El pasado 15 de octubre nos dejó el Prof. Domingo Espinós Pérez. No es posible pensar que en pocas líneas pueda ser capaz de hacer una breve semblanza de su vida y de su obra. Si hay personas en la medicina y en la universidad española que no necesitan presentación alguna, sin duda una de ellas, con letras mayúsculas, es el Prof. Espinós. Su vida profesional, académica y personal estuvo guiada en todo momento por una dedicación extraordinariamente generosa y desinteresada a sus enfermos, a sus alumnos, a sus discípulos y a su familia. Muchos y descollantes fueron sus logros profesionales y personales. Fue catedrático de Patología General y de Patología Médica en las universidades de Santiago de Compostela y Complutense de Madrid, respectivamente. Fue, asimismo, académico de número de la Real Academia Nacional de Farmacia y de la de Medicina, de la que fue vicepresidente, como lo fue del Instituto de España. En la Facultad de Medicina fue director del Departamento de Medicina, vicedecano y durante años, año tras año, padrino de sucesivas promociones de estudiantes, distinción que los que le conocimos sabíamos que apreciaba de forma muy especial. En el Hospital Clínico San Carlos fue, durante unos años, además de jefe del Servicio de Medicina Interna, director médico, labor que desempeñó con la misma entrega, dedicación e ilusión con las que acometía todas las cosas en su vida. Pero, por encima de todo, el Prof. Espinós emanaba la humanidad, la comprensión y la bondad que caracterizan al maestro y que permiten diferenciarlo del simple docente. Fruto de ese magisterio han sido los numerosos discípulos que, con orgullo, como tales nos sentimos y que a lo largo de toda la geografía española hemos llorado su pérdida. El magisterio del Prof. Espinós siempre trascendía la medicina y la ciencia para transmitir valores. La lealtad, el respeto, la generosidad ante la equivocación ajena, la capacidad de sacrificio, el esfuerzo y la ilusión fueron algunas de sus muchas virtudes, que siempre respaldó con el ejemplo de su vida personal. Sin grandes palabras, pero siempre con hechos concretos y ciertos ante cualquier demanda de ayuda. Todos hemos sentido durante años la proximidad de su magisterio, no sólo en la sabia dirección de lo que podríamos llamar nuestra "vida científica o profesional", sino, lo que es mucho más importante, al estar con cada uno de nosotros en los momentos más dolorosos y también en los más felices, demostrando así su generosidad
y su constante entrega.
En septiembre del pasado año, lleno de expectativas y proyectos, atravesó el umbral de la jubilación y fue nombrado profesor emérito de la Universidad Complutense. Esto, lejos de suponer para él un final de etapa, fue, como continuamente nos demostraba, una nueva ilusión. Nuevos proyectos para dedicarse, al tener más tiempo, a lo que siempre había sido su gran pasión, la investigación médica. Y así retomó, con renovado empeño, trabajos que, por culpa nuestra, no habíamos sabido o podido poner en marcha. Nueva ilusión también por participar en los seminarios clínicos de los alumnos de medicina, de los estudiantes de pregrado y posgrado, que siempre fueron uno de los motores de su vida. Todos estos proyectos e ilusiones se truncaron por un destino que no está en nuestras manos y que, incluso desde la profunda fe que el Prof. Espinós tenía, nos es difícil entender. Ojalá sepamos continuar nuestra vida con el ejemplo de su entrega e inspirados en el gran legado que él nos dejó.
Sin duda alguna es de bien nacidos ser agradecidos. Hoy, tomándome una pequeña libertad, quiero expresar públicamente, en nombre de todos sus discípulos y alumnos, de la Universidad y, como no, de los enfermos, el agradecimiento a un gran maestro de la Medicina. Estoy seguro de que desde el cielo seguirá guiando nuestros afanes diarios y aconsejándonos con la prudencia y el cariño que siempre nos tuvo. Descanse en paz.