Algunas veces se dice que «Papanicolaou tuvo un sueño, eliminar el cáncer de cérvix». Muy cierto. Cuando el viejo violinista griego, en un episodio más de serendipity, atisbó que la aplicación de la citología exfoliativa obtenida del cuello uterino podría convertirse en la base de una estrategia excelente para prevenir el cáncer de esta localización, se abrieron las puertas a actuaciones posteriores que confirmaron (casi) la hipótesis. Casi. Incluso en los países donde el «test de Papanicolaou» ha sido aplicado en condiciones óptimas —alta cobertura de la población, buena toma citológica, calidad contrastada y controlada de su lectura, buena conexión con la bien protocolizada práctica clínica derivada de sus resultados—, el cáncer de cérvix no ha sido eliminado. La distribución mundial de nuevos casos de este tumor es muy desigual: 8 0 9 de cada 10 se diagnostican en países en desarrollo, donde se dan las condiciones de riesgo de que la enfermedad aparezca y, además, no se cuenta con estructuras preventivas adecuadas (ni terapéuticas: incidencia —muy alta— igual a mortalidad). En el otro lado de la estadística estamos nosotros, el primer mundo sanitario, con todas las posibilidades en nuestras manos pero aún con cifras que siguen siendo relevantes: 2 mujeres mueren al día en España por este cáncer supuestamente evitable. ¿Supuestamente? No. Ciertamente. Ahora, de forma rotunda, ciertamente evitable.
Desde que una magnífica tropa de pioneros —con la gente del Institut Català d’Oncologia entre ellos— sentó las bases de la relación causal necesaria del virus del papiloma humano con el cáncer de cuello de útero, un auténtico alud de información de la máxima calidad ha invadido la literatura médica. En algunos países, España incluida, cualificados representantes de distintas especialidades médicas se han unido en grupos de trabajo multidisciplinarios que han producido información consensuada que ha servido de base para abordar la prevención integral del cáncer de cuello de útero, el único cáncer en el que ahora mismo muy eficaces, efectivas, eficientes y seguras medidas de prevención primaria (vacunación) y secundaria (cribado) pueden ser aplicadas. De la implementación coordinada de ambas estrategias, puede derivarse que en el medio plazo los residentes de Medicina tengan que recurrir a los libros de historia para saber qué era y cómo se trataba el cáncer de cérvix. Pero para que esto —recordemos, el sueño de Papanicolaou— sea posible deben darse necesariamente 2 condiciones:
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que las autoridades sanitarias hagan suyas las nuevas recomendaciones de las sociedades científicas, incluyendo en su cartera de servicios para el conjunto de la población las políticas preventivas primaria y secundaria del cáncer de cuello de útero, promoviendo y facilitando la equidad para todo el territorio español;
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que los profesionales sanitarios apliquen estas recomendaciones, implicándose en el proceso, yendo un paso más allá de la simple información, cumpliendo así el mandato que les es inherente, proteger más y mejor la salud de sus pacientes.
Cuando un objetivo —eliminar el cáncer de cérvix— está tan cerca de poder se alcanzado, no hay excusa para que no actuemos debidamente. Probablemente, el emigrante griego, esté donde esté, nos estará vigilando. Ojo.