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Vol. 36. Núm. 144.
Páginas 140-156 (enero 2014)
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Estudiantes, militantes, activistas
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Rafael Blanco
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El presente artículo analiza la incorporación, en la última década, de demandas y reivindicaciones provenientes de los movimientos feministas y de la diversidad sexual en las agendas de las agrupaciones universitarias. Se detiene en los cambios y permanencias en las prácticas políticas estudiantiles, en las estrategias de intervención y en los efectos que esta discursividad política produce en la experiencia estudiantil. Centralmente, esta nueva agenda posibilita la circulación de temas que se encuentran por fuera del repertorio instituido por los currículos y los procesos de trasmisión del conocimiento, y propicia una crítica a la formación universitaria. Al mismo tiempo, habilita una reflexividad de la dimensión genérica y sexuada de la condición de estudiante que lleva a cuestionar la normatividad sexo genérica en las instituciones universitarias. Este trabajo es el resultado de una investigación desarrollada en las facultades de Psicología y de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

Palabras clave:
Experiencia de los estudiantes
Cultura política
Género
Universidades públicas
Participación política

This paper analyzes the incorporation, over the last decade, of lawsuits and claims from the various feminist and sexual diversity groups within the realm of university groups. The incorporation process is detained due to the changes and continuities in student political practices, the intervention strategies and the effects of this political discourse within the student experience. Generally, this new agenda enables the circulation of issues that are outside the established repertoire of the curriculum and the knowledge transmission processes; additionally, it promotes a critique of university education. At the same time, it facilitates reflexivity on the generic and gender dimension of student status that brings into question the generic gender norms in universities. This work is the result of research conducted in the Psychology and Natural Sciences faculties of the University of Buenos Aires.

Keywords:
Student experience
Political culture
Gender
Public universities
Political participation
Texto completo
Introducción1

En la última década la demanda de derechos en torno al género y la sexualidad han comenzado a formar parte de la agenda de las agrupaciones estudiantiles universitarias en Argentina. Las nuevas agendas incluyen actividades y movilizan temas provenientes de los movimientos feministas, de las “perspectivas de género”2 y de la diversidad sexual (principalmente, gays y lesbianas, y sólo recientemente demandas de los colectivos trans, a partir del debate y sanción de la Ley de Identidad de Género en 2012). Estas incluyen temas que se encuentran presentes en el debate público (en la agenda parlamentaria, en la de los movimientos sociales o en la de los medios masivos de comunicación), como el aborto, la trata de mujeres o el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero también despliegan otros enfocados en la cotidianidad estudiantil, como las condiciones en las que cursan la carrera (cursada) las estudiantes embarazadas o la discriminación por orientación sexual en la Facultad.

A partir de un trabajo de investigación desarrollado en las facultades de Psicología y de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (uba), este artículo se propone analizar dos aspectos de la política universitaria en vinculación con la sexualidad y el género: por un lado, las estrategias que despliegan las agrupaciones estudiantiles para lograr la adhesión de quienes componen este claustro en Psicología a partir de la configuración de una agenda en torno al género; por otro, la politización de las identidades sexuales entre estudiantes de Exactas —por su denominación habitual en el habla estudiantil— a partir de la movilización de procesos colectivos de identificación. Para ello, se problematizan las modalidades de inclusión de este tipo de demandas y reivindicaciones en las agrupaciones, las estrategias de intervención y los “alcances performativos” o el conjunto de efectos que la discursividad política adquiere en la cotidianidad en estas instituciones.

Ambos procesos analizados revisten puntos en común y aspectos diferenciales. En común, el hecho de que la renovación de las agendas de las agrupaciones se produce por la necesidad de generar nuevos mecanismos de interpelación; ello con el fin de fomentar la participación política del estudiantado debido a la escisión relativa entre las agrupaciones y la participación de estudiantes en éstas (Krotsch, 2002). Como aspecto diferencial, el género como pivote de reivindicaciones, disputas y tensiones en Psicología se inscribe en el regis-tro tradicional del discurso político, mientras que en Exactas la politización de las sexualidades asume el sentido inverso: las agrupaciones renuevan sus prácticas y discursos a partir de las experiencias de estudiantes que desarrollan una reflexividad específica sobre la dimensión sexuada de la condición de estudiante, lo que moviliza procesos colectivos de identificación. Esta diferencia permite atender las tensiones que en el presente reviste la política estudiantil entre tradiciones y registros emergentes, e inscribirlas en las particularidades que adquieren según el “clima universitario” de cada institución (Califa, 2007). Al mismo tiempo, habilita a releer el espacio universitario como un territorio en el que las expresiones e identidades de género y sexualidad son vividas de modos particulares, es decir: que no existe una única modalidad de funcionamiento de la normatividad sexo genérica que regule los lazos sociales en esta institución, lo que equivaldría a caracterizar a la universidad como un lugar “permisivo”, “abierto”, “hostil”, “tolerante” u otro (Blanco, 2012b)

Para ello, en el artículo se señalan los cambios producidos en las agrupaciones estudiantiles con posterioridad al año 2001, especialmente en torno a sus identidades y denominaciones (“independientes”, “no agrupados”, “partidarias”) y el impacto de estos procesos en la conformación de nuevas agendas. En segundo lugar, se analiza la configuración de una agenda “de la mujer” en Psicología y los sentidos que moviliza este proceso en la vida estudiantil. En la tercera sección se analiza el proceso de institucionalización de las demandas en torno a la diversidad sexual en Exactas a partir de un proceso que puede ser caracterizado como de politización de la vida cotidiana: el procesamiento de determinadas demandas mediante las formas institucionales de la Facultad. Se problematiza, por último, el impacto de estas agendas en la experiencia estudiantil y en las dinámicas institucionales.

“Buscar llegar”: reconfiguraciones de la política estudiantil en la última década

La inclusión de demandas y reivindicaciones provenientes del arco de los movimientos feministas y de la diversidad sexual adquieren un lugar relevante en las agendas de las agrupaciones con posterioridad a la crisis nacional; el punto de inflexión de la crisis, que puede ubicarse en diciembre de 2001, produjo un dislocamiento respecto de las lógicas tradicionales del sistema político argentino (Svampa, 2008). Se expresó y asumió particularidades en el espacio universitario, y se tradujo en un creciente malestar respecto al funcionamiento político, institucional y cultural de la universidad. La crisis de representación y la importante fractura en el sistema de partidos políticos, coronado con la renuncia del gobierno de la Unión Cívica Radical ese año, repercutió también en el ámbito universitario, ya que era éste el partido que gobernaba la uba desde la recuperación de la democracia en 1983 (Naishtat y Toer, 2005).

Estos acontecimientos marcarían significativamente el escenario hasta el presente por dos motivos: en primer lugar, porque luego del año 2001, y de un modo progresivo, la Franja Morada (juventud universitaria del partido radical) fue desplazada de la mayoría de las conducciones estudiantiles. Tanto los centros de estudiantes (cep) como la Federación Universitaria de Buenos Aires (fuba) que los agrupaba comenzaron a ser dirigidos por agrupaciones autodenominadas “de izquierda”, actores dominantes en la política estudiantil desde entonces, tanto en su modalidad de independientes o “no agrupados” como aquellas integradas a las estructuras partidarias.3 En segundo lugar, porque la emergencia, consolidación y diversificación de las agrupaciones estudiantiles de izquierda trajo consigo la búsqueda de nuevos modos de intervenir en el espacio de las facultades y de interpelar a la comunidad estudiantil. Esta búsqueda no se agotó en las formas sino que también implicó la definición de nuevos contenidos.

Las facultades de Psicología y de Ciencias Exactas y Naturales no fueron ajenas a los cambios en las agrupaciones estudiantiles de la última década. En Psicología, una agrupación partidaria (el epa!, Estudiantes de Psicología en Acción, ligada a la Unión de Juventudes por el Socialismo-Partido Obrero) asumió la conducción del centro (o cep) en el marco de la crisis de 2001, desplazando hasta el presente a la Franja Morada. En Exactas, una agrupación que se presentaba por prime-ra vez a elecciones en 2008, y que se ubicaba en el espectro de las independientes (el fem!, Frente de Estudiantes Movilizados) asumió la conducción del centro de estudiantiles (o cecen) y rompió con la hegemonía de La Corriente, la agrupación universitaria del Partido Comunista Revolucionario (pcr) que formaba parte del frente estudiantil UnidadEppure Si Muove.

La emergencia y consolidación de una agenda de la política estudiantil en torno a derechos y demandas provenientes de los movimientos feministas y de la diversidad sexual se articula con la necesidad de realizar acciones y estrategias que contemplasen la especificidad de la situación de quienes concurren a la universidad; es decir, la política buscó dar sentido a esa experiencia. Las agrupaciones denominadas “independientes” enfatizaron tempranamente esta necesidad.

Una particularidad de estas agrupaciones se vincula con la búsqueda de prácticas innovadoras de la política en la universidad. Una entrevistada que participó en el inicio de una agrupación de este tipo en Exactas caracteriza este momento:

Hacíamos calendarios con cosas de exámenes y a su vez de política, como todo el tiempo estar pensando maneras de cómo llamar la atención de modo divertido y alternativas a los modos de la izquierda tradicional. Que no sean carteles tipo “No a la evaluación externa” o “Fuera yankis de Irak”. Buscábamos hacer algo más conectado.

Una de las direcciones que las agrupaciones independientes adoptaron refiere a la inclusión en sus agendas y programas de asuntos propios del escenario universitario, sin por ello restringir sus acciones a éstos. Para ello, este tipo de organizaciones “comienzan a pensar formas ‘situadas’ de lo político” a partir de la incorporación de iniciativas y demandas que provenían de la propia condición de estudiantes universitarios, y que “se vinculan sólidamente con la lógica del territorio concreto que transitan” (Picotto y Vommaro, 2010: 154). Junto a la necesidad de reconocer la cotidianidad como terreno de intervención, hay también una mayor atención hacia las formas de comunicación, desde el estilo verbal o los materiales impresos hasta la incorporación de la performance como acción que busca cuestionar las prácticas y símbolos que estructuran la vida comunitaria (Vich, 2004). En otras palabras, la introducción de nuevas modalidades expresivas se propuso desnaturalizar las particularidades que estructuran la política estudiantil, lo que fue acompañado por una renovación de la agenda.

Las diferentes formas de interpelar de este tipo de agrupaciones contrastan con las modalidades de enunciación tradicionales de la discursividad política. El carácter tradicional nombra algunos elementos del discurso político orientados a la construcción de un adversario, es decir, que “implica enfrentamiento, relación con un enemigo, lucha entre enunciadores” (Verón, 1987: 16).4 En el lenguaje de las agrupaciones partidarias, esta característica se plasma en un repertorio común de términos tales como “Fuera”, “Sumate” y el reiterado “Basta” (“Basta de pasantías basura”, “Basta de cátedras gemelas”, “Basta de concursos truchos”);5 enunciados estructurados fuertemente en torno a su dimensión polémica mediante la marcación de un oponente clara-mente identificado (la gestión del Centro, de la Facultad, el Gobierno nacional u otro). Esta forma de comunicación empezó a mostrar signos de debilitamiento en la última década.

Frente a un lenguaje tradicional en sus referencias y apelativos (“pueblo pobre y trabajador”, “las camarillas”, “los compañeros”), las agrupaciones independientes introdujeron un nuevo estilo; en términos de un entrevistado de Biología, “salen del molde de usar las palabras que siempre se usan en política. Qué se yo, ‘democratización’, ‘construcción’, ya están muy trilladas”. Estos distintos lenguajes en convivencia ponen en evidencia la dispersión en cuanto al sujeto destinatario, dispersión que aparece tensionada entre los modos tradicionales e innovadores de la discursividad política. En términos de Verón (1987), la crisis de representación implica el debilitamiento del adherente, aquél que participa de las ideas, valores, proyectos y acciones, como así también del adversario. La debilidad de estas posiciones (adherente/opositor) se produce en inversa proporción del crecimiento de una tercera figura: el paradestinatario, aquél a quien hay que persuadir, seducir. Este es un rasgo presente en la política estudiantil y uno de los motivos por los cuales la agenda de demandas y derechos en torno a género y sexualidad ingresó a las agrupaciones.

Género y normatividad de género en la trama de las agrupaciones de Psicología

La política estudiantil en Psicología reviste una tensión sobre la que esta sección se detiene: las organizaciones de estudiantes movilizan, en el espacio de la Facultad, una agenda específica centrada en derechos y demandas en torno al género (y en menor medida, la sexualidad) a la vez que constituyen espacios de producción de desigualdades entre las distintas expresiones e identidades de género en su interior.

Psicología se presenta como un escenario, en la voz de un estudiante que participa en una agrupación independiente, “complicado para hacer política”. Tanto quienes militan como quienes no, identifican un espectro variado de dificultades en torno a lo que consideran una escasa participación del estudiantado en la política universitaria. Entre las razones que atribuyen a esta dificultad para “llegar” se encuentra lo que los y las militantes caracterizan como una imagen cristalizada sobre sí y su práctica (“una representación bastante estereotipada: el militante es un vago que no estudia, no trabaja, que no hace nada más que militar”); la propia dificultad de las agrupaciones para generar adhesión (“cierta incapacidad para generar convocatoria”); la dificultad para establecer un vínculo entre la formación disciplinar y la política; en identificar y articular entre temas comunes (“hay una lucha más por fuera de las cuestiones que tienen que ver más con lo que se estudia”) como así también para compatibilizar el registro académico y el de la discursividad política. En este punto, parece intervenir una tensión entre “juegos de lenguaje” diferentes (“Yo creo que un poco hay una cosa muy intelectualoide [en el estudiantado] también”, en tensión con “la forma que tienen [las agrupaciones] de interrumpir en una clase psicoanalítica con ese discurso”).

Las organizaciones estudiantiles han desarrollado diferentes estrategias tendientes a convocar al estudiantado. Es posible agruparlas en tres grandes modalidades, una de las cuales involucra la conformación de una agenda de género. Una primera consiste en tematizar temas de coyuntura de la realidad nacional (las leyes de Servicios de Comunicación Audiovisual o de despenalización del consumo de marihuana, entre otras),6en tanto temas socialmente relevantes que la universidad, como parte de la sociedad, debe abordar (que “más allá de la clínica individual, no pueden estar ausentes en las aulas”, según un folleto de una agrupación partidaria). Una segunda modalidad de interpelación de las agrupaciones se relaciona con la apelación a temas propios de la formación. En esta línea predomina como tópico el cuestionamiento a la formación en la universidad pública para el desarrollo profesional en el ámbito privado (“la lógica de la clínica privada”, “la brecha que se abre entre discurso universitario y el consultorio privado”), pero también una crítica a la transmisión del conocimiento disciplinar (“no nos trasmiten la forma en la que el psicoanálisis pueda ser utilizado, digamos, para el pueblo”). La tercera estrategia, por último, se dirige a interpelar a partir de cuestiones de la vida cotidiana de la comunidad estudiantil, especialmente en torno a las condiciones en las que cursan la carrera (“uno de los temas principales es el tema de los cursos de vera-no”, en palabras de un estudiante que milita en una agrupación partidaria). Dentro de este tercer tipo, la agenda de género tiene un lugar central, y es tanto una forma de interpelación a la comunidad estudiantil como una estrategia de diferenciación entre agrupaciones.

Para Aguilar (1993), una agenda constituye no sólo el conjunto de cuestiones, demandas y problemas seleccionados que se han decidido como líneas de acción, sino también aquellos asuntos pendientes que son considerados problemáticos y que, eventualmente, pueden ingresar a ésta. Así entendida, una agenda se conforma de modo dinámico y procesual, lo que permite dar cuenta de las disputas que se producen en torno a la legitimación de deter-minados temas en las prácticas y discursos de las agrupaciones. En efecto, los temas que ingresan a la agenda política tienen que ver con una decisión de las agrupaciones (“Creo que se podría hablar más de género en la agrupación, pero no hay voluntad política”, “al final decidimos tomar éste de la diversidad sexual, también porque el partido tiene una tarea pendiente ahí”). Respecto de las razones de conformar una agenda en torno al género (y en menor media, la diversidad sexual), los motivos de esta decisión son variados: por cuestiones coyunturales que las agrupaciones capitalizan (“es un tema que se discute a nivel nacional, desde distintos lugares, y [que] las agrupaciones toman”), como forma de dar continuidad a las tradiciones partidarias (“nosotros desde la década del setenta que tocamos el tema, cuando hay una gran parte de la izquierda que es abiertamente homofóbica, obviamente delegados del pc y del estalinismo”), como un emergente de la conflictividad política (“todo lo que es la disputa de la fábrica de alimentos Kraft surge por una reivindicación de las mujeres trabajadoras, porque les querían sacar el jardín materno donde dejaban a sus hijos antes de ir a trabajar”), para diferenciarse de las demás agrupaciones (“empezamos a tomar todos los temas de género haciendo punto en el tema de la diversidad. Creemos que es una orientación que no agarran muchos”) o la necesidad de aggiornarse y “trabajar” los temas que están en la opinión pública (“un compañero de Sociales vino para ver cómo estábamos tratando el tema de aborto, que nosotros no lo trabajábamos. Y vino y vimos algo de aborto”).

Una estudiante describe una charla realizada en el marco de unas jornadas de debate organizadas por la Federación Universitaria de Buenos Aires (fuba) en abril de 2010 en la que distintas agrupaciones se distribuyeron los temas según las facultades. En Psicología se llevó a cabo la charla “Mujer y géneros” (pluralización aún emergente propiciada por el debate de la Ley de Identidad, que comenzó a erosionar la asociación cristalizada entre “género” y “mujer” dominante en la discursividad social). El foco del encuentro estuvo puesto en

…el tema del aborto, de las diferentes sexualidades, porque encima estaba todo el manto previo de la ley [de Matrimonio Igualitario] que se agarró también por eso. Y el concepto de familia y de matrimonio… Aunque no tengo una lectura de género tan amplia, pero los temas de género en esos espacios son una problemática de las mujeres. El aborto, la prostitución, las mujeres golpeadas, violencia doméstica.

Esta inclusión de temas relativos a géneros y sexualidades en las formas de intervención de la política estudiantil se encuentra en tensión con las prioridades que los sectores de izquierda le han otorgado a estas cuestiones, las que hasta hace poco eran consideradas como “secundarias, divisorias o pequeño burguesas” (Pecheny y De la Dehesa, 2010: 24).

Entre las agrupaciones, y en el interior mismo de los espacios estudiantiles, opera esta jerarquización entre temas “prioritarios” y aquellos que son “secundarios”: “las cuestiones de género no se discuten: ‘bueno, bueno, hay discusiones más urgentes, eso va después’. Siempre hay más varones además”, comenta una estudiante militante de una agrupación independiente, que considera escaso el tratamiento de este espectro de temas por parte de la conducción del centro. Por ejemplo, durante el trabajo de observación participante durante las elecciones estudiantiles de 2009, un militante del epa! comentó mientras me explicaba la plataforma de su espacio político:

Nuestro foco es la designación de la decana. El decano es como un presidente, que viene con un proyecto, y es un proyecto privatizador. Nosotros apoyamos e impulsamos otras causas, como el cupo para embarazadas y otros, pero el foco principal es éste y las otras agrupaciones no hablan de esta designación. Porque de qué te sirve el jardín maternal si para estudiar tenés que pagar. Por eso también nuestra propuesta es apostar acá a los cursos de verano.

Pecheny y De la Dehesa analizan el tenso y cambiante vínculo entre la militancia de izquierda latinoamericana y la agenda de temas de los colectivos de la diversidad sexual y feministas. Si bien su análisis refiere a fenómenos de otra escala (el vínculo de los movimientos sociales con el Estado nacional), la caracterización que realizan pone en perspectiva histórica la relación entre partidos políticos, género y sexualidad, y resulta pertinente para problematizar estas tensiones en el espacio universitario. Para estos autores, si bien algunos partidos “han creado secretarías o comisiones de la mujer, movimientos sociales o de diversidad sexual” con el objeto de consolidar articulaciones con las bases, “a menudo juegan un papel coyuntural, en época de elecciones, y pueden paradójicamente encapsular los debates en burocracias especializadas (Pecheny y De la Dehesa, 2010: 25).

El CEP aglutina, entre sus trece secretarías repartidas proporcionalmente según los votos de las agrupaciones, dos surgidas con posterioridad al desplazamiento de la Franja Morada: la Secretaría de Política de Género (a cargo del Movimiento Universitario Sur) y la Secretaría de la Mujer (a cargo de la agrupación Pan y Rosas-pts). Una diferencia significativa entre ambas estructuras refiere a las estrategias de militancia desplegadas. Según la plataforma electoral de 2009 de la agrupación que preside la Secretaría de la Mujer, este espacio se fundamenta en la población de la Facultad: “en Psico, donde el 80 por ciento de los estudiantes somos mujeres, desde hace cinco años pusimos en pie la Secretaría de la Mujer”. Su función es articular el espacio de la Facultad con otros espacios políticos, especialmente aquellos vinculados al ámbito laboral y al territorial (“impulsar la organización de las mujeres en las universidades, barrios y lugares de trabajo convencidas de que, si nos ponemos de pie, podremos conquistar nuestros derechos”), y varias de sus consignas refieren al escenario nacional (“bajo la consigna ‘contra la Iglesia, el gobierno y la oposición clerical’”). En menor medida, se propone una política situada abocada a intervenir en el terreno de la formación.

Bajo la consigna “Nos oponemos a la mentira de la ‘neutralidad’ científica”, desde esta Secretaría se proponen como actividades fomentar la perspectiva marxista de la opresión de la mujer, realizar una encuesta sobre la violencia contra las mujeres, un ciclo de talleres “para hablar de las grandes problemáticas que están borradas del plan de estudios, como el derecho al aborto, la trata de mujeres para la esclavitud sexual, la salud de las mujeres” o la incorporación al currículo de la investigación denominada “la salud de las trabajadoras de la salud”. En esta línea, la búsqueda de interpelar a las estudiantes se plasma también en reivindicaciones tales como “la causa del jardín maternal” mediante un petitorio dirigido al Consejo Directivo y que busca representar la situación de las estudiantes de la carrera (“para que las más de tres mil compañeras que son madres, trabajadoras, estudiantes, puedan cursar”).

Por su parte, la Secretaría Política de Género fue la encargada de presentar ante el Consejo Directivo de la Facultad un proyecto de régimen especial de cursada para embarazadas.7 La agrupación que promovió el proyecto ha enfocado su actividad política en esta iniciativa. En su fundamentación se sostiene que la cursada especial se orienta a evitar la deserción estudiantil producida por motivo de embarazo (“[Considerando] Que en nuestra Facultad existe un número mayo-ritario de mujeres, habiendo actualmente una cantidad minoritaria de mujeres embarazadas y una mayoritaria de casos de atravesamiento de dicha situación a futuro”). Según el proyecto, esta Facultad constituye un espacio desigual en términos de oportunidades para su población: “son casi inexistentes los avances normativos que procuren la conquista de la igualdad de género en la vida interna de la institución”.8 El proyecto fue presentado con 2 mil avales, recogidos por militantes, que recorrieron los cursos solicitando firmas de adhesión mediante una performance: los y las militantes de “Sur” pasaban por los cursos una urna en la que plebiscitaban la medida, llevando globos debajo de las remeras simulando un embarazo.

Esta medida, como otras que como denominador común son referidas en términos de políticas de género, constituye una estrategia orientada a interpelar a la comunidad estudiantil. Una militante de otro espacio político cree en la necesidad de distinguir las políticas de género de las de la mujer:

Tienen en cuenta la proporción de estudiantes. Vos hablás con ellos [la agrupación Sur] y tienen claro que hay un 80 por ciento de mujeres, entonces tienen una política consecuente. Yo no soy un especialista en la teoría del género, pero más que nada son políticas para la mujer, trabajan el tema de la mujer porque la mayoría de las estudiantes son mujeres.

En esta tensión, la agenda de género estructura una zona de conflictos entre las agrupaciones. Desde la perspectiva de estudiantes que militan, el proyecto para embarazadas es un equilibrio entre el movimiento estratégico y la necesidad de dar respuesta a una demanda. Hay estudiantes que sostienen, en cambio, que la iniciativa constituye simplemente una decisión pragmática orientada a la búsqueda de rédito electoral (“un invento”, “tener presencia que no tenían”, “oportunismo”, “como somos todas mujeres, ¡bingo!”, “fue más ‘votá sí o no’, no hubo una discusión de nada”). La consigna durante las elecciones de 2009 de la agrupación que motorizó el proyecto plan-tea esta articulación entre los distintos temas: “con participación ganamos la cursada para embarazadas. Así lo hacemos nosotros. Ahora vamos por los cursos de verano. Sur”.

Los distintos sentidos que moviliza la discursividad política dan cuentan de que género no posee un único significado ni es un descriptor universal. Por ello, puede ser analizado como un significante flotante (Laclau, 1996), es decir, que adquiere su significación entre otras posibles con las que se encuentra en conflicto, y al hacerlo estructura un campo discursivo. Dicho de otro modo, género asume una serie de significaciones en una trama específica de representaciones que lo hablan como parte de las decisiones de las agrupaciones. Este señalamiento indica que, en los sentidos estructurantes de la política en Psicología, género remite a las mujeres, como primer recorte, y a madres o trabajadoras como segundo.

Con esta orientación, tres figuras son recurrentes en el discurso de las agrupaciones: la mujer trabajadora/explotada (en redes de trata, trabajos precarizados en el sistema de salud, trabajos asalariados), mujer-madre (destinataria de la cursada para embarazadas, de los jardines maternales) y mujer-víctima (en los discursos en torno a la violencia de gé-nero, violencia doméstica, o las muertes por aborto clandestino). La cristalización de estas tres figuras restringe la categoría de género de sus dimensiones relacionales y de la multiplicidad de referentes posibles que no se agotan en “mujer”. Es decir, en la “puesta en discurso” del género, las agrupaciones producen y ponen en circulación significaciones en torno a este significante que implican, a su vez, nuevas formas de exclusión.

Así, si bien el género forma parte del repertorio de temas de las agrupaciones políticas y es objeto de intervención en el espacio de la Facultad, las modalidades relacionales que producen una desigual distribución de la legitimidad (Butler, 2009) entre varones y mujeres son poco problematizadas en el interior de las agrupaciones estudiantiles. Esta cualidad se manifiesta en una frase habitual entre el estudiantado de Psicología: mientras que usualmente se caracteriza a esta Facultad como “toda de minas [mujeres]”,9 esta referencia contrasta con el modo de referir a quienes participan del órgano de representación estudiantil: “los pibes [varones] del Centro”. Como describe una militante: “los varones están todos en el cep”, comentario recurrente para indicar “el machismo”, como usualmente es referido, que existe en las agrupaciones.

Machismo refiere, en el habla estudiantil, al hecho de que la actividad política en esta Facultad aparece como un espacio masculino, ya que son varones quienes mayoritariamente participan pero, sobre todo, porque son quienes ocupan los lugares de liderazgo. En los relatos de estudiantes, la esfera de la política estudiantil en Psicología es un terreno genéricamente marcado como masculino. El análisis de esta situación por parte de quienes militan es variado: estas desigualdades se relacionan con las tradiciones y lógicas políticas instaladas (“la lógica de los partidos”, “en la tradición de la militancia también son más hombres”), como las condiciones estructurales que exceden el espacio universitario (“es una cuestión que se nutre del sistema capitalista fundamentalmente, y es una expresión más”, “hay desigualdades de género que están, que se reproducen”), o las dinámicas culturales que atraviesan diversas esferas de la vida social, entre ellas la actividad política como una más (“la sociedad es machista, y la militancia también”). Sin desestimar estas razones, la caracterización de algunas escenas cotidianas por parte de militantes da cuenta de un nuevo argumento: la existencia de una modalidad específica que adquiere la asunción del ideal regulatorio para actuar el género (Butler, 2008), para corporizarlo en el espacio político. Es decir: más allá de los “factores externos” que modelarían este espacio como un espacio masculino, es posible identificar modos situados que este carácter adquiere en Psicología, y que se expresa en las experiencias de la militancia estudiantil en distintos acontecimientos.

La circulación de la palabra es uno de ellos. Tanto en la composición por géneros de los espacios de militancia como en el funcionamiento de éstos, opera fuertemente una asimetría que se traduce en la toma desi- gual de la palabra en las asambleas o discusiones públicas: “hay tres varones y hablan más que un montón de mujeres juntas”, “es muy difícil hablar en una asamblea”, “yo hablé con mis compañeros; me dijeron que es más fácil atraer a la militancia a hombres que a mujeres. Mujeres, hay tres chicas que estoy tratando de acercar. Los hombres entran en seguida”, sostienen distintas militantes. La dificultad para tomar la palabra se relaciona con un tema clásico de los estudios feministas: la concepción del espacio público como territorio masculino (Moreno, 2007). Esta dificultad se entrelaza con las visiones normativas en torno a las expresiones de género, fuertemente respecto de los rasgos de feminidad y masculinidad que supone “poner el cuerpo” en la discusión política. Desde el feminismo de la diferencia se ha argumentado el hecho de que las mujeres sean ajenas a determinados espacios no radica en el desconocimiento de las reglas de comunicación, sino en la imposibilidad de la significación en función de lo que Rivera Garretas denomina como la experiencia femenina. Para esta autora, “nada debería impedir que las mujeres tomaran el poder sin dejar de ser mu-jeres, sin transformarse en viragos o en mulieres viriles”, sin embargo “el filtro de la mediación viril que va concediéndoles instancias de poder ha ido, simultáneamente, dejando afuera” los significados, la experiencia propia de las mujeres (Rivera Garretas, 2002: 93).

Este planteo —que supone características intrínsecas a la mujer— aparece como un argumento presente entre militantes: a aquellas estudiantes que tienen una participación destacada en el espacio de la militancia se les atribuye una mayor pérdida de “características femeninas”. Una estudiante afirma: “En una asamblea las más habilitadas para hablar, las que se ganaron ese lugar, tienen una cosa más masculina. Como que tienen huevos. Igual hay un par que tienen rasgos femeninos y también se la bancan”.

El ámbito de la militancia aparece así como un espacio fuertemente normativo por la exigencia de coherencia, implícita en la sanción que recae sobre expresiones que marcan un “cruce problemático” entre la identificación como mujer y la atribución de una expresión de género masculina. Quiero enfatizar que la exigencia recae en “las crueldades tácticas que sustentan la identidad coherente” (Butler, 2008: 173): la identidad de militante femenina coherente, que implica un rechazo de otras posibles. Una militante de una agrupación partidaria reflexiona:

En una época eran casi todos hombres los del Centro de Estudiantes. Presidentes, que yo recuerde, ya hace tres periodos consecutivos que son hombres. Del Partido Obrero: Manuel, Alejandro, Gabriel. Qué raro. Qué loco, ¿no? Son casi todas mujeres en la Facultad y los presidentes del Centro siempre son varones. Y la única que es muy pública es machona-machona. Se parece más a un hombre que a una chica, en su forma de manejarse, es increíble… Las tres mujeres que tienen presencia son muy machonas. Y si no, son todos hombres. Los que pasan por los cursos son casi todos hombres.

Para Butler, la crueldad de la exigencia de coherencia está presente en “la producción de la heterosexualidad coherente, pero también en la producción de la identidad lesbiana coherente, la identidad gay coherente y, dentro de estos mundos, la ‘marimacho’ coherente, la lesbiana femenina coherente” (2008: 173). Es en esta serie que propongo la identidad militante en esta Facultad, tal vez pensable también para otros espacios, como una identidad que se configura a partir de una coherencia en términos de identidad y expresión de género y sexualidad.10

La creciente tematización del género en esta Facultad parece señalar una paradoja: por un lado, las agrupaciones estudiantiles comienzan a movilizar una agenda nueva que explora mecanismos novedosos de interpelación en el espacio universitario a partir de un repertorio centrado en éste como lugar de conflictividad desde el cual convocar a la comunidad estudiantil. Por otro, la normatividad sexo genérica en el interior de las agrupaciones opera fuertemente en la distribución desigual de las legitimidades (roles de autoridad, habilitación para tomar la palabra). En este sentido la política, como el espectro de prácticas instituidas, parece señalar los límites de “esos otros modos posibles”, retomando las articulaciones planteadas por Mouffe (2007) entre la política y lo político. Así, las significaciones en torno al género que vehiculiza el discurso de las agrupaciones estudiantiles en Psicología encuentran sus restricciones en el propio espacio de la militancia, en el cual estas representaciones se producen.

Biografía, pertenencia y la institucionalización de la diversidad sexual en Exactas

Si en Psicología predomina la idea de que a pocos les interesa la política universitaria, el diagnóstico de quienes militan en Exactas es diferente: “si uno pudiera tener alguna medida, la cantidad de militantes en relación a la cantidad de alumnos es bastante alta en proporción”, sostiene un estudiante que participa en la actual conducción del Centro de Estudiantes (cecen).

Un entrevistado que participa en el cecen menciona que una de las metas de éste es lograr convocar de un modo constante a la comunidad estudiantil. La frase en la tapa de la plataforma de cara a las elecciones de 2009 resume esta postura: “Apostamos a una construcción política que genere inquietudes, de las inquietudes genere ganas, de las ganas iniciativa y de la iniciativa participación”. El carácter logrado de una interpelación, su efectividad, radica en el hecho de que “los agentes interpelados acepten la invitación que se les hace; es decir, incorporen a su identidad actual el modelo de identificación que se ha propuesto y actúen consecuentemente” (Buenfil, 1994: 21): el proceso de lo que denomino aquí la politización de las sexualidades en Exactas responde a esta lógica por la cual la participación en las agrupaciones estudiantiles es un efecto de este proceso de construcción política.

La posibilidad de “poder discutir con otra persona”, como se refiere un militante del cecen al vínculo entre las agrupaciones y el conjunto de los estudiantes, especialmente con quienes no militan, es central. Para ello, buscan enfatizar los elementos comunes por sobre las diferencias; la apuesta radica en plantear una equivalencia en la interacción: “hacerlo desde un lugar de igualdad, en el sentido de no creer que yo tengo la razón y ‘entonces yo te voy a explicar’”, en palabras de un entrevistado. Por ello, más que dar una orden (“votá”, “participá”, “exigí”, que en su forma prescriptiva y modalidad didáctica implica enunciar desde un lugar desigual de saber), la estrategia de apelación de la conducción del cecen se dirige a entablar una simetría con el estudiantado, a sostener un discurso con un fuerte contenido programático destinado al hecho de poder hacer (Verón, 1987). Estos contenidos se orientan, no de un modo excluyente pero sí privilegiado, a intervenir en el terreno de la vida estudiantil en la institución: como sostiene la plataforma de la agrupación, se trata de “una política basada en la práctica cotidiana y la reflexión”.

En esta línea, las medidas implementadas por el Centro cubren un amplio espectro, desde el otorgamiento de becas para fotocopias y el sorteo anual de lockers, hasta la posibilidad de trabajo en los locales propios (fotocopiadoras y kioscos) y la apertura de espacios de cultura y expresión artística o la edición de una revista del centro (Maza Crítica), que buscan la integración de la comunidad estudiantil como acción central: la organización de festivales (“para poder vernos las caras, charlar, compartir ideas, conocernos mejor”), la creación de una biblioteca de literatura y un taller de teatro. Estas medidas ponen en igualdad de jerarquías cuestiones disímiles que si para las agrupaciones partidarias “eran instrumentos hacia otra cosa, para las agrupaciones independientes eran parte constitutiva de su cotidianidad politizada en la universidad” (Picotto y Vommaro, 2010: 155).

La búsqueda de nuevas formas de interpelación se conjuga con la conformación de un espacio más amplio de demandas y reivindicaciones. La agrupación a cargo del Centro explica que ésta es la herramienta estudiantil para llevar adelante reivindicaciones “culturales, políticas, sociales o de cualquier otra índole”. Al explicar la composición del fem! en la plataforma electoral mencionada, los y las integrantes se presentan como estudiantes que forman parte de “La Mella en Exactas, también varios participamos además de otros espacios, como disen (Diversidad Sexual en Exactas y Naturales) o el grupo Glugcen (Grupo de activismo del Conocimiento y el Software libre)” signo de que, no sin tensiones, las formas de organización tradicionales comienzan a incluir otras demandas.

Las tensiones se expresan, por ejemplo, en las formas de denominación entre las estructuras políticas y las formas emergentes de lo político. En las presentaciones de quienes se candidatean por el espacio de diversidad sexual se identifican como “estudiantes de una carrera, integrante de disen, militante del fem”.11 Durante una conversación informal con un estudiante que participa de este espacio de diversidad sexual, en varias oportunidades me corrigió el uso que yo realizaba del término “agrupación” (“¿cuándo comenzaron con la agrupación” —en relación a disen—) para enfatizar que él participaba en un grupo y que a su vez militaba en una agrupación. El señalamiento se dirige a marcar las tensiones entre las formas emergentes, difusas, experimentales y menos inteligibles de lo político, y las modalidades instituidas de la política.

Por su parte, el Centro de Estudiantes y sus integrantes en el Consejo Directivo (cd) han promovido en el órgano de gobierno de la Facultad diferentes iniciativas y demandas de reconocimiento en torno a las expresiones e identidades de género y sexualidad. Esto implica, como modalidad de intervención, un desplazamiento de la vía normativa al terreno de las regulaciones jurídico-institucionales. A este proceso denomino la institucionalización de la diversidad sexual.

La particularidad de este proceso reside en el hecho de que “la voz” que inscribe las demandas e iniciativas específicas se escinde de los grupos y actores particulares para materializarse en la enunciación de la institución. Por ejemplo, el Consejo Directivo de Exactas se expresó positivamente respecto de la sanción de la Ley Matrimonio Igualitario, y convocó en diferentes oportunidades a concurrir a la “marcha del orgullo” (“El cd resuelve: Adherir a la xvii Marcha del Orgullo Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual”) o ha avalado el pedido de sanción a un docente por haber proferido expresiones discriminatorias contra estudiantes por su orientación sexual (y que en 2009 rechaza en tanto “opiniones que resultan injuriosas respecto de la raza, religión o género, de carácter denigrante y hasta insultante”).

Desde este lugar, institucionalización nombra un modo de gestionar asuntos que atañen a las expresiones e identidades de género y sexualidad, lo que implica no sólo encauzar una demanda vía un trámite formal —algo común a algunas demandas en Psicología, como la cursada para embarazadas— sino también un espectro de acciones que se desenvuelven por diversos hilos de la institución: la difusión al resto de los actores que fuerza una exogamia de la experiencia propiamente estudiantil (“dar amplia difusión por los canales institucionales” respecto a la convocatoria a la Marcha del Orgullo); el establecimiento de límites que señalan la pertinencia de una intervención institucional (“utilizando una cuenta de mail institucional” el Profesor apercibido “se ha expresado acerca de la homosexualidad en términos agraviantes”); o el establecimiento de los horizontes que orientan la convivencia en la institución (“la Facultad y la Universidad deben ser espacios democráticos y de respeto, tanto a nivel político/ideológico como a nivel de diversidad sexual y de género”); la tipificación de conductas para cada uno de los actores institucionales (en su calidad de profesor “tiene derecho a pararse frente a un curso, impartir conocimiento y evaluar desempeño”, evaluación que “no debe estar influenciada por diferencias políticas, ideológicas ni morales por parte del docente que evalúa”), entre otros pronunciamientos del gobierno de la Facultad.

Por ello, la institucionalización de deter-minadas demandas en torno a las sexualidades es el resultado de un proceso de politización en tanto la emergencia de una instancia colectiva de identificación. “Identificación” refiere —siguiendo a Stuart Hall (2003)— a un acontecimiento condicional e inestable por el cual los sujetos se reconocen representados en determinados discursos y prácticas a las cuales se adhieren. Los procesos de diferenciación entre las agrupaciones (y fuertemente, entre las partidarias y las de estudiantes independientes y “no agrupados”) movilizan, como fue descrito en el transcurso de este artículo, nuevos temas, retóricas y estrategias de interpelación que favorecen el surgimiento de instancias de adhesión o encuentro entre estudiantes y agrupaciones. Dicho de otro modo, es el juego de las diferencias entre agrupaciones lo que habilita nuevos espacios de participación, nuevas instancias de representación.

La diferencia fundamental en Exactas refiere a la incorporación de lo cotidiano a la política estudiantil. La novedad radica, para el estudiantado, en la relación de mayor cercanía con quienes integran el Centro de Estudiantes (“conozco a algunas personas del Centro”, “tienen un discurso con un poco más llegada a los estudiantes, no es un aparato que te baja”, “empezaron a movilizarse por el armado de la biblioteca”) diferente a otras agrupaciones que suelen ser identificadas con prácticas y discursos lejanos (“el aparateo”, “ir al choque”, “no hay lugar para discutir nada”, “la línea que ellos tenían era muy bajada de arriba y eso se notaba”, “muy ‘me peleo por cualquier cosa sin ningún fundamento’”).

Esta cercanía es la que favorece la identificación con una agrupación, la politización de la sexualidad y su institucionalización. Un estudiante reconstruye este proceso por el cual una serie de intereses personales encuentran su expresión en una determinada representación política colectiva:

No sólo no estábamos en el Centro sino que todavía no nos habíamos contactado bien con la gente de La Mella y por ende no habíamos conformado el fem! Éramos estudiantes comunes, que queríamos organizar una actividad y que no queríamos hacer una actividad con el pcr que estaba en el Centro porque sabíamos que nos iban a cooptar el espacio. Entonces las aulas [para la primera actividad del espacio de diversidad sexual] las conseguimos nosotros, fue toda una cosa muy autogestionada. Tuvo sus cosas buenas y malas en cuanto a la organización, había gente más y menos interesada en organizarla y era un montón de laburo, pero dio visibilidad al grupo y ahí fue que se alertaron los chicos de La Mella de que éramos un montón de gente de que quizás estábamos interesados en otra cosa. Y al final muchos que teníamos mayor activismo en disen, los que realmente llevábamos adelante las actividades, ahora estamos todos en el fem!

Mouffe (2007) coloca en el centro de los procesos de politización a las pasiones. Esto implica que, por ejemplo, la participación de un grupo de estudiantes en la estructura del Centro no obedece sólo a un cálculo racional de intereses ni a una evaluación moral, sino a una dimensión afectiva que interviene en esa decisión. Este punto tal vez permita volver sobre el análisis hecho en torno a las relaciones entre “la política de género” desde, y la norma-tividad de género en las agrupaciones referidas en el análisis de Psicología, y al mismo tiempo explicar lo que se entiende por politización como movilización de las pasiones en Exactas.

Si la politización implica identificación, los modelos de interpelación propuestos por parte de las organizaciones estudiantiles en Psicología (mujer-trabajadora/explotada; mujer-víctima y mujer-madre) ¿qué posibles identificaciones movilizan en sus destinatarias? En otros términos, ¿quiénes se reconocen en esas representaciones en el espacio de la Facultad? Tal vez la figura de mujer-madre (habida cuenta de la proliferación de opiniones que generó, en términos de su controversia) sea de las tres la que mayor adhesión causó en el claustro de estudiantes. La apelación al género en tanto tópico que no contempla dimensiones presentes en la experiencia estudiantil (ni en la experiencia de militancia estudiantil) parece redundar, paradójicamente, en su despolitización, en su incapacidad para movilizar “más allá” de la adhesión racional o moral (¿quién se manifestaría a favor, quién sostendría que son correctas la explotación o la violencia?). En otras palabras: constituyen interpelaciones desapasionadas.

Las pasiones, en tanto “fuerzas afectivas” —retomando a Mouffe— son una dimensión constitutiva de los procesos de colectivos de identificación; como señala la autora:

…la movilización requiere politización, pero la politización no puede existir sin la producción de una representación conflictiva del mundo, que incluya campos opuestos con los cuales la gente se pueda identificar, permitiendo de ese modo que las pasiones se movilicen políticamente dentro del espectro del proceso democrático (2007: 31).

Retomando las tensiones señaladas entre “grupo” y “agrupación”, y las distinciones en los modos de presentación de quienes fueron candidatos en la plataforma electoral de la agrupación referida en el apartado anterior (estudiante de, integrante de, militante de), este mismo estudiante sostiene:

Quisimos hacer en la plataforma y en la letra, una escisión virtual que en la práctica no se dio. ¿Por qué? Porque yo soy gay, me interesan los temas de sexualidad y yo los voy a militar, voy a construir eso esté donde esté. Entonces terminó pasando que, por ejemplo, nosotros en Consejo Directivo, sacamos un apoyo a la Ley de Matrimonio Igualitario, nosotros trabajamos con una agrupación de graduados para hacer eso también, tenemos proyectos de eso; “sin querer queriendo” nos dedicamos a eso, pero no estuvo nunca en la plataforma y no es oficialmente lo que nosotros hacemos.

La reflexividad sobre la dimensión gené-rica y sexuada “personal” (que usualmente es expresada como individual, privada, subjetiva) reinscribe esta dimensión en una trama más amplia e indisociable que otorga espesor social, público y político, a la experiencia personal (Scott, 2001). Interesa señalar, respecto de lo que se ha denominado como la politización de la sexualidad, en primer lugar la direccionalidad del proceso: en el tránsito de la experiencia personal (o grupal) a la agrupación, la identidad se torna política. Pero, en segundo lugar, y como consecuencia de este movimiento, vale destacar también su proceso de institucionalización.

No obstante, si por un lado, la incorporación de nuevos sentidos y prácticas de la política permite una filiación particular con la institución y sus mecanismos de ejercicio del gobierno (que no deviene necesariamente en un espacio de confrontación, sino de articulación de demandas), por otro, la militancia “reenvía” al afuera de la institución. La experiencia de la militancia permite trascender el ámbito de la Facultad en los encuentros, jornadas, asambleas, congresos y reuniones en los que militantes de distintas facultades establecen alianzas políticas, actividades conjuntas o se integran en movimientos de escala regional. El espacio de la militancia estudiantil permite así poner en común “mundos de experiencia distintos” (Carli, 2006) en donde confluyen trayectorias políticas diferentes pero también procedencias disciplinares, recorridos de lecturas, perspectivas teóricas que enriquecen y alimentan el lenguaje y las prácticas de militancia.

Siguiendo con el último relato, este estudiante de Computación que participa en el Centro y en el espacio de diversidad sexual narra:

Fuimos conociendo gente de otras facultades, como Letras. Ellos usan otras palabras: “la sociedad patriarcal-heterocentrista no sé cuánto normativa”, y terminás tomando el término. Quizás no sé la definición, solamente hago un análisis más de heterocentrista, la separo. ¿Entendés? No sé qué autores lo usan, cómo lo definen ni mucho menos. Popular. De divulgación a nivel sexualidad. Pero es robado, jamás leí un texto que tuviera eso más que una declaración de alguna organización. Pero lo usamos, está bueno porque impacta. Heterocentrista, es como sofisticado.

Si la formación universitaria provee a menudo un “lenguaje de interpretación política” al estudiantado (Carli, 2012: 199), la experiencia de la militancia permite, a su vez, poner en contacto, a partir de redes de sociabilidad, conocimientos, lenguajes y sensibilidades muchas veces excluidas de las instancias de formación: “En un aula nunca va a salir el tema de la sexualidad, jamás, no existe la posibilidad de que salga, es así. En una reunión tampoco. Si sale de alguna charla es en el pasillo, nada más”, comenta un estudiante de Exactas. Esta característica es común a ambas facultades. Si bien en Psicología “sexualidad” constituye un tema que vertebra la formación a través del psicoanálisis, las agrupaciones políticas introducen con su propia retórica, en sus propios términos, en el espacio de la vida estudiantil, temas muchas veces ausentes o marginales de la formación académica: “la materia que más habla del tema de la sexualidad o lo que es identificación en algún género específico, como los travestis, es Género, que es optativa”, describe una estudiante que milita en el brazo estudiantil de un partido de izquierda.

En definitiva, la política estudiantil moviliza en el espacio de las facultades un espectro de temas y lenguajes entre los que género y sexualidad constituyen un repertorio que ha adquirido relevancia. Sin embargo, éstos se inscriben en modalidades diferentes de interpelación y reconocimiento, de articulación con las formas instituidas de la política y de reflexividad sobre las propias agrupaciones. Como fue analizado, las diferencias significativas refieren en la direccionalidad de estos procesos.

Palabras finales

La política estudiantil ocupa un lugar importante en la cotidianidad universitaria. Esta particularidad adquiere características específicas en el presente por los acontecimientos que tuvieron lugar luego de la crisis argentina del año 2001 y su impacto en la universidad. El escenario posterior planteó desafíos para las agrupaciones estudiantiles en torno a la búsqueda de nuevas modalidades de lograr la adhesión de sectores amplios del claus-tro de estudiantes. Por ello, van a motorizar, no sin tensiones, en torno a la legitimidad de ciertos temas, iniciativas vinculadas a la cuestión de género y demandas en torno a la diversidad sexual. Como rasgo compartido, las agrupaciones en ambas facultades ponen en circulación determinados temas que se encuentran por fuera del repertorio instituido por los currículos y las instancias formales de trasmisión del conocimiento (el género en Psicología, la sexualidad en Exactas); sin embargo, estos procesos revisten particularidades en cada institución.

En el escenario descrito, en Psicología se desarrollan estructuras nuevas en el marco de las existentes (como las secretarías de Políticas de Género y de la Mujer en el Centro de Estudiantes) así como una serie de iniciativas (debates públicos o la propuesta de nuevas reglamentaciones). La apelación al género como lugar de identificación constituye tanto una forma de interpelación a la comunidad estudiantil como una estrategia de diferenciación entre agrupaciones. No obstante, las agrupaciones estudiantiles son, a su vez, espacios de producción de desigualdades en torno a las expresiones e identidades de género en su interior. En la medida en que la significación de género (los sentidos y prácticas que vehiculiza, los alcances y posibilidades de interpelar) se encuentra restringida a un campo de experiencias acotadas, difuso en sus dimensiones relacionales y en su inscripción en el espacio universitario, las posibilidades de potenciar una relectura crítica de éste son menores.

En Exactas, la incorporación de una agenda de la diversidad sexual se realiza por vía de la incorporación de estudiantes a las organizaciones estudiantiles. Esta incorporación se produce a partir de la movilización de intereses personales que encuentran espacio de identificación con las modalidades de interpelación de las agrupaciones estudiantiles, más específicamente por la conducción del Centro de Estudiantes. Una característica que ha vertebrado este espacio ha sido la de privilegiar —sin desatender otras— el despliegue de una “política de lo cotidiano”. La efectividad de la interpelación, la aceptación de la invitación a participar de la estructura del Centro, la identificación con ese espacio, su reconocimiento y legitimación, permite lo que fue caracterizado como un proceso de institucionalización de la sexualidad. Esta modalidad habilita que las demandas e iniciativas específicas se materialicen en el cuerpo de la institución: el órgano de gobierno, la comunicación institucional, la producción de reglamentaciones.

En resumen, la conformación de una agenda específica de las agrupaciones estudiantiles en torno al género (que adquiere su significación en el discurso de las agrupaciones por contigüidad con “la mujer” y la sociedad patriarcal) y la sexualidad (y la crítica a la heteronormatividad, término que ingresó en el lenguaje de las agrupaciones) se realiza mediante dos modalidades. Estas pueden sintetizarse en dos movimientos esquemáticos que buscan dar cuenta de la direccionalidad de este proceso: el primero, de las agrupaciones a la comunidad estudiantil; el segundo, de las experiencias personales de estudiantes a las agrupaciones estudiantiles. Esta nueva agenda posibilita la circulación de temas que se encuentran por fuera del repertorio instituido por los currículos y los procesos de transmisión del conocimiento, pero que propicia una crítica a la formación disciplinar. Al mismo tiempo, habilita una reflexividad de la dimensión genérica y sexuada de la condición de estudiante que lleva a cuestionar la normatividad sexo genérica en estas instituciones, pero sobre todo a imaginar y recrear nuevas formas de vivir y transitar la vida universitaria.

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Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becario Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA). Líneas de investigación: estudios sobre experiencia universitaria; estudios sobre género y sexualidades; estudios sobre culturas juveniles. Publicaciones recientes: (2011), “Intimidad pública y experiencia estudiantil. Regulaciones y subversión de las normas sexo genéricas en la universidad”, Re-vista de la Escuela de Ciencias de la Educación, vol. VII, núm. 6, pp. 87-100; (2009), “Discursos sobre las sexualidades entre jóvenes universitarios/as: lo familiar como modalizador de la discursividad generacional”, La Ventana, vol. III, núm. 29, pp. 184-205.

La investigación que dio origen a este artículo tuvo como resultado la tesis doctoral titulada Universidad, regulaciones sexo genéricas y vida cotidiana. La dimensión sexuada de la experiencia estudiantil (Blanco, 2012a).

En adelante, los términos y frases entrecomilladas corresponden a expresiones y categorías nativas de estudiantes entrevistados/as en el curso de esta investigación. Por otra parte, se indican aquellos testimonios que ameritan un comentario detenido mediante su ubicación separada en el texto para destacar algún segmento específico.

La tensión entre los dos tipos de izquierdas recorre varios de los debates de la política estudiantil contemporánea. Las diferencias entre agrupaciones varían en torno al significado que adquiere el término “independiente”, y que puede referir a independencia de los partidos políticos, de la gestión de la Facultad o del gobierno nacional.

Las cursivas pertenecen al texto original.

Se ilustra con referencias al material (afiches, volantes y revistas) distribuidas durante las elecciones de Centro de Estudiantes de 2009 en Psicología.

Durante el periodo de realización de la investigación, el parlamento argentino procesó una serie de demandas de diversos colectivos de la sociedad civil como la Ley 26.364 de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas (2008), o la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual (en 2009) y la Ley 26.618 de Matrimonio Igualitario (2010). Estos temas fueron sometidos a discusión por muchas agrupaciones, junto a otros que se encuentran instalados en la opinión pública, como la despenalización del aborto o de las drogas para uso personal.

De los 293 mil 358 estudiantes censados en la UBA el año 2004, 10 por ciento declaró tener hijos. La Facultad de Psicología (junto a Filosofía y Letras y Derecho) son las que presentan mayor peso relativo de estudiantes con al menos un hijo. En Psicología, 15.1 por ciento, mientras que un 18 y 14.1 por ciento para Filosofía y Letras (FFyL) y para Derecho, respectivamente. Esta última cuenta con un jardín maternal. En FFyL no se registraron iniciativas similares durante el periodo de esta investigación, ni con anterioridad.

Texto del proyecto presentado en el Consejo Directivo en junio de 2009.

El modo en que estas representaciones estructuran la sociabilidad estudiantil es trabajado extensamente en Blanco, 2012b.

Es posible relacionar este proceso como una modalidad contigua a la exigencia de “neutralidad” de género y sexua- lidad en función de las tensiones con la transmisión del psicoanálisis, aspecto desarrollado en Blanco, 2012b.

Las cursivas son mías.

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