En el ámbito latinoamericano, y en especial en México, pocos son los libros que se atreven a dialogar con un autor europeo de actualidad. En efecto, hoy en día se puede decir que reflexionar a conciencia con el autor de origen francés Alain Touraine, constituye un reto. Y es que lograr comprender la creciente relación que las ciencias sociales han ido estableciendo con la filosofía, al mismo tiempo que con los temas de actualidad —aunque en una primera mirada pudieran parecer temas de periodismo— es algo que conlleva una especial dificultad.
A continuación se señalan, de manera puntual, algunos aspectos cruciales de las reflexiones que se desarrollan en este libro a partir de las peculiares lecturas que los diferentes autores hacen de Alain Touraine. Cabe decir que lejos de perseguir exhaustividad, las siguientes observaciones y cuestionamientos se proponen trazar un breve panorama de algunas de las principales cuestiones que se abordan en el libro, mismas que corresponde a los lectores determinar si pueden ser objeto de posteriores reflexiones más detenidas, o bien de discusiones enriquecedoras.
Una primera y espinosa cuestión que surge de manera persistente a lo largo de la obra versa sobre la democracia, vista al mismo tiempo como ejercicio de la inclusión igualitaria y como respeto a lo diverso. De entre la diversidad de propuestas para enlazar estas dos dimensiones, cabría preguntarse sobre los modos en que la sociedad misma los conecta. Ciertamente, una cosa es lo que escriben y dicen los intelectuales, y muy otra lo que en la sociedad se genera como visión de síntesis entre los procesos generales y los contextos locales. Sin embargo, no se puede negar que existen intelectuales que al desarrollar su trabajo en estrecha relación con la sociedad, mantienen una constante reflexividad para con la misma. De aquí el mérito que también es visible en el libro, en el sentido de recuperar, para el tema de ciudadanía y educación, reflexiones de autores relevantes en el tema de la ciudadanía no sólo de la academia especializada, sino del público en general, como Saramago, Delors, Sacristán, Castoriadis y Perrenoud, entre otros. Al estudiar estos autores, al igual que a otros —tanto o más influyentes— una cuestión que permanece pendiente de discusión es la conexión entre igualdad y diversidad, que hoy admite muchos matices y exige de nuevas síntesis e impulsos.
Un segundo aspecto que se destaca en el libro es la idea de sujeto que defiende Alain Touraine, y a la cual se adscribe el conjunto de los autores del libro: una en donde la libertad y la responsabilidad individuales se conjugan con la capacidad de decidir en la construcción de un proyecto de vida propio, en un entorno constituido por instituciones sociales, económicas y jurídicas democráticas, donde la racionalidad se combina creativamente con las identidades. Dejando aparte la exposición más detallada de dicha idea de sujeto, aquí sólo se mencionarán algunos aspectos de la misma que valdría la pena traer a colación para discusiones futuras. Si bien por un lado Touraine advierte muy bien —y critica— los peligros de los fanatismos comunitaristas, por el otro lado resulta bastante complaciente con la idea del individuo racional. En consecuencia, aun cuando se sostenga que dicha racionalidad debe de estar localmente fundada en las singularidades de las respectivas identidades culturales, ello no es suficiente para evitar dos peligros teóricos: a) el de concebir un sujeto excesivamente cargado sobre la parte conscientemente discursiva y racional, y b) el de ignorar los peligros de un sujeto demasiado individualista, volcado hacia su interioridad. No obstante que dicha práctica del individualismo no riñe con el objetivo de vivir en paz con los demás, tiene como último horizonte posible de su mundo uno que se encuentra reducido a “un proyecto de vida propio”, en donde los demás simultáneamente tienen el suyo, pero que no lo comparten. En el primer caso se cae en el tradicional error propio de las izquierdas occidentales de ignorar o subestimar la importancia de los fenómenos del inconsciente y el lenguaje en la generación de las hegemonías y las luchas contra las mismas, mientras que en el segundo se desecha o considera como inviable toda utopía de construcción conjunta de un mundo social. Esto último quizás se deba a que las utopías que se promovieron en el siglo pasado resultaron, en los hechos, decepcionantes. Por otra parte, la operación de distinguir analíticamente entre racionalidad instrumental e identidades culturales, conlleva un problema de estrechez teórica que, como bien ha señalado Axel Honnet, puede ser resuelto recurriendo “a las condiciones intersubjetivas del desarrollo humano de la identidad en conjunto” (2011: 140), perspectiva que vuelve innecesaria la distinción analítica entre racionalidad instrumental e identidad.
La tercera observación respecto del conjunto de inquietudes que el libro tiende a suscitar, es la de si acaso la educación en democracia y ciudadanía no está realizando la función de un “cajón de sastre” en el que es arrojada, y en realidad postergada, una amplia diversidad de tareas que deberían plantearse para el presente inmediato, y no para un largo futuro indefinido. En efecto, cuando ante la gravedad de los diversos males de nuestra época (pobreza, corrupción, drogas, desintegración social, etc.) se recurre en busca de respuestas, una bastante socorrida es que la educación es capaz de solucionarlos. ¿Pero en realidad es así? ¿Qué hacer si incluso la educación misma se encuentra en crisis? He aquí el punto en donde la reflexión que parte de la filosofía, en estrecha conexión con la sociología y con los sucesos de nuestra época, juega un papel valioso. Por supuesto, Touraine es uno de los autores que se avoca con mayor ahínco a cubrir las graves omisiones que prevalecen al respecto, pero no es el único, y de aquí el mérito de poner en perspectiva sus planteamientos con los que sostienen otros autores. Sin embargo, también hace mucha falta confrontar perspectivas, sobre todo con miras a lograr nuevas síntesis que hoy son posibles. Por mencionar sólo una síntesis pendiente de trabajo, cabe preguntarse ¿qué hacer cuando en la jerarquía de valores la noción de verdad se encuentra tan desacreditada y muy por debajo de la noción de creatividad o construcción, a manera de abrir paso a relativismos de todo tipo, si no es que a descaradas mentiras? Así, frecuentemente maniatados entre un voluntarismo y un estructuralismo, pareciera que los contemporáneos arrastramos las cadenas de una epistemología aún pre-moderna y por tanto sufrimos las consecuencias de ello. Pese a todo esto, el trabajo sobre la esperanza no cesa, al igual que tampoco dejan de darse los eventos que transforman de maneras insospechadas nuestro mundo. En el contexto actual existen numerosas perspectivas y propuestas acerca de cómo cumplir con los ideales de la democracia y la educación; muchas de ellas no encuentran la ocasión de germinar; otras germinan, pero sus logros no son difundidos, y muchas otras tienen una notoria influencia. Si como ciudadanos sabemos distinguir la manera en que el conocimiento del mundo va unido a estos eventos, entonces estaremos hablando de un trabajo de conciencia que las escuelas de todos los niveles deberían plantearse de manera mucho más explícita y directa, tarea que, por supuesto, choca con la poderosa tendencia actual a sesgar los currículos hacia una educación dedicada exclusivamente al manejo de técnicas y tecnologías. Lo anterior significa que la tarea de educar en ciudadanía, lejos de ser planteada como inmanejable por ser tan amplia, y que su solución tenga necesariamente que esperar para un largo e incierto futuro, es un asunto que se encuentra en estrecha conexión con muchos otros cuya importancia y papel cabría discutir, como por ejemplo, los monopolios en los medios de comunicación, la corrupción, la desigualdad, etc., sólo por resaltar algunos de la innecesariamente larga lista de problemas que se podrían citar. Sin embargo, más allá de que a dichos problemas se les reconozca en el marco de una u otra perspectiva de sobredeterminación (como por ejemplo la de los impactos negativos de los cárteles), se encuentra el reto de concientizar que educar en ciudadanía corresponde a un campo de batalla en el que éstas se deben de ganar cada día, por parte de todos y en diversos planos (amén de la congruencia de los actos y las perspectivas desde las cuales esto se haga), y no únicamente por parte de ésta o aquella institución, modo de acción o tipo de sujeto. Esta es una de las principales lecciones que nos arroja hoy en día la discusión sobre las identidades en el tema de la ciudadanía y la educación. Ante este panorama, cabe preguntarse por el tipo de identidades culturales colectivas que se están gestando en torno a la noción de ciudadanía, así como aquellas que cabría exigir de manera pertinente y realista más allá de la construcción de proyectos individuales. Esta cuestión corresponde a una discusión en la que aún hay mucho de discurso desligado de acciones, por no hablar del gran ruido que suele introducirse en el tema, sobre todo el generado a partir de posiciones antiéticas por lo violentas o dogmáticas.
El cuarto asunto que quisiera hacer notar respecto del libro es el acertado reconocimiento de la necesidad, que señala Touraine, de construir una imagen cualitativamente nueva de la democracia, ya que así lo exigen los profundos cambios de las últimas décadas (como por ejemplo la mayor importancia de los bienes culturales frente a los materiales, la consolidación de una democracia de naturaleza anti utópica, entre otros). Sin embargo, la democracia en la que piensa Touraine, que está centrada en el sujeto que ejerce el derecho a formar su propia vida y toma sus propias decisiones, y que en el transcurso de ello está obligado a respetar el derecho de los demás y, en su caso, a dialogar para alcanzar un acuerdo si hay divergencias o conflictos, ignora un aspecto central de esto último. Las asambleas, reuniones, juntas, colegiados, consejos y cualquier instancia deliberativa, contienen una terrible dosis de ideas-relámpago a las que estos colectivos no pueden hacer cabal justicia. En otras palabras, la necesidad de organización de las decisiones que sigue a la tarea de la deliberación colectiva, forzosamente deja fuera la gran mayoría de las inquietudes de sus miembros. Esto significa que la democracia está condenada a que sus participantes no puedan desahogar la mayoría de sus temores y deseos. Esta cuestión conduce, a su vez, a preguntarse por los autores que sin ser totalitarios, dirigen críticas a la democracia, ya que pareciera que ésta es infalible a las críticas, pero no es así. Por ejemplo ¿no se puede desear la construcción de una nueva utopía en forma de una sociedad alternativa? ¿Sería ello ilegítimo en una sociedad donde el valor central es la democracia? A este respecto resulta raro, y parecería hasta retrógrado, apelar a autores que se oponen a la democracia. Sin embargo, vale la pena tomar seriamente en cuenta sus observaciones considerando que, antes que nada, el ideal de perfección de la organización política de toda la sociedad es un principio que no se puede subestimar. De este modo, por ejemplo, Slavoj Zizek se encuentra entre los pocos autores que abiertamente niega su apoyo a la democracia por considerarla como una mera farsa, y defiende que el cambio político verdadero proviene de tomar forzosamente medidas duras contra los grupos que abusan de su poder. Según Zizek, las izquierdas políticas de los últimos años han olvidado la necesidad de este tipo de acciones para corregir males o vicios que llegan a arraigarse en las sociedades.1
Otra nota crítica que puede dirigirse al libro Ciudadanía y educación. Diálogos con Touraine, es que se da un excesivo énfasis al problema de cómo se podría ampliar la democracia a partir de la educación en ciudadanía en las escuelas. Si bien es cierto que la institución escolar tiene un peso específico en los discursos públicos que se generan, existen también otras influyentes instancias sin las cuales las nociones de ciudadanía que circulan en la sociedad no se podrían entender, como aquellas desde las que los políticos y los periodistas dicen y hacen cosas. Se podría decir que junto con estas dos últimas figuras sociales, los docentes son, a su propio modo, trabajadores de la conciencia pública, y que, con mucho mayor frecuencia de lo que sería moralmente deseable, desarrollan sus tareas más al socaire de una opinión pública atada a las modas e intereses cortoplacistas, que a verdades defendibles. De aquí el necesario equilibrio que la filosofía puede contribuir a lograr en los temas que corren el riesgo de devenir en frívolos.
Un mérito destacable del libro es el esfuerzo —aunque diferencialmente logrado— de los autores por generar un lenguaje que vaya más allá de la usual retórica oficial, así como de la que se acostumbra a emplear por una buena parte de los estudios de la diversidad cultural. Tal esfuerzo es digno de seguirse promoviendo toda vez que la recreación del tema de la ciudadanía, pese a ser urgente, no resulta ser hoy una cosa común ni fácil.
Dada la gran amplitud de temas que abarca la ciudadanía (p.e. la democracia, la desigualdad, la diversidad, la discriminación, la legalidad, la libertad, el gobierno, la política, los partidos políticos, la alteridad, las tecnologías, la economía, la racionalidad instrumental, las identidades, la corrupción, la tolerancia, la pluralidad, la fragmentación, la modernidad, entre muchos otros), resulta mucho más fácil trabajar por autores, discursos o perspectivas, en lugar de por temas puntuales o sus eventuales relaciones. Siendo la perspectiva de Alain Touraine sorprendentemente flexible y amplia, no es raro que en el libro se observen frecuentes recaídas en las temáticas, pero en compensación a esto se puede decir que tal equívoco resulta hasta cierto punto inevitable en todo proceso de aprendizaje en el que se pretenda asimilar la perspectiva de un autor de la complejidad de Touraine.
Finalmente, cabe señalar que dado el gran vacío narrativo que en nuestra sociedad existe en torno al tema de la ciudadanía y la demo-cracia (narrativo en cuanto a que escasean las historias vitales acerca de cómo se han dado éstas a través de las últimas dos décadas en nuestro país), resulta interesante constatar cómo en ciertos momentos específicos del libro, algunos autores recurren a la narración de eventos concretos, así como a la descripción de ejemplos, mismos que si bien no alcanzan a dotar de una espacio-temporalidad más viva al objeto de estudio como un todo, sí en cambio dejan entrever la necesidad de que la relación entre democracia y educación sea apropiada simbólicamente por la sociedad mexicana. En este punto es en el que los autores, ya sea de manera implícita o explícita, al igual que Touraine, advierten la ingente necesidad de una utopía para los tiempos de hoy.