílocuo quería asegurarse de que todo el pueblo tuviera la información y los interesados prepararan sus encargos para California, como suelen hacerlo mes tras mes.

Hace casi tres décadas que la vida de decenas de pobladores de Xohuayán, pequeña localidad yucateca ubicada en el corazón del Puuc,2 transcurre entre el terruño y California. Doña Manuela, que a decir de los xohuanes, es originaria de Oxkutzcab, se ha convertido en parte importante de la historia migratoria de Xohuayán, pues es la encargada de llevar y traer —entre uno y otro lado de la frontera— información, así como bienes materiales y simbólicos, que de alguna manera ponen en contacto a los migrantes con su terruño. Entre los encargos se incluyen galletas, especias, frituras, fotografías y otros enseres demandados por los xohuanes. El éxodo a Estados Unidos directa o indirectamente ha trastocado la vida de cada una de las familias. La historia contemporánea de la población, con sus dinámicas económicas y socioculturales, no podría escribirse sin mencionar al norte.3

Xohuayán es una comisaría ejidal, tiene menos de 2500 habitantes y depende administrativamente del municipio de Oxkutzcab. De acuerdo al Consejo Nacional de Población (conapo, 2010), la comunidad posee un índice alto de marginación. Antes de la migración al norte, los ingresos de las familias provenían sobre todo de la agricultura y, en menor medida, de la ganadería. Los campesinos de Xohuayán siembran maíz, frijol, calabaza, chiles, achiote y sólo en contados casos, cítricos. La milpa es de temporal, por lo tanto sus cosechas dependen de la llegada de lluvias en el tiempo preciso. La tenencia de la tierra es ejidal: en la década de 1990, con el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (procede), casi todos los hombres adultos de la población recibieron su constancia de ejidatarios, que les daba derecho a usufructuar una determinada porción de terreno. En vista de que el ejido se repartió en la década de los noventa, ahora los hombres jóvenes sólo pueden acceder a las tierras por sucesión de derechos ejidales o mediante la compra de una parcela.

Además de ser para consumo familiar, los cultivos de la milpa se comercializan en el mercado de Oxkutzcab y de esta manera los xohuanes obtienen recursos económicos para adquirir otros bienes. La falta de empleos bien remunerados en la población y sus alrededores propició la migración a los Estados Unidos. La salida de un número considerable de hombres jóvenes, casados y solteros, generó cambios en los hogares: muchas mujeres se convirtieron en la cabeza de su familia ante la ausencia del esposo, y hoy día decenas de hogares dependen de las remesas. Aunque en los últimos años varios de los migrantes han retornado y cada vez son menos los xohuanes que deciden cruzar la frontera,4 la migración es parte importante de las dinámicas de la población, ya que está ligada a los cambios observables en infraestructura, a la introducción de nuevas modas y prácticas, a los usos y significados que los xohuanes asignan a los espacios de sus nuevas viviendas e, incluso, a los estereotipos que la prensa construye sobre los retornados. En este trabajo me ocuparé de un aspecto en particular, el retorno de los migrantes a su comunidad, lo que algunos autores consideran la última fase del fenómeno migratorio.

Jorge Durand (2004, 104) señala que la decisión de retornar es una resolución semejante a la que se da en el momento de la partida; es como si reiniciara el proceso migratorio en sentido inverso y, por lo tanto, se ingresa nuevamente a una fase de toma de decisiones. Plantea que el retorno está relacionado con lo que sucede al migrante durante su estadía y con los cambios que se dan en el contexto internacional de los países de origen y destino. Otros autores como Francis Mestries (2013) señalan que el retorno responde a un conjunto de motivos entreverados y complejos, que pueden ser objetivos y subjetivos. Durante las entrevistas a los jóvenes xohuanes, la interrogante de “¿por qué regresaste al pueblo?” reveló que la decisión de cada uno estuvo mediada por razones entrelazadas, que difícilmente saldrían a relucir sin un trabajo etnográfico y técnicas de investigación cualitativa como la entrevista a profundidad. Ambas herramientas fueron claves para la obtención de información que dio cuerpo a este documento.

El objetivo del trabajo es mostrar, a partir de datos etnográficos y de las narrativas de diez jóvenes migrantes, que el retorno a Xohuayán, en esos casos particulares,5 se debió principalmente a tres razones o motivos entrelazados: el logro de los objetivos que alentaron la salida, el escape de una vida de trabajo, cansancio y estrés, y sus deseos de contraer matrimonio. Estas razones apuntan a cuestiones subjetivas más que a cambios estructurales ocurridos en México o Estados Unidos.6 Asimismo, se trata de explicar que la reinserción sociocultural de los jóvenes xohuanes a la comunidad se favorece por los fuertes vínculos que mantienen con ella y por su sentido de pertenencia, allende la frontera.

Como se podrá apreciar a lo largo del documento, la deportación no aparece como motivo de retorno en ninguno de los casos. Sin embargo, a decir de los habitantes de la comunidad, algunos migrantes que ahora se encuentran en el pueblo fueron deportados.7 Los entrevistados comentaron que entre estos últimos “hay quienes ni siquiera lograron hacer su casa”, es decir, “regresaron como se fueron”. Estos comentarios hacen referencia a la falta de éxito de los deportados, que en ocasiones se explica como consecuencia de vidas disipadas en el norte.

Los jóvenes entrevistados emigraron entre 2000 y 2007 de manera indocumentada. Tienen entre 23 y 31 años de edad, casi todos terminaron la educación secundaria y son mayahablantes. Aunque también hablan español, para algunos es difícil hacerlo fluidamente. En la comunidad la mayoría de los habitantes se comunican en maya entre ellos, en sus distintos espacios de convivencia. Las narrativas que se presentan en el texto fueron tomadas de entrevistas realizadas a una decena de jóvenes migrantes retornados, contactados a partir de la técnica bola de nieve. El criterio para la elección de cada uno fue que tuvieran por lo menos cuatro meses de haber regresado a la comunidad, por considerar que es un tiempo adecuado para su reintegración en los diferentes ámbitos.

El documento se divide en cinco apartados. En el primero presento algunos testimonios que muestran que, para los jóvenes xohuanes el objetivo de convertirse en dueños de una casa propició su partida de la comunidad, pero también su retorno a ella. El segundo muestra a través de narrativas cómo los jóvenes siguen el camino a casa para escapar del cansancio y estrés que les genera el estilo de vida y trabajo de Estados Unidos. En el siguiente apartado se observa que el retorno también responde a una tercera razón: los deseos de contraer matrimonio. En el cuarto apartado se revisa cómo el retorno voluntario, junto con los vínculos fuertes que los jóvenes mantienen con la comunidad, así como su sentido de pertenencia, favorecen su reinserción sociocultural. La última parte del trabajo refiere una serie de reflexiones finales sobre el tema.

ENTRE EL SUEÑO Y LA REALIDAD: LA CASA COMO RAZÓN DE PARTIDA Y RETORNO

La historia migratoria de Xohuayán comienza en la década de 1990,8 los primeros en salir y probar suerte en el norte eran hombres jóvenes, solteros o padres de familia, que trazaron el camino de Xohuayán a California, de manera particular a las ciudades de Santa Rosa y San Francisco, donde la mayoría se empleó en restaurantes. Después de una estancia de dos o tres años, los pioneros de la migración regresaban a la comunidad: elegían mayo para volver y disfrutar de la fiesta tradicional. Durante su estadía compartían sus experiencias con aquellos que no habían salido; estos últimos quedaban cautivados, tanto por las anécdotas de sus paisanos migrantes como por los éxitos visibles expresados en sus casas recién construidas, la ropa y zapatos que lucían y los dólares que gastaban en la fiesta. Los deseos de tener una casa motivaron a jóvenes como Edier9 a seguir los pasos de sus paisanos y cruzar la frontera:

[Me fui] por el trabajo que hay allá, por el dinero que se gana. Como hay chavos así que se están yendo y que empiezan a trabajar, en seis, siete meses que están allá y están haciendo sus casas, pues así se anima uno. Igual fue un hermano mío y él me ayudó. Él fue primero, se estaban yendo otros muchachos así y le dije también si a me ayuda, y fue así en que fui para allá […] quería hacer mi casa, bueno, uno su casa es lo que quiere (Edier, migrante retornado, febrero, 2016).

Edier tiene 31 años de edad, es el noveno de 12 hermanos, terminó su educación secundaria y antes de emigrar trabajaba con su papá en el campo, cultivando la milpa. Edier emigró a Santa Rosa en 2000, cuando tenía 15 años. Lo recibieron su hermano mayor y unos primos, quienes le consiguieron empleo en la pizca de la uva y le explicaron que era necesario trabajar en el campo, “en lo que sale una oportunidad en algún restaurante”. De acuerdo a Edier no había mucha diferencia entre trabajar la milpa en Xohuayán y pizcar uva en Santa Rosa: “cuando llega uno allá, como es nuevo, lo que puede hacer uno a veces es bajar uva, ayudar así en el campo donde siembran las uvas […] pues como está acostumbrado uno así de nosotros al trabajo de campo, pues no era mucho la diferencia”.

Después de dos meses de su llegada a California, su hermano le consiguió trabajo como lavaplatos en un restaurante, donde laboró hasta 2003, año en que tomó la decisión de retornar: “fue algo planeado, pues ves que ya más o menos trabajaste y decide uno regresar. A lo mejor como se dice, no se acostumbra uno a la vida de allá y es así como decide uno regresar”.

En Santa Rosa Edier percibía 900 dólares de salario a la quincena, de los que enviaba la mayor parte a su madre para financiar la construcción de su casa en Xohuayán. Cuando este objetivo se logró, Edier retornó al pueblo y se casó. Ahora tiene dos hijas, siembra su milpa, tiene algunas cabezas de ganado y además, junto con su madre y hermanos, trabaja una pequeña tienda de abarrotes. Con la diversificación de sus actividades obtiene el sustento para su familia. Así expresó su sentir por estar de nuevo en la comunidad:

Pues aquí es donde nace uno, aquí estoy más tranquilo, más cómodo, más libre digamos. Aunque no haiga mucho dinero así que digamos, hay para la comida, hay para unas cuantas cosas. En cambio allá dólares está ganando uno, pero como dice la canción, está uno como esclavo allá, sólo estás ahí trabajando. El dinero allá es como acá, si tú trabajas allá y lo mandas acá hay mucha diferencia. Pero si lo gastas allá es lo mismo que estar trabajando acá (Edier, migrante retornado, febrero, 2016).

Para los jóvenes que decidieron emigrar los planes eran claros, estar dos o tres años en California y regresar al pueblo. Antes de que la migración se concretara, la idea del retorno era parte de la agenda migratoria de los xohuanes y sería una realidad cuando cumplieran con su meta principal: construir una casa. Sin embargo, una vez en el norte algunos jóvenes se trazaron nuevos objetivos que los llevaron a prolongar su retorno. El testimonio de Reynaldo, quien regresó al pueblo después de ocho años en Santa Rosa, ejemplifica los cambios de planes con respecto al tiempo de estancia:

¿Cómo te digo? es que aquí está un poco difícil, no hay donde trabajar, decidí irme ahí [en Santa Rosa], porque aquí no tenemos nada […] Pensaba hacer ahí nomás dos años, iba a hacer dos años, nomás para hacer mi casa y regresar. Pero ahí como que te acostumbras un poco y quieres comprar eso, quieres hacer esto y pasan los años así rápido también (Reynaldo, migrante retornado, febrero, 2016).

Reynaldo tiene 25 años, emigró en 2007, después de haber terminado la secundaria. Es el mayor de cinco hermanos, su padre es campesino y su madre ama de casa. Reynaldo dijo que creció con muchas carencias. Con lo que su papá obtenía de la milpa apenas les alcanzaba para comer, por eso pidió ayuda a sus tíos que estaban en Santa Rosa para emigrar. A dos días de su llegada a California, comenzó a trabajar como lavaplatos en un restaurante, tiempo después se convirtió en preparador y al final de su estancia se desempeñaba como cocinero. Retornó en 2015, solo después de terminar de construir su casa y comprar una camioneta. Además, ahorró dinero para su boda. El día de la entrevista, realizada en su casa, Reynaldo me fue señalando los distintos objetos que trajo de Estados Unidos y los que adquirió a su retorno. Con orgullo me dijo que ya tenía todo lo necesario para cuando se casara; contrajo nupcias en abril de 2016. Actualmente Reynaldo siembra milpa en la parcela de su padre y al igual que la mayoría de las familias del pueblo, sus ingresos dependen de la venta de sus cosechas.

Las condiciones de vida de las familias xohuanes, que dependen de las cosechas, son más precarias cuando sus viviendas están ubicadas en pequeños parajes próximos a la localidad, pero donde no disponen de recursos vitales como el agua. Para estas familias, que por lo general son numerosas, la migración de uno de sus integrantes representa a mediano plazo el escape de esa vida de carencias. Valentín, es uno de los jóvenes migrantes que tomó la responsabilidad de mejorar la situación de toda su familia que vivía en un pequeño rancho: “[Me fui] para comprar mi terreno acá [Xohuayán], porque allá no hay agua, pues sí temporal hay agua, pero este mes no hay agua, vino mi papá a agarrar agua aquí para llevar allá. Pues fui allá [San Francisco] para comprar mi terreno acá, para hacer mi casa, para salir este chan pueblo así” (Valentín, migrante retornado, febrero, 2016).

Valentín tiene 27 años, es el tercero de siete hermanos, emigró a San Francisco en 2005. Antes de partir vivía con su familia en un pequeño rancho llamado Dzekehaltun, distante un kilómetro de Xohuayán. Su casa era de material perecedero, huano y bajareques, sin agua potable ni energía eléctrica. Valentín no fue a la escuela, al igual que sus hermanos, no sabe leer, solo puede escribir su nombre. Uno de sus primos lo animó para emigrar, incluso lo ayudó con dinero para pagar el cruce de la frontera. El plan inicial de Valentín era trabajar dos años para pagar sus deudas, hacer su casa y retornar al pueblo. Sin embargo, la meta no se cumplió en el tiempo esperado, la vida en San Francisco no fue fácil para él, pues pasó más de tres años sin un trabajo estable:

me fui allá, y digo [a] mi papá solo dos años, pues no alcancé lo que vas a hacer, no lo compró nada. Tres años ni la deuda, pues digo mi papá no puedo volver, tal vez dos años más, tal vez cinco años. Pero tampoco no lo alcancé, porque tardó que no tengo trabajo, pues los años están pasando, no puedo regresar le digo (Valentín, migrante retornado, febrero, 2016).

Por esta situación las deudas de Valentín aumentaron y eso lo obligó a prologar su estancia por seis años más. Durante sus últimos tres años en San Francisco, Valentín trabajó como preparador en dos restaurantes y tenía un salario aproximado de 1500 dólares quincenales. La mayor parte de sus ingresos los enviaba al pueblo, con esos recursos su padre compró dos terrenos en Xohuayán en poco más de 70 mil pesos y en uno de ellos construyó una casa grande, como Valentín se lo pidió. Actualmente toda la familia de este joven vive en la nueva casa. La vida en Dzekehaltún quedó en el pasado. Valentín retornó al pueblo en 2015, a los pocos meses se casó con una muchacha de Xohuayán, y destinó 50 mil pesos de sus ahorros para los gastos de la boda. Ahora trabaja las tierras de su suegro y recibe un salario de 130 pesos diarios.

La construcción de casas producto de las remesas de los migrantes cambió la imagen del pueblo en las dos últimas décadas. Los xohuanes guardan en su memoria los recuerdos de cómo era el pueblo 20 años atrás, cuando la gente aún no conocía el norte: “hace años nadie tenía casa de material, todo el pueblo pura casa de paja”, según palabras de don Pastor, un hombre de 73 años que nunca salió de la comunidad para trabajar en otra parte, dedicado a cultivar su milpa. A diferencia de él, tres de sus hijos emigraron a San Francisco, dos retornaron y uno aún sigue en California. Don Pastor comentó que sus tres hijos construyeron sus casas y el que aún no regresa “ya hasta compró su camioneta”. Don Pastor aún vive en su casita hecha de huano y bajareque, y explica, con un dejo de resignación, que en esa que en esa casita creció a sus hijos, pues “en el pueblo no se puede ganar para hacer una casa de material”.

En la comunidad todos se conocen y saben cuándo alguien se va para el norte o cuando retorna, están al tanto de sus éxitos y fracasos. Los cambios que se dan en términos de infraestructura también son del todo conocidos. Si hablas con algún adulto, él o ella te podrán decir quiénes de los migrantes han construido sus casas y en qué parte del pueblo se encuentran las viviendas exactamente.

Cuando recién llegué a Xohuayán me llamaron la atención las casas que se encuentran en la calle principal. De varias piezas, hechas de “material” (bloques, cemento…) y con estilos modernos, contrastan con las casas tradicionales de componentes perecederos, que aún se observan en esta calle. Las entrevistas a los migrantes, así como pláticas con otros pobladores, me hicieron saber que la localidad se encuentra dividida en dos colonias: México y Miraflores, y que en ambas la construcción de casas “se notaba mucho”, pues casi todos los hombres de ahí habían emigrado a Estados Unidos. Al hacer un recorrido por las colonias me percaté de que había casas nuevas, otras en proceso de edificación y en algunos casos observé que detrás de la construcción reciente se conserva la casita tradicional. Una de las características de estas viviendas es que en su interior carecen de una pieza destinada a la cocina, pues las familias conservan la casa de huano y bajareque para que cumpla con esa función.

Para los jóvenes migrantes resultaba inconcebible tener una casa de bloques y concreto sin salir de Xohuayán. La mayoría de ellos son hijos de campesinos como don Pastor, que crecieron en casas tradicionales. Por lo tanto, que los jóvenes en un máximo de dos años lograran construir su propia vivienda trabajando en California, no les hacía dudar en su decisión de cruzar la frontera. El éxito de los primeros migrantes era una muestra clara de que salir del pueblo significaba progreso a mediano plazo.

Todos los migrantes que entrevisté construyeron sus casas, incluso aquella que habité durante mi estancia de trabajo de campo, es de un joven que desde su partida a California, ocho años atrás, no ha retornado al pueblo. La casa es una de las que transformó la imagen de Xohuayán. Se trata de una construcción grande de dos plantas, de estilo moderno, a la que los pobladores llaman “los altos”. Así como el caso de este joven, conocí las historias de otros que aún no retornaban, pero que habían alcanzado la meta.

En los testimonios observamos que los jóvenes planearon su regreso a la par de su partida, pues antes de salir todos tenían claro que regresarían a Xohuayán. Ninguno emigró pensando en hacer vida en California, ninguno experimentó un retorno forzado, sea por la deportación o el desempleo, sino que todos planearon su regreso definitivo y lo hicieron de manera voluntaria. Es decir, la decisión de retornar se debió a una o varias razones personales y no a motivos ajenos a su propia agencia.

A pesar de que en todos los casos la estancia se prolongó por diversas razones, la idea de retornar se mantuvo latente en la mente de cada uno de los xohuanes y cuando la meta o metas soñadas se convirtieron en una realidad, el retorno fue el siguiente paso en sus agendas. El sueño de tener una casa fue el motivo de la partida, pero la existencia de la misma fue a su vez la razón, que junto con otros anhelos, favorecieron el retorno. Como veremos en los siguientes apartados, los jóvenes alimentaban la idea de volver al pueblo con sus deseos de descansar, de escapar del estrés y peligros, así como con sus pretensiones de contraer matrimonio.

IMAGINAR EL NORTE, VIVIRLO Y ESCAPAR DE ÉL

Antes de salir de Xohuayán los jóvenes imaginaron que la vida en el norte además de trabajar implicaba conocer lugares, personas, pasear y divertirse. La imagen que tenían de California, lejos de causarles temor por enfrentarse a lo desconocido, les inspiraba curiosidad y emoción. Previo a la migración, la vida de los jóvenes xohuanes transcurría entre la escuela y el campo. Su identidad estaba ligada a su pertenencia comunitaria. Pero la migración trastocó sus referentes identitarios y puso ante los jóvenes la oportunidad de convertirse en otros, en los que se fueron a California.

Para los xohuanes cruzar la frontera llegó a ser una especie de “rito de paso”, es decir, el cambio de un estado a otro (Van Gennep, 1989), que implicaba tres momentos: primero, la separación de la comunidad o grupo de referencia; segundo, una fase liminal que comenzaba con la llegada de cada uno a California y su ingreso al mercado laboral. Esta segunda etapa concluía con su retorno, y daba paso a un tercer momento que correspondía a su reintegración a la comunidad para ganar prestigio y reconocimiento (Quintal et al., 2012), pues regresaba siendo “el otro”, “el que se fue al norte”. “El migrante indocumentado, de regreso, ya no será nunca más como los que no salieron o como era antes de emigrar” (399). Con respecto a la migración internacional como rito de paso, Martha García señala:

en las comunidades de origen la migración no autorizada se ha convertido en un “rito de paso” social que entraña desafíos de todo orden. Por lo general, se argumentan las cualidades de “valentía”, “decisión”, “aguante”, para explicar la transformación formal de un joven en hombre al internarse en otro país para “hacer la lucha”, “buscar la vida”, “hacerla”, “trabajar”. En esa línea y al observar las migraciones en los pueblos rurales mexicanos, en muchas ocasiones este pasaje se ha interpretado como una cuota masculina para obtener cierto prestigio dentro de la sociedad en cuestión (García, 2008, 78).

En el caso de los jóvenes xohuanes, los deseos de convertirse en hombres con prestigio y la imagen de cómo era el norte y cómo se proyectaban así mismos, era resultado de lo que escuchaban y podían observar de sus parientes o amigos que se adelantaron. Los aspirantes a migrantes experimentaron lo que James Clifford (1999) llama “viaje en residencia”, pues se habían construido una identidad y un nuevo estilo de vida a través de todo aquello que atravesaba su cultura (información, mercancías, experiencias, etc.) y los ponía en contacto con otro lugar. Una década de historia de éxodo de la población era suficiente para que los jóvenes xohuanes imaginaran el norte.

El viaje a California fue para todos los jóvenes su primera salida. En Santa Rosa o San Francisco, Xohuayán, el pequeño pueblo donde crecieron, donde todos se conocían, se saludaban, bromeaban y platicaban en lengua maya, se convirtió en causa de su nostalgia. La migración los enfrentó a otro mundo, al de la ciudad, con gente y costumbres diferentes, pero sobre todo con un idioma que para algunos como Edier se convirtió en su principal dificultad:

Cuando llegué allá [a Santa Rosa] me pareció difícil llegar a una ciudad así que no conoce uno. Estamos acostumbrados a un pueblo chico y teníamos muchas cosas. Llegas a una ciudad así grande y toda la gente es diferente, las casas, bueno hasta el idioma. A tu alrededor hablas la maya o el español, pero si entras a una tienda por ejemplo, puro inglés están hablando. Te topas con alguien así, con un gringo, es lo más difícil de uno, porque si quieres preguntarle algo no se puede (Edier, migrante retornado, febrero, 2016).

Aunque la diferencia de idioma fue una de las principales barreras que los migrantes enfrentaron, con el tiempo lograron superarlo. En el espacio laboral aprendieron lo necesario del inglés para realizar sus tareas. Algunos incluso tuvieron la iniciativa de estudiar por su cuenta, sobre todo los que trabajaron como meseros. Ser mayahablantes y dominar también el español, sin duda alguna favoreció el aprendizaje de un tercer idioma y con ello hicieron más llevadera su estancia en California. Sin embargo, los jóvenes xohuanes también conocieron realidades inesperadas, a las que no lograron adaptarse y muchas de las veces los convencieron de que era momento de retornar a casa.

El primer hecho inesperado y ajeno a la imagen que tenían del norte fueron las largas e intensas jornadas de trabajo que les causaban frustración, desilusión, ansiedad y estrés. Nadie les dijo que para pagar todos sus gastos en California y enviar dinero al pueblo, debían trabajar hasta 12 horas diarias sin descanso. Tampoco sabían que si querían lograr sus objetivos y en pocos años retornar a casa, debían anteponer el trabajo a sus ganas de conocer y divertirse. Nadie les dijo que la imagen de una vida en el norte, era distinta a la realidad:

es diferente cómo vive uno que está trabajando allá y es diferente cómo vive uno aquí, ahí vacaciones no hay, yo antes de ir imaginé así una vida bonita, diversión. Pero llegas allá y te pones a trabajar, pues no sale como lo imagina uno. Como que está bonito allá, a veces quieres conocer cómo es Estados Unidos y no se puede, uno está encerrado trabajando, bueno es lo que no imaginaba así y como todavía éramos unos chavos, pues no tenemos experiencia de cómo es la vida ahí (Edier, migrante retornado, febrero, 2016).

En ciertos momentos de su estancia en California, los jóvenes migrantes tuvieron dos empleos, por las mañanas estaban en un restaurante y por las tardes en otro. Esto con el objetivo de aumentar sus ingresos y tener suficientes recursos para enviarlos al pueblo. Las jornadas extenuantes parecían interminables, sobre todo cuando al trabajo en los restaurantes le sumaban las labores domésticas, como preparar la comida, limpiar el departamento y lavar la ropa. Tareas a las que no estaban acostumbrados y que ejecutarlas les causaba conflictos internos, ya que su socialización temprana en la comunidad les había enseñado que esas obligaciones eran de las mujeres:10

¿Cómo te lo explico? es diferente la vida ahí [en Santa Rosa]. Yo cuando me fui pensaba en trabajar, pero no mucho, cuando me fui ahí ese trabajo no pensaba que de lavaplatos. Sé que iba a trabajar, pero no sabía que de lavaplatos. Era difícil porque era algo que no había hecho, porque aquí sólo trabajo en el campo, las mujeres se encargaban de la casa. Ahí tienes que hacer todo en tu casa, lavar la ropa, todo […] Me cansé y yo hablé a mi familia ¿saben qué? quiero regresar, sólo voy a esperar un año más; y dijo mi mamá, está bien, aquí te vamos a esperar (Reynaldo, migrante retornado, febrero, 2016).

Con el paso de los años, la rutina se convirtió en una tortura para los jóvenes xohuanes que ansiaban tener momentos de descanso. Transcurrido el tiempo de estancia planeado unos habían logrado su principal objetivo y estaban listos para retornar, pero otros se habían trazado nuevas metas que solo sería posible alcanzarlas prolongando la estancia. Pero esta decisión aumentaba el estrés y llevaba a los jóvenes a experimentar momentos de angustia y desesperación, como le sucedió a Raúl:

Ya me había cansado. Ya me había fastidiado la misma rutina de todos los días. Tenía que despertarme a las siete de la mañana, desayunar e irme a trabajar, y llegaba a la casa como hasta las 10 de la noche. Eso me cansó, digo, ya ocupo un breake, era necesario, ya no aguantaba nada, no aguantaba la gente, no quería trabajar, no quería estar ahí, ya todo me molestaba, todo me enojaba y digo, ya me voy a ir. Ya planeaba ir desde un año antes que yo me vine, pero digo, quiero ir, pero también quiero conseguir algo, quiero conseguir más cosas, quiero tener todo cuando yo me vaya y ya aguanté otro año. Por eso fue que me fastidié mucho más, porque como que me obligué a quedarme un año más (Raúl, migrante retornado, febrero, 2016).

Raúl emigró a Santa Rosa en mayo de 2007, cuando tenía 17 años de edad. Antes de partir trabajaba en la milpa. Este joven es el quinto de siete hermanos y se fue para ayudar a su padre a saldar una deuda. Durante su estancia en California trabajó primero como lavaplatos y después de mesero. Por algunos años tuvo dos empleos al mismo tiempo, lo que le permitió tener ingresos de 1500 dólares quincenales, con ello saldó la deuda de su padre y más adelante construyó una casa, compró una camioneta y ahorró dinero para su boda. Raúl retornó a Xohuayán en mayo de 2015 y unos meses después contrajo matrimonio. Hoy día, junto con su esposa ganan el sustento diario bordando hipiles. Raúl regresó convencido de no trabajar más en el campo, pues no lo considera redituable.

Mauricio es otro joven que, cansado del trabajo en Estados Unidos, decidió retornar al pueblo. Él tiene 23 años, emigró en 2007 y a finales de 2014 decidió volver al pueblo. En Santa Rosa trabajó como cocinero y después de mesero, con un sueldo mensual de 2000 dólares. Transcurridos seis años de estancia Mauricio había logrado más de lo que esperaba, construyó su casa, compró dos parcelas, una camioneta, tenía algunos ahorros y pensó que era momento de retornar para disfrutar de sus bienes. Compró su boleto de avión, pero los planes cambiaron:

primero ya compré mi boleto, luego de repente cancelé mi vuelo […] Estaba regresando y no tenía casi nada. Bueno, sí tengo mi casa, mi camioneta que ya compré, pero estaba festejando los 15 años de mi hermanita y todo lo que tengo juntado se va ir en los 15 años. Y digo, que tal si me caso, si necesito comprar algo y no tengo, por eso aguanté un año más y regresé […] Pero como te dije antes, regresé porque extrañaba a mi familia, pero también porque me aburría allá, la verdad es que ahí puro trabajar, trabajar, me cansé del trabajo y lo pensé, y digo “voy a regresar” (Mauricio, migrante retornado, febrero, 2016).

Unos meses después de su retorno a Xohuayán, Mauricio contrajo matrimonio. En la fiesta de boda gastó parte de sus ahorros, pero se aseguró de conservar cierta cantidad para invertir en su parcela. Ahora Mauricio trabaja sus propias tierras, sus cosechas las vende a comerciantes de Oxkutzcab y también cría ganado.

Los peligros a los que estaban expuestos los jóvenes xohuanes, sobre todo aquellos que vivían en San Francisco, tampoco eran parte del imaginario inicial de la vida en el norte. Estos migrantes acostumbrados a la tranquilidad de su pequeño pueblo, donde sólo en contadas ocasiones sucedía algún hecho delictivo, se sentían amenazados por el clima de violencia y criminalidad que a diario enfrentaban en las calles de San Francisco. El temor a convertirse en víctimas de la delincuencia acrecentaba sus deseos de escapar del norte y regresar a Xohuayán. En la memoria de cada uno, el pueblo representaba un lugar rodeado de paz y tranquilidad. La zozobra que la ciudad del Golden Gate les causaba tenía sus fundamentos en experiencias desagradables ocurridas a paisanos11 o en algún hecho violento que ellos mismo habían vivido, como fue el caso Valentín:

Me gusta todo [de San Francisco], pero me fastidia también. Si tarda allá los dos años está bien, te gusta, porque allá casi no hay diversión. Hay peligro también en las calles. A veces no puedes salir en la noche. Hay un chingo de negros. Allá te roban. Me robó uno allá, me robaron mi soguilla, me sacó un cuchillo un negro en la calle, como las ocho de la noche. Pues yo tengo miedo, antes que me haga algo mejor me voy mi pueblo y quito allá, porque robaron como tres veces […] Sólo salí de mi trabajo las cinco de la tarde, fui a comprar mi zapato para mi trabajo y me robaron apenas salí de tienda. Me robaron mi zapato, mi billetera, mi soguilla, lo agarró todo. Pues digo mi primo, ya me voy, va trabajar como cinco meses más y ya me voy mi pueblo, porque yo tengo miedo (Valentín, migrante retornado, febrero, 2016).

Aquellos jóvenes que se establecieron en Santa Rosa, por medio de paisanos que vivían en San Francisco, sabían que esta última era una ciudad peligrosa. Aunque a algunos se les presentó la oportunidad de un empleo ahí, con un salario más elevado que aquel que percibían en Santa Rosa, decidieron no aceptar la oferta, primero por temor a la violencia que se vivía en las calles y segundo, porque San Francisco “es una ciudad muy cara”. Los xohuanes comentaron que las rentas son elevadas y que los edificios donde viven los migrantes son “como viejos hoteles, con cuartos pequeños y viven apretados”. Santa Rosa por el contrario, les permitía rentar departamentos con espacios amplios, a precios bajos y además, la ciudad no representaba un peligro. Sin embargo, ninguna de las dos urbes californianas evitó que los migrantes quisieran escapar del norte y sintieran nostalgia por el terruño, por el regreso a una vida tranquila, donde pudieran disfrutar de momentos de descanso y de espacios para la convivencia con amigos y familiares, donde pudieran salir a las calles sin temor a ser atacados. Pero sobre todo, donde querían iniciar una nueva etapa de su vida: el matrimonio.

“REGRESÉ TAMBIÉN PORQUE YA ME QUIERO CASAR, NO AHÍ, AQUÍ”

El matrimonio es otra de las razones que explican el retorno de los jóvenes xohuanes. La casa, la parcela, un lugar donde trabajar, así como los ahorros, eran signos de que los jóvenes migrantes estaban listos para regresar al pueblo e iniciar una vida en pareja. Aun cuando ellos tuvieron la oportunidad de encontrar novia en California e incluso contraer matrimonio ahí, se resistieron a ello, pues eso significaría el establecimiento definitivo en un país que no es suyo, lo cual estaba en contra de sus planes: cuando salieron del pueblo lo hicieron convencidos de que regresarían.

La respuesta de Mauricio cuando le pregunté “¿por qué no te casaste en Santa Rosa?”, ejemplifica esta idea de que matrimonio en California es sinónimo de no regreso a Xohuayan: “No eran mis planes casarme ahí, porque la indicada hay más que acá [risas], pero no, porque hay yucatecos que se casan allá y se quedan, y es lo que yo no quiero hacer, que me quede allá. Siempre cuando fui allá tenía planes de regresar, eso está en mi mente, regresar un día”.12 Un testimonio similar fue el de César:

Me decidí así de golpe a volver, nada más saqué mi boleto, es que también como que es muy estresante trabajar y trabajar nomás, y también regresé porque ya me quiero casar, pero no ahí, aquí. Porque no quería quedarme a vivir allá, porque yo pensaba: “si me caso, me quedo allá, además de que también hay la posibilidad de que me deporten”, por eso mejor aquí (César, migrante retornado, febrero, 2016).

César tiene 30 años de edad. Emigró en 2004; llegó a Santa Rosa donde se encontraba su hermano y otros parientes. Ahí trabajó por 11 años en una fábrica de pastas. A diferencia de sus paisanos que tenían jornadas largas en los restaurantes, César sólo trabajaba ocho horas diarias de lunes a viernes, los fines de semana los tenía libres. En la fábrica recibía un salario quincenal de 1120 dólares. Con sus remesas construyó su casa, compró una camioneta y además tiene algunos ahorros. Antes de partir no tenía novia, pero por medio de Facebook comenzó a platicar con una joven del pueblo. Después de un tiempo se hicieron novios y más adelante vino la promesa de matrimonio. Al preguntarle cuándo planeaba casarse, Cesar respondió: “lo más pronto posible”. Hoy día este joven trabaja la milpa, con sus tres hermanos siembran variedades de frijol y limones que comercializan en Oxkutzcab, además, tiene algunas cabezas de ganado. César considera que está preparado para casarse, pues tiene donde trabajar para sostener a su familia. Sin embargo, expresó que si más adelante las cosas no marchan como él espera, quizá después de contraer matrimonio intente emigrar nuevamente.

Migrante retornado recién casado (abril, 2016). Fotografía de la autora

Raúl fue otro de los jóvenes que retornó convencido de que era tiempo para contraer matrimonio. Una vez que adquirió su casa, su camioneta y consolidó sus ahorros, regresó a Xohuayán. Para él era importante sentirse listo para tomar la decisión:

Ella no era mi novia, yo tenía otra muchacha, pero no me esperó y se fue. Yo conocía a mi esposa, pero nunca la había hablado. No hablábamos, nomás la veía, pero no sé cómo sucedió, fue por teléfono que empezamos a hablar. [Cuando vine] yo tenía planes de boda, pero ella no lo sabía, si yo no planeara boda y ella quiere boda, pero no hay dinero, pues no hay boda. Cuando yo dije ya estoy listo, dije ya me voy, por eso ahorita no tengo como ganas de volver a ir otra vez. Porque la gente que no está listo y se regresa nada más por obligación o porque se quiere casar, todas esas personas que no están listos ya se quieren ir otra vez. Porque no logran todo lo que quieren hacer, pero yo siento que sí conseguí todo y hasta ahorita no me dan ganas de ir otra vez (Raúl, migrante retornado, febrero, 2016).

Los casos de César y Raúl indican lo importante que es para los jóvenes contraer matrimonio con una muchacha del pueblo, pues a diferencia de otros que ya tenían novia antes de partir, ellos iniciaron una relación a distancia que terminó en una promesa de matrimonio. No era necesario el contacto o la visita diaria para convencerse de que aquella muchacha que enamoraban por teléfono o Facebook, era la indicada para casarse. Lo importante es que la prometida era del mismo pueblo, y compartían creencias y costumbres, sobre todo lo referente a la vida en pareja.

Camino a la fiesta (abril, 2016). Fotografía de la autora

El temor que los jóvenes migrantes tienen de que la novia los abandone —y pierdan la oportunidad de casarse con “la elegida”— influye en su decisión de no posponer el retorno. Por ejemplo, Reynaldo, quien contrajo matrimonio el 21 de abril de 2016, comentó que desde su partida a Santa Rosa ya tenía novia, ella lo había esperado por ocho años, pero según Reynaldo, la muchacha le hizo saber que no estaba dispuesta a esperarlo por más tiempo, por eso él decidió regresar. A Valentín le sucedió algo similar, además de sentirse cansado del trabajo y temeroso de que algo malo le ocurriera en San Francisco, regresó para casarse, pues la novia amenazaba con terminar la relación:

Mi novia conocí antes de ir, porque aquí vive también en Xohuayán. “¿Cuándo regresas?”, me dice, por eso me regresé de pronto. Me dice, “¿qué día vas a regresar?, ya tardaste mucho allá, ya debes de regresar”. Ya tardé también, pues ya viví nueve años ahí. Dice, “me dijiste como tres años nomás”. Por eso regresé. Le digo, “está bien, ya esperaste muchos años”, y dice, “pero ya voy a salir, voy a dejar” […] Mi primo me dice, “¿por qué no buscas uno acá? ¿Para qué te vas? ¿Qué vas a trabajar allá? allá no hay trabajo”. No hay pero ya me voy […] muchachas hay allá muchos, muchas bonitas también, pero no me gustan las muchachas, porque casi no las conozco […] allá está caro, también la renta, si busco una allá, pues sólo trabajar, trabajar, porque allá sólo trabajo nomás […] Sólo junté para mi boda y regresé, quiero comprar algo más pero no puedo. Me dice, “regrésate ¿Para qué vas a tardar allá?”. Está bien, ya lo junté para mi boda algo, me voy a regresar (Valentín, migrante retornado, febrero, 2016).

Los jóvenes que tienen éxito en California y lo reflejan a través de los bienes adquiridos, se convierten en los mejores candidatos a esposos para las muchachas del pueblo, ya que ellas tendrían una casa propia, y si el novio compró una parcela o ganado, la tranquilidad de un sustento. Por lo tanto, también de parte de la novia puede existir el temor de que el prometido encuentre una pareja en California y la olvide, de ahí que presione para su retorno.

Las muchachas de Xohuayán no acostumbran salir de la comunidad para trabajar o para estudiar; incluso las mujeres casadas no emigran con sus esposos. Ante esta realidad, para las mujeres solteras, las oportunidades de encontrar marido se reducen a los jóvenes de la comunidad o de localidades cercanas. Es común escuchar en el pueblo que cierta muchacha está esperando que el novio retorne de California para casarse, pues ya están con los preparativos.

Entre los migrantes solteros que desean contraer matrimonio pesa la responsabilidad de tener lo necesario para pedir la mano de la novia. No basta con una casa, también es importante solventar los gastos de una fiesta de boda. Por ello, antes de retornar, los jóvenes xohuanes comienzan a planear cómo será el festejo, el grupo o grupos musicales que amenizarán la celebración, la comida que ofrecerán a los invitados, las bebidas, el vestido de novia, etc., con el objetivo de reunir los recursos económicos suficientes para los gastos de la celebración y además conservar una parte de los ahorros para iniciar una vida de pareja. Con la fiesta de boda, los jóvenes no sólo satisfacen las ilusiones y deseos de la novia y su familia, sino también las expectativas de la comunidad. Además, la fiesta se ha convertido en un elemento que les da estatus, de ahí que tengan interés por igualar o superar la recepción que ofreció el amigo o pariente, también migrante. Por otra parte, con el matrimonio los jóvenes xohuanes reafirman su pertenencia a la comunidad, pues cuando eligen una muchacha del pueblo para casarse y formar una familia, demuestran que quieren hacer vida en su comunidad, pero además crean nuevas alianzas que se convierten en redes de apoyo a su retorno al lugar donde pertenecen.

RETORNAR “AL MUNDO DONDE TÚ PERTENECES”

Shinji Hirai (2009) señala que los migrantes expresan su anhelo y nostalgia por su tierra natal a partir del contraste entre el espacio de ajenidad y el espacio de pertenencia, lo que es un reflejo de sus deseos de buscar y representar la identidad. El autor agrega que los migrantes no construyen y representan su identidad a partir de un aquí, ahora o futuro, sino desde un allá, es decir, desde la tierra natal y su pasado que dejaron del lado sur de la frontera (Hirai, 2009, 157).

Los jóvenes xohuanes vivían cotidianamente ese proceso de contraste cuando estaban en California. En San Francisco o Santa Rosa tenían un trabajo, ganaban los tan anhelados dólares, pero estaban en espacios ajenos, distantes social y culturalmente o sin sentido. Ahí los jóvenes xohuanes eran los otros, los desconocidos, los sin nombre. Eran los sujetos sin derechos, muchas veces perseguidos, rechazados o simplemente ignorados. Para la sociedad receptora sólo eran las manos necesarias que trabajaban largas jornadas sin quejarse.

Allá, en Xohuayán, en aquel pueblo que permanecía intacto en su memoria, y cuyos recuerdos de infancia y adolescencia alimentan sus deseos de retorno, los xohuanes saben que también serán los otros. Pero serán la otredad aplaudida, reconocida, incluso deseada y valorada por aquellos que aún no conocen el norte. Su nueva identidad les dará prestigio y mayor estatus, pero sin dejar de sentirse y ser reconocidos como parte de la comunidad. Para ellos, retornar es llegar al lugar donde perteneces, como lo señaló Raúl, al explicar que, cuando regresan, “como que sientes que estás en casa otra vez, como que llegaste al mundo donde tu perteneces, eso es lo que siente uno” (Raúl, migrante retornado, febrero, 2016).

La pertenencia que los jóvenes migrantes expresan, no es a un territorio en términos geográficos o físicos, sino a uno socialmente construido. Es decir, “uno se siente ligado y perteneciente a un territorio no en sí mismo, sino en cuanto a que en él vive el grupo que es el objeto real de aquel sentimiento” (Gendaru y Giménez 2002, 151). En el norte, los xohuanes extrañan a la familia, a los amigos, a la novia, a su grupo de referencia, con quienes comparten costumbres, tradiciones, códigos de conducta, creencias, valores y significados, en términos más amplios: su cultura. La necesidad de regresar y ocupar el lugar que les pertenece en ese grupo es el objeto real de su apego al territorio.

Después de cinco o diez años de ausencia, los jóvenes se dan cuenta de que el pueblo ya no es el mismo, pueden percibir y señalar los cambios. A su regreso no encontraron todo lo que esperaban o guardaban en su memoria, algo se perdió con el tiempo, algo desconocido ocupa ahora un lugar en la comunidad, alguien ya no está, pero todo eso importa poco. Porque regresan y hablan maya, la lengua que le da sentido a sus pláticas, a su historia compartida, a sus mitos, a sus leyendas, a sus rituales. Ahora pueden participar de sus tradiciones, de sus costumbres, de sus fiestas, del trabajo tranquilo en el campo, de todo aquello que añoraban, que extrañaban, que era razón de su nostalgia. Es indiscutible que los jóvenes regresan con nuevas prácticas o modas, con nuevos saberes, pero nada de esto los hace ajenos a su grupo, pues éste los reconoce, los acoge y los reintegra.

Los bienes que los jóvenes xohuanes adquirieron con sus remesas, sean casas, parcelas o vehículos, además de ser los hechos objetivos de su nuevo estatus, les proporcionan una satisfacción personal que propicia un retorno voluntario y este a su vez, una reinserción social exitosa. Los xohuanes son conscientes de que su situación económica cambiará a su regreso, ya no tendrán el cheque de la quincena, pero aquel pierde sentido cuando regresan para disfrutar lo que poseen, todo aquello que no tenían antes de partir y sobre lo que sólo ellos pueden decidir:

La gente me gusta aquí, mi casa la tengo aquí y es mío, siento aquí como que es mío, o sea, yo la hice: es algo que me pertenece. Porque cuando estaba ahí en Estados Unidos tenía que pagar renta, nomás estaba alquilando la mayoría de las cosas. Esto es lo que me pongo a pensar. Aquí las tierras donde estoy trabajando me pertenecen, ahí sí tenía trabajo, pero si me enfermo, hago algo mal, me despiden, como no es mío me despiden, meten a otra persona a trabajar. Aquí como las tierras, aunque no produzcan mucho, pero son mías, las puedo vender si ocupo dinero y veo que no me da resultado, lo puede vender, son mías y así estoy seguro (César, migrante retornado, febrero, 2016).

Durante la estancia en California los jóvenes no sólo enviaban dinero para la construcción de la casa, sino también para los gastos de la familia. Los padres correspondían a ese apoyo desempeñándose como los administradores ideales de las remesas, con lo cual coadyuvaron al logro de los objetivos de sus hijos. Entre ambas partes se fue tejiendo, afianzando y fortaleciendo una red de solidaridad y reciprocidad. Estos vínculos fuertes que se alimentaron con el paso de los años, en cierta manera garantizan al migrante la existencia de una red de apoyo a la que pueden acudir cuando lo necesiten.

La comunicación constante con sus padres o amigos mantuvo a los jóvenes al tanto de lo que acontecía en la comunidad, y esta, a su vez, los preparó para lo que debían enfrentar a su retorno, sobre todo en términos laborales. El hecho de saber que regresarían para trabajar el campo no empañó su decisión, pues contaban con capital para trabajar las tierras de sus padres o las propias. Pero no sólo eso, sabían que podían recurrir al apoyo de sus progenitores para iniciar una milpa, para comercializar sus cosechas, para aprender cómo ingresar al negocio del ganado o simplemente para pedir consejos en momentos difíciles. Ese capital social que los jóvenes xohuanes tenían a la mano, expresado en fuertes vínculos familiares y de paisanaje, no sólo les dio confianza para retornar, sino que también ha permitido reintegrarse de forma exitosa a la comunidad, en términos sociales, económicos y culturales. Como señala Christian Schramm “una pequeña red de vínculos fuertes transnacionales con familiares y amigos cercanos desempeña un papel decisivo en el retorno y la reintegración. Estos crean expectativas, brindan apoyo y satisfacen sobre todo necesidades emocionales. La disponibilidad de capital social inherente a estas estructuras parece mejor” (Schramm, 2011, 243).

REFLEXIONES FINALES

Con los casos que presenté no pretendo afirmar que todos los jóvenes migrantes de Xohuayán retornan en respuesta a las tres razones señaladas, como tampoco aseverar que todos aquellos que regresan han mantenido fuertes vínculos con la comunidad y reciben ayuda para una reinserción sociocultural exitosa. Lo que me interesa es mostrar que el retorno se puede presentar de diferentes maneras y respondiendo a diferentes razones, y que cuando se trata de retornos voluntarios, como es el caso de los jóvenes xohuanes, las razones subjetivas se entrelazan con las objetivas para explicar la decisión de volver a la comunidad de origen.

El relativo éxito de los entrevistados no ha sido la regla general de todos los jóvenes retornados, pues como lo señalé en páginas anteriores, de acuerdo a los pobladores también se han dado algunos casos de jóvenes y adultos que experimentaron un fracaso en su travesía migrante y fueron deportados. Y de otros que después de años de partida aún no regresan, ni demuestran a través de bienes materiales el logro de sus objetivos. Aunque el retorno en Xohuayán tiene diversos rostros, los casos abordados reflejan que realidades similares pueden orientar a una reintegración armónica a la comunidad.

Las características de Xohuayán también juegan un papel importante en la reintegración de los jóvenes retornados, pues se trata de una localidad pequeña donde la lealtad, la reciprocidad, los valores relacionados con la familia y el reconocimiento de la autoridad de los padres —a pesar de la distancia— se mantienen, se reproducen y se transmiten de generación en generación. Esto a su vez favorece un contexto de cohesión y control sobre los jóvenes, aunque no en todos, limitando su acceso a posibles senderos que los desvíen de sus objetivos y puedan fracasar en su viaje al norte. A aquellos que acatan las normas y valores de la familia y comunidad, probablemente el futuro les augure éxito y sean un ejemplo más de los casos aquí abordados.

Los jóvenes salieron de Xohuayán para satisfacer necesidades de carácter económico que eran prácticamente irrealizables trabajando en la comunidad. Se dejaron convencer por las ofertas laborales con salarios altos que prometía California. Cuando retornan de manera voluntaria, como sucedió en los casos abordados, lo hacen en busca de otro tipo de satisfacción. Aquella que no encontrarán siendo empleados pagados en dólares o dejándose seducir cada vez más por una economía global que los complace pero que también los asfixia. Los xohuanes saben que la satisfacción de necesidades —que buscan con el retorno— sólo la tendrán reintegrándose al conjunto de redes sociales de las que se sienten parte y que procuraron fortalecer. Pues ahora se trata de necesidades emocionales, de afecto, de identificación, de reconocimiento, de todo aquello que les fue negado o arrebatado durante su estancia en California y que le da sentido a su existir.

Cierto es que las condiciones económicas y laborales en Xohuayán no ofrecen a los retornados oportunidades para multiplicar sus ahorros, para implementar proyectos productivos, donde puedan usar los conocimientos que adquirieron en Estados Unidos. Ellos saben que al retornar regresarán al campo, que trabajarán la milpa, que quizá sus ahorros se acabarán y tendrán que vender su fuerza de trabajo, pues en Xohuayán aún impera la pobreza y la marginación. Sin embargo, se aferran a sus planes de retorno y los cristalizan, porque ahora la satisfacción de sus necesidades sólo la encontrarán en su pueblo, el lugar al que pertenecen.

BIBLIOGRAFÍA

Programa de Becas Posdoctorales, cephcis-unam

Transcripción y traducción de Lázaro Tuz.

En maya yucateco la palabra significa “cerro alto”. Hace referencia a una región que se extiende por varios municipios del sur de la entidad y se caracteriza por su serranía.

Expresión que usan los pobladores de Xohuayán para referirse a Estados Unidos

Estudiosos de la migración de mexicanos a Estados Unidos señalan que en los últimos años se presentó una reducción en el número de personas que emigran, debido al mayor control fronterizo por parte de la Unión Americana. Esto aumenta los costos sociales y económicos, y desalienta a los mexicanos de su intención de cruzar la frontera. Los xohuanes, por ejemplo, mencionaron que, “ahora los muchachos casi no se van porque está duro el cruce y además cuesta mucho dinero, ya no es como antes” (Tomás, febrero 2016).

Además de los diez casos que se abordan entrevisté a otros seis migrantes, hombres adultos que al momento de partir a Estados Unidos eran esposos y padres. A través de los entrevistados tuve conocimiento de que en la comunidad hay casos de deportación, sin embargo, no fue posible contactar a alguno de los deportados o que hayan regresado por motivos distintos a los señalados.

La crisis económica que comenzó a vivir Estados Unidos en 2008 no aparece como una causa de retorno para ninguno de los migrantes entrevistados. Es decir, ninguno señaló al desempleó como motivo de retorno, además de que prácticamente todos regresaron después de 2012 (salvo un caso que se dio en 2003), cuando los efectos de la crisis se habían atenuado. Para mayor información sobre la crisis económica en Estados Unidos y su impacto en el retorno de los migrantes mexicanos consultar el trabajo de Canales (2012).

Para ampliar la información acerca de la deportación de los mexicanos ocurridos en la presente década, en la cual confluyen una crisis económica y un clima antiinmigrante cada vez más creciente, consultar Alarcón y Becerra (2012).

Para ampliar la información sobre la migración de los yucatecos a Estados Unidos consultar Echeverría et al. (2011), Lewin (2008), Fortuny (2004).

Los nombres que aparecen en el texto son ficticios.

Entre los estudios de la migración se ha seguido una línea de análisis con perspectiva de género, para explicar de qué manera las relaciones de poder que se tejen en las comunidades de origen, entre hombres y mujeres, se ven trastocadas por la experiencia migratoria de tal manera que en el lugar de destino se redefinen los roles socialmente construidos, situación que puede llevar a conflictos internos en los individuos o a nuevas negociaciones en las parejas. Para mayor información consultar: Castellanos (2008), Gutmann (2004).

El asesinato de un joven xohuan en San Francisco, cometido por pandillas, dos años atrás, siempre era tema de conversación cuando los entrevistados hablaban de lo peligrosa que era la ciudad. Recurrían al suceso para demostrar que la violencia en las calles alcanzaba a cualquiera y que no era un mito, sino una realidad.

Algunos de los entrevistados mencionaron los casos de xohuanes que en California se casaron con mujeres no yucatecas, y que por esa razón no habían regresado a la comunidad. Los lugares de origen que se mencionaron para el caso de las mujeres fueron Acapulco y Tamaulipas.

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