El pasado 3 de marzo falleció en Barcelona, su ciudad de adopción, a los 84 años de edad, el eminente ginecopatólogo Don Manuel Márquez Ramírez tras varios meses de voluntariosa lucha contra una grave enfermedad, dando una última lección de discreción y entereza. Estuvo acompañado hasta el último instante por Milagros y sus queridos hijos.
Había nacido en Las Palmas el 29 de marzo de 1926 en una familia de médicos, hijo de un reputado otorrinolaringólogo. Inició sus estudios en la Facultad de Medicina de Sevilla, aunque pronto se trasladó a Madrid, donde, tras finalizar la carrera, continuó su formación en la prestigiosa Cátedra de Ginecología y Obstetricia de D. José Botella Llusiá, referente científico en la especialidad durante el período de la posguerra. Ya durante su formación en ginecología clínica nació su interés por la anatomía patológica atraído por la poderosa personalidad de D. Francisco Nogales Ortiz, director del Laboratorio de Anatomía Patológica de la Cátedra de Ginecología en el Hospital Clínico de Madrid, a quien siempre consideró como su maestro. Impulsado por su mentalidad científica, fue prolongando de forma progresiva sus visitas al laboratorio del Dr. Nogales, y aunque ejerció algunos años como ginecólogo, decidió finalmente dedicarse de forma exclusiva a su vocación anatomopatológica.
Posteriormente se trasladó a Barcelona, donde, tras unos años trabajando entre los hospitales Clínic y de la Santa Creu i Sant Pau, se incorporó como jefe de la Sección de Anatomía Patológica a la Cátedra de Ginecología y Obstetricia del Hospital Clínic que acababa de obtener su gran amigo el profesor Jesús González Merlo. En la década de los ochenta, pocos años después de la llegada del profesor Antonio Cardesa al servicio central de Anatomía Patológica del Hospital Clínic, se integró en este departamento como jefe de la Sección de Patología Ginecológica hasta su jubilación. Manuel Márquez supo adaptarse con gran inteligencia y habilidad a los nuevos tiempos, y desde el primer momento vio con claridad la necesidad de unificar los diferentes laboratorios dispersos y dependientes de las cátedras universitarias medicoquirúrgicas en grandes laboratorios centralizados de anatomía patológica dirigidos por patólogos. Fue probablemente el último representante en nuestro país de la figura del ginecólogo-patólogo. Desde su posición privilegiada, a caballo entre ambas disciplinas, impulsó la integración de la patología ginecológica en la anatomía patológica, sabiendo negociar con su natural caballerosidad y diplomacia con quienes veían este fenómeno con preocupación y desagrado.
Fue profesor asociado de Anatomía Patológica de la Universidad de Barcelona, alternando la docencia con la práctica asistencial. Fue un profesor vocacional, querido y admirado por sus alumnos y respetado por todos los miembros de la Facultad. Sus grandes conocimientos y su extraordinaria generosidad le llevaron a inspirar un gran número de tesis doctorales de ginecología que adquirieron, gracias a su orientación, un marcado carácter anatomopatológico. No pocos ginecólogos que ocuparon con posterioridad cátedras y direcciones en diferentes departamentos nacionales tuvieron en Manuel un compañero y un maestro entrañable.
El tesón y la metodología científica que le caracterizaron, junto con su profunda experiencia en patología ginecológica, le llevaron a realizar y colaborar en cuantiosas publicaciones que vieron la luz en revistas nacionales e internacionales y a escribir numerosos capítulos sobre anatomía patológica en textos de ginecología. Particularmente relevante para la ginecología y la patología española fue su manual Patología del endometrio, realizado junto con el profesor González Merlo, que constituyó la primera aproximación integral y comprensible a esta difícil patología, y que fue durante muchos años un referente nacional. Sus cursos sobre patología del endometrio, impartidos en los años setenta y ochenta sobre la base de su extensísima experiencia, constituyeron un hito en la época e introdujeron a muchos patólogos en una nueva forma de abordar la patología de ese órgano.
Manuel Márquez fue, además de miembro de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia, uno de los fundadores del club de patología ginecológica de la Sociedad Española de Anatomía Patológica. Gracias a su doble condición y a su extraordinaria generosidad, facilitó la cooperación entre ambas sociedades, estableciendo unos nexos de unión que perduran en la actualidad. Fue el impulsor de la formación de comisiones mixtas que elaboraron protocolos conjuntos de diagnóstico de las neoplasias ginecológicas que aún hoy continúan siendo de referencia, y también de la participación del club de patología ginecológica en diferentes congresos ginecológicos. Entre los diferentes premios que recibió durante su dilatada carrera destacan el de Miembro Honorario de la Sociedad Española de Patología Cervical y Colposcopia y, en 2007, el premio de la Fundación Santiago Dexeus por su trayectoria profesional.
Tras su jubilación fue nombrado médico consultor emérito del Servicio de Anatomía Patológica en el Hospital Clínic, donde hasta muy pocas semanas antes de su deceso acudió casi diariamente a disfrutar de sus mayores aficiones: mirar por el microscopio y participar en el comité de tumores ginecológicos. De este modo pudimos beneficiarnos durante casi veinte años más de sus enseñanzas y sus juiciosos comentarios que, tras una apariencia discreta, traslucían un rigor y un sentido común extraordinarios. Manuel Márquez fue hasta el final de su carrera, prolongada durante tantos años, un referente en la patología ginecológica catalana y española.
Su tierra natal, la ópera y el fútbol constituyeron sus grandes pasiones. Aunque partió muy joven de Las Palmas, siguió volviendo todos los veranos a su querida isla, que siempre estuvo presente en su corazón. Compañero de escuela y gran amigo del tenor Alfredo Kraus y de su hermano Francisco —profesor de canto del Conservatorio del Liceu—, era un profundo conocedor de la ópera italiana y un asiduo de las representaciones del teatro barcelonés. Muchos de sus discípulos lo recordaremos mirando atentamente un caso al microscopio mientras tarareaba alguna aria del repertorio belcantístico. El fútbol fue su otra gran pasión. Socio del Barcelona, era un espectador habitual del Camp Nou. Sin embargo, fue ante todo un entusiasta del buen fútbol en sus aspectos deportivos y tácticos, independientemente de equipos o banderas, pasión que transmitió a su hijo Manuel, en la actualidad entrenador consolidado y con un futuro prometedor. En sus últimos años, tras largas décadas de alejamiento no deseado y de profundos desengaños, reencontró en Milagros, la novia de su primera juventud, el amor y la paz merecidos. Ambos protagonizaron una bella historia que a muchos recordó una de las más famosas novelas del insigne premio Nobel colombiano, curiosamente apellidado como él.
Sin embargo, y al margen de sus aficiones personales y de su importantísima faceta profesional y académica, la característica más relevante de Manuel Márquez fue su inmensa calidad humana. Su exquisita personalidad y su honestidad dejaron durante toda su vida una inolvidable huella en sus discípulos y compañeros. Una de las principales cualidades de Don Manuel fue su extraordinario respeto por los demás, independientemente de la posición que ocuparan y de sus opiniones o colores. A pesar de su natural discreción, sus enormes cualidades personales le hicieron siempre objeto de admiración por parte de quienes le rodeaban. Fue un verdadero caballero en el sentido más noble y amplio de la palabra.
Quienes tuvimos la suerte de compartir con él trabajo, enseñanzas y amistad sentimos en lo más hondo la pérdida de un ser querido, de un gran maestro y de una entrañable persona.