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Progresos de Obstetricia y Ginecología
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Vol. 50. Núm. 1.
Páginas 63-65 (enero 2007)
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Prof. Miguel Tortajada Martines
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F. Bonilla-Musolesa
a Catedrático. Académico de Número de la Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana
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Queridos lectores:

Me resulta tristísimo tener que dirigirme a todos ustedes en esta ocasión, para recordar a la persona con la que he compartido profesionalmente todo, absolutamente todo, desde que me incorporé a la facultad como catedrático en 1979. Lo llevo, en lo más hondo de mi corazón.

El 11 de octubre del año 2004, la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de la Comunidad Valenciana celebraba su noveno congreso científico en honor de quien, durante 6 años, había sido su presidente, don Miguel, que se jubilaba.

Impartió una conferencia magistral que le habíamos solicitado y, al iniciarla, él mismo anunció que sería la última vez que participara en un evento científico. Se jubilaba. Basó esta conferencia en las malformaciones mullerianas, campo donde, como comentaré, fue un experto mundial.

Ser presidente de nuestra sociedad fue, como veremos, sólo uno de sus numerosísimos méritos, y aun siendo una presidencia de índole regional, le dedicó toda su alma, como siempre hacía, con el fin de favorecer, aún más y en todo lo que le fuera factible, a todos los obstetra-ginecólogos de nuestra comunidad, algo que ya llevaba haciendo muchos años. Era su norma. Lo que muy pocos de ustedes conocen es que, con la constancia que le caracterizó toda su vida, había sido, ayudado por el profesor Galbis y 2 catedráticos de derecho, el autor real de la redacción de los estatutos y el encargado de adaptar las bases a la nueva legalidad y componer todos los fundamentos científicos de nuestra sociedad. Una labor muy ingrata, no remunerada, que no precisaba hacer, pero que, como siempre hacía, llevó a cabo sin esperar nada. A él se le debe todo.

El congreso lo homenajeó con una cena de gala, presidida por su esposa Amparo con todos sus hijos e hijas políticas, donde se le nombró miembro de honor. El profesor Tortajada, Miguel, tenía entonces 2 nietos de su hijo Pepe, Ana y Miguel, que tuve el placer de traer al mundo y estaban embarazadas María y Carmen. En realidad, lo que más ilusión le hacía, y llevaba casi 2 años diciéndomelo, era retirarse y dedicarse a sus nietos, pues ya había comenzado a disfrutarlos.

Lo cumplió, cerró su consulta y lo dejó todo o, mejor dicho, casi todo, sólo siguió actuando en 2 cosas: como miembro de la directiva de esta real academia pasó a ser, y no creo estar equivocado, la mano derecha de nuestro presidente; como catedrático, sólo solicitó que se le permitiera mantener su despacho para acabar con el máster, las tesis y trabajos que aún tenía pendientes.

No permitió que se le propusiera para catedrático emérito, ni por sus méritos ni ante el expreso deseo del resto de profesores del departamento. Él era un hombre justo y no solicitó, por su modestia, la dedicación a tiempo completo, ya que tenía clínica privada. Sólo 21 de los más de 1.000 profesores de nuestra Universidad estábamos en esa situación, si bien la mayoría de los 1.000 tenían bufetes, estudios o clínicas privadas abiertas y ejerciendo, algo que prohíben los estatutos de la Universidad. El rasero no fue igual para todos.

En el congreso se le prometió obsequiarle con un viaje a Nueva York, que no con un ordenador como inicialmente pensamos, pues llegamos a la conclusión de que lo manejarían sus nietos. Nada de eso se le pagó y eso que el presidente de la sociedad era yo.

El homenaje fue secreto, él no lo quería, hasta el punto de que su propia familia no lo conoció hasta 24 horas antes. Más de 300 ginecólogos le acompañamos, el 70% de los de nuestra comunidad, muestra del cariño y el afecto que todos le profesaban.

Miguel Tortajada nació en Algemesí el 3 de julio de 1934 en el seno de una familia profundamente católica y de ancestros médicos. Su padre lo era, y ambas circunstancias marcaron toda su vida y su quehacer. Estudió el bachiller en el colegio de los padres jesuitas para seguir la vocación médica en esta facultad. En cuarto y quinto año de medicina conoció a don Francisco Bonilla Martí, quien le inculcó el amor por la obstetricia y la ginecología.

Cuando finalizó los estudios, decidió llevar a cabo su especialización en Barcelona, desde 1960 como médico becario residente en la maternidad provincial que dirigía don Santiago Dexeus padre, y tuvo de compañero de turma a Santiago Dexeus hijo y, ya como profesor, por ser 4 años mayor, a José María Dexeus Trias de Bes. Con todos ellos y con otros 2 de sus profesores, los doctores Carceller y Fuster, mantuvo una amistad imperecedera de la que yo fui testigo presencial, y con don José María padre un cariño, una admiración y un respeto inigualables. Otra de las características propias de Tortajada.

Vuelve a Valencia y el profesor Bonilla Martí, que lo conocía al dedillo y que sabía de su formación y valía, lo ficha y lo nombra jefe de la maternidad, ya que entonces se disponía de 2 pisos en el antiguo edificio del clínico, uno para maternidad y otro para ginecología. Ya nunca más abandonaría a don Francisco.

En 1973 expone su tesis doctoral titulada El tratamiento intrauterino de la enfermedad hemolítica perinatal, calificada de sobresaliente cum laude y premio extraordinario, donde describe la metódica y los resultados de la transfusión sanguínea fetal intrauterina, algo de lo que fue pionero y revolucionario en nuestro país para tratamiento de los casos de grave hemólisis sanguínea por isoinmunización RH.

Para poder acceder a la Universidad, gana por oposición la Jefatura Clínica de Obstetricia del Hospital General y tras ello, en 1977, es nombrado jefe del Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital Clínico Universitario.

A partir de ahí, su carrera fue meteórica: en 1979, gana por oposición en Madrid la Agregaduría de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Valencia y, en 1982, es nombrado catedrático hasta su jubilación en el 2004. En 1990, fue elegido, por unanimidad, presidente de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de la Comunidad Valenciana, presidencia que repitió por 3 años más. En 1997, ingresa como miembro electo de nuestra real academia y, en el año 2003, es nombrado miembro de honor de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia.

A lo largo de su carrera científica publicó 111 trabajos en revistas de impacto internacional. Deseo destacar entre ellos el titulado Mullerian defects in women with normal reproductive outcome, publicado en la prestigiosísima revista Pertility and Sterility 1991, pues aún hoy sigue siendo citado en todos los libros de nuestra especialidad. Dirigió 24 tesis doctorales, la última de ellas, pendiente de lectura, está dedicada a la vida y obra de su maestro, mi padre, que he tenido el honor y el placer de leer, y que representa la demostración del cariño y el amor que le profesaba y que quería dejar plasmado, algo innato en don Miguel.

Su actividad se extendió a todo lo que era facultad de medicina y así fue director de la Escuela de Matronas desde 1975 a 1980 y director de la hemeroteca desde 1980 hasta 1984. Creó y dirigió el primer Máster Nacional en Reproducción Humana desde 1991 hasta su xiv edición en el 2004 e impartió 5 cursos de doctorados anuales desde 1982 hasta su fallecimiento.

Todos los días nos reuníamos en privado para hablar y discutir no sólo de facultad y hospital, sino de la familia y de nuestros problemas. Muchas, pero que muchas veces, hablamos de política y de la universidad. Él era comedido, yo no. Como coincidíamos en casi todo, sólo nos quedaba lamentarnos diariamente de la situación y tomarnos el café en el quiosco del centro de la avenida de Blasco Ibánez frente a la salida de la facultad. Nunca olvidaré esos ratos. Recuerdo, sin embargo, como anécdotas y como si fuera ahora, dos, pues me las repitió hasta la saciedad: cuando hablábamos del problema catalán, yo mal y el bien, para eso gran parte de su formación la había hecho allí, siempre me repetía que la muixaranga de Algemesí era mucho más vieja y mucho más bonita que els castellets de los vecinos de arriba. Y cuando hablábamos de los toros (a mí no me gustan nada, pero él era un gran aficionado) siempre me decía que las mejores corridas eran las de su pueblo, pues la plaza es única en España, porque es cuadrada y porque, además, daba igual quien toreara, siempre se llenaba y siempre salían todos por la puerta grande.

Cuarenta y ocho horas antes de dejarnos hablamos por teléfono, como hacíamos habitualmente desde su jubilación. Me contó su situación. No se encontraba bien y volvió a recordarme las cosas que quedaban pendientes y urgentes, conocía a la perfección su situación y que prácticamente todo estaba hecho, pero estuvo pendiente de todo hasta el último momento, no quería dejar un solo cabo sin atar. La conversación fue como siempre: esto es para tal..., aquello para esta..., búscame en la biblioteca de tu padre tal trabajo que me falta para la tesis de..., no «dejes de las manos» tal cosa que es vital para..., no olvides tal ayuda que nos han pedido... y, cómo no, no dejes de colaborar por el bien de la real academia.

En resumen, siempre todo para los demás, generoso como nadie, como fue su vida. Desde allí donde está, estoy seguro de que se siente orgullosísimo de lo que ha dejado tanto en el hospital como, sobre todo, en su familia, muy especialmente con Amparo, y sus 3 hijos, Miguel, Pepe y Manolo. Nada de lo que ha hecho por todos caerá en saco roto y su memoria permanecerá mientras persista este departamento del Hospital Clínico, esta facultad y nuestra real academia, porque forma parte vital de ellos.

Le quisimos y hoy yo aún le quiero más.

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