Estas últimas semanas, he tenido la oportunidad de pasearme por los servicios de urgencias de un gran hospital de mi ciudad debido a enfermedades agudas de dos familiares míos. En tres ocasiones y después de identificarme como familiar y como médico, me he encontrado con la desagradable sorpresa de oír, por parte de una doctora: «Ud. debe abandonar la habitación porque vamos a pasar visita»; por parte de una enfermera y por dos veces: «Haga el favor de abandonar el box de urgencias, que estamos trabajando»y por parte de un doctor: «Aquí no puede estar, ¡salga!».
Después de muchos años de actividad académica y asistencial, y con el cariño que conlleva esta dilatada experiencia a las distintas dependencias hospitalarias, les aseguro que es muy frustrante verse apartado, más o menos violentamente, de acompañar a tus seres queridos en situaciones comprometidas y de poder ayudar a tus colegas en la anamnesis de sus males y en la discusión de las posibilidades diagnósticas que conduzcan a determinar, con exactitud, la o las causas de sus dolencias, aún aceptando que el concurso de tu especialidad no es precisamente lo que se necesita en aquel momento.
He de decir que no todo han sido asperezas, ya que indefectiblemente y en cada situación me he cruzado con un o una ángel de la guarda que me decía: «Profesor, ¿qué hace Ud. por aquí? No se preocupe, que yo le proporcionaré la información adecuada». Se trataba, como pueden imaginar, de ex alumnos míos que se desvivieron por ayudarme en estas comprometidas situaciones.
Creo que, tanto enfermeras como médicos, hemos de irradiar la ética necesaria para que el enfermo se sienta totalmente protegido y no tenga que preocuparse más que de su dolencia, pero esta ética debe pasar no sólo por la relación con el mismo enfermo, sino también por la relación con el personal asistencial con el que colabora y con cualquier otro con el que se topa en el proceso de curar, que es justamente para lo que hemos estudiado y por lo que se nos ha formado en la facultad y después ha continuado a lo largo de nuestro trabajo profesional.
¿Deberíamos hacer algo? ¿Podemos, entre todos, humanizar un poco más esta medicina que tanto amamos? Yo creo que sí, debemos y podemos hacerlo. Debemos empezar por enseñar a nuestros alumnos el valor de la ética médica, no sólo para con los enfermos sino también para los colegas. Más de una vez, alguna enferma me ha dicho: «Doctor, el Dr. Rediez me comentó que la incisión de la histerectomía que me practicó el Dr. Renueve debía haberse cerrado de otra manera». Este ejemplo, como muchos otros, no debería repetirse.
He revisado el currículum de las carreras de enfermería y de medicina de nuestra facultad; en la primera, hay una asignatura obligatoria que se llama«Ética y legislación profesional», con seis créditos; en la segunda, hay otra asignatura, «Semiología general y propedéutica clínica. Ética médica», con 16 créditos y también con carácter obligatorio. La asignatura existe en ambas carreras; valdrá la pena que la ética se tome en serio por parte de nuestros decanos y profesores.
No es suficiente, sin embargo, que preparemos a nuestros alumnos durante su formación en la facultad; la práctica de la medicina continúa después de la graduación, no termina con el solemne juramento hipocrático y es responsabilidad de todos nosotros que, en los pases de visita, en las consultas externas, en los quirófanos, se aprendan estas normas. Acabo de leer en el número 47 de la Revista de la Universidad de Barcelona una larga entrevista a mi amigo y compañero de claustro, el Prof. Ciril Rozman que, entre otras cosas, dice: «Sin dimensión ética, la profesión médica pierde su esencia».