La tasa de envejecimiento de la población española (porcentaje de personas de 65 o más años de edad) no ha dejado de crecer en los últimos años y alcanza en la actualidad el 17%1. Este fenómeno demográfico ha tenido una importante repercusión sobre el sistema sanitario, que se ha hecho especialmente patente en algunos servicios médicos y quirúrgicos, debido a la alta prevalencia de algunos procesos crónicos y degenerativos (enfermedades cardiovasculares y respiratorias, artrosis, etc.) en esta población2. La osteoporosis, en su forma involutiva con mucho la más frecuente, es también una enfermedad propia de las personas de edad avanzada que afecta especialmente a las mujeres. Es bien sabido que las fracturas osteoporóticas aumentan con la edad y que constituyen uno de los problemas más relevantes en los ancianos debido a la mortalidad y morbilidad que generan. En su desarrollo intervienen fundamentalmente dos factores: la fragilidad ósea y el traumatismo. La fragilidad, a su vez, guarda relación con la cantidad y la calidad del hueso. El otro factor determinante, el traumatismo, tiene especial interés en la fractura de cadera, ya que en la mayoría de los casos se produce tras una caída simple (es decir, el enfermo se encuentra con los pies a la altura del suelo). Por otra parte, las personas mayores tienden a caerse más que los jóvenes, debido al deterioro de sus funciones neurológicas y motoras (disminución de la agudeza visual y de los reflejos posturales, pérdida de masa muscular).
En estas páginas revisaremos los factores que intervienen en la pérdida de masa ósea y muscular que acompaña al proceso de envejecimiento.
ENVEJECIMIENTO ÓSEO
A partir de los 40 años se produce una pérdida progresiva de masa ósea con la edad que aumenta en las mujeres durante los años que siguen al cese de la actividad ovárica. La pérdida de hueso afecta tanto al hueso trabecular (esqueleto axial) como al cortical (esqueleto apendicular), lo que produce un adelgazamiento de las trabéculas y la perforación y pérdida de conectividad de las mismas en el primer caso, y la disminución del grosor de la cortical y el aumento de su porosidad en el segundo. Se ha calculado que, a lo largo de la vida, las mujeres pierden más del 40% de la masa ósea en la columna y casi un 60% en la cadera. La pérdida de hueso es especialmente notable durante el período peri y posmenopáusico, aunque, en algunas ocasiones, la pérdida de masa ósea puede ser similar o incluso mayor durante la octava y novena décadas de la vida3. Estos cambios son debidos a la existencia de modificaciones en el funcionamiento de las unidades de remodelación que describiremos a continuación.
MODIFICACIONES EN EL FUNCIONAMIENTO DE LAS UNIDADES DE REMODELACION OSEA
La remodelación ósea puede alterarse de múltiples maneras. En primer lugar porque lo haga el balance de las unidades de remodelación. El mantenimiento de la masa ósea exige que la cantidad de hueso destruida por los osteoclastos y la formada por los osteoblastos sean iguales. Cuando en cada unidad se forma menos hueso del que se destruye (balance negativo), la masa ósea disminuye4.
Tal negatividad puede deberse a la pérdida de la capacidad de replicación celular que acompaña al envejecimiento en relación con el acortamiento telomérico, aunque la trascendencia de este fenómeno no puede asegurarse5. Así, en algunos modelos murinos se ha descrito la existencia de una disminución en el número de precursores osteoblásticos y del reclutamiento y proliferación de los mismos. También en estudios realizados in vitro con osteoblastos humanos se ha observado que los procedentes de personas ancianas presentan una menor capacidad proliferativa y responden peor ante diversos estímulos hormonales y paracrinos que los de los jóvenes6. Otro factor que podría influir en la pérdida de la capacidad proliferativa es el descenso del factor de crecimiento similar a la insulina tipo 1 (IGF1) que tiene lugar con la edad y al que más adelante nos referiremos7. Este balance negativo, estimado en un 3% en cada unidad de remodelación, es el responsable de la pérdida fisiológica de masa ósea que se produce con la edad y que facilita el desarrollo de osteoporosis en los ancianos.
Otra posibilidad es que se produzca un aumento del recambio óseo. Dicho aumento suele producirse a expensas de un aumento en el número de unidades de remodelación o de un incremento en la actividad de las mismas. Cuando las unidades de remodelación están en situación de balance negativo, un aumento en su número determina una intensificación de la pérdida ósea. Esto es lo que ocurre tras el cese de la actividad ovárica y constituye el fenómeno principalmente implicado en la patogenia de la osteoporosis posmenopáusica. El aumento del recambio tiene además otras repercusiones desfavorables para el hueso. Puesto que cada unidad supone la existencia de un espacio libre de hueso, el aumento del recambio se traduce en un aumento del número total de tales espacios, y en definitiva del llamado «espacio óseo en remodelación». Además, el aumento de actividad de los osteoclastos facilita el adelgazamiento y la perforación trabecular, con la consiguiente desconexión de las mismas. Este fenómeno incrementa exponencialmente la fragilidad esquelética. En el hueso cortical, demasiado grueso para ser perforado por los osteoclastos, el fenómeno sólo llega a afectar al endostio, en el que los osteoclastos pueden atravesar el sistema de Havers y alcanzar la médula ósea. Si el fenómeno es suficientemente intenso, la acumulación de múltiples perforaciones puede dar lugar a lo que se denomina «trabeculación» del endostio. Su consecuencia es un adelgazamiento de la cortical. En el espesor del hueso cortical el aumento del número de unidades de remodelación y el balance negativo de las mismas se traduce en un incremento de la porosidad4,8.
A diferencia de lo que ocurre en las mujeres con la menopausia, los varones no experimentan un cese brusco de la síntesis gonadal de esteroides sexuales, por lo que no se produce un período acelerado de pérdida de masa ósea similar al que aparece en las mujeres tras la menopausia. Además, la aposición subperióstica es mayor que en el sexo femenino, por lo que la pérdida de masa ósea es menor9. Sin embargo, como hemos comentado, a partir de la octava y novena décadas de la vida se produce en los ancianos de ambos sexos un marcado aumento de la resorción ósea3 que no se acompaña de un aumento parecido en la formación, lo que determina una pérdida de masa ósea comparable, e incluso mayor, a la que se observa en las mujeres tras la menopausia.
FACTORES DETERMINANTES DE LAS MODIFICACIONES EN LA REMODELACION
Las alteraciones en el funcionamiento de las unidades de remodelación que hemos comentado guardan relación con diversos factores que clasificaremos en nutricionales, hormonales, paracrinos, mecánicos y genéticos8,10,11.
Factores nutricionales
El déficit de calcio y vitamina D constituye probablemente el factor más relevante en los ancianos. Cuando disminuye el calcio ingerido con la dieta, desciende su absorción y baja la calcemia, lo que estimula la secreción de parathormona (PTH). La acción de esta hormona aumenta la reabsorción ósea, la reabsorción renal de calcio y la producción renal de calcitriol. Éste, a su vez, aumenta la absorción intestinal y reabsorción tubular de calcio y, en el hueso, favorece la acción resortiva de la PTH12. De esta manera, el balance entre entradas y salidas del organismo tiende a ser neutralizado, con estabilidad de los valores plasmáticos de calcio, pero a expensas de un balance negativo del mismo en el hueso13.
Es bien conocido que la ingesta de calcio suele ser insuficiente en la mayoría de los ancianos. Tanto en España como en otros países de nuestro entorno la ingesta media de calcio se sitúa alrededor de los 800 mg/día, cifra muy alejada de los 1.500 mg/día que recomiendan algunos autores a esta edad14. Además de la disminución en la ingesta, los ancianos también presentan una menor absorción intestinal de calcio y una mayor pérdida del mismo con la orina3,15. Todo ello contribuiría a explicar el aumento en las concentraciones de PTH y de los marcadores de resorción que se observa en un elevado porcentaje de personas mayores. De hecho, se ha comprobado que la administración de calcio en dosis altas (2.400 mg/día x 3 años) a mujeres mayores de 65 años consigue reducir los niveles de PTHi y de los marcadores de resorción a valores similares a los de las mujeres premenopáusicas16.
La falta de vitamina D tiene también efectos negativos sobre el esqueleto que van, dependiendo de su intensidad, desde la aceleración del recambio óseo (favoreciendo con ello el desarrollo de osteoporosis) hasta la inhibición de la mineralización (lo que conduce al desarrollo de la osteomalacia en los adultos y el raquitismo en los niños)17. Hay cada vez más datos que señalan que el déficit de vitamina D puede ser más prevalente de lo que se pensaba, especialmente en los individuos de mayor riesgo, como los ancianos18. Por ejemplo, en un estudio realizado en Dinamarca se comprobó que hasta el 80% de las personas mayores de 65 años presentaban una insuficiencia de vitamina D (25OHD < 20 Ëg/ml), que se acercaba al 100% en los ancianos institucionalizados. Además, en estos casos, más de la tercera parte presentaban una deficiencia grave de vitamina D (25OHD < 5 Ëg/ml)15. En España, más de la mitad de los ancianos, vivan en residencias o en casa, tienen niveles séricos de vitamina D claramente insuficientes (por debajo de 15 Ëg/ml), e incluso claramente deficientes (por debajo de 10 Ëg/ml), con un empeoramiento estacional al final del invierno y comienzo de la primavera19. Las causas de este déficit en vitamina D son varias. En primer lugar, la dieta de los ancianos suele ser menos variada y tener un menor contenido en vitamina D. En segundo lugar, el grado de insolación suele ser menor, debido a los cambios en el estilo de vida, menor actividad física, dificultades en la deambulación y el uso de más ropa de abrigo que los adultos jóvenes. Pero además, la síntesis cutánea de vitamina D mediada por la irradiación ultravioleta, disminuye en los ancianos debido a la menor concentración de precursores (7-dehidrocolesterol) que existe en la piel cuando se atrofia. Por último, la producción renal de calcitriol disminuye debido a la pérdida de función renal que acontece con la edad15,16.
Por otra parte, se ha señalado que el tratamiento con suplementos de vitamina D puede reducir la tasa de fracturas osteoporóticas en ancianos20,21, especialmente cuando se administran en dosis suficientes (800 UI de vitamina D/día) en aquellas personas que presentan una baja ingesta de calcio y vitamina D y que siguen adecuadamente el tratamiento20,22,23. Sin embargo, la utilidad de los suplementos de vitamina D en la población general es más dudosa22-25.
Además del calcio y la vitamina D, existen otros factores nutricionales que pueden desempeñar un papel en la pérdida de hueso asociada a la edad, entre los que se encuentra la ingesta proteica y el comportamiento alimentario en general. La malnutrición calórico-proteica es relativamente común en los ancianos. Este trastorno puede actuar directamente sobre el hueso estimulando la resorción e inhibiendo la formación, aunque probablemente también interviene a través de otros mecanismos como la reducción en la secreción de IGF1. El déficit de vitamina K podría contribuir a aumentar la pérdida de hueso al reducirse sus efectos sobre la carboxilación de algunas proteínas de la matriz ósea como la osteocalcina. Finalmente, se ha señalado que la ingesta excesiva de vitamina A puede provocar una disminución de la masa ósea y un aumento de la incidencia de fracturas. Esta situación se observa sobre todo en ancianos de países anglosajones que acostumbran a ingerir dosis excesivas de complejos polivitamínicos3.
Factores hormonales
Es bien conocido que las hormonas sexuales y la hormona de crecimiento (GH) ejercen un efecto anabólico sobre el hueso26,27. Las hormonas sexuales son imprescindibles para el normal desarrollo del esqueleto. Los estrógenos desempeñan un papel esencial durante la fase de crecimiento, no sólo en las mujeres, sino también en los varones. Además, en los individuos adultos los esteroides sexuales siguen ejerciendo una influencia anabólica sobre el esqueleto, al favorecer la formación y, sobre todo, inhibir la resorción ósea. Buena prueba de ello es la pérdida de masa ósea que se produce tras el cese de la actividad ovárica en las mujeres posmenopáusicas, o tras el bloqueo de la producción de andrógenos en los varones.
En las mujeres premenopáusicas más del 95% del estradiol se sintetiza en los ovarios. Tras el cese de la actividad ovárica, las pequeñas concentraciones de estradiol que se detectan en la sangre de las mujeres posmenopáusicas proceden de la transformación en el hígado y otros tejidos, como el adiposo, de los andrógenos como la testosterona o la androstendiona en estrógenos, gracias a la acción enzimática de la CYP19-aromatasa26. Recientemente se ha señalado que los estrógenos endógenos influirían también en la pérdida de hueso que experimentan las mujeres posmenopáusicas ancianas28. Además, aunque los andrógenos se consideran hormonas típicamente masculinas, también están presentes en la mujer. Durante el período fértil cerca del 25% de la testosterona se produce en los ovarios, otro 25% en las suprarrenales y el restante 50% en los tejidos periféricos. Tras la menopausia, la inmensa mayoría de los andrógenos provienen de las suprarrenales y su disminución podría guardar también relación con la pérdida de masa ósea que se produce en estas edades.
En los varones, la testosterona es el andrógeno principal y procede en un 95% de la síntesis testicular. A diferencia de lo que sucede con la menopausia, los varones no experimentan un cese brusco de la síntesis gonadal de testosterona. Sin embargo, con la edad se observa una disminución progresiva de la actividad androgénica, que depende de una cierta disminución de la síntesis testicular y, sobre todo, del aumento de los niveles de la proteína transportadora (SHBG), lo que reduce la fracción de testosterona libre, de forma que, entre los 25 y los 75 años, la concentración de testosterona libre se reduce un 50%26. Este trastorno contribuiría a explicar la pérdida de hueso que presentan los varones ancianos. De hecho algunos autores han descrito la existencia de una fuerte relación entre las concentraciones de estrógenos y andrógenos y la masa ósea en estos sujetos29,30.
Por otra parte, los andrógenos suprarrenales, como la dehidroepiandrostendiona y la dehidroepiandrostendiona-sulfato (DHEA y DHEA-S), también disminuyen de forma manifiesta con la edad, alcanzando sólo el 10-20% de los valores séricos normales en los adultos, lo que podría influir sobre la masa ósea28.
Los cambios en el eje GH-IGF1 pueden contribuir también a explicar la pérdida de masa ósea en los ancianos. A partir de los 50 años, la secreción de GH disminuye cerca de un 15% cada década y es la principal causa que explica la disminución en los niveles de IGF1 que se observa en los ancianos de ambos sexos7. También es posible que intervenga la alteración en las proteínas transportadoras de estas sustancias (IGFBP).
Factores paracrinos
Desde hace algunos años se conoce la importancia de los factores locales o paracrinos en el proceso de la remodelación ósea4,8,11,31,32. Parece bien establecido que la concentración sérica de osteoprotegerina (OPG) aumenta de forma progresiva con la edad, probablemente para contrarrestar el aumento de la actividad resortiva que presentan las personas ancianas31-33. Sin embargo, los resultados obtenidos con otros factores locales han sido contradictorios. Por ejemplo, la secreción de interleuquina 1 (IL1) se ha encontrado aumentada, disminuida o normal en los ancianos34. Algunos autores han señalado que los leucocitos de las personas mayores producen mayor cantidad de interleuquina 6 (IL6) que los de los jóvenes35. También se han publicado resultados discordantes con otras citoquinas como la interleuquina 3 (IL3), el interferón gamma (IFNΥ), el factor de necrosis tumoral (TNF) o las prostaglandinas33-36. Ello podría guardar relación con aspectos metodológicos, aunque hay que tener presente que los posibles cambios en la concentración sérica o en la síntesis in vitro de los distintos factores locales no refleja necesariamente lo que ocurre en el microambiente óseo.
Factores mecánicos
Las tensiones que resultan de las cargas mecánicas son un regulador importante de remodelado en algunas partes del esqueleto. De hecho, parece que los huesos largos y los cuerpos vertebrales necesitan cargas pequeñas, pero frecuentes, para mantener la masa ósea. En último término, la masa y la resistencia del esqueleto vienen determinadas por la necesidad de resistir las cargas y las deformidades impuestas por las actividades extremas de la vida diaria37. Se piensa que los osteocitos intervienen en la respuesta del hueso a los estímulos mecánicos, de forma que actúan como mecano-receptores que se comunican con los osteoblastos y osteoclastos presentes en las superficies óseas4.
La menor masa muscular, los problemas degenerativos articulares y la mayor prevalencia de enfermedades crónicas de las personas mayores, favorecen la inactividad física, incluido el reposo prolongado en cama, lo que contribuye a la pérdida de masa ósea en esta población.
Factores genéticos
La pérdida de masa ósea que se observa en algunos individuos puede deberse a otros factores distintos de los nutricionales u hormonales. Algunos autores han sugerido que existiría una programación genética que, activada por factores ambientales, determinaría la pérdida de hueso en los viejos. En algunos modelos animales se ha observado un componente hereditario en la pérdida de masa ósea relacionada con la edad38, y existen modelos murinos manipulados genéticamente que desarrollan un cuadro muy similar al de la osteoporosis humana39.
En las personas, la multiplicidad de factores ambientales hace difícil conocer la heredabilidad de las fracturas, aunque cada vez se acumula más información sobre el componente genético40. Por ejemplo, los estudios epidemiológicos han revelado que la presencia de antecedentes maternos de fractura se relaciona con un mayor riesgo de fractura en las hijas41. Por otro lado, a partir de los resultados de diversos estudios de familias y gemelos se ha estimado que la herencia explica entre un 40 y un 80% de la variabilidad de la masa ósea42. A pesar de que la importancia de los factores genéticos en la osteoporosis está claramente establecida, apenas se conocen aún cuáles son los genes implicados. Los estudios de asociación entre masa ósea y marcadores dispersos a lo largo del genoma han dado resultados poco reproducibles, tanto en ratones como en humanos, y no han conducido a identificar genes concretos, quizás con la única excepción del gen de la proteína 5 relacionada con el receptor de las lipoproteínas de baja densidad (LPR5, low-density-lipoprotein-receptor-related protein 5)43. De ahí que la mayor parte de los investigadores hayan optado por estudios focalizados en genes candidatos, seleccionados a partir de los conocimientos sobre la biología del esqueleto. Entre ellos, cabe destacar el gen del receptor de la vitamina D (VDR)44, el del colágeno tipo Ia1 (COLIA1)45 o los relacionados con tres rutas que tienen un importante papel en la actividad de las células óseas: la producción de estrógenos (gen del receptor de estrógenos alfa o ESR1 y CYP19A1 aromatasa)46, de la vía de señalización Wnt (Wnt10b, dickopf-Dkk1-, β-catenina y glicógeno sintasa cinasa-GSK-)47,48 y la vía del mevalonato (gen de la farnesilpirofosfato sintasa)49.
De acuerdo con lo anterior la osteoporosis es considerada como un rasgo genético complejo. Esa complejidad es compartida por otros procesos frecuentes, que tienen cierto componente genético y que a menudo están relacionados con la edad, como la diabetes, la artrosis o el cáncer50. «Complejo» significa que el proceso es multifactorial y multigenético. Así, los factores de riesgo genético (esto es, ciertos alelos o variantes génicas) serán transmitidos de generación en generación, pero su expresión fenotípica dependerá de la interacción con otros genes y con factores ambientales. Además de los factores que ya hemos comentado (nutricionales, hormonales, etc.), merece también destacarse el tabaco, el alcohol y algunos medicamentos como los glucocorticoides3.
ENVEJECIMIENTO MUSCULAR
La masa corporal magra disminuye entre los 35 y los 70 años, sobre todo debido a la pérdida de masa muscular esquelética y a la progresiva disminución del número y el tamaño de las fibras musculares. Este proceso se conoce con el nombre de «sarcopenia» y contribuye de manera evidente a la pérdida de fuerza y actividad funcional en los ancianos51. Al igual que sucede con la masa ósea, el pico de masa muscular se alcanza en la juventud, hacia los 25 años, y se mantiene relativamente estable hasta los 50 años (pérdida de un 10%). Sin embargo, a partir de esta edad hay una pérdida progresiva de músculo que se hace especialmente intensa a partir de la sexta década de la vida, y se llega a perder en total un 40% de la masa muscular cuando se alcanzan los 80 años. La pérdida de músculo se debe fundamentalmente a la disminución en el número de fibras musculares, especialmente las de tipo II o de contracción rápida y, en menor medida, a la atrofia de las mismas52. En la patogenia de la sarcopenia parecen intervenir varios factores, como la denervación del tejido muscular, los cambios en el metabolismo proteico o en las concentraciones de diversas hormonas y otros factores que comentaremos a continuación.
DENERVACION MUSCULAR
La denervación muscular provoca en los ancianos una pérdida de unidades motoras y por tanto de fibras musculares. Hasta los 60 años se mantiene aceptablemente el número de unidades motoras, pero a partir de esta edad, se aprecia una progresiva disminución en el número de neuronas motoras del asta anterior de la médula espinal y del número de uniones neuromusculares en los nervios periféricos. Estos cambios anatómicos se reflejan también en los estudios electromiográficos, en los que se observa una pérdida del 25% en el número de unidades motoras en las personas ancianas51. Por otra parte, se ha observado que conforme avanza la edad se produce un aumento en la expresión de la molécula de adhesión de las células nerviosas (NCAM) en los músculos de animales de experimentación, al igual que sucede con los músculos de animales jóvenes sometidos a un proceso de denervación52. No se conocen bien los mecanismos que determinan la aparición de este proceso, aunque cabe la posibilidad de que guarde relación con la disminución en el factor neurotrófico ciliar (CNTF), cuya producción disminuye con la edad en los nervios periféricos y que actúa estimulando la superviviencia de las motoneuronas53.
METABOLISMO PROTEICO
La alteración en el metabolismo proteico podría explicar la discreta pérdida muscular que aparece antes de los 60 años. A diferencia de lo que ocurre con los procesos de denervación muscular, la síntesis proteica empieza a decaer a partir de los 50 años y continúa haciéndolo hasta edades más avanzadas. Esta disminución parece guardar relación con la menor disponibilidad de moléculas de ATP en el músculo, debido probablemente a la disminución en el número de mitocondrias y a la afectación del ADN mitocondrial provocado por los fenómenos oxidativos que acompañan al aumento en la producción de radicales libres en los músculos de las personas mayores51,54.
FACTORES HORMONALES
Ya hemos comentado al hablar de los cambios en el tejido esquelético, que el envejecimiento se acompaña de una serie de cambios en algunas hormonas que poseen importantes efectos anabólicos sobre el tejido músculo-esquelético26,27. En los varones disminuye progresivamente la actividad androgénica, de modo que se reducen los niveles de testosterona total y libre. Además, la sensibilidad de los distintos tejidos diana, incluido el músculo, disminuye con la edad. Estos trastornos contribuyen al desarrollo de la sarcopenia, pues reducen la síntesis de proteínas en los músculos. De hecho, la administración de testosterona mejora la fuerza y la masa muscular en los ancianos, aunque los posibles efectos secundarios de dicho tratamiento limitan su uso55. En las mujeres, la caída brusca de los estrógenos contribuye también al desarrollo de la sarcopenia. Sin embargo, el menor desarrollo muscular del sexo femenino y la presencia de andrógenos suprarrenales tras la menopausia hace que este fenómeno sea en ocasiones menos aparente51.
La disminución en la concentración de la GH y de la IGF1 contribuiría también a explicar la pérdida de masa muscular en ambos sexos46. La disminución de IGF1 aceleraría la degradación de las proteínas musculares y reduciría la expresión de los receptores dihidropiridínicos (DHPR) y rianodínicos (RyR1) que desempeñan un papel crucial en la regulación del calcio intracelular y en la contractilidad muscular56. Así, en algunos estudios sobre ratones transgénicos que sobreexpresan la IGF1 se ha observado que la concentración de estos receptores no disminuye con la edad y se normaliza la concentración citosólica de calcio en las fibras musculares52,56.
FACTORES PARACRINOS
Al igual que sucede con el tejido óseo, existen algunos factores producidos por el propio músculo que parecen intervenir en el desarrollo de la sarcopenia. Por ejemplo, la IGF1 sintetizada en el músculo parece estimular la proliferación de las denominadas «células satélites». Se trata de unas células que están presentes en el sarcolema y que pueden ceder sus núcleos para que se incorporen en el citoplasma de las fibras musculares cuando éstas se hipertrofian. Esta isoforma específica de la IGF1, sintetizada localmente por el tejido muscular, ha recibido el nombre de «factor de crecimiento mecánico» (MGF), debido a que se produce en los músculos cuando se lesionan o son sometidos a una sobrecarga mecánica57. Pues bien, la concentración de ARNm del MGF está disminuida en los músculos de los ancianos, tanto de forma basal como cuando se les somete a una sobrecarga mecánica. Por otra parte, la administración de este factor a animales de experimentación así como el desarrollo de animales transgénicos que sobreexpresan el MGF consigue prevenir la aparición de la sarcopenia, lo que abre nuevas perspectivas en la prevención y el tratamiento de este proceso52.
OTROS FACTORES
Se ha señalado que los leucocitos de las personas mayores liberan una mayor cantidad de IL6 que los de las personas jóvenes35. Esta elevación podría desempeñar también algún papel en la sarcopenia debido a los efectos catabólicos y anorexígenos desarrollados por esta citoquina. También el déficit de vitamina D puede intervenir en este proceso. El calcitriol actúa directamente sobre las células musculares estimulando la síntesis proteica y promoviendo la captación de fosfato, con lo que se generan moléculas de ATP y se favorece así la contractilidad muscular. La estimulación de los VDR presentes en el músculo determina un aumento en la concentración de fibras de tipo II58. Por otra parte, en diversos estudios se ha señalado la existencia de una relación entre el riesgo de caídas y los niveles de 25OHD, que disminuye significativamente al administrar suplementos de Vitamina D59-61. Finalmente, el déficit nutricional, la menor actividad física y la alta prevalencia de enfermedades crónicas de los ancianos, contribuiría también a explicar la pérdida de masa muscular que acompaña al proceso de envejecimiento.
Correspondencia:
J.M. Olmos Martínez.
Departamento de Medicina Interna. Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.
Avda. Valdecilla s/n.
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