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Problemas del Desarrollo. Revista Latinoamericana de Economía
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Inicio Problemas del Desarrollo. Revista Latinoamericana de Economía La importancia de las ideas propias sobre el desarrollo y la globalización
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Vol. 44. Núm. 173.
Páginas 163-174 (abril - junio 2013)
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La importancia de las ideas propias sobre el desarrollo y la globalización
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Aldo Ferrer
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Embajador de Argentina en Francia
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Introducción

Hasta la crisis de 1930, el enfoque neoclásico prevaleciente en el “centro” del orden mundial fue el patrón de referencia de las ideas económicas en la periferia. Desde entonces y hasta el final del “periodo dorado” de la posguerra, la ortodoxia fue sustituida por el paradigma keynesiano y el “centro” abandonó su pretensión hegemónica sobre el pensamiento periférico.

Fue en ese escenario de “vacío teórico” y de crisis del orden mundial que emergió en América Latina, bajo el liderazgo de Raúl Prebisch, el reclamo de una visión original y propia del desarrollo de nuestros países y de su inserción en el sistema internacional. La cepal difundió a escala regional y, aún más allá, la crítica a la relación centro-periferia, la propuesta industrialista y las nuevas responsabilidades del Estado.

Con distinta profundidad y alcances, las nuevas ideas ejercieron una considerable influencia en las políticas de nuestros países. Pero no alcanzó para transformar en profundidad las estructuras del subdesarrollo y resolver la subordinación periférica ni tampoco para establecer, sobre bases sólidas, los equilibrios macroeconómicos fundamentales. En consecuencia, subsistieron las grandes desigualdades sociales características de América Latina.

Desde fines de la década de 1970, la financiarización y las corporaciones trasnacionales se convirtieron en el núcleo del capitalismo de los antiguos países centrales del Atlántico Norte. En el “centro” se instaló el paradigma neoliberal y la subordinación al dominio de las fuerzas, supuestamente ingobernables, del mercado global, es decir, los fundamentos del Estado neoliberal. En mayor o menor medida, los países de América Latina sufrieron la crisis de deuda externa de la década de los ochenta y, por sus propias debilidadesinternas, volvieron a subordinarse al pensamiento “céntrico”, en su versión del “Consenso de Washington”, con los resultados conocidos.

Actualmente, la interminable crisis en los antiguos países centrales del Atlántico Norte revela, como sucedió en la década de 1930 del siglo xx, la impotencia de la ortodoxia neoclásica de entender la realidad, fundar políticas consistentes con el desarrollo económico y el bienestar social y contribuir a un orden mundial razonablemente estable. Vuelve ahora a surgir, en el centro del sistema, una crisis del pensamiento hegemónico y, en América Latina, una nueva oportunidad de construir, como proponían Prebisch, Furtado y los otros fundadores del pensamiento crítico latinoamericano, nuestra propia visión del desarrollo y nuestra ubicación en el mundo.

Las reflexiones siguientes se refieren a estas cuestiones. En primer lugar, se detienen en tratar de entender por qué, a pesar de la magnitud y prolongación de la crisis actual, a diferencia de lo ocurrido en la década de 1930, el paradigma neoliberal y el Estado neoliberal conservan su hegemonía en las antiguas economías industriales del Atlántico Norte, es decir, el viejo “centro” del sistema global. Luego, intentan plantear algunas tesis originales del pensamiento crítico latinoamericano a la luz del abordaje actual de la globalización, el desarrollo y la relación entre la dimensión nacional y el orden global.

La sobrevivencia del neoliberalismo y del Estado neoliberal

Los interminables problemas en que se debaten actualmente las economías industriales del Atlántico Norte y sus repercusiones sobre el sistema global, confirman la incapacidad del paradigma neoliberal de interpretar la realidad y promover el crecimiento de los países y la economía mundial. Todo el cuerpo teórico elaborado para exaltar las virtudes de la desregulación de la economía y la subordinación del Estado a las decisiones del mercado, se ha desplomado ante las evidencias de la realidad.

Sin embargo, el relato neoliberal y el Estado neoliberal continúan imperando en el antiguo núcleo hegemónico de la economía mundial.

La crisis actual es reconocida como la más profunda desde la debacle de la década de 1930. En aquel entonces se derrumbó la organización de la economía mundial y colapsó el paradigma ortodoxo. En la actualidad no sucede una cosa ni la otra. ¿Por qué? Por un conjunto de razones que incluyen los diferentes alcances de la crisis en ambas épocas y la mayor gravitación de los intereses trasnacionales dentro de la economía contemporánea. Veamos:

Alcances de la crisis

En la década de 1930 los gobiernos de las mayores economías siguieron políticas de “sálvese quien pueda”, abandonaron el patrón oro y el régimen multilateral de comercio y pagos, cerraron sus mercados y entraron en cesación de pagos o reestructuraron sus deudas. Simultáneamente, el paradigma ortodoxo fue sustituido por el planteamiento de Keynes y la responsabilidad de las políticas públicas para administrar los mercados y sostener la producción y el empleo.

En la actualidad, el orden mundial no se ha derrumbado ni, presumiblemente, lo hará, pese a la magnitud y prolongación de los desequilibrios y el deterioro económico y social, por tres razones principales. La primera, porque en las economías avanzadas del Atlántico Norte, aun bajo la hegemonía de un régimen neoliberal, el Estado conserva una participación elevada en la formación de la demanda agregada y está dispuesto a rescatar a las entidades financieras “muy grandes para quebrar”. Es una paradoja en la que el neoliberalismo sobrevive precisamente por la presencia de su enemigo público número uno: el Estado.

La segunda razón radica en la profundidad de la interdependencia de las mayores economías del mundo, incluyendo las grandes naciones emergentes de Asia, inexistente en la década de 1930. Hoy son inconcebibles las políticas de “sálvese quien pueda”. Todos los principales protagonistas del orden mundial quieren evitar su derrumbe.

La tercera radica en la dispersión del poder. En los años treinta, las antiguas economías industriales del Atlántico Norte representaban 2/3 de la economía mundial y eran el centro organizador del sistema. En la actualidad, China y otras naciones emergentes de Asia y del resto del mundo han ganado peso relativo en el sistema global. Representan alrededor del 50% del pbi mundial y son las economías de más rápido crecimiento y ritmo de transformación. En consecuencia, los problemas del viejo centro no arrastran al conjunto del sistema, y su impotencia para organizar el orden global es reemplazada por la relativa autonomía de los Estados nacionales de las naciones emergentes.

En resumen, en la actualidad la crisis tiene un piso determinado por la presencia del Estado, la interdependencia y la dispersión del poder, que evita el derrumbe y la desorganización del sistema y contribuye a la sobrevivencia del neoliberalismo y el Estado neoliberal en el Atlántico Norte y en países periféricos del resto del mundo.

Intereses trasnacionales

Actualmente, la globalización es mucho más profunda que en la década de 1930. Dentro de las antiguas economías industriales, el comercio exterior, la actividad financiera y las inversiones en el exterior de sus mayores corporaciones tienen una importancia relativa mucho mayor que en el pasado. El proceso de acumulación y distribución de la riqueza y el ingreso están estrechamente asociados a las cadenas trasnacionales de valor y a la especulación financiera. Este proceso tiene lugar en el marco de la revolución de las técnicas de la información y la comunicación, que conforman un sistema de alcance planetario. En este escenario, al interior de las sociedades y la política de las antiguas economías industriales, los intereses trasnacionales han ganado una influencia decisiva, sostienen el paradigma neoliberal y configuran el Estado neoliberal.

En consecuencia, en el plano de las ideas prevalece la visión fundamentalista de la globalización, según la cual lo fundamental sucede en la esfera trasnacional y los Estados nacionales han quedado reducidos a la impotencia para administrar los mercados. Por lo tanto, como sólo podrían ser efectivas las medidas globales supranacionales y de hecho, como lo revela, por ejemplo, la actuación del G-20, no existe una governanza global, hay que aceptar que el poder decisorio radica en los mercados.

Desde fines de la década de los setenta, la desregulación y la reducción de las políticas públicas al transmitir “señales amistosas” a los operadores privados delegaron en los mercados la administración del sistema. Cuando estalló la crisis, a fines de la década pasada, el Estado concurrió masivamente a rescatar al sistema financiero. Actualmente, la respuesta a las consecuencias de la crisis es el ajuste y la austeridad. Éste es el comportamiento del Estado neoliberal.

El conjunto de circunstancias mencionadas, vale decir, los distintos alcances de la crisis en la década de 1930 y en la actualidad y la mayor influencia relativa de los intereses trasnacionales respecto de aquél entonces, explican esta extraordinaria sobrevivencia del neoliberalismo.

Es en este escenario que nuestros países tienen que consolidar su densidad nacional y lugar en el mundo, parados en sus propios recursos con competitividad y sólidos equilibrios macroeconómicos, mirando el mundo desde las propias perspectivas e intereses. En países en desarrollo como los nuestros, éstas son condiciones indispensables para no contagiarse de neoliberalismo y Estado neoliberal, ejercer el derecho al desarrollo y decidir el propio destino dentro de la globalización.

Globalización y desarrollo

El debate contemporáneo, con mayor intensidad aún en los tiempos fundacionales del pensamiento crítico latinoamericano, se refiere a las condiciones del desarrollo económico en un escenario de estrechas relaciones entre los países. ¿Cuáles son, entonces, los vínculos entre el desarrollo de un país y el orden mundial que, actualmente, llamamos “global”? Detengámonos brevemente en recordar algunos conceptos básicos.

La globalización

Constituye un sistema de redes en las cuales se organizan el comercio, las inversiones de las corporaciones trasnacionales, las corrientes financieras, el movimiento de personas y la circulación de información que vincula a las diversas civilizaciones. Es asimismo el espacio del ejercicio del poder dentro del cual las potencias dominantes establecen, en cada periodo histórico, las reglas del juego que articulan el sistema global. Uno de los principales mecanismos de la dominación radica en la construcción de teorías y visiones que son presentadas como criterios de validez universal pero que, en realidad, son funcionales a los intereses de los países centrales.

Las redes de la globalización abarcan actividades que transponen las fronteras nacionales. Su peso relativo en el conjunto de la economía mundial ha crecido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las actividades que se desarrollan dentro de cada espacio nacional constituyen la inmensa mayoría de la actividad económica y social. Las exportaciones representan alrededor del 20% del producto mundial, del cual el 80% se destina a los mercados internos. Las filiales de empresas trasnacionales generan alrededor del 10% del producto y de la acumulación de capital fijo en el mundo, lo que indica que el 90% del producto se realiza por empresas locales y otro tanto de las inversiones se financia con el ahorro interno. Las personas que residen fuera de sus países de origen representan el 3% de la población mundial, vale decir que el 97% de los seres humanos habitan en los países en los cuales nacieron.

En el plano real de los recursos, la producción, la inversión y el empleo, el espacio interno tiene un peso decisivo. Sin embargo, en la esfera virtual de las corrientes financieras y de la información, la dimensión global es dominante y contribuye a generar la imagen de que se habita en una aldea global sin fronteras. Según ella, los acontecimientos estarían determinados por el impacto de las nuevas tecnologías y, por lo tanto, por fuerzas ingobernables e incorregibles por la acción pública o de organizaciones de la sociedad civil. Una de las expresiones de esta postura es la teoría de las expectativas racionales, según la cual los actores económicos anticipan e inhiben las decisiones del Estado que pretenden interferir en el funcionamiento natural de los mercados.

Esta imagen fundamentalista de la globalización es funcional a los intereses de los países y de los actores económicos que ejercen posiciones dominantes en el orden global. En realidad, la aparente ingobernabilidad de las fuerzas operantes en el seno de la globalización no obedece a fenómenos supuestamente indominables, sino a la desregulación de los mercados, que es una expresión transitoria del comportamiento del sistema mundial.

El desarrollo

La globalización no ha cambiado la naturaleza del proceso de desarrollo económico. Éste continúa descansando en la capacidad de cada país de participar en la creación y difusión de conocimientos y tecnologías y de incorporarlos en el conjunto de su actividad económica y relaciones sociales. El desarrollo económico sigue siendo un proceso de transformación de la economía y la sociedad fundado en la acumulación de capital, conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y organización de recursos, educación y capacidades de la fuerza de trabajo y de estabilidad y permeabilidad de las instituciones, dentro de las cuales la sociedad transa sus conflictos y moviliza su potencial de recursos. El desarrollo es acumulación en este sentido amplio y la acumulación se realiza, en primer lugar, dentro del espacio propio de cada país.

El desarrollo implica la organización y la integración de la creatividad y de los recursos de cada país para poner en marcha los procesos de acumulación en sentido amplio. El proceso es indelegable en factores exógenos los cuales, librados a su propia dinámica, sólo pueden desarticular un espacio nacional y estructurarlo en torno a centros de decisión extranacionales y, por lo tanto, frustrar los procesos de acumulación, es decir, el desarrollo. Un país puede crecer, aumentar la producción, el empleo y la productividad de los factores impulsado por agentes exógenos, como sucedió con la Argentina en la etapa de la economía primaria exportadora. Pero puede crecer sin desarrollo, es decir, sin crear una organización de la economía y la sociedad capaz de movilizar los procesos de acumulación inherentes al desarrollo o, dicho de otro modo, sin incorporar los conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas en el conjunto de su actividad económica y social.

Las relaciones

La globalización y el desarrollo económico de cada país guardan estrechas relaciones. La globalización ofrece oportunidades como, por ejemplo, la ampliación de los mercados o el acceso a inversiones y tecnologías. Pero plantea también riesgos y amenazas. La globalización no es en sí misma buena o mala. Su influencia en el desarrollo de cada país depende de las vías por las cuales éste se vincula a las redes de la globalización. Por ejemplo, en el comercio internacional, a través del estilo de vinculación con la división internacional del trabajo. El desarrollo requiere que las exportaciones e importaciones guarden un balance entre sus contenidos de tecnología y valor agregado para permitir que la estructura productiva interna pueda asimilar y difundir los avances del conocimiento y la tecnología. En relación con las inversiones de filiales de empresas trasnacionales, es preciso que su presencia no debilite las capacidades endógenas de desarrollo tecnológico. A su vez, el financiamiento internacional debe ser consistente con la capacidad de pagos externos y el equilibrio de los pagos internacionales. En resumen, desde la perspectiva de cada país, el resultado radica en el estilo de inserción en el orden global o, dicho de otro modo, en la calidad de las respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización.

En el transcurso de los últimos doscientos años, las asimetrías crecientes en el desarrollo económico de los países resultan del ejercicio del poder por las potencias dominantes pero, en última instancia, dependen de la aptitud de cada sociedad para participar en las transformaciones desencadenadas por el avance de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas. En este último sentido puede decirse que cada país tiene la globalización que se merece. Es claro que el ejercicio efectivo de la soberanía es un requisito para que un país pueda dar respuestas propias al escenario global. En el pasado, los países subordinados a la condición colonial estuvieron sujetos a las decisiones de sus metrópolis y su estilo de inserción con el orden global respondió a los intereses de las mismas.

Pero aun en situaciones de dependencia colonial, como por ejemplo en las trece colonias británicas de América del Norte o en los dominios británicos de Canadá y Australia, por sus propias condiciones internas y estilo de vinculación con las metrópolis, fueron posibles respuestas a la globalización compatibles con el desarrollo y la acumulación en esos territorios, antes de su independencia. En sentido contrario, países soberanos como los de América Latina, que conquistaron su independencia en los albores de la revolución industrial a principios del siglo xix, desde entonces hasta ahora no han logrado erradicar el atraso y generar respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización consistentes con su propio desarrollo.

Las respuestas

El orden global proporciona un marco de referencia para el desarrollo de cada país, pero la forma de inserción en su contexto externo depende, en primer lugar, de factores endógenos propios de la realidad interna del mismo país. La historia del desarrollo económico de los países puede relatarse en torno a la calidad de las respuestas a los desafíos y las oportunidades de la cambiante globalización a lo largo del tiempo.

¿Cuáles son entonces los factores endógenos que determinan aquellas respuestas? ¿Qué circunstancias determinan el éxito, vale decir su desarrollo? El análisis comparado de casos exitosos contribuye a responder a tales interrogantes. Existen países que al inicio de su despegue estaban relativamente atrasados respecto de la economía y potencia líder de la época. En el transcurso del Segundo Orden Mundial durante el siglo xix, había países grandes (Estados Unidos, Alemania y Japón) y pequeños (Suecia y Dinamarca) que estaban rezagados respecto de la potencia hegemónica al principio del periodo, Gran Bretaña. En la segunda mitad del siglo xx, casos notables son la República de Corea y la provincia china de Taiwán, que figuraban entre los más atrasados al concluir la Segunda Guerra Mundial. China es el ejemplo de mayor trascendencia.

Es decir, épocas distintas de la globalización y países muy diferentes por la dimensión de su territorio y población, disponibilidad de recursos naturales, tradición cultural y organización política. Sin embargo, en todos los casos se verifica la existencia de condiciones endógenas, internas, necesarias, que resultaron decisivas para que esos países generaran progreso técnico y lo difundieran e integraran en su tejido productivo y social, vale decir, para poner en marcha procesos de acumulación inherentes al desarrollo en sentido amplio. Este conjunto de circunstancias endógenas, insustituibles y necesarias al desarrollo, puede resumirse en el concepto de densidad nacional.

La densidad nacional

Entre esas condiciones figuran la integración de la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional, la estabilidad institucional y política de largo plazo, la vigencia de un pensamiento crítico no subordinado a los criterios de los centros hegemónicos del orden mundial y, consecuentemente, políticas económicas generadoras de oportunidades para amplios sectores sociales, protectoras de los intereses nacionales y capaces de arbitrar los conflictos distributivos para asegurar los equilibrios macroeconómicos.

En los casos exitosos, la totalidad o la mayoría de la población participó en el proceso de transformación y crecimiento y en la distribución de sus frutos. Esos países no registraron fracturas abismales en la sociedad fundadas en causas étnicas o religiosas, ni en diferencias extremas en la distribución de la riqueza y el ingreso. En todos los casos, la mayor parte de la población participó de las oportunidades abiertas por el desarrollo.

Los países exitosos contaron con liderazgos empresarios y sociales que gestaron y ampliaron su poder por medio de la acumulación fundada en el ahorro y los recursos propios, y de la preservación del dominio de la explotación de los recursos naturales y de las principales cadenas de agregación de valor. Los núcleos dinámicos del desarrollo en cada etapa fueron reservados para empresas nacionales o sujetas a marcos regulatorios que integraban a las filiales de empresas extranjeras en el proceso de desarrollo endógeno. Los liderazgos promovieron relaciones de sus países con el resto del mundo no subordinadas y, en el caso de aquellos que se convirtieron en grandes potencias, dominantes.

En todos los casos considerados, prevalecieron reglas del juego político-institucionales capaces de transar los conflictos inherentes a una sociedad en crecimiento y transformación. Bajo distintos regímenes de organización política, republicana o monárquica, federal o unitaria, el ejercicio del poder estuvo respaldado en la aceptación de las reglas del juego por todos los actores sociales y políticos involucrados. La interrupción de la paz interior por conflictos internos (como la guerra civil norteamericana, la unificación alemana bajo el II Reich y la eliminación del shogunato en Japón durante la Restauración Meiji) o la derrota militar y la ocupación extranjera (como en el caso de Alemania en las dos guerras mundiales del siglo xx y de Japón en la segunda), fueron sucesos transitorios y sucedidos posteriormente por la estabilidad del sistema político institucional en el territorio nacional de esos países. En los países exitosos predominó en la sociedad un sentido de pertenencia y de destino compartido.

Los diversos planos de la densidad nacional están íntimamente relacionados. La integración social contribuyó a formar liderazgos que acumularon poder dentro del propio espacio nacional, conservando el dominio de las actividades principales e incorporando al conjunto o a la mayor parte de la sociedad al proceso de desarrollo. A su vez, la participación de la sociedad en las nuevas oportunidades viabilizó la estabilidad institucional y política y ésta afianzó los derechos de propiedad y la adhesión de los grupos sociales dominantes a las reglas del juego político e institucional.

Estas condiciones endógenas y necesarias del desarrollo fueron acompañadas por otras también decisivas. Las ideas económicas fundantes de la política económica de los países exitosos nunca estuvieron subordinadas al liderazgo intelectual de países más adelantados y poderosos que ellos mismos. Respondieron siempre a visiones autocentradas del comportamiento del sistema internacional y del desarrollo nacional. Cuando aceptaron teorías concebidas en los centros lo hicieron adecuándolas al propio interés. Fueron visiones y enfoques funcionales a la puesta en marcha de procesos de acumulación en sentido amplio, fundados en la movilización de los recursos propios disponibles. Concibieron las empresas y préstamos extranjeros como subsidiarios del proceso de acumulación, asentado en la preservación del dominio de las actividades más rentables y fuente principal de la ampliación de la capacidad productiva.

El Estado fue el instrumento esencial para poner en práctica las ideas del desarrollo nacional y la vinculación soberana con el contexto externo. En virtud de las circunstancias propias de cada caso y cada época, el Estado intervino todo lo que hizo falta, raramente más de lo necesario, para regular los mercados, abrir o cerrar la economía e impulsar, orientando el crédito interno y por múltiples otras vías, las actividades consideradas prioritarias. El Estado fue un protagonista principal con mayor o menor grado de vinculación con la actividad privada, según los casos, en el desarrollo de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología para promover la innovación y la incorporación de los conocimientos importados en el propio acervo. La complejidad creciente de la actividad económica amplió y diversificó la demanda de tecnología que fue atendida en gran medida por la propia oferta de bienes complejos y conocimientos. La elevación de los niveles educativos y la promoción de la ciencia y la tecnología fueron objetivos importantes en la acción pública de los países exitosos, mientras el propio desarrollo multiplicaba los incentivos para que el sector privado desarrollara sus propias actividades e investigación y desarrollo.

La convergencia de estas condiciones endógenas necesarias permitió consolidar el derecho de propiedad, asentándolo en espacios cada vez más amplios de rentabilidad, y reducir los costos de transacción que facilitaron las actividades de los operadores privados. Permitió, asimismo, mantener los equilibrios macroeconómicos de largo, plazo incluyendo el presupuesto, el balance de pagos, la moneda y la estabilidad de precios. Cuando ocurrieron los desvíos, aun los casos extremos como la hiperinflación alemana de la década de 1920, fueron transitorios. En ningún caso se instalaron desequilibrios sistémicos, como un exagerado nivel de endeudamiento externo de largo plazo.

La globalización pone a prueba la densidad nacional de los países. En la actualidad se acrecentó la intensidad de las fuerzas globalizadoras y se fortalecieron las reglas del juego diseñadas por los países centrales. Pero al mismo tiempo se multiplicaron las oportunidades y la apertura de nuevos espacios para el desarrollo económico, incluso en los países rezagados. La calidad de las respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización resultan así más decisivas aún que en el pasado para determinar el éxito o el fracaso. Tales respuestas siguen dependiendo, en primer lugar, de las condiciones internas, endógenas, de cada país en aspectos críticos como la integración social, el comportamiento de los liderazgos y la estabilidad del marco institucional y político.

Densidad nacional e identidad nacional

Es preciso diferenciar ambos conceptos. La identidad nacional se refiere, esencialmente, a la cultura. Una sociedad de baja densidad nacional por la insuficiencia de las condiciones endógenas necesarias al desarrollo puede, sin embargo, crear valores culturales de reconocimiento universal. América Latina proporciona ejemplos notorios en tal sentido.

La cultura expresa la creatividad de la sociedad, en buena medida al margen del sistema de poder y la estratificación social. Abarca así a todo el arco social y se enriquece con el aporte de todos. En la Argentina, por ejemplo, incluye a Eduardo Arolas y a Borges, a Victoria Ocampo y a Arturo Jauretche, a José Hernández y a Federico Leloir, y así a todos los creadores de la música, la literatura, la ciencia y las múltiples expresiones del ingenio humano procesado en las condiciones propias del espacio vernáculo.

América latina

La formación de las naciones latinoamericanas en el transcurso de sus diversas etapas, es parte de la historia de la globalización, inaugurada a fines del siglo xv, con el descubrimiento del Nuevo Mundo y la apertura de la vía marítima de comunicación entre Europa Occidental y Oriente. Desde la conquista hasta la actualidad, principios del siglo xxi, la evolución de la sociedad y la economía en nuestros países, bajo el dominio colonial y luego como naciones independientes, es el resultado del contrapunto entre la realidad interna y el contexto mundial.

Cada uno de nuestros países ha construido su propia historia, pero la persistencia del subdesarrollo y la dependencia en América Latina, transcurridos dos siglos desde la independencia, revela que nuestras respuestas a la globalización, a lo largo del tiempo, no fueron acertadas. Sugiero que la causa principal radica en la debilidad de la densidad nacional fundada en la insuficiencia de sus componentes, en combinaciones diversas según cada país, como:

La excesiva concentración de la riqueza y el ingreso, la pobreza y las fracturas sociales.

Liderazgos distanciados de sus bases sociales y, consecuentemente, con estrategias de acumulación de poder como agentes de intereses trasnacionales antes que como conductores de sus sociedades, que retienen el dominio de los recursos fundamentales y las fuentes de acumulación en un sendero de desarrollo inclusivo y creación de oportunidades para la mayoría.

La inestabilidad institucional y la incapacidad de arbitraje de los regímenes políticos.

La subordinación al pensamiento céntrico como en la experiencia reciente con el Consenso de Washington.

Finalmente, como resultado de la convergencia de los factores anteriores, políticas que privilegian intereses de sector, generan desequilibrios macroeconómicos, despilfarran recursos y agravan la vulnerabilidad externa.

El fortalecimiento de la densidad nacional mediante la remoción de tales obstáculos es así una condición indispensable para el crecimiento con equidad, para poner procesos de acumulación en sentido amplio que impulsen el desarrollo sostenido y sustentable. La cooperación entre los países latinoamericanos y su integración es un instrumento importante para fortalecer nuestras respectivas densidades nacionales y adecuar nuestras respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización del orden mundial contemporáneo.

Bibliografía
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La densidad nacional: el caso argentino, Capital Intelectual, (2004),
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