Aceptando el enfoque del pensador Edgar Morín, es claro que somos el producto de tres trilogías: especie, sociedad e individuo; cerebro, mente cultura y neocortex, mesoencéfalo y paleoencéfalo. Nuestra naturaleza está determinada por la interacción de cada uno de los componentes de esas trilogías.
Nuestras prácticas sexuales no son solo el producto de la cultura, ellas están estrechamente asociadas con la naturaleza de la especie como se puede colegir por las observaciones de los chimpancés bonobos o pigmeos o enanos (Pan paniscus), de los que nos separa un estrecho margen genético de 1.2%, que practican besos con lengua, penetración por delante y por detrás, felaciones, cunnilingus, frotamientos, masturbación y tocamientos diversos (y todo esto cualquiera que sea el sexo del otro bonobo, es decir, ya sea entre machos, entre hembras, a solas, acompañado(a) o en grupo).1
Desde el punto de vista fisiológico la respuesta sexual del varón, en general, tiene tres fases, la de excitación, la del orgasmo y la de resolución, mientras que en la mujer, la mayoría, tiene una más, la de la meseta. La fase de excitación puede ser psicológica o desencadenarse por la estimulación física de las zonas erógenas. Durante el orgasmo se aumenta el tono muscular estriado, se presentan movimientos carpopedales, la polipnea se hace más evidente, la taquicardia más intensa, la tensión arterial aumenta más, se presenta dilatación de pupilas, congestión facial, emisiones faciales y un rictus facial característico. Durante el orgasmo se aumentan los valores séricos de epinefrina, norepinefrina, prolactina y testosterona. En la mujer la liberación mayor de oxitocina causa contracciones uterinas. Durante el orgasmo se activan diversas zonas del cerebro, entre ellas el núcleo accumbens y el núcleo cingulado anterior. Cuando una mujer tiene un orgasmo verdadero (no fingido) su recto palpita a un ritmo de entre 8 y 13 hercios (ciclos por segundo).
El orgasmo provoca la liberación de la hormona oxitocina. Esta hormona contribuye a la formación del vínculo de pareja entre dos personas que mantienen relaciones sexuales, tras el orgasmo viene la fase de resolución y el organismo vuelve a la normalidad. Esto es así en el caso del hombre, ya que la mayoría de las mujeres vuelven a la fase de meseta. La presencia de betaendorfinas procura un estado de relajación, satisfacción y somnolencia. Se entra al periodo refractario. La prolactina inducida por el orgasmo explicaría por que en algunos hombres se presenta desinterés sexual momentáneo poscoital.
El erotismo si bien tiene como base las respuestas fisiológicas, es sustancialmente el producto de la mente, dependiente del neocortex, del desarrollo de la capacidad simbólica. Sólo los humanos han hecho de su actividad sexual una actividad erótica. La diferencia que separa al erotismo de la actividad sexual simple, es la búsqueda psicológica independiente del fin natural dado en la reproducción y del cuidado que dar a los hijos. El erotismo del hombre difiere de la sexualidad animal en que moviliza la vida interior y simbólica. La actividad sexual de los humanos no es necesariamente erótica. Lo es cada vez que no es rudimentaria, cada vez que no es simplemente animal.
El erotismo, el amor carnal, es un momento especial del discurrir de los simbolismos y las fantasías de poder: del mayor tamaño físico, el más fuerte, el más duro, el más resistente, al más rico, al más inteligente, al de mayor prestigio, al de mejor posición social, laboral y académica, de sumisión: busca protección y estar en manos del mayor poder físico, social o simbólico; de dolor-placer; de trasformación, de metamorfosis, de juegos de roles, de éxtasis místico. En el erotismo se expresan los sistemas de creencias y cosmogonías que tienen las sociedades a la que pertenecen las personas.
El erotismo ha sido de una forma u otra, representado en las artes plásticas de las diversas sociedades. Se ha expresado en pinturas y esculturas. Las primeras se han realizado al fresco sobre paredes de espacios privados y públicos, objetos de uso diario, papiros, papeles, etc., con múltiples propósitos: lúdicos, sagrados e ilustración. Las esculturas se han moldeado en arcilla, trabajado en metales dúctiles, esculpidas en piedras de diferente grado de dureza, en conchas, maderas, cachos y hueso.
AntecedentesLas normas culturales han influenciado enormemente en la representación de las diferentes prácticas sexuales. Por ejemplo, las sociedades politeístas del viejo mundo como las mesopotámicas, egipcias, griegas y romanas, indias, chinas, etc. produjeron y dejaron ver con pocas limitaciones representaciones eróticas en su arte, en contraste con las sociedades monoteístas como las cristianas; que siempre condenaron las relaciones femeninas anales, llamándolas sodomía o pecado nefando.
De América precolombina y precristiana aunque son bien conocidas universalmente las representaciones eróticas del arte mochica de la costa norte peruana, del 700.d.C (fig. 1), lo son menos conocidas las de otras culturas, como las de Tlatilco al noroeste de la ciudad de México alrededor del año 1000 a.C (fig. 2) y las de América Intermedia como son las colombianas y ecuatorianas (fig. 3).
Estatuillas cerámicas de Tlatilco en que se muestran de izquierda a derecha cuatro escenas heterosexuales, la primera en una posición 69, la segunda una penetración a tergo estando de pies ambos, la tercera una mujer penetrada vágilmente estando sentada sobre su acostado amante, la cuarta la mujer sentada sobre la pelvis de su acostado amante.
En todas las sociedades se ha insistido en la mayor capacidad sexual y de disfrute de la mujer. El mito griego que cuenta cuando Tiresias afirmó que el hombre experimenta una décima parte del placer de la mujer, Hera indignada, lo castigó dejándolo ciego. Zeus, sin embargo, le otorgó el don de la profecía y una larga vida. En el Kamasutra indio se afirma que el placer del hombre es apenas un octavo del de la mujer.
De América Intermedia el autor de estas líneas presentó en la primera edición de su libro titulado “Arqueomedicina de Colombia Prehispánica” en 1992, la fotografía de una pequeña escultura en material lítico de una cópula heterosexual de la cultura Nariño (fig. 4)2; en el número 34-35 del Boletín del Museo del Oro en 1993, en su artículo Homosexualismo prehispánico en Colombia: reflexiones alrededor de la evidencia etnohistórica y arqueológica, la fotografía de una pequeña escultura en cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita, que muestra un hombre con dilatación anal (fig. 5)3; en la segunda edición de “Arqueomedicina de Colombia Prehispánica” en 1999, además de la fotografía de la cópula registrada en la primera edición y la fotografía del artículo sobre homosexualismo ya mencionado, publicó la fotografía de una relación anal hombre mujer de la cultura Tumaco –La Tolita(fig. 6)4; en el capítulo Paleopatología en Colombia del libro del que fue el coordinador, titulado Aproximaciones a la Paleopatología en América Latina en 20075 y en la revista Repertorio de Medicina y Cirugía, número
25 de marzo 2016 en el artículo Pensamiento analógico mítica en la interpretación del arte prehispánico de interés en la arqueología y paleopatología, presentó las anteriores fotografías más la de una pequeña escultura de la cultura ecuatoriana Guangala, modelada en cerámica, de una relación homosexual, en donde uno de los hombres le hace al otro annilingus (fig. 7).6
Materiales y métodosSe presentan catorce piezas, ocho de ellas de la colección del autor y seis de la colección de Alonso Restrepo de León. Las piezas del autor son de piedra verde-jade y morralla, y las de Alonso Restrepo, una de morralla y cinco de hueso. De las catorce piezas, trece no presentan mayor dificultad interpretativa y solo una, de hueso, es un reto interpretativo. La esculpida en piedra blanda de color café amarillento morralla es una pieza de la cultura Malagana que floreció en la región Calima y el valle geográfico del río Cauca entre el 1 y el 700 d.C, muestra una relación heterosexual a tergo, por la espalda, sin poder definirse si es vaginal o anal, en donde el rostro del hombre muestra concentración en la tarea y el de la mujer es típico de uno de los rostros del orgasmo femenino, como que está gimiendo o gritando. La pieza de piedra morralla tiene de alto 7.5cm, de longitud 5.5cm y de ancho 4cm (fig. 8).
Son también de morralla, material en el que frecuentemente vienen incrustadas esmeraldas de la región esmeraldífera de Colombia, Muzo y otros municipios, dos escenas de cópula de color verdusco procedentes al parecer de la zona del Valle del Cauca, la primera de la cultura Malagana y la segunda, con su asa de alcarraza, recuerda la cultura de Calima (figs. 9 y 10).
La primera de ellas que mide de alto 7cm, de largo 11cm y de ancho 4cm representa una escena en donde una mujer yace de espaldas sobre un lecho con los muslos separados, la mano derecha sobre la cadera izquierda del hombre y la mano izquierda en el brazo derecho del amante que con los muslos levemente separados tiene su pene erecto en la vulva de la mujer y sus manos en las rodillas de la mujer, su tronco levantado permite ver los senos de esta. La escultura realza las fornidas nalgas del hombre y el rostro de la mujer con expresión de placer dada por su boca abierta (fig. 9).
La segunda de ellas que mide 5cm de alto, 6.8cm de largo y 3.5cm de ancho muestra una mujer acostada con los muslos separados y flexionados, penetrada por un hombre que sentado sobre sus piernas tiene las de la mujer sobre sus flancos mientras apoya sus manos en las rodillas de la mujer. A la espalda del hombre se ve un asa de alcarraza.
Las de piedra verde, jade, pertenecen al complejo cultural Pasto (Capulí-Piartal- Tuza) que floreció en el actual departamento de Nariño en Colombia y las provincias de El Carchi, Imbabura y Pichincha en el Ecuador entre 500 d.C hasta 1500 d.C. El jade es un término geológico y gemológico que incluye una variedad de rocas verdes monominerálicas que presentan una alta dureza, tales como la nefrita (tremolititas y actinolititas) formada por anfíbol cálcico y la jadeitita constituida por clinopiroxeno sódico.
En reciente estudio de los objetos de piedra verde de la cultura tairona de las colecciones arqueológicas del Museo del Oro, del Instituto Colombiano de Arqueología e Historia, del Laboratorio de Arqueología de la Universidad del Norte y del Museo de la Universidad de Antioquia, la investigadora Natalia Acevedo Gómez en su tesis de maestría en Medio Ambiente y Desarrollo de la escuela de Geociencias y Medio Ambiente de la facultad de Minas de la Universidad Nacional Marion Weber, con la profesora del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente y directora del Museo de Geociencias de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, sede Medellín, descubrió que la piedra verde encontrada correspondía a jade tipo nefrita obtenida de fuentes locales y a una piedra no documentada antes en Colombia, la variscita, y sugirió que la fuente de tal piedra se encuentra en Venezuela y en las costas del sur de ciertas islas del mar Caribe, lo que indica que llegó al territorio Tairona por las vías y rutas del comercio.7
Los objetos de piedra verde presentados aquí podrían ser de jadeitita, nefrita o variscita y su materia prima obtenida de fuentes locales o por comercio de bienes de prestigio y no perecederos con áreas mesoamericanas, gracias a la navegación marítima entre los pueblos del sur de las costas de actual Ecuador.8 Una hipótesis que se puede plantear es que del territorio suramericano se exportaran oro y conchas Spondylus prínceps y que del territorio maya en Guatemala y de la península de Nicoya en Costa Rica salieran bloques de piedra verde, amarillo y rojo del sur, por el verde del norte.
La fig. 11 muestra una pieza verde (jade) que mide 8cm de alto, 7cm en su parte más ancha y 5cm de profundo, correspondiente a una mujer que coloca sus manos encima del bajo vientre, con las piernas recogidas y dobladas hacia atrás que revela su ano dilatado y no se ve la vulva.
La fig. 12 mide 11cm de alto, 6.5cm en su parte más ancha y 8.5cm de profundidad corresponde a un hombre con las manos en las ingles, el pene erecto y arrodillado sentado sobre sus piernas.
Estas piezas hacen un perfecto conjunto de cópula cuando la pieza que corresponde a la mujer se coloca boca abajo y la pieza del hombre se coloca a espaldas de la mujer, ya que el pene entra perfectamente en lo que parece ser el ano (fig. 13).
La tercera pieza que mide de largo 11cm de ancho 3cm y de alto 8cm corresponde a una pareja en la que la mujer en posición genupectoral, con los brazos contra el pecho y girando la cabeza a su derecha, es penetrada analmente por un hombre de pie con leve flexión de las rodillas, que coloca las manos sobre las caderas de la mujer. Mujer y hombre muestran unos rostros concentrados en la tarea de búsqueda de placer (fig. 14).
La fig. 15 mide 12.5cm de alto, 8cm de profundidad y 3cm de alto, corresponde a una pareja copulando de pie en la que la mujer, embarazada es penetrada vaginalmente, aunque la vagina pareciera estar más arriba de lo normal, que gira levemente su cabeza a la derecha y el hombre lo hace también, pero en mayor grado, como evitando mirarse a los ojos. La mujer coloca su mano izquierda sobre la derecha del hombre y la derecha está tocándose su abdomen embarazado. El hombre coloca su mano izquierda en su ingle.
La fig. 16 mide 9.5cm de alto, 5.3cm de profundidad y 4cm de ancho corresponde a una pareja en la que hombre de mayor tamaño penetra analmente a la mujer y coloca sus manos sobre las caderas de su amante, mientras ella se sienta en las rodillas de su pareja y tiene los brazos cruzados sobre su abdomen.
La fig. 17 mide de alto 9.5 ctms, de profundo 9.5cm y de ancho 3cm corresponde a una pareja en la que estando ambos de rodillas, ella coloca las suyas sobre los tercios distales de los muslos de él, que con el pene erecto va en camino de penetrar vaginalmente a la mujer que muestra un abdomen embarazado.
Al hueso como materia prima, dentro del conjunto de plástica del arte prehispánico colombiano, recientemente se le comenzó a dar atención. El primer trabajo y único que aparece estudiando esta materia prima de forma sistemática es el de la antropóloga Elizabeth Ramos Roca, titulado Más allá de la forma y la función. Artefactos de hueso prehispánicos en Colombia. En este trabajo se hace un inventario y análisis de la colección ósea del Museo del Oro del Banco de La República en donde se encuentran artefactos de hueso de la zona del altiplano cundiboyacense, de la costa atlántica, de las zonas de Santander y del sur occidente.9
Ramos se detiene a hacer un estudio de la iconografía en el material en hueso de procedencia de la cultura tairona, la más abundante, y establece tres categorías: representaciones zoomorfas, antropomorfas y antropozoomorfas. En la categoría de antropomorfo no se muestra ninguna escena erótica. En este sentido las piezas presentadas a continuación son las primeras escenas eróticas que se conocen esculpidas en hueso (figs. 18–21).
Escultura en una vértebra de una relación a tergo en donde el hombre penetra analmente a la mujer, mientras coloca sus manos, la izquierda en el hombro ipsolateral y la derecha en la cadera ipsolateral de la mujer. La escultura mide 10.5cm de alto, 9,5cm de largo y 5.2cm de ancho.
Dentro de los sistemas de pensamiento de los indígenas, las relaciones sexuales entre las personas estaban concebidas no como unos actos aislados, sino que siempre fueron vistas dentro de un todo, en sus conceptos de salud, enfermedad y sus cosmogonías. Su práctica estuvo inmersa en su pensamiento holístico y analógico, la cópula fue y es vista por los indígenas como un momento especial de intercambio de energías. Entre los indígenas arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta el coito tiene recomendaciones especiales de tiempo, forma y posiciones. Una indígena arhuaca al observar la tercera pieza de jade presentada aquí, informó que la posición genupectoral de la mujer con penetración ya sea vaginal o anal por cuenta del hombre, es una posición muy recomendada practicarla al alba. Las relaciones sexuales entre ellos son motivo de prescripciones, indicaciones y prohibiciones según la edades, estado de salud, clima, las horas del día, etc. según considere la autoridad médica o mamo encargado de las tareas al interior de las comunidades; estas normas o recomendaciones sobre la vida sexual tienen el mismo propósito que las que existían en lo que se llamó la dieta, léase normas y recomendaciones que dictaba el empirismo hipocrático: mejorar la calidad de vida “El coito adelgaza, humedece y calienta; calienta a causa del ejercicio y de la secreción de lo húmedo, adelgaza por la evacuación, humedece a causa de los que queda en el cuerpo de lo licuado a causa del ejercicio…” “durante el invierno, pues, para oponerse a la estación fría y dura, conviene adoptar los hábitos de vida siguientes… practicar el trato sexual con mayor frecuencia en esta estación, y los mayores más que los más jóvenes”.10
Se sabe por diferentes fuentes, que en general entre todos los indígenas de la actual Colombia se busca que la mujer no se mueva durante la cópula, y que si lo hace corre el riesgo de ser tildada de “culo loco” y de haber aprendido la práctica de moverse de los colonos y mestizos.
El análisis del gran total de diecisiete escenas o piezas eróticas, trece escenas son mostradas por primera vez, ocho corresponden a relaciones a tergo por la espalda, a espaldas, de las cuales seis de ellas son claramente por penetración anal heterosexual, cuatro de la cultura Nariño, dos de la Tairona, una de la Tumaco -La Tolita y una sola corresponde a la cultura Malagana, en la que no se puede definir si la penetración a tergo es anal o vaginal.
Por conversaciones con mujeres indígenas de los pueblos arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Martha, wayuu de la Guajira y siona del Putumayo, se sabe que durante los ritos de paso puberales a las jóvenes se les insiste y recomienda hacer ejercicios de los músculos pubococcígeos para que tengan buenos espasmos de esos músculos durante el orgasmo. A la mujeres koguis y arhuacas se les hacía y hace la recomendación expresa de no moverse durante la cópula, porque estaban convencidos, por la asociación de la mujer con la madre tierra, que al moverse sus consecuencias serían equiparables a un movimiento telúrico con sus efectos sobre las personas y objetos que están en la superficie del terreno e inclusive generaría aguaceros que echan a perder las cosechas.
De las diecisiete, tres son claramente de relaciones homosexuales entre varones: una escultura tairona en hueso, donde un sujeto pequeño penetra a otro más grande; una cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita que hace resaltar al cuerpo de un hombre que con su mano izquierda separa su nalga ipsolateral dejando ver un ano dilatado, muy probablemente después de haber sido penetrado por esa vía; y otra, guangala, que muestra como la atención de uno de los hombres comprometidos en una relación homosexual fija su atención en el ano del otro, a través del annilingus.
El hecho que de las 17 piezas, en seis de ellas solo tienen relaciones heterosexuales uno enfrente a otro, puede indicar que la cópula buscaba dejar bien claro el papel dominante del hombre sobre la mujer si aceptamos que la penetración a tergo, en especial la anal está indicando la voluntad de dominio del macho y de sumisión de la mujer, o en imagen en espejo: lograr en la mujer la mayor atención posible por parte del hombre en la medida que este se aficionara cada vez más a ella. Esta última consideración realza la capacidad que tiene la mujer de “jugar” con su cuerpo, su capital erótico, como una forma de compensar el maltrato que recibía en su vida cotidiana en esas sociedades, profundamente convencidas con base en el pensamiento analógico de su impureza y consiguiente peligrosidad en virtud a sus sangrados menstruales.
¿Las relaciones anales con mujeres podrían ser consideradas, en la medida que es una práctica de sexo no reproductivo, una conducta de control natal deliberada? o ¿ese tipo de relaciones sexuales estuvieron asociadas a creencias de inversiones en sus cosmogonías? como lo planteó Anne Marie Hocquenghem en su estudio sobre la iconografía mochica publicado en 1987: “[las]…sodomías, se asocian con las escenas mochicas de entrada al otro mundo y forman parte de los ritos de duelo, sean individuales o colectivos”.11 La respuesta a la primera pregunta es no, básicamente porque como medidas de control natal esas sociedades tuvieron suficiente con el maltrato general dado a las mujeres, como se sabe por las mayores tasas de infanticidio de los neonatos femeninos, la mayor frecuencia de sacrificios infantiles de niñas que de niños, la práctica de darles menos cantidad y calidad de alimentación a las niñas que a los varoncitos y la frecuente ablación genital femenina.12–15 La respuesta a la segunda pregunta debe ser resuelta por futuras investigaciones con los mamos y mamas y chamanes de los supérstites pueblos indígenas.
Si calculamos el porcentaje que expresa la relaciones sexuales entre hombres, en este caso 3 sobre 15, llegamos a la conclusión que la homosexualidad masculina formaba parte de la realidad social representada por esas sociedades, aserto que las fuentes etnohistóricas confirman como escribieron Juan de Castellanos y Gonzalo Fernández de Oviedo, respectivamente: “Son gente entre sí tan desonestas/ Que las espaldas andan mal seguras,/ y en cualquier lugar claro y oculto/ se hallan muchos Priapos mal de bulto”16 “….en la Tierra Firme, donde muchos destos indios e indias eran sodomita e se sabe que allá lo son muchos dellos, y ved en que grado se precian de tal culpa que, como suelen ponerse otras gentes algunas joyas de oro y de preciosas piedras del cuello, asì, en algunas partes destas Indias, traían por joyel a un hombre sobre otro, en aquel diabólico e nefando acto de Sodoma, hechos de oro de relieve. Yo ví unos destos joyeles del diablo que pesaba veinte pesos de oro, hueco, vaciado e bien labrado, que se hobo en el Puerto de Santa Marta, en la costa de Tierra Firme, año de mil quinientos e catorce…Así que ved si quien de tales joyas se prescia y compone su persona, si usará de tal maldad en tierra donde tales arreos traen… Y así, habéis de saber que el dellos es paciente e toma el cargo de ser mujer en aquel bestial e descomunal acto, le dan luego oficio de mujer, e trae naguas como de mujer”.17¿Qué razones hubo para que la homosexualidad masculina no sólo se tolerara, sino que se auspiciara, en ciertas sociedades, como es claro por las descripciones de los cronistas, sobre lo que yo he llamado crianza invertida? “Entre los Laches... tenían por ley que si la mujer paría cinco varones continuados sin parir hija, pudiesen hacer hembra a uno de los hijos a las doce lunas de edad; eso es, en cuanto a criarlo e imponerlo en costumbres de mujer; y como lo criaban de aquella manera, salían tan perfectas hembras en el talle y ademanes del cuerpo, que cualquiera que los viese, no los diferencian las otras mujeres, y a estos llaman Cusmos, y ejercitaban los oficios de mujeres con robusticidad de hombre; por cual en llegando a la edad suficiente los casaban como mujeres, y preferíanles los Laches a las verdaderas, de que seguía de que la abominación de la sodomía fuese permitida en esta nación del Reino sólamente... Tal era melindre con que se ponían la manta y los que demostraba en los visajes al tiempo de hablar con otros hombres”.18–20
Creo que la razón principal es que existía la convicción, sobre la base del pensamiento analógico, que los hombres al tener contacto sexual con otros hombres no estaban expuestos al peligro de debilitarse, afeminarse o inficionarse de condiciones negativas, como si lo estaban al sostener relaciones con las mujeres menstruantes o recién paridas, como lo relaté en el artículo La mujer indígena en Colombia.21 Para las sociedades indígenas entrar en contacto con el semen de otro hombre pudo ser considerada una oportunidad de “cargarse” de masculinidad, como creen en algunos pueblos de Nueva Guinea para los jóvenes como rito de paso puberal, en vísperas de ciertas actividades que requieren aumentadas las características masculinas de fuerza: actividades cinegéticas y guerras.
Pienso que estas razones son las que sustentan la idea existente en muchas partes de Colombia que las prácticas sexuales con otro hombre dotan al varón que las lleva a cabo, mientras sea el que cumpla la función masculina, la de penetrar, de masculinidad, o por lo menos lo libran de ser considerado “marica”; simplemente es considerado un “cacorro”. Sobre esos juicios de valor recuerdo como en el año de 1975, durante mi año de servicio rural, en el corregimiento de Santa Isabel, en Montería, era motivo de juerga y berroche entre los adolescentes “pasar por las armas”, “comerse” como lo expresaban los muchachos, para referirse a la penetración anal que le hacían, a “bienvenida”, como le decían a otro joven de pueblo que cumplía la función femenina de recibir.
Dentro del conjunto estudiado ahora y las observaciones anteriores no hay claras representaciones de escenas de homosexualidad femenina, hecho que coincide con su ausencia en el gran conjunto de piezas eróticas mochicas estudiadas. Sin embargo, esto no quiere decir que la homosexualidad femenina no existiera.
Al ser la relación sexual entre mujeres tan rica en sensualidad de roces, miradas y palabras y no estar signada por la presencia del falo, los artistas prehispánicos representaron las relaciones lésbicas con más dificultad que las heterosexuales. Sin embargo aquí se presenta un conjunto de dos personajes que por su esbeltez y delgado macizo facial, y la delicada forma en la que están unidas sus manos, daría la posibilidad para que pensásemos que están representadas dos mujeres en una relación lésbica (fig. 22).
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.