Quiero agradecer a nuestro compañero su interés en nuestro artículo1. Él expresó su preocupación porque varias especialidades médicas, concretamente la ginecología y la reumatología, enfocaran el problema «desde un punto de vista propio» (sic).
La osteoporosis es un problema mayor de salud pública, que afecta a millones de personas en el mundo. Es una enfermedad de género, ya que el 80% de las personas afectadas son mujeres.
La mayoría de las mujeres consideran al ginecólogo su «médico de cabecera» y depositan en estos profesionales la responsabilidad de no descuidar áreas de salud y bienestar específicamente relacionadas a su especialidad. Una de estas áreas es la osteoporosis.
La denominación de la enfermedad, osteoporosis posmenopáusica, no es baladí, ya que como sabemos los estrógenos tienen importantes efectos anticatabólicos y anabólicos en el hueso, y su déficit desempeña un papel central en el desarrollo de la osteoporosis2. La pérdida ósea se acelera en los primeros 4 a 8 años tras el cese de la menstruación. La consecuencia clínica primaria de la osteoporosis es una fractura por fragilidad, que es el resultado de una disminución en la densidad ósea y de la calidad del hueso. Este riesgo de fractura depende de factores clínicos, médicos, conductuales, nutritivos, medioambientales y genéticos.
Todos los agentes aprobados para el tratamiento de la osteoporosis (bisfosfonatos, calcitonina, raloxifeno, teriparatida) han demostrado reducir el riesgo de fracturas vertebrales. Sin embargo, aún estando a favor de ellos, se mantienen las controversias respecto de si las intervenciones no farmacológicas multifactoriales, incluidas la ingesta, la manipulación medioambiental o el ejercicio regular, reducen el riesgo para las fracturas osteoporóticas. Pienso que poder determinar la relación entre la ingesta dietética y la densidad mineral ósea (DMO) sería importante para identificar las estrategias nutritivas con las que alcanzar un excelente pico de masa ósea en la juventud y posteriormente minimizar la pérdida ósea relacionada con la edad3.
A pesar del acceso a opciones de diagnóstico económicas y de disponer de múltiples tratamientos eficaces, una proporción sustancial de mujeres de riesgo para fracturas osteoporóticas sigue estando sin diagnosticar y sin tratar4. Desarrollar estrategias que se dirijan a la prevención y a cualquiera de sus consecuencias (fractura, discapacidad, mala calidad de vida y pérdida del rol social) es uno de los mayores desafíos en el cuidado de la osteoporosis hoy día. Para ser eficaces, cualquier estrategia exige un planteamiento multidisciplinario, a través de todos los profesionales implicados, con independencia de su especialidad.
Para luchar contra esta epidemia silente es necesario que las pacientes «conozcan» las consecuencias de esta enfermedad y «reconozcan» cuáles son los factores de riesgo, sobre todo los modificables. Nuestro estudio pone de manifiesto el escaso conocimiento general de la osteoporosis y concluye en la necesidad de promover información de la enfermedad y de cómo mejorar el cumplimiento de los tratamientos cuando estén indicados1.
Para enfrentarnos a la osteoporosis hemos de «sumar» y no «dividir». Hemos de evitar cualquier «fractura».
¡Las mujeres nos lo agradecerán!