El trauma es considerado una pandemia, y constituye la primera causa de muerte, en personas menores de 45 años, a nivel mundial, siendo los accidentes de tránsito y la violencia ciudadana sus causas más importantes1. La Organización Mundial de la Salud estima que cada 5s fallece una persona en el mundo a causa de una lesión traumática, ascendiendo a más de 5,8 millones de víctimas al año o 10% de las muertes en el mundo, siendo un 32% más que la suma de las muertes que causan la malaria, la tuberculosis y el VIH/sida juntos2.
Muchas de estas muertes son provocadas por hemorragia y coagulopatía subsiguiente, causas prevenibles más frecuentes en pacientes con trauma dentro de las primeras 24h3. En el último quinquenio muchos cambios en el manejo de la hemorragia significativa traumática han sido documentados, por ejemplo, el uso del ácido tranexámico, la razón balanceada de hemocomponentes para transfusión, o la resucitación de control de daños4.
El estudio CRASH-2, publicado en el 2010, constituye el ensayo clínico pragmático más grande que se haya realizado en pacientes con trauma. El estudio demostró que la administración precoz del ácido tranexámico reduce de manera segura la mortalidad en un 32% si se administra dentro de la primera hora, y en un 21% dentro de las 3 primeras horas y adicionalmente ha probado ser costo-efectiva5,6. En diferentes países, este hallazgo se está investigando y aplicando lentamente en entornos civiles y militares, tanto en la atención pre e intrahospitalaria7.
A pesar de que el CRASH-2 resulta ser la mejor evidencia disponible en este ámbito, y que este compuesto se comercializa hace muchos años, es accesible y barato, no hay una aplicación efectiva de este aporte científico en la práctica clínica relacionada a la atención de pacientes con trauma.
En él último quinquenio, América Latina ha sido escenario de generación de nuevas evidencias y como parte de iniciativas multicéntricas de nivel internacional. Sin embargo, la falta de una política de implementación de las nuevas evidencias generadas así como la débil regulación desde el nivel nacional y regional no han contribuido a que estas nuevas evidencias sean utilizados por los clínicos y salubristas que toman las decisiones para la salud pública e individual.
A nivel de lo individual, existen adicionalmente otras barreras que disminuyen la adherencia a la aplicación de nuevas evidencias, tales como el tiempo invertido en la actualización, actitud y disponibilidad por parte del prestador de la atención de salud, así como de las instituciones de salud del país. Esto se refleja en la falta de estandarización y uso de la mejor evidencia disponible en las prácticas de atención de salud. Estas demoras repercuten en el incremento de riesgo de complicaciones y de mortalidad innecesarias y evitables.
Por lo tanto, es imprescindible que las entidades gubernamentales de salud generen e implementen políticas y prácticas basadas en evidencia científica de manera eficiente, como el uso del ácido tranexámico que contribuye con la reducción de la mortalidad en pacientes con hemorragia postraumática. Existen, además, otros hallazgos científicos que podrían tener un impacto beneficioso en otros escenarios clínicos, si se lograra rápidamente incorporarlos en la práctica clínica a través del esfuerzo conjunto de las autoridades sanitarias e investigadores.
FinanciamientoLos autores declaran no haber recibido ninguna financiación para la realización de este trabajo.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener conflicto de intereses con la publicación de este artículo.