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Inicio Península LA CONFIGURACIÓN IDENTITARIA EN LOS TERRITORIOS DE MIGRANTES INTERNACIONALES
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Vol. 10. Núm. 2.
Páginas 117-133 (julio - diciembre 2015)
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LA CONFIGURACIÓN IDENTITARIA EN LOS TERRITORIOS DE MIGRANTES INTERNACIONALES
IDENTITY CONFIGURATION IN THE TERRITORIES OF INTERNATIONAL MIGRANTS
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Miriam Reyes Tovar1,
Autor para correspondencia
mreyes@enesmorelia.unam.mx

Autor para correspondencia.
, Diana Tamara Martínez Ruíz2
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RESUMEN

El presente artículo presenta una propuesta teórica y analítica acerca de la precisión escalar con respecto a las nociones de pertenencia, identificación y apropiación del territorio por parte de los sujetos, en los estudios de migración internacional. Más allá de pensar en un transnacionalismo, se enfatiza el proceso de territorialización que los migrantes y no migrantes realizan en lugares –tiempos precisos–, como una forma de crear un patrimonio identitario geográfico otorgado por el valor simbólico del territorio. Así es como sustento la importancia que posee el ámbito territorial a nivel socio-cultural y espacial en la migración.

Palabras clave:
apropiación territorial
patrimonio identitario geográfico
migración Internacional.
ABSTRACT

This paper presents a theoretical and analytical approach to the accuracy of social scale related to concepts of belonging, identification and appropriation of territory by subjects in studies of international migration. Beyond thinking in Transnationalism, my arguments emphasize the process of territorialization realized by migrants and non-migrants in a precise time-space, thereby creating a heritage of geographical identity, instilled in the symbolic value of territory. In conclusion, I maintain the importance of territory related to a socio-cultural and spatial level in migration.

Keywords:
territorial appropriation
geographical identities heritage
international migration.
Texto completo
INTRODUCCIÓN

Las migraciones internacionales no son un tema nuevo: desde sus orígenes, los seres humanos han estado en constante desplazamiento. Sin embargo, hoy en día, esas migraciones poseen un matiz que las distingue de las que ocurrían antiguamente. Los actores involucrados en estos grandes traslados poseen diferentes y variadas estrategias para migrar y, al mismo tiempo, mantener contacto con sus lugares de origen, es decir, han establecido diferentes medios que facilitan una copresencia y hacen posible la materialización del “ahora en todos los sitios”. Desde los medios de transporte hasta los medios de comunicación más avanzados, la tecnología les permite tener un mayor contacto entre sus lugares de origen y arribo. Nos encontramos ahora no sólo frente a una migración intensificada, sino también extensiva (Cortes, 2009; Nedelcu 2010; Tarrius 2000a; Tarrius 2000b).

Ante este escenario, es fundamental llevar la reflexión en torno de las migraciones internacionales hacia un aspecto que –consideramos– ha sido poco valorado: el territorio simbólico, ese conjunto de representaciones sociales que marcan el campo significativo del territorio, y que pueden manifestarse en formas materiales y solventes simbólicos que se convierten en emblemas de la identidad de los sujetos (Halbwachs 1925), y que al verse inmerso en un proceso de movilidad no sólo de sujetos, sino de aspectos identitarios, otorga la oportunidad de analizarlo y entenderlo como una suerte de identidad espacial (Lussault, 2007) del territorio de la migración.

Así, la dimensión socio-cultural del territorio en la migración internacional, desde la relación identidad y territorio, permite ser observada en al menos tres aspectos: primero, la apropiación territorial por parte de los sujetos; segundo, la constitución de un patrimonio identitario geográfico (Guérin-Pace 2006), otorgado por el valor simbólico del territorio, y tercero, en el marco de la migración internacional, las lógicas de recomposición geográfica, expresadas en la noción de territorialidad, las cuales permiten observar los procesos de producción, creación y apropiación simbólica través de lo que denominamos como unidades de significación territorial, (Giménez 1999; Guérin-Pace y Guermond 2006; Quezada 2007; Mazurek 2009).

En los estudios de migración internacional, la cuestión del territorio ha sido generalmente remitida al análisis de campos o espacios sociales enmarcados en interconexiones de espacios geográficos discontinuos, donde los migrantes han sobrepasado las fronteras físicas de los Estados-nación, en los cuales, los factores de globalización, identidad colectiva y cultura, han sido expedidos al ámbito de lo transnacional o propiamente dicho, al transnacionalismo (Glick Schiller et al., 1992; Kearney 1995; Mummert, 1999).

En el presente artículo se postula que bajo la noción de transnacionalismo los encuentros y la organización de los espacios de vida de los sujetos van más allá de una (re)producción simbólica y significativa, al observar que el ámbito territorial ha sido subvalorado y alejado de su magnitud; es decir: a nivel socio-cultural y espacial deben observarse y valorar las dinámicas intra y extraterrioriales derivadas de la migración internacional (Mazurek 2009).

Si el transnacionalismo hace alusión a una serie de actividades, organizaciones, ideas, identidades y relaciones económicas y sociales que atraviesan y trascienden las fronteras nacionales, donde al mismo tiempo se mantienen nexos de relación entre el lugar de origen y lugar de arribo (Steigenga et al., 2008, 41), debe establecerse un punto crucial de análisis en el ámbito de las consecuencias territoriales de las prácticas de conectividad y simultaneidad de los migrantes. En efecto, hablar de transnacionalismo desde un planteamiento de interconexiones culturales, otorga la posibilidad de debatir dicho concepto,1 en tanto nos referimos a una construcción de lugares múltiples2 que son articulados a través del uso de la imaginación creativa, la cual dota a esos nuevos lugares de un sentimiento de construcción de espacios de vida y experiencia territorial, (Tarrius 2000a; Lindón 2008; Cortes, 2009), otorgando una variedad de espacios, prácticas y desafíos que se articulan alrededor de la movilidad (Guérin-Pace y Guermond 2006, 290).

La propuesta en el presente artículo es presentar, desde una reflexión geográfica, una discusión respecto a la forma en la que la relación existente entre identidad y territorio no debe olvidar su rigor en los estudios de migración internacional, al señalar que existe una identidad del territorio y una identidad para el territorio basada en las diferentes prácticas que migrantes y no migrantes realizan en sus espacios de vida y en sus posteriores representaciones territoriales establecidas en su cotidianeidad, para el establecimiento de su territorialidad en y desde el movimiento (Di Méo, 1996; Guérin-Pace 2003; Guérin-Pace y Guermond 2006), razón por la cual, en el primer apartado se presenta la pertinencia del transnacionalismo ante la interrogante de la inscripción espacial del sujeto a su territorio, en el segundo se reflexiona en torno a la apropiación territorial y cómo, a partir de ésta, se puede crear un patrimonio identitario geográfico. En el tercero, y en relación con el segundo, se señala la distinción de la identidad para y en el territorio en función de las unidades de significación territorial, y en un último apartado, retomamos la noción de territorialidad como una forma de entender las diversas prácticas que los sujetos establecen en un nivel de espacio próximo y de relación de múltiples espacios.

¿EL TRANSNACIONALISMO COMO FORMA DE ACOTAMIENTO TERRITORIAL EN LA MIGRACIÓN INTERNACIONAL?

La gran mayoría de los estudios concernientes a la migración internacional han tenido como marco de referencia al transnacionalismo, desde los trabajos en el área de las ciencias sociales (Glick Schiller et al., 1992; Kearney 1995; Rouse, 1991) hasta su incursión en los llamados Estudios Culturales (Appadurai, 1996; Bhabha, 1994; Hannerz 1996), han establecido lineamientos epistemológicos con los cuales han elaborado discursos respecto a la forma en la que las prácticas y procesos de movilidad entre Estados-nación se han llevado a cabo, creando narrativas concernientes a raza, identidad, clases, derechos humanos, etnicidad, nación y apropiación de espacios bajo asimetrías de dominación, igualdad, apertura y procesos multilocales.

El transnacionalismo ha sido entendido como una serie de relaciones que se llevan a cabo entre Estados-naciones que sobrepasan las fronteras físicas. Ese sobrepasar las fronteras políticas por parte de los migrantes internacionales ha dado paso a una serie de reflexiones que toman como punto crucial la comprensión de la manera como se establecen conectividades entre más de un territorio nacional, donde las relaciones sociales de conectividad se dan entre personas precisas (migrantes y no migrantes) y espacios-tiempos específicos (lugares de origen, de arribo, de transito) e historias de migración particulares a nivel individual o colectivo.

La noción de conectividades mediante la movilidad migrante enmarca —y enmarcó— un giro reflexivo entorno a las nociones de experiencias y toma de conciencia por parte de los migrantes y sus lugares de origen y arribo, para la concretización de un campo de acción social que transforma no sólo la vida de los actores involucrados en el proceso de migración internacional, migrantes y no migrantes, sino también en sus espacios físicos y concretos en los cuales desarrollaban sus actividades cotidianas (Tarrius 2000a; Lindón 2008; Cortes, 2009). En el caso del Transnacionalismo, Glick Schiller et al. hicieron de éste un marco de referencia al definirlo como “el proceso por el cual los inmigrantes construyen campos sociales que unen a su país de origen y su país de establecimiento” (Glick Schiller et al., 1992, 1).

En este contexto, se postula que existen algunas consideraciones que deben ser tratadas como puntos de interés en el entendimiento de las nuevas identidades y lógicas de composición territorial originadas por la migración, donde el concepto de transnacionalismo, más que una forma de acercarnos a ellas o permitirnos una mirada crítica de las relaciones que se establecen entre los sujetos y sus lugares, marca la necesidad de acotar su uso y su contenido.

En el caso de cuestiones como construcción social y subsistencia de múltiples relaciones establecidas por los migrantes para la constitución de sus espacios de cotidianeidad, la distinción entre las escalas de relación local, regional, estatal y nacional, saltan a la vista para señalar la referencia que harán los migrantes y no migrantes de sus espacios de vida, los cuales serán diferentes en función del nivel de identificación y apropiación que posean con ellos. De esta forma, la concepción del espacio será diferente, una suerte de traducción simbólica, un híbrido de tiempo y espacio (Hiernaux 2007). Es decir, tomar como referencia dos aspectos esenciales en la relación movilidad y espacio, el primero es el contexto de origen del migrante (espacio vivido) y el segundo, el contexto de arribo (espacio idealizado), estableciendo una imagen dinámica, especialmente circulatoria (Tarrius 2000a, 2000b; Simon, 2002, 2006), de la presencia no sólo física, sino también referencial de ciertos elementos que conectan y separan la idea del ‘aquí y allá’, con base en las diferentes formas en las que son percibidos los territorios donde habitan los migrantes, y que serán establecidas en imágenes simbólicas de dicha percepción (Hiernaux y Zarate 2008; Lindón 2008; Quezada 2007).

En el marco de la migración internacional, los procesos de continuidad y simultaneidad de prácticas socio-culturales que se dan en los espacios de cotidianeidad migrante, a través del establecimiento de anclajes o lazos de conectividad entre dos contextos de vida, el lugar de origen y el lugar de arribo, son muestra de diferentes visiones del espacio que se pueden complementar o incluso rechazar, pero también pueden ser reconstrucciones o traducciones de ciertas formas culturales o de vivencias que se insertan en el desplazamiento del imaginario o percepción hacia nuevos lugares, definiendo así relaciones con el espacio que se convierten en un ámbito de la vida social y cultural del ser migrante y saberse utilizar y vivir desde el movimiento.

En este sentido, una de las interrogantes que mayor énfasis presenta el uso del término transnacionalismo en los procesos socioculturales, derivados del encuentro entre formas de ver y entender el espacio de vida de los actores involucrados en el ámbito de la migración internacional, ha sido precisamente entender cómo es que mediante la idea de encuentro se puede hablar de una suerte de simultaneidad en las prácticas socio-culturales de la migración internacional, para el establecimiento (o creación) de un espacio migratorio transnacional.

Como una respuesta preliminar ante este cuestionamiento, consideramos que si se toma como punto de análisis la idea de encuentro en los procesos de migración internacional,3 vemos que el migrante no migra y trasplanta su cultura, lo que hace es reproducirla: la reestructura y con ella la reformula (Sollors, 1989), pero ¿dónde realiza dicho proceso?, ¿lo hace en su imaginación, en su percepción o la materializa en sus contextos sociales?, ¿cómo la reformula? Y, sobre todo, ¿podemos hablar de una suerte de traducción en lugar de reformulación?

El énfasis en una concretización espacial radica en el interés de tomar como punto de referencia las diferentes prácticas sociales y culturales que los migrantes y no migrantes realizan para establecer una simultaneidad mediante “anclajes” prácticos y afectivos para otorgar sentido a sus relaciones de proximidad aún en la distancia. Es por ello que en primera instancia, no podemos dejar de observar al espacio transnacional como una red imprecisa o bien, como un espacio no delimitado en el cual aquellas relaciones sociales sostenidas a través de las fronteras nacionales marcarán el sustento de una noción de prácticas que se construyen extraterritorialmente con la comunidad, entidad o nación. De tal forma, estaríamos frente a una noción de transnacionalidad, entendida como el conjunto de prácticas individuales y sociales que los migrantes desarrollan como sujetos en un sentido plural, y que darán pauta a un sistema organizativo de comunidades filiales o de redes trans-nacionales (Moctezuma, 2008).

En esta distinción y vinculación con las prácticas socio-culturales, la migración internacional ofrece la oportunidad de observar, desde la movilidad, una reflexión dialéctica entre dos dimensiones de la inscripción espacial de la migración: lo individual y lo colectivo, de tal forma que el transnacionalismo no ha considerado con la importancia debida la inscripción espacial del sujeto hacia uno o varios territorios.

En este sentido, la primera dimensión de la inscripción espacial puede ser vista a su vez como el primer campo de acción del sujeto, es decir, su mundo con base no sólo en los límites geográficos que delimitan su espacio de proximidad, como lo es una unidad administrativa (nación, municipio o localidad), sino también, aquel lugar o lugares que describen su contexto de acción, identificación y/o apropiación en diferentes niveles, como lo pueden ser el contexto familiar, social y personal. A partir de éste y mediante la movilidad, se puede hablar del segundo tipo, el espacio reticular, el cual corresponde a un espacio estructurado bajo una organización dada por flujos, cambios y operaciones realizadas a distancia. Sin embargo, en este tipo de espacio, las relaciones extraterritoriales se concretarán en una serie de configuraciones territoriales producidas por el ensamble de las vivencias, percepciones, simbolismos y significaciones socio-culturales y espaciales por parte de los migrantes y no migrantes.

Con base en lo anterior y retomando nuestra pregunta de si existe una forma de traducción cultural otorgada por la movilidad, se sostiene que es mediante la dialéctica de la inscripción espacial, que podemos observar una forma de escribir espacial y temporalmente el territorio. En esto radica nuestro interes al hablar de la relación migración internacional y sujeto migrante, al señalar que es mediante el territorio habitado, donde las prácticas y representaciones constituyen la inscripción territorial de los individuos (migrantes y no migrantes), y con la movilidad, que se establece una circulación de territorios (un espacio reticular).

De esta forma, posicionamos nuestro discurso al señalar que si bien el transnacionalismo remite a una adscripción de prácticas y relaciones realizadas por los migrantes extraterritorialmente con una nación (transnacionalidad), la forma en la que la identidad y el sentido de pertenencia de los migrantes se vincula con su espacio de vida sobrepasa al carácter transnacional; es decir, los distintos niveles en los cuales los migrantes y no migrantes se mueven, orillan a pensar la forma en la cual el énfasis hacia la apropiación simbólica que establecen con su(s) territorio(s) es más fuerte e importante al hablar de interrelaciones no como yuxtaposiciones, sino como espacios creativos de circulación, encuentros y traducciones constituidos por el movimiento de representaciones, prácticas e interacciones de los actores con sus territorios.

Por lo anterior, al cuestionarnos cómo se logra vivir en y desde el movimiento, establecemos un énfasis hacia la interacción entre el individuo y el territorio, pensando en este último como el (los) punto(s) de referencia en el curso de la vida del migrante, se circula en ellos, se visitan, se descubren, se atraviesan y se les otorga mayor o menor significado.

Es por ello que entendemos al territorio como el referente geográfico que le da sentido al sujeto, y que al mismo tiempo es investido de sentido por él en una forma de correlación y codependencia, creando una imagen del territorio como dinámica y en constante construcción y/o traducción física y simbólica. Al observarlo desde un ámbito subjetivo, como vivencial (Nogué 1985; Ballesteros, 1992; Reyes 2014), donde a diferencia de otros conceptos que están vinculados a él como lo son espacio y lugar, el territorio se distingue mediante su condición de “apropiación social del espacio” (Reboratti, 2001), donde habitar y significar se convierten en los puntos centrales de la identificación que el sujeto establece con él.

El ámbito de uso y apropiación que los sujetos realizan de sus espacios de acción se ha convertido en uno de los factores más importantes a desarrollar y entender en el marco general de un imaginario global, el cual puede destacarse como el resultado de las relaciones entre culturas, donde el flujo de información, signos y símbolos de cada lugar invitan a pensar cada vez más en procesos de redefinición de las conexiones de los sujetos con sus lugares, las cuales se inscriben en los imaginarios globales (Massey, 1994; Bhabha, 1994; Appadurai, 1996; Hannerz 1996; Escobar, 2001). De ahí la importancia que posee el carácter territorial para los imaginarios de la migración, al remontarse a las particularidades de los lugares concretos, donde los lugares pueden y deben ser revalorizados (Massey, 1994).

Es precisamente a partir de la noción del territorio y la cotidianeidad que los migrantes pueden establecer y construir nexos de arraigo entre sus lugares; de igual manera, es mediante dichos vínculos con los lugares, donde el proceso de identificación establece la noción de territorialidad migratoria (Tarrius 2000a; Lindón 2008).

APROPIACIÓN TERRITORIAL Y CONSTITUCIÓN DE UN PATRIMONIO IDENTITARIO GEOGRÁFICO

Para entender cómo se da el proceso de territorialidad en la migración internacional, sostenemos que, en primer lugar, es necesario concebir la relación que el sujeto establece con su territorio para comprender cuál y cómo es la apropiación y significación territorial que establece a sus diferentes lugares y, en un segundo momento, cómo se establece la constitución de un patrimonio identitario geográfico en y desde la migración internacional.

La movilidad en ningún caso es contradictoria con la proximidad, la migración internacional da la oportunidad de observar una suerte de sobrevivencia de distintos cursos de vida que no necesariamente tienden a desaparecer (Rouse, 1991), haciendo permisible indagar en la relación del individuo con su espacio de proximidad, es decir, su espacio de vida y acción, en función de ciertos anclajes y movilidades inmersos en el proceso migratorio internacional.

Es necesario precisar que al hablar de proximidad bajo una visión geográfica, deben subrayarse los referentes simbólicos que harán énfasis en los diferentes espacios de vida de los sujetos. Por ejemplo, su historia, memoria colectiva, sentimiento de pertenencia, identidad, etc., que permitirán crear una suerte de lectura de la forma en la cual el sujeto escribe su territorio y lo dota de símbolos y significados. Es decir, nos acerca hacia una dimensión social y cultural de lo espacial en las “maneras de habitar” el espacio en y desde la movilidad (Gendreau y Giménez 2002; Guérin-Pace 2006; Di Méo y Bauléon 2007; Lindón 2008; Lazo, 2012).

Desde esta perspectiva, la relación que los migrantes (y no migrantes) poseen con su territorio permite entenderlo como un elemento clave en la construcción del sentido que los individuos le dan al mundo que habitan (Lazo, 2012, 21) y que al verse involucrado en un aspecto como lo es la migración internacional, el territorio le permitirá al individuo construir anclajes que le den cuenta de la dimensión social, cultural y espacial inmersas en los procesos de encuentros derivados de la migración, como una forma de filtros interpretativos de los lugares donde se realizan dichos encuentros. Así, la forma en la cual se establece la relación entre el sujeto y su espacio de vida constituye la base para la conformación de su identitario geográfico. Valorando las precisiones realizadas por Giménez (1999) y Guérin-Pace (2006) respecto a la caracterización de los territorios identitarios a través de las vivencias y trayectorias cotidianas, consideramos que es posible establecer el sentimiento de pertenencia y formación de identidades individuales y conciencia espacial compartida a través del entramado de relaciones simbólicas para el establecimiento de una “identidad del territorio” y de una “identidad para el territorio” (Guérin-Pace y Guermond 2006).

En este sentido, el trabajo realizado por Guérin-Pace (2006) respecto a su idea del sentimiento de pertenencia a un territorio, como un componente espacial en la construcción identitaria de los sujetos a partir del ensamble de los cursos geográficos y los significados otorgados a los lugares inscritos sobre el territorio, conforman la comprensión espacial de la pertenencia territorial, constituyendo así la formación de un patrimonio identitario geográfico que puede ser movilizado por los individuos, donde el centro de referencia es el territorio, en el cual se establecen y reconocen vínculos de pertenencia (Giménez 1999; Quezada 2007).

¿QUÉ ES EL PATRIMONIO IDENTITARIO GEOGRÁFICO Y QUÉ RELACIÓN TIENE CON LA NOCIÓN DE APROPIACIÓN TERRITORIAL EN LA MIGRACIÓN INTERNACIONAL?

“Si los geógrafos reflexionan en la relación que existe entre identidad y territorio, es casi exclusivamente a la escala de los territorios y muy raramente a nivel de los individuos” (Guérin-Pace y Guermond 2006, 289), porque al hablar de la noción de identidad se suele presuponer que el mismo sentido de identificación será compartido por todos los sujetos de un colectivo, dejando de lado el hecho de que una persona o un grupo social puede vivir en el mismo territorio, pero no necesariamente poseer el mismo sentimiento de pertenencia y participación hacia él.

Partiendo de las propuestas de Guérin-Pace y Guermond (2006), consideramos que hablar de la relación entre identidad y territorio en el ámbito de la migración —y en particular de la identidad del territorio— es poner en evidencia los datos específicos de una entidad geográfica, resaltar su ubicación, su patrimonio y las características culturales de sus habitantes. Por otro lado, referirnos a una identidad para el territorio es hacer alusión al carácter geográfico de las identidades individuales construidas en el mismo (Guérin-Pace y Guermon 2006, 289). Al establecer la relación entre lo individual y lo colectivo dentro de sus contextos territoriales específicos se establece una conciencia espacial compartida (Mazurek 2009).

Bajo esta distinción se observa cómo la relación de identidad y territorio posee una doble conjetura “para” y “en” el territorio. Con base en Guérin-Pace y Germond (2006), la identidad vinculada al territorio se concibe diferente de acuerdo a la escala planteada, ya sea micro (a nivel individual) o bien, meso (grupos sociales), donde la identificación hacia un territorio (o varios territorios) estará dada en función de las diversas formas de objetivación del mismo, con la historia, la cultura, símbolos y prácticas socio-culturales adscritas a él (Giménez 1999; Gendreau y Giménez 2002).

Con esa base planteamos la idea de una creación y apropiación simbólica por parte del sujeto a partir de lo que denominamos unidades de significación territorial, es decir, aquellas estructuras sociales, espaciales y temporales que permiten la construcción e interpretación de su mundo de vida y que se convierten en un soporte de inserción socio-relacional (pertenencia del sujeto) y socio-espacial (pertenencia a un territorio), que hablará de una forma de habitar el espacio, a partir de un proceso de territorialidad (cuadro 1).

Unidad de significación territorial  Características  Remite a:  Referentes  Tipo de soporte 
Lo cotidiano  ● Secuencias temporales.
● Prácticas y estrategias.
● Pertenencia social, religiosa, familiar. 
Lugar (es)  ● Referentes simbólicos: historia, memoria colectiva, sentimiento de pertenencia, identidad. (Espacio de vida.)  Inserción socio-relacional. 
Lugar (es)  ● Espacios de inscripción territorial y afectiva de los individuos.
● Representaciones. 
Territorio  ● Espacios cotidianos.
● Lugar de nacimiento, lugar de origen de la familia, lugares de vida sucesivos, lugares frecuentes, lugares de proyectos y/o deseos. 
Patrimonio Identitario Geográfico. 
Territorio  ● Prácticas.
● Representaciones.
● Anclajes.
● Imaginarios espaciales. 
Identidad- territorialidad  ● Identificación y adscripción con y en el espacio.  La experiencia del espacio compartido por los individuos. 

Elaboración propia con base en, Giménez (1999), Di Méo (1996, 1999, 2000, 2002), Guérin-Pace (2006a, 2006b), Di Méo y Buléon (2007), Lindón (2008), Lazo (2012).

Las unidades de significación territorial se convierten en elemento clave para el entendimiento de las diversas formas que los sujetos establecen en sus narrativas para la apropiación simbólica y material de sus territorios. Mediante la territorialidad o bien, la territorialización de su espacio de vida,4 puede observarse la forma en la cual el espacio se convierte en el lugar de la existencia individual del sujeto, lo vive, percibe y siente, pero al mismo tiempo lo concretiza en sus diversos usos cotidianos; el sujeto establece así una suerte de proyección de “ser en el mundo” (Di Méo y Buléon 2007), donde además ese ser en el mundo permite a su vez distinguir entre “espacio percibido” y “espacio vivido”. Con base en Guérin-Pace (2003), el primero sería aquel espacio que es visto, entendido y sentido desde el cuadro de vida, y el espacio vivido es aquel que es utilizado, apropiado y experimentado (Guérin-Pace 2003, 334).

Esta distinción propuesta por la autora, fundamentada desde la geografía de la percepción, permite observar la relación que se establece entre identidad y territorio, al encontrar que la identidad territorial se fundamenta en lo cotidiano y los diferentes espacios de adscripción territorial y afectiva de los individuos, es decir: “el proceso de construcción de identidad transforma el espacio geográfico en espacio social, lugar y territorios” (Di Méo y Buleón 2007, 56). En este sentido, al observar los espacios de vida de los sujetos como territorios de proximidad (Guérin-Pace 2003) establecen puntos de encuentro, se materializan y en particular se simbolizan con base en un apego afectivo, estableciendo una pertenencia socio-territorial.

A partir de las unidades de significación, creación y apropiación territorial, afectiva y simbólica por parte de los migrantes y no migrantes, se establece su inscripción a un determinado territorio, y la comprensión espacial de pertenencia a ese lugar habla del patrimonio identitario geográfico como una suerte de identidad colectiva que supone, al mismo tiempo, una adhesión que puede ser compartida y entendida como una “identidad hacia una entidad geográfica” (Guérin-Pace y Guermond 2006, 298). Desde el proceso de migración internacional, los anclajes de pertenencia e identificación socio-espacial remiten a una forma cambiante, reconfigurada y/o traducida de la forma en la cual la pertinencia territorial se dará en función de identificación (“yo soy de allá”, “yo soy de aquí” o “yo no soy de ningún lugar”) y apropiación (“es mi país”, “es mi tierra”, “es mi casa”, “es mi terruño”) (Guérin-Pace 2006, 102).

Lo anterior es sustentado con base en la propuesta realizada por Gendreau y Giménez (2002), quienes advierten que en los procesos sociales y culturales originados por la migración internacional existe una revitalización del sentimiento de pertenencia hacia el territorio por parte de los individuos, contrario a los discursos que marcan un proceso de desapego, así como el hecho de resaltar que no se considera prudente hablar de una identidad híbrida (Kearney 1995) originada por el encuentro entre un contexto de origen y un contexto de arribo, sino en todo caso elucidar una cuestión de traducción simbólica de espacios de vida.

De ahí que cuestionar cómo se forma el sentimiento de pertenencia geográfica hacia un lugar en un proceso como lo es la migración internacional incita a plantear la relación entre sujeto y territorio, donde el migrante puede relacionar lugares dispersos mediante el establecimiento de lazos materiales, sociales y simbólicos que cruzan las fronteras nacionales, llegando a construir nuevos lugares sin dejar otros (Cortes, 2009); “se puede abandonar físicamente un territorio, sin perder la referencia simbólica y subjetiva al mismo a través de la comunicación a distancia, la memoria, el recuerdo y la nostalgia. Cuando se emigra a tierras lejanas, frecuentemente se lleva ‘la patria dentro”’ (Giménez 1999, 8), y es precisamente en esta forma de creación donde se pueden conformar modos de identificación e inscripción con y en el espacio, a partir del encuentro entre dos espacios de vida.

LA PERTENENCIA GEOGRÁFICA EN LA MOVILIDAD MIGRANTE, DESDE EL ENSAMBLE DE LA IDENTIDAD Y SU RELACIÓN CON EL TERRITORIO

En los estudios de migración internacional, la cuestión de la continuidad identitaria ha sido vinculada en su mayoría con las investigaciones de tipo religioso o bien, de preservación de ciertas costumbres y tradiciones del lugar de origen de los migrantes en sus diferentes lugares de arribo, lo que ha dado paso a la sobreutilización de conceptos tales como desterritorialización y reterritorialización de prácticas y actividades de vida trasnacional (Basch et al. 1992; Guarnizo y Smith 1998; Gendreau y Giménez 2002; Rivera 2006).

En el marco de la mundialización, la migración internacional es expuesta a una escala macro, donde las evoluciones geopolíticas y las condiciones tecnológicas facilitan la copresencia de los sujetos a través de internet, telefonía móvil y otras más, (Nedelcu 2010; Guérin-Pace 2006). Dichos factores han marcado ciertas recomposiciones geográficas en los contextos de arribo y de origen, así como en los migrantes y no migrantes. Las nuevas configuraciones de los contextos de vida de dichos sujetos, ya sea su lugar de origen o de arribo nos colocan frente a una forma de intercambios simbólicos y significativos que se descubren en su cotidianeidad, y que permite observar cómo esas nuevas configuraciones territoriales tienen como base la circulación y el encuentro de “lo extranjero, lo diferente, lo ‘del otro lado”’ con “lo autóctono, lo nativo, ‘lo de aquí”’, que no es más que una serie de articulaciones de múltiples lugares, y que dotan al migrante con la capacidad de “estar aquí y allá a la vez” (Tarrius 2000b, 14), de hacer un uso del territorio en función de las diferentes prácticas del espacio que en él realizan, como vivir en un determinado lugar, trabajar, atravesarlo, visitarlo o recordarlo.

La circulación y el encuentro de territorios de vida de los migrantes se presentan como “soportes a formas de transacciones/articulaciones múltiples —entre movilidades y sedentarismos, informalidad y oficialidad, soledad y comunitarización, extranjeros y autóctonos…” (Tarrius 2000b, 27), que interaccionan con una serie de correspondencias espaciales y simbólicas complejas dando como resultado la noción de territorios circulatorios, es decir, la referencia a la apropiación de los espacios recorridos y reconocidos por los migrantes en y desde la movilidad (Tarrius 2000a, 2000b).

Pero, ¿cómo se puede apropiar y pertenecer a un territorio desde la movilidad?, la territorialidad permite conocer las prácticas que los migrantes establecen con sus lugares y los diferentes significados que les otorgan, ya sea mediante espacios específicos —como la casa, el barrio, los lugares de encuentro, lugares cotidianos— o bien, los lugares habitados en el pasado o los lugares del recuerdo y la memoria, los cuales convergen en un espacio de vida, es decir en un territorio, con base en Di Méo y Buléon5:

La territorialidad concierne al sujeto socializado […] da cuenta de su lógica, de su sensibilidad, de sus capacidades reflexivas e imaginarias personales. Ella se calca sobre su espacio vivido, tejida de sus relaciones íntimas pero, interactivas con los lugares y la gente que los frecuenta. Ella se enriquece de sus experiencias, de sus aprendizajes sociales (Di Méo y Buléon 2007, 82).

La territorialidad marca la relación individual y colectiva que posee el sujeto con su territorio. Sin embargo, su formación en tanto que sistema, es complejo y multiescalar; la territorialidad asocia tres elementos esenciales o, propiamente dicho, tres formas escalares (Di Méo y Buleón 2007, Lindón 2005). La primera hace alusión a la relación primaria y existencial del sujeto a la tierra (su espacio o lugar inmediato), en el cual desarrolla sus acciones presentes;6 la segunda, conformada por la red de las relaciones reales y los lugares practicados y vividos, y la tercera se refiere a los referentes mentales que remiten a la experiencia práctica y personal del mundo.

De esta forma, la importancia de la territorialidad dentro de la migración internacional, radica en la forma en la cual mediante ésta se puede entender y conocer la complejidad de las prácticas que los individuos establecen en su relación con los lugares y sus significados, no sólo a nivel de espacio próximo, sino también a través de una relación con múltiples espacios, donde lo simbólico radica en la experiencia de la movilidad.

En el marco de las migraciones internacionales, las movilidades y pertenencias, las trayectorias sociales y espaciales originan procesos de territorialización en nuevos escenarios al articularse con los desplazamientos migratorios. Cuando los migrantes se encuentran en nuevos territorios realizan una serie de prácticas sociales y espaciales —ya sea de una forma consciente, inconsciente o compartida— como una estrategia para apropiarse de esos nuevos espacios.7

Al observar los territorios de la migración —el lugar de origen y el lugar de arribo— como puntos de encuentro que convergen en intercambios, interacciones y encuentros, pueden ser analizados como lugares de múltiples saber-ser del sujeto, y se convierten en espacios-tiempos interactivos, dinámicos, cambiantes, traducidos y/o reconfigurados que le permiten al migrante “estar aquí y estar allá”, creando diferentes identidades para el territorio en función de sus prácticas y niveles de apropiación y significación simbólico-territorial.

Con la migración internacional, la circulación de los significados en una escala local —como lo es el mundo de vida y el territorio para los sujetos— permite observar y entender la forma en la cual la construcción de las identidades referidas a los espacios-tiempos de los sujetos y los procesos de movilidad y circulación migrante, son localizadas en lugares precios, pero de múltiples formas y en traducción constante (Tarrius 2000b; Lima, 2007).

CONCLUSIÓN

Evocar una reflexión respecto a la relación identidad-territorio en el marco de los estudios de migración internacional hace pensar en las diferentes formas en que los sentimientos de pertenencia —en y desde el movimiento— son experimentados, vividos, percibidos, sentidos y materializados por los sujetos. Nos encontramos frente a la emergencia de nuevos espacios de relación social y espacial que se concretizan en territorios o espacios de vida dinámicos que hablan de las relaciones establecidas entre los sujetos y el espacio.

Hoy en día asistimos a la articulación de territorios y nuevas territorialidades producidas por la circulación de bienes simbólicos y materiales derivados de la migración, producto de una multiplicación de referencias espaciales que parten de las diversas formas bajo las cuales los sujetos establecen sus sentimientos de pertenencia, apropiación y/o traducción de sus espacios de vida.

En el marco de las investigaciones concernientes a las migraciones internacionales, desde una postura geográfica, debe establecerse una lectura de tipo situacional, ubicar al menos dos aspectos que orienten la búsqueda de objetivos precisos. El primero es la identificación del ámbito territorial como una serie de interacciones donde los sujetos marcan diversas dinámicas de territorialización, las cuales al verse inmersas en un proceso de movilidad —como es la migración—, cuestiones de proximidad y distancia dan pauta al segundo aspecto, las representaciones espaciales y sus anclajes múltiples los cuales permiten el paso de un territorio a otro, de un espacio de vida que ha sido apropiado y significado hacia otro que se encuentra en la búsqueda de ello.

En este sentido, mediante las interacciones, la proximidad y la distancia, los territorios de la migración se revelan como espacios marcados por las representaciones espaciales dinámicas y en contaste traducción, o propiamente dicho, en contaste territorialización en y desde el movimiento.

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Agradecemos al Programa de Becas de Postdoctorado de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) por el apoyo brindado para la realización de esta investigación.

Postdoctorante. Escuela Nacional de Estudios Superiores (enes), Unidad Morelia

enes, Unidad Morelia

Debatirlo desde un enfoque socio-cultural y geográfico.

Se entiende por esta noción, una construcción metal y física de nuevos lugares espacio-temporalmente construidos por la circulación

Entendiendo por estos las diferentes actividades y prácticas que realizan los migrantes entre dos lugares.

Cuando hacemos alusión al espacio de vida proseguimos la conceptualización de mundo vivido, de Husser (1962), al observarlo como el conjunto de percepciones espaciales que se poseen de un lugar y que hablan del modo de existencia del hombre sobre la tierra, existencia vista a través de “la forma en la cual los hombres lo perciben, experimentan, gustan o rechazan, esculpen y proyectan en función de las imágenes que los modelan” (Frémont, 1976, 14).

Traducido del origina en francés.

En esta primera relación Di Méo y Buléon (2007) toman el concepto de geograficidad, de Éric Dardel (1952), como la condición primaria de la existencia del sujeto, es decir el modo de existencia del ser geográfico a partir de la relación entre el ser, el hombre y la tierra, otorgando así un lugar inmediato del sujeto y en el cual desarrolla sus acciones cotidianas y presentes.

Es necesario señalar a la temporalidad como otro factor importante no sólo de la movilidad espacial, sino de la forma como a través de ésta y los encuentros se expresan las continuidades y discontinuidades inscritas en los procesos de transformación social y territorial que refuerzan o desvanecen las diversas formas de apropiación del espacio.

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