El doctor Jorge Vargas Suárez hizo llegar, para su publicación a principios del siglo XX, un pormenorizado relato clínico relacionado con el vasto capítulo de las fiebres tropicales1 que para el autor, no habían recibido en nuestro medio la merecida atención hasta el punto de considerarlo un asunto olvidado. El trabajo fue escrito en primera persona, y el modo como comunica sus experiencias sugiere el estilo de los expedicionarios naturalistas, en donde se destaca la capacidad de observación, el registro juicioso, detallado y ordenado de los fenómenos percibidos2, en una época para la que la entomología cobraba particular importancia dada la hipótesis de contagio mediado por vectores y que, de acuerdo, con la acertada afirmación del doctor Vargas, desaparecía por encima de los 1.500 m sobre el nivel del mar, alturas a las que ya no se observaba la presencia de los mosquitos transmisores.
Por no tratarse simplemente de un comunicado escueto de tipo técnico, la capacidad narrativa del doctor Vargas evoca para el lector aspectos relativos al contexto en el que fue testigo del brote epidémico. Girardot era el puerto fluvial de mayor importancia para el viajero que, desde Europa, buscaba llegar a la sabana de Bogotá3. Podemos imaginar una actividad comercial intensa y próspera en medio del optimismo que reinaba antes de la primera guerra mundial, y lo inconveniente que pudo llegar a ser para la actividad mercantil la exposición a las enfermedades tropicales. Cien años después debemos preguntarnos una vez más, si la salud pública y la educación médica colombiana no se encuentran en deuda con ese inmenso campo del saber sanitario que llamamos medicina tropical, y con el campo de la medicina portuaria (marítima, fluvial y aérea), de la medicina del viajero y del migrante4.
También, el doctor Jorge Vargas, con el estilo de comunicación de sus experiencias profesionales, nos conmina a reflexionar acerca de la importancia que tiene, para la formación médica5, el trabajo y dedicación que se debe prestar para mejorar la habilidad expresiva y la capacidad narrativa; aspectos que sin duda redundan en el fortalecimiento de los modos de pensar bien argumentados, y en la capacidad de imaginación para proponer miradas novedosas indispensables, y encontrar nuevas formas de inteligibilidad frente a los desafíos dinámicos que tensionan el objetivo de promover el mejor estado de salud posible para las poblaciones.