Julio Cruz Hermida
Madrid: Grupo Editorial 33, 2002
Desde hace unos pocos años se puede constatar la participación cada vez más frecuente de representantes de otras especialidades; la complejidad creciente de la medicina e indiscutiblemente de la ginecología y obstetricia obligan a la multidisciplinariedad. A nadie extrañará que se solicite la autorizada opinión de un biólogo molecular o de un genetista o de tantas otras especialidades médicas o no médicas pero que intervienen en el desarrollo de nuestras especialidad.
Quizá resulta menos habitual que en nuestros eventos científicos intervengan poetas, escritores, filósofos, etc., gentes de disciplinas aparentemente aje nas a la ginecología, pero que aportan un sentido humanista, y muchas veces una crítica constructiva a nuestra actuación profesional. Sin ir muy lejos, en el reciente Congreso Mundial de la International Federation of Cervical Pathology and Colposcopy (Barcelona, junio de 2002), la sesión inaugural contó como acto preeminente con la conferencia del profesor de arquitectura Federico Correa, sobre la evolución del urbanismo en Barcelona, que introdujo a todos los participantes en el apasionante mundo de Gaudí. En la clausura una periodista, Margarita Rivière, expuso su punto de vista sobre el ginecólogo en su doble condición de paciente y de periodista científica. Puedo asegurar que ambas actuaciones fueron seguidas con un máximo interés y los asistentes al congreso felicitaron a los organizadores por haberles ahorrado los tediosos parlamentos, las discutibles escenas folclóricas o el protagonismo del político de turno quien generalmente suele enviar a un representante, alegando compromisos ineludibles de última hora.
Pues bien, tan largo preámbulo me lo ha motivado la lectura de la excelente monografía de nuestro colega Julio Cruz Hermida. Él es un humanista y entiende el gran desarrollo de la biotecnología, no como un progreso que se inscribe en un sentido unidimensional, que se caracterizaría por un alejamiento del compromiso humano del médico con su paciente, sino como una serie de medios que aligeran el trabajo cotidiano, y permiten desarrollar al máximo la vertiente humana, la transferencia o si se prefiere la sintonía con el paciente y su pathos.
La monografía de Cruz Hermida no trata de ninguna de las cuestiones apuntadas, pero sí nos muestra de lo que puede ser capaz un profesional de la medicina, es decir, no sólo ser puntuales conocedores de nuestra especialidad, sino mostrar el espíritu abierto a todo conocimiento que nos permitirá comprender mucho mejor al paciente, y él a su vez apreciará un humanismo que facilita el diálogo.
Es imposible convertirnos en modernos Leonardo da Vinci, capaces de diseñar ingenios voladores o plasmar pinturas con enigmáticas sonrisas que se prestan a interesantes interpretaciones que encontrará el lector en las páginas del libro; pero la obra de Julio Cruz Hermida quizá motive a alguno a pensar que la cultura, en cualquiera de sus expresiones, ejercida como un bien que nos enriquece, puede convertir un ejercicio profesional anodino en un importante acto de comprensión humanista, que desgraciadamente no es lo habitual en un mundo en el que lo aparentemente gratuito no se valora.