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Inicio Península LA COSTURA COMO “VERDADERO TRABAJO” MASCULINO EN TEKIT, YUCATÁN
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Vol. 12. Núm. 1.
Páginas 77-94 (enero - junio 2017)
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LA COSTURA COMO “VERDADERO TRABAJO” MASCULINO EN TEKIT, YUCATÁN
SEWING AS A “REAL JOB” AMONG THE MEN OF TEKIT, YUCATAN
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Amada Rubio Herrera1
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Tabla 1. Distribución de población ocupada en sectores productivos según censos de 1970 al 2010
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En este trabajo11

El presente artículo es uno de los resultados de mi tesis doctoral “Proyectos productivos de desarrollo para mujeres: representaciones e impacto sociocultural en familias de Tekit, Yucatán”. Tesis de doctorado en Antropología. unam.

se expone el caso del municipio de Tekit, Yucatán, cuyos habitantes pasaron de trabajar en el cultivo de henequén en haciendas, a costurar prendas de vestir en talleres. Sostengo que el cambio de actividad económica derivó en la construcción de una representación social de la costura. Esa representación revela contenidos propios de un sistema de género estereotipado, es hegemónica, se impone y convierte al hombre costurero en ideal masculino. En contraste, la incorporación de la mujer a esa actividad ha sido menos valorada, y considerada como secundaria al trabajo de los hombres.

Palabras clave:
henequén
costura
representaciones
hombres
mujeres
ABSTRACT

This article presents a case study of the municipality of Tekit whose inhabitants passed from cultivating sisal plants on haciendas to working in sewing workshops to produce clothing. I argue that the change in their economic activity resulted in the construction of a social representation connected to the activity of sewing, one that is hegemonic and reveals a stereotyped gender system that imposes and converts the male worker into a masculine ideal. In contrast, the incorporation of women into this economic activity has been less valued and their work is considered as secondary to the men's.

Keywords:
sisal
sewing
representations
men
women
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INTRODUCCIÓN

Cuando hablamos de Yucatán y el henequén, a menudo evocamos una época caracterizada por el auge económico que propició ese monocultivo acompañado de un alto costo en las condiciones de vida de los peones. Investigaciones como la de Ramírez (1993) y García y Morales (2000) han demostrado cómo se fue reconfigurando el escenario social y económico de los municipios que se dedicaron al cultivo del henequén. Sin embargo, poco se ha escrito sobre casos concretos que muestren lo que hombres y mujeres de la hoy zona exhenequera experimentaron al declive de ese cultivo y en la transición en la actividad económica. En este artículo documento el caso de Tekit, Yucatán, y muestro cómo sus habitantes pasaron del cultivo del henequén a la costura de ropa, lo cual derivó en la conformación de una representación social de esa actividad textil que constituye identidades, genera significados y actitudes que rigen la vida cotidiana de las personas. Esa representación social se construyó a partir de un sistema de género que estereotipa a lo masculino y femenino.

La Teoría de las Representaciones Sociales (trs) ha sido referida por Banchs, Agudo y Astorga (2007) como una epistemología del sentido común que muestra cómo los individuos de un grupo ven, significan y se orientan respecto a un objeto social. Las representaciones sociales son construcciones que se realizan desde el pensamiento de sentido común e implican un proceso mental sociocognitivo, a partir del cual los grupos explican su realidad, la significan e impregnan de sentidos afectivos (Flores y de Alba 2006, 52).

Al ser una elaboración mental hecha por los individuos desde un objeto, las representaciones implican una relación entre el sujeto cognoscente y, desde luego, el objeto de representación. Además, en ese proceso de construcción influye la dimensión social que se manifiesta a partir de los elementos culturales, las regulaciones sociales, y las posiciones sociales de los individuos y de los espacios y los contextos donde actúan (Villarroel, 2007, 440). Así, más que una actividad individual, las representaciones sociales son un producto social que se construye en la interacción con el otro, e incluyen información, ideas, imágenes, significados, creencias, actitudes y sentimientos que permiten a los individuos interpretar el mundo que habitan y conducirse en éste.

Una representación es siempre la representación de algo, un objeto, para alguien, para un sujeto, de ahí que implique, como señalé, una construcción cognitiva pero también emocional donde convergen la trayectoria personal y el bagaje de conocimientos colectivos, dando como resultado un: “conjunto de informaciones, de creencias, de opiniones y de actitudes al propósito de un objeto dado” (Abric, 2011, 18).

No puede hablarse de representaciones sin un objeto social, y para que un objeto sea motivo de representación ha de emerger de una experiencia colectiva con el afán de convertir lo extraño en familiar y de hacer comprensible ese algo extraño; además, el objeto ha de ser relevante para el grupo y debe orientar su construcción social (Wagner y Elejabarrieta 1998). En el caso que presento en este trabajo, la costura como actividad económica en Tekit es un objeto de representación social porque genera actitudes, comportamientos y evoca significados para el colectivo. Se trata de un objeto social importante para el grupo, que necesitó ser explicado, dotado de contenidos y sentidos. Como mostraré, los significados que hoy día encara ese objeto están anclados a un modelo de género tradicional que estereotipa lo masculino y lo femenino; se trata de significados que se retoman y emplean aproblemáticamente en la vida cotidiana, de tal manera que se vuelven guías a partir de las cuales se conducen las personas.

De acuerdo a Moscovici (1988) existen tres tipos de representaciones sociales: hegemónicas, emancipadas y polémicas. Las primeras poseen un carácter de uniformidad y estabilidad, siendo resistentes al cambio. Se trata de representaciones compartidas por todos los miembros de un grupo estructurado, aunque ese consenso es dinámico y variado, permitiendo la coexistencia de conceptos e imágenes diversos que contribuyen a la continuidad del proceso comunicativo y a la circulación de los pensamientos. Las segundas aparecen al contacto con otros subgrupos y las ideas que propagan, mientras las terceras emergen en escenarios de conflictos sociales. Esas presentaciones polémicas distan de ser unánimes, se debaten entre la aceptación y resistencia; potencialmente pueden dar la pauta para el cambio de las representaciones hegemónicas.

La costura genera una representación social hegemónica, ampliamente compartida en Tekit, y los contenidos que la definen emergen de un fondo cultural construido en la diferencia e inequidad en las relaciones. Se trata de una actividad económica y social que desde sus inicios ha ido arraigándose en la vida cotidiana de hombres y mujeres de la comunidad, hasta constituirse como la actividad más importante que regula sus vidas y da la pauta para que Tekit sea definido como un “pueblo costurero”.

Este trabajo se encuentra dividido en cuatro apartados principales, además de las reflexiones. El primero abunda en el auge y ocaso henequenero en Tekit, y explica cómo ese proceso quedó plasmado en la memoria colectiva de sus habitantes y, sobre todo, en cómo se revive ineludiblemente al dar cuenta del origen de la costura. El segundo documenta el proceso económico en Tekit después del henequén, resaltando el trabajo de la costura y su construcción como objeto. El tercero discute la relación entre la costura y lo masculino: cómo la construcción del ser hombre en Tekit se vincula con ese oficio; el último resalta la presencia de las mujeres en el desarrollo de esa actividad. Al final presento las reflexiones correspondientes.

Los datos empíricos devienen de un trabajo de campo antropológico realizado entre 2011 y 2013 en Tekit, Yucatán. Las técnicas de investigación empleadas fueron entrevistas semiestructuradas, observación participante y una encuesta socioeconómica para caracterizar a los talleres de ropa. En total entrevisté a 20 personas, diez hombres y diez mujeres, con la finalidad de conocer aspectos clave de sus historias laborales, particularmente relacionados con la costura. La mitad de los varones entrevistados son costureros jóvenes entre los 14 y 33 años, otros son mayores de 35 años y algunos de ellos fueron antiguos peones en las haciendas henequeneras. En el caso de las mujeres, la mitad de las entrevistadas son jóvenes entre los 16 y 34 años, todas ellas trabajan en alguna modalidad de la costura, principalmente en talleres. Las mayores también participan en la costura pero desde sus hogares.

TEKIT EN EL AUGE Y OCASO HENEQUENERO

El municipio de Tekit se encuentra ubicado en una zona geográfica que fue escenario del desarrollo y declive de la industria henequenera. Esa región abarcó a aquellas localidades que hacia mediados del siglo xix y hasta el xx tenían a la producción y cultivo de agave en haciendas henequeneras como principal actividad económica. Quezada (2001) ha documentado que la producción henequenera empieza a despuntar hacia mediados del siglo xix, cuando algunas localidades del noroeste de Yucatán dejaron de ser espacios de operaciones militares relacionadas con la Guerra de Castas de 1847, y la región pasó a convertirse en terreno altamente valorado para dicho monocultivo. A partir de entonces inicia la reconstrucción de la economía yucateca que había sido asolada por ese levantamiento indígena. Esta reconstrucción fue planeada con base en el cultivo de una planta que empezaba a ser demanda por el mercado internacional: el henequén, y que desde tiempos prehispánicos era conocida, manejada y usada artesanalmente por la población local. El cultivo de henequén transforma, sin duda, la economía del estado así como los aspectos políticos y sociales de la entidad, que a partir de ese momento quedan sellados y explicados con la producción y cultivo del agave (Montalvo y Vallado 1997; Quezada, 2001; Uc, 2007).

Que Tekit haya formado parte de la zona henequenera tiene significados locales que trascienden al mero cultivo del agave y que connotan una historia de injusticias y miseria para quienes fueron peones. Por ello, no puede hablarse de Tekit sin remitir a ese pasado económico y social que acompañó el desarrollo del monocultivo; este pasado da la pauta para analizar y comprender el presente en el municipio. En la memoria colectiva de sus habitantes aún está presente el pasado vivido por abuelos y abuelas en las haciendas henequeneras, siendo común que en diversas conversaciones o entrevistas, personas de diferentes edades refirieran al tiempo del henequén como una época de esclavitud caracterizada por la absoluta pobreza. Esta imagen del pasado contrasta con la de ahora, ya que los habitantes de Tekit caracterizan a su municipio como un lugar “próspero” donde “se vive bien” debido a la costura.

El declive de la producción henequenera empieza a avivarse a partir de la década de los años sesenta del siglo xx, y esa crisis trajo consigo el reconocimiento de los gobiernos federal y estatal que la industria henequera ya no aportaba al desarrollo del estado, promoviendo la diversificación económica de la entidad (Canto, 2001). Éste fue el inicio del auge de las maquiladoras que poco a poco se instalaron en los municipios exhenequeneros, fomentando el trabajo en la industria textil. En el caso de Tekit, se trató de un proceso que desde sus inicios y hasta la actualidad protagonizaron los varones.

La actividad textil que se promovió en municipios como Tekit hizo que sus habitantes pasaran del henequén a la costura, de las plantaciones a los talleres, lo que significó no sólo un cambio de actividad económica sino aprender un nuevo oficio al cual habría que dotar de sentido. El aprendizaje del oficio implicó adquirir conocimientos empíricos sobre cómo manufacturar prendas, y este proceso se hizo a partir de una serie de ideas ancladas a un sistema de género estereotipado.

Los datos del último censo nacional muestran que Tekit tiene una población total de 9 884 habitantes distribuidos en 2 280 hogares; ese total poblacional se divide en 4 965 hombres y 4 919 mujeres (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (inegi), 2011). El mismo censo reporta que el municipio tiene una Población Económicamente Activa (pea) de 4 058 individuos, los cuales se emplean mayoritariamente en la actividad textil. Sin embargo, la relevancia de esa industria en la economía de los tekiteños es el resultado de un desplazamiento gradual de las actividades primarias, y corresponde a un proceso lineal e inducido que se plantea en respuesta al declive de la industria henequenera.

TEKIT DESPUÉS DEL HENEQUÉN

Los antiguos peones de Tekit evocan al tiempo del henequén como una época en la cual el trabajo en torno al monocultivo era más pesado que las actividades económicas que hoy día desempeñan. Algunos relatan lo extenuante de las jornadas, que iniciaban desde la madrugada, cuando la plataforma pasaba por ellos a la estación, y finalizaba hasta que la falta de luz solar impidiera seguir cortando las pencas. Sus vidas como trabajadores en el plantel comenzaba desde corta edad —diez o doce años—, y se caracterizaba por la dedicación total al trabajo.

Estas personas, de 70 años en adelante, recuerdan cómo ante el ocaso de las haciendas y de la baja producción de sus milpas, algunos tekiteños comenzaron a buscar fuentes alternativas de trabajo y aprovechando una coyuntura gubernamental, advirtieron como opción económica a la actividad de la costura. Mencioné que ante el declive de la industria henequera se observa un proceso de diversificación de actividades económicas para impulsar la economía de la entidad. Una de las estrategias seguidas por el estado fue la promoción de actividades industriales, comerciales y de servicios; se trata de la aparición de talleres cuyas manufacturas se enfocaban a un mercado local de consumo: ropa, vestido, calzado y alimentos. Montalvo y Vallado (1997) explican que, hacia la década de los setenta y ochenta, la importancia económica de la industria manufacturera se observa en el incremento de la pea en el sector secundario de la producción, y que junto con el comercio, empezaron a desplazar a las actividades primarias.

La secundarización y terciarización de la economía estatal también se advirtió en la presencia de maquiladoras que empezaban a instalarse hacia 1985, primero en Mérida, y después en otros municipios del estado. La industria de la construcción en Cancún, pese a que pronto se saturó, también constituyó una oportunidad para la población que buscaba empleo (Montalvo y Vallado 1997).

En este contexto, es necesario ubicarnos para comprender cómo fue el desarrollo de la industria del vestido en Tekit, y cuál fue la coyuntura que posibilitó su impulso de tal manera, que hasta a la fecha sigue siendo la actividad económica más importante del municipio. La siguiente tabla muestra los datos de los censos nacionales de los años comprendidos entre 1970 y 2010; en ella observamos cómo ha ido incrementando la pea y cuál ha sido su distribución por sector. Para 1970 ésta se conformaba por 1 179 personas, 30 años, después por 3 458 individuos, y recientemente, el último censo reporta que la Población Económicamente Activa está conformada por 4 058 personas.

Tabla 1.

Distribución de población ocupada en sectores productivos según censos de 1970 al 2010

Sector  Porcentaje
Censo 1970 
Porcentaje
Censo 1980 
Porcentaje
Censo 1990 
Porcentaje
Censo 2000 
Porcentaje
Censo 2010 
Primario(agricultura, explotación forestal, ganadería, caza y pesca)  83%  42.7%  35.2%  14.5%  8.5% 
Secundario
(industria manufacturera, construcción y electricidad) 
5.6%  22.6%  51.6%  69.1%  64.3% 
Terciario
(comercio, turismo, transportes y servicios) 
7.9%  9%  11.8%  16%  27% 
No especificado  3.5%  25.7%  1.4%  0.4%  0.2% 

Fuentes: inegi 1973; 1980; 1990; 2001 y 2011.

Las cifras de la tabla muestran cómo, después de la década de los setenta, empieza a disminuir la población ocupada en el sector primario e incrementa el sector secundario. Si nos detenemos en los dos últimos censos y comparamos los datos, observamos un ligero descenso del sector secundario y un aumento en un 11% del sector terciario de la economía. El incremento del sector terciario podría explicarse como consecuencia de la migración hacia Cancún por parte de los varones jóvenes. Con las esposas de estos varones y con algunos de ellos, constaté que el trabajo que éstos realizan en Cancún es el mismo que efectuaban en Tekit antes de migrar: la costura. En efecto: aunque podría pensarse que la migración a Cancún es para que hombres y mujeres se incorporen en la industria del turismo y servicios, los tekiteños migran con la finalidad de emplearse en centros de costura que a su vez trabajan para hoteles confeccionando prendas para sus empleados.

El último censo también evidencia que, pese el incremento del sector de servicios y comercio, la industria manufacturera emplea a la mayoría de la población ocupada. Según los últimos registros del Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas, el municipio alberga a 418 talleres de confección de ropa (inegi 2013). Esos talleres son, en su mayoría, familiares y están integrados por dos, cinco o más miembros afiliados por el parentesco ritual o sanguíneo; medianos, que emplean a entre 18 y 40 personas, y grandes, que pueden llegar a contratar más de 180 personas.

En esos talleres es común observar a hombres y mujeres trabajando por igual aunque en actividades diferentes, marcadas por estereotipos de género. La historia de los inicios de la actividad textil, documentada desde las voces de los primeros costureros y sus esposas, recalca cómo hace más de tres décadas el “gobierno” inició la promoción de la industria del vestido vía capacitaciones técnicas, facilitadas por varones iniciados en el oficio. Este origen marcó el desarrollo y los significados que a través del tiempo se le fueron otorgando a la costura.

La costura es un objeto social que genera actitudes, comportamientos y significados. Al respecto, los varones de Tekit la definen como “trabajo, trabajo”, una labor “fácil” que “rinde” ganancias, un “verdadero trabajo”. Es un “verdadero trabajo”, en contraste con aquello realizado en el “monte”, con las actividades agrícolas, especialmente con las vinculadas al cultivo de henequén. Se trata de una labor “que no cansa” porque se hace “sentado”, a diferencia de los planteles de henequén cuyas actividades requieren mayor esfuerzo físico. Testimonios como el de Roberto2 reiteran ese contraste: “Me gustó así la costura porque la diferencia de ir en el monte es que cansa mucho, te levantas muy tempranito, a las cuatro [de la madrugada], vienes a las doce a la una, y ya estuvo así, pero si hay algo en la casa, allá vas a trabajar, vas chapear” (entrevista realizada en 2013). Roberto tiene 29 años costurando guayaberas y se siente “a gusto” haciéndolo, piensa que ese trabajo es una opción económica factible y por eso ha transmitido la enseñanza del oficio a sus hijos.

Otras personas, como Jesús (de 53 años), pasaron más tiempo en los planteles de henequén y a menudo evocaron lo “bueno” del cambio de trabajo, porque el henequén era para que ellos, como personas, se “acabaran”. Cultivar el henequén fue una actividad que implicaba sacrificios y constantes peligros, tal y como narra:

Sí trabajé en el ejido que dicen, cuando existía el henequén. A las dos de la mañana te estás yendo para pescar tu lugar así, plataforma porque aquí había, aquí pasaba la plataforma aquí sobre dos cuadras ahí estaba el estacionamiento, el truck. Entonces tienes que levantarte porque si te levantas a las cuatro cuando te vayas, ya no ocupas lugar para que te sientes así. Sí ocupas y vas, pero parado así, es peligroso porque hay muchos tajos, hay donde está alto y es peligroso porque te puedes caer; mejor entonces te tienes que ir a la una, a las dos [de la madrugada] te tienes que ir a ocupar tu lugar así. Y muchos no les gusta así y aprendieron a costurar y muchos se dedicaron a la costura: déjalo, no, no voy al plantel, mejor voy a aprender a costurar. Así empezó lo de la costura puros hombres así empezaron a costurar (entrevista realizada en 2012).

Quienes refirieron a la costura como “verdadero trabajo” enfatizaron que la gente “antigua no trabajaba” porque sólo “se dedicaba al monte”. Hombres y mujeres por igual identifican que esa situación cambió con la llegada de la industria del vestido, porque se crearon fuentes de trabajo que les permitieron acceder a salarios fijos y por consiguiente a artículos de consumo cuya adquisición era impensable en la generación de los “antiguos”. Algunos varones refieren a la costura como un “verdadero trabajo” porque les ha permitido entrar en una lógica de producción diferente a la de sus ancestros, en una relación más capitalista que les ofrece los materiales para producir (máquinas de coser), y en la cual ingresan como asalariados. A cambio de sus jornadas laborales perciben un sueldo “seguro” que es fijado de antemano al momento de contratación.

El origen y definición de la costura —en contraposición con la actividad henequenera— han ido conformándola como un trabajo deseado, al que los hombres tekiteños deben aspirar. El hombre costurero constituye el prototipo de lo masculino y como tal, encara el ideal de la masculinidad dominante del municipio, entendiendo por masculinidades las construcciones sociales, simbólicas, dinámicas e históricas del ser hombre; se trata de construcciones que orientan las acciones de los individuos y que responden a tiempos y espacios particulares. Son relaciones sociales, prácticas que se materializan en espacios concretos como el trabajo, la escuela, la calle y la casa, y que también se expresan en discursos y creencias. Al ser construidas socialmente, las masculinidades niegan la existencia de una sola forma de ser hombre (Jiménez 2003; Ramírez, 2006).

Ahora bien, en tanto construcciones sociales reproducidas en una sociedad en tiempos y espacios determinados, las masculinidades cambian según los contextos económicos, políticos, culturales e históricos (Jiménez 2003). De ahí la importancia de definirlas a partir de las circunstancias temporales y espaciales específicas, porque lo que hoy se acepta como masculino pudo haber sido rechazado en el pasado o viceversa, es decir: no hay una sola forma de ser y hacerse hombre, y un ejemplo es precisamente la relación entre la costura y lo masculino en Tekit.

LA COSTURA Y LO MASCULINO

La construcción social de ser hombre en Tekit está relacionada con el oficio de la costura. Como se señaló, esto inició hace algunas décadas, cuando los primeros varones interesados en aprender el oficio de la costura comenzaron a asistir a las capacitaciones impartidas por sus coterráneos, que habían aprendido el oficio tras migrar a Mérida en busca de alternativas económicas. En ese momento, el Estado intervenía intensamente en la promoción de actividades secundarias y terciarias en algunos municipios de la entidad.

Cuando los programas de fomento a la industria del vestido llegaron a la comunidad, los primeros interesados en aprender el nuevo oficio combinaban la actividad henequenera con las capacitaciones técnicas de la costura: se trataba de varones capacitando a otros varones. Según explican, el proceso de enseñanza se realizaba burdamente en el papel donde envolvían pan dulce: con él confeccionaban sus primeros moldes, que fueron perfeccionando con el paso del tiempo. Don Higinio, de 70 años y costurero de primera generación, recuerda que él se inició en el oficio confeccionando camisas tipo unisex, y gradualmente fue aprendiendo “el arte de la guayabera”.

Hacia la década de 1980 se instalaron en el municipio los dos primeros talleres de confección de guayaberas en máquinas de pedal. Para entonces los varones comenzaban a especializarse en el proceso de corte, confección y costura de ropa: surgen los “modelistas” o diseñadores de nuevas prendas, los cortadores, los armadores y aquellos que únicamente costuraban bolsas o partes de las guayaberas. Pero los cambios no se limitaron a la especialización de los varones, el trabajo a domicilio contribuyó al abandono contundente de los planteles de henequén. Aquí inicia la consolidación de la costura como principal actividad en la economía de las familias tekiteñas, que exigía dedicación completa debido a un creciente y exigente mercado de ropa típica. Don Higinio comenta:

Dejé el trabajo del plantel porque como te mandan la costura a tu casa, comencé a agarrar trabajo con los Kohes.3 Cuando te traigan los rollos [de tela] son urgentes, no puedes ir a trabajar al plantel ni que lo dejes estancado porque a cada rato te vienen a ver: “¿cuántos ya salió?, ¡tanto! Ah, ¡dame me las llevo!, para que le adelanten otros detalles así [botones, bolsas, alforzas, etc…]”. Pues tuve que dejarlo [el trabajo en el plantel] y me puse acá con mi chan4 pedal así con mi esposa, ella aprendió también ¡y jala! Como van creciendo mis hijas les digo: “que vengan acá, ¡jala!”, lo aprendieron también, pero ellas cuando aprendan van en taller entonces, entran en taller y ahí aprenden más, allá hay más modelos allá… (entrevista realizada en 2013).

Si bien la costura fue una actividad iniciada y promovida por y para los varones, el testimonio de don Higinio indica un punto importante que retomaré más adelante: la incorporación femenina a la manufactura de ropa. Este proceso se origina cuando los varones comienzan a enseñarles a sus esposas e hijas cómo usar la máquina, cómo mover los pies para costurar y a su vez ellas dan inicio al aprendizaje a partir de la observación y experimentación.

La costura es identificada como una actividad importante para la reproducción familiar y esta relevancia queda plasmada en el escudo de armas municipal que desde el año 2004 identifica a Tekit como una villa. En ese escudo se representa el pasado y presente de la vida económica de la comunidad, con una planta de henequén y la escuadra y la tijera, respectivamente.

Escudo de armas de Tekit, Yucatán. Dibujo de Belem Ceballos.

Además, la importancia de la costura se expresa en rituales como el jéets méek’5 en el cual se les otorga a los niños varones del municipio un lápiz, cuaderno, cinta métrica y tijera, con la esperanza de que aprendan desde pequeños el oficio de costurero y sean buenos desempeñándolo. Actualmente los varones aprenden a costurar desde niños, y este conocimiento por lo general se los transmite algún pariente “experto” en la costura. Roberto, por ejemplo, es costurero de segunda generación que desde los 12 años aprendió el oficio, hoy a sus 41 años y con casi tres décadas de experiencia ha enseñado a su hijo, cuñado y sobrinos; Roberto evoca que su papá lo “entregó” a un amigo cercano para que lo preparara en el oficio:

A los doce años empecé a costurar, porque no estudié, como es pobre mi papá y somos muchos de mis hermanitos, somos nueve. Pues supuestamente como crecimos, mi papá me entregó así para que yo aprenda el armado, a costurar. Él sabe un poco costurar, pero él de la penca, más le gusta el trabajo en el monte, pues no se dedicó a trabajar así la costura él. A nosotros: “¡en lugar que vengas acá en el monte, quiero que ustedes costuren!, ¡está más jodido lo que te vas a llevar en el monte!”, empezó a decir así. Pues nos entregó así para aprender junto con mi hermano. Nos enseñó un señor que trabaja en su casa, le preguntó “¿le enseñas a mis hijos?”, y él compró una máquina de pedal. Allá empecé yo a costurar (entrevista realizada en 2013).

El trabajo como costurero es un elemento que define al hombre en Tekit, y la costura forma parte del modelo vigente de masculinidad dominante en el municipio. Esa actividad se integra a dicho modelo mediante el mandato de la proveeduría; de acuerdo a Jiménez y Figueroa (2013) ese mandato constituye junto con la sexualidad controladora y el alejamiento de lo doméstico, el núcleo duro de la representación hegemónica sobre la masculinidad. En el caso de Tekit, el hombre-proveedor se relaciona con la costura de diferentes maneras: confeccionando ropa, gestionando la actividad, empleando a otras personas o siendo el intermediario entre maquiladores y tiendas. Esto explica que ninguna de las personas entrevistadas cuestione a la costura como actividad masculina, y aunque hay mujeres asociadas a ese trabajo, no lo están de la misma manera que los varones ni gozan del mismo reconocimiento que ellos.

La relación desigual entre hombres y mujeres en el desempeño de un mismo oficio se explica desde un modelo de género en el cual ser hombre implica, por definición, un rechazo a todo lo que represente lo femenino, tal y como ya lo han señalado autores como Ramírez (2006). En este caso la identidad del varón se construye a partir del ser costurero, rechazando cualquier implicación con lo femenino, con lo que las mujeres representan en el oficio: “la ayuda”, lo secundario y reemplazable.

El proceso de incorporación de las mujeres a la industria de la costura ha sido anexo y posterior al de los esposos. En Tekit son los costureros quienes realizan los trabajos “fuertes”, como el armado de las piezas e incluso el diseño de modelos; las mujeres ocupan puestos menos valorados y lo que hacen es considerado “sencillo”: lavar, planchar, ojalar y pegar botones a la ropa, o bien actividades que los hombres “no pueden hacer”, como el bordado a mano o a hilo contado de guayaberas. El varón costurero “se concentra” en su trabajo, es “rápido” con los pies, preciso en sus puntadas, “fuerte” para manipular los instrumentos “grandes”, y al mismo tiempo posee conocimientos que le permite reparar las máquinas cuando fallen o dejen de funcionar. Son los varones los encargados de enseñar el oficio a las mujeres, porque ellos son los que “saben”. Tal y como lo señaló Haces (2006), la masculinidad a menudo está asociada con el arrojo, fuerza, valentía y sabiduría. Jesús señala lo siguiente: “antes, pues puro hombre costuraba, las mujeres pues a planchar, deshilar algo, ¡trabajo fácil! En los talleres sí, deshilar y planchar es lo más fácil, en cambio para armar una camiseta tienes que aprenderlo primero” (entrevista realizada en 2012).

La costura ocupa a los varones en distintos puestos, ellos consiguen trabajar en talleres grandes o en sus casas sin importar la edad o variables como escolaridad, estatus marital e hijos. Independientemente de la forma como se relacionen con la manufactura de ropa, son los hombres quienes diseñan, costuran, arman o hacen las actividades que según las concepciones vigentes en el municipio definen al “trabajo duro”; no importa la edad, sean adolescentes, jóvenes o adultos, los varones son visiblemente reconocidos desempeñando alguna actividad de la industria textil en talleres familiares o bajo el contrato de algún centro de costura.

El reconocimiento de los hombres en el oficio se materializa en los salarios que reciben. En los talleres familiares la diferencia de honorarios entre hombres y mujeres es más notoria; en estos talleres el varón o “jefe” fija arbitrariamente los salarios para sus “empleadas” o “empleados”. Por lo general, los talleres familiares maquilan para terceras personas, y bajo el argumento que reciben pocos ingresos porque “los de arriba”, primer y segundo maquilador, deben de ganar, los salarios que pagan, sobre todo a las mujeres, pueden ser modificados infundadamente. Ana, quien desde los 10 años ha trabajado deshilando o planchando, ahora con 25, comenta lo siguiente:

De antes, mi hermano me daba trabajo, me dice: “ven a cerrar y todo”. “¡Está bien!”, iba. Me decía: “a peso te lo voy a pagar”; “¡está bien!”, y cuando vea así, creo en que ve que gano, me lo baja, me lo deja a $.50. Por las dos [mangas pegadas], me lo dejaba a $.50, $.25 por manga, y la cantidad que pensaba ganar, me quita la mitad y me desanimé entonces (entrevista realizada en 2013).

En los talleres de costura más grandes o aquellas fábricas que tienen un nicho de mercado establecido y que trabajan para firmas de ropa conocida, los salarios se pagan con base en las horas laboradas e independientemente del sexo de los empleados. Ciertamente, la estructuración de género se hace visible en las actividades que desempeñan varones o mujeres, pero no en el salario. Por ejemplo, una mujer que trabaja a destajo para estos talleres planchando, deshilando o empacando, y un varón que trabaja para los mismos talleres, también a destajo, armando prendas, cerrándolas, alforzándolas, haciendo cuellos, mangas, o dobladillos, perciben indistintamente un salario que oscila entre $700.00 a $1 500.00 a la semana; estas percepciones salariales usualmente se dan en temporada alta que va de julio a diciembre. Como a continuación proseguiré mostrando, el proceso de incorporación de las mujeres a la costura y la posición que han ocupado en el nicho laboral ha sido muy diferente al de los varones.

LA PRESENCIA DE LAS MUJERES EN LA COSTURA

Cuando se empezó a desarrollar la industria textil en Tekit, las mujeres permanecían en sus hogares generando diferentes recursos para la familia. Varones y mujeres indicaron que por lo menos 25 años atrás, la presencia femenina en talleres de costura era poco común. Esto no quiere decir que ellas hayan permanecido pasivas en sus hogares, al contrario: en las evocaciones masculinas y femeninas está presente la imagen de la mujer trabajadora que ha vendido flores, bordados, tejidos, urdido hamacas y comercializado hortalizas. Todas estas actividades las han desarrollado desde sus hogares.

Así, lo nuevo no ha sido que las mujeres generen recursos económicos, sino las maneras de obtenerlos, destacando cómo y dónde se emplean y las estrategias específicas que les permiten movilizar los recursos. Estas nuevas formas comprenden, principalmente, al trabajo en los talleres de costura.6

He mostrado que en un primer momento la industria textil abrió un nicho de trabajo para hombres, siendo posterior el proceso de incorporación femenino. Román indica: “Las mujeres entraron después, porque como prácticamente acá ya de la milpa así que se cayó, empezó a levantar la costura” (entrevista realizada en 2013). Sin embargo, ese proceso de incorporación se ha realizado de acuerdo con los estereotipos de género. Con esto quiero señalar que desde que la industria textil empezó a ofrecer empleos para las mujeres, ellas —sobre todo las adultas— han desempeñado actividades feminizadas y socialmente consideradas “fáciles”. Para eso han recurrido al trabajo a domicilio donde deshilan las prendas, confeccionan ojales, pegan botones, lavan y planchan. Con el tiempo, las más jóvenes y sagaces han sido enseñadas por los varones a cortar y armar las piezas, pero hasta ellas se inician en la costura realizando actividades “para mujeres”, casi siempre planchando. De esta forma, desde los significados que le otorgan las mujeres, éste es un ámbito laboral que —consideran— les pertenece al igual que a los hombres, pero en el que les corresponden áreas más fáciles, que no impliquen mucho “esfuerzo”, porque las mujeres no “tienen la capacidad” del varón. Luisa comenta:

Lo más práctico de nosotras como mujeres es el deshilar, el planchar, o sea son cosas que de alguna manera nos marcó como mujeres. Bueno en esa parte del deshilado, planchado y acabado, cuando yo empecé a trabajar yo pienso que es trabajo, ¿cómo te puedo decir?, trabajo más fácil, no es tanto el esfuerzo que tú vas a hacer, porque se conoce que el armado es más difícil, en el sentido de que tienes que cuidar la calidad de la prenda que tú vas a hacer. Además es más cansado, necesitas de alguna manera, por decirlo, tener la condición para hacer, entonces bueno, yo soy mujer y no tengo la condición, no tengo la capacidad…. (entrevista realizada en 2013).

La edad, la escolaridad, la red de relaciones, la situación marital, la presencia de hijos, la disponibilidad de tiempo y las habilidades para la costura son variables que a diferencia de los varones, influyen en la decisión de las mujeres y de sus empleadores al momento de fijar un tipo de relación laboral. Por ejemplo, las jóvenes, entre los 12 y 29 años, tienen una presencia importante en la industria textil. Según demostró Maldonado (2012), las jóvenes ingresan a los talleres desde temprana edad, entre 12 y 17 años, y en su decisión de emplearse influyen la necesidad económica y el parecer de sus padres y madres. Como consecuencia, dejan de asistir a la escuela. Maldonado también comenta lo común que es observar a jóvenes en los centros de costura, a diferencia de mujeres adultas.

Las mujeres de 30 años en adelante no son visibles de la misma manera que las jóvenes. Esto es porque las mujeres adultas optan por otra forma de relacionarse con la costura: desde sus hogares. En diversas entrevistas, pláticas informales o a partir de la observación, constaté que las mujeres adultas, principalmente quienes son abuelas y madres, trabajan para los talleres desde sus viviendas, deshilando, planchando o lavando ropa. Estas mujeres son las que tienen la última posición dentro de una escala laboral, porque su trabajo no sólo es considerado “fácil”, o de poca relevancia social y económica, sino que están sujetas a las fluctuaciones del mercado, lo que implica que casi siempre se les requiere en temporada alta, entre julio y diciembre. Esta situación es diferente a la de las mujeres jóvenes, casi siempre sin hijos, que pueden tener un contrato y salario independientemente de la temporada laboral.

Otras mujeres, de diferentes edades, trabajan en los talleres en la modalidad de destajo, eso quiere decir que al igual que las empleadas a domicilio, están sujetas a las fluctuaciones del mercado. Sin embargo, tienen una categoría que las diferencia de aquellas: son empleadas semifijas. Si bien ellas planchan, lavan, ojalan o deshilan cuando hay trabajo, tienen como privilegio ser las primeras a las que se les considera en temporadas altas y bajas, a ellas “se les avisa” y se les busca en primera instancia. Quienes son jóvenes, casadas y con hijos, también optan por el trabajo a domicilio; esto ocurre principalmente cuando viven en familia extensa y quedan bajo vigilancia estricta de la suegra. Si bien, las suegras critican a las nueras cuando “no trabajan”, les impiden emplearse fuera de sus hogares a través del control de la libertad de movimiento. Para estas mujeres el trabajo a domicilio es la opción más factible para generar recursos económicos.

Hay casos en los cuales mujeres jóvenes solteras, con hijos fuera del matrimonio, se emplean en los talleres de costura. Estas jóvenes a menudo continúan viviendo con sus padres y bajo la madre o abuela recae el cuidado de los nietos. Ellas no tienen restringida la libertad de movimiento porque se dice que son “las que sólo así andan”, aquellas que se involucran en relaciones socialmente no reconocidas. Esas relaciones son aquellas que involucran a una mujer soltera con un hombre casado, o una mujer casada que se vuelve pareja de un hombre, igual casado, que no es el esposo.

La costura como actividad económica es una opción laboral para las mujeres. Lo es porque se ha consolidado como una actividad flexible que excluye de sus talleres a algunas de ellas, pero no las desecha, sino las incluye desde sus viviendas; esto hace que la presencia de las mujeres en la costura sea más versátil que la de los varones. En este sentido, la costura en los talleres no es para todas las mujeres, lo es para aquellas solteras jóvenes, para las que hayan resuelto el cuidado de sus hijos o no tengan restringida la libertad de movimiento. Esta es una situación muy diferente a la que experimentan los costureros.

REFLEXIONES FINALES

Pasar del henequén a la costura implicó, para los varones, el aprendizaje de un nuevo oficio. De igual manera entrañó construirlo simbólicamente, dotarlo de contenidos, explicarlo y apropiarlo. Como se mostró aquí, la importancia de la costura en tanto actividad económica y simbólica que genera una representación social hegemónica, ampliamente compartida, estriba en que se trata de contenidos, significados, actitudes y prácticas que han ido afianzándose en la vida cotidiana de hombres y mujeres hasta formar parte del sentido común, de aquellas presunciones que no se cuestionan y que se aceptan como naturales. Schutz (1974) ha señalado precisamente que el sentido común aparece como una evidencia de la vida cotidiana, constituye un acervo de conocimientos que se nutre de experiencias propias y ajenas cuya función es servir como referente en la interpretación de diferentes situaciones. La representación social hegemónica que genera la costura se ha operativizado, ha dejado de ser una actividad extraña al contexto de Tekit, para formar parte del bagaje de conocimiento local. Dicho de otro modo: la costura, en tanto actividad que genera significados, actitudes y prácticas, se ha integrando al acervo de conocimientos de los tekiteños.

Su origen forma parte de la memoria que hombres y mujeres mantienen y explica su surgimiento como la alternativa económica ante el ocaso henequenero. Estas personas la definen como un “verdadero trabajo”, masculino por excelencia y “más fácil” en comparación con el cultivo del henequén o milpa. Los contenidos representacionales que hombres y mujeres expresan de la costura son propios de la dimensión práctica de las representaciones, donde los significados aparecen como ya dados, evidentes, que no necesitan discutirse ni argumentarse. Las constantes aserciones fácticas sobre esos contenidos y significados, corroboran el carácter hegemónico y práctico de la costura como representación social. Estos contenidos y significados se enuncian y se asumen como si fueran naturales, aproblemáticos:

Las aserciones fácticas, por su parte, están constituidas por aquellos significados que asumen los actores sin reconocer una autoridad social que los obligue a ello. Son creencias, valores y normas que se aceptan tácita y fácticamente como verdaderas, que se asumen como naturales […] Las aserciones fácticas permiten identificar que una representación se asume de modo práctico porque se enuncian como si fueran hechos naturales (Rodríguez, 2002, 33).

El posicionamiento de los individuos respecto al objeto es favorable, aunque con matices según se trate de hombres o mujeres. El costurero varón tiene un reconocimiento por el oficio, un estatus que lo identifica como la persona que hace el trabajo pesado, el que sabe, piensa, diseña, contacta a los intermediarios y da empleo a las mujeres y a otros varones. De los varones también se espera que enseñen a otros hombres el oficio y esporádicamente a algunas mujeres que muestren más destreza para armar las prendas. En cambio, las mujeres deshiladoras o planchadoras son las que hacen el trabajo menos trascendental, sin reconocimiento social porque se asume que es simple y a menudo se traslapa con el trabajo doméstico. Deshilar, planchar y lavar las prendas son actividades que se consideran que toda mujer sabe hacer, no son trabajos que se enseñen como en el caso del corte, armado y diseño de modelos.

La costura es una actividad definida en su esencia como masculina, y está sustentada por contenidos que la identifican como difícil para las mujeres; es un ámbito para los hombres: ellos tienen el dominio de la actividad, la gestionan y poseen el conocimiento empírico para cortar, armar, manejar los instrumentos pesados y crear nuevos modelos. Son los varones quienes necesitan estar concentrados en sus jornadas porque las actividades que realizan así lo ameritan.

Estos contenidos y elementos de la representación se estructuran en un orden de género que atribuye papeles diferenciados según se trate de hombres o mujeres; es un orden androcéntrico dominante que desde temprana edad se hace presente en la vida de los individuos. Bourdieu (2010) señala que una de las formas de dominación existentes es la masculina, y que el orden social percibido se basa en esta dominación. Este orden social androcéntrico llega a ser poco cuestionado debido a que está interiorizado por los individuos, y por medio de la experiencia es aceptado como natural o normal; se trata de un orden arraigado a través del tiempo y reforzado por elementos culturales. En Tekit, una de las manifestaciones más tempranas de este orden que configura las relaciones está en el ritual del jéets méek’ que prepara a los niños varones para el futuro, para lo que se espera que sean: costureros.

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Instituto de Investigaciones Antropológicas (iia), Universidad Nacional Autónoma de México (unam).

El presente artículo es uno de los resultados de mi tesis doctoral “Proyectos productivos de desarrollo para mujeres: representaciones e impacto sociocultural en familias de Tekit, Yucatán”. Tesis de doctorado en Antropología. unam.

Para proteger la confidencialidad en la información, los nombres de los entrevistados han sido cambiados.

Plural del apellido Koh.

Palabra maya que significa “pequeño” (Bastarrachea y Canto 2004).

Ceremonia que se les realiza a los bebés entre los tres y cuatro meses de nacidos. Dicha ceremonia toma su nombre por la manera como se les abraza en ésta: a horcajadas sobre la cadera. La finalidad del jéets méek’ es definir el destino del infante a partir de que el padrino o madrina le entregan simbólicamente las herramientas que necesitará para conducirse en su vida de adulto. Para mayores detalles, véase Villanueva y Prieto (2009).

Otra forma que las mujeres de Tekit tienen de movilizar recursos es a partir de los programas gubernamentales. Para más detalles véase Rubio (2015).

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