«Cada situación de cuidados es una oportunidad para crear» Almansa Martínez, 2011
De sobra conocemos que nuestro cerebro está formado por 2 hemisferios: el hemisferio izquierdo que rige la lógica y el razonamiento y, el derecho, que alberga el pensamiento creativo entre otras funciones1. Para estimular este último, es necesario desconectar de nuestro ambiente laboral, relajarse y dejar que surjan ideas nuevas sin censurarlas.
En cambio, el estrés y las exigencias a las que nos enfrentamos los profesionales sanitarios, son grandes obstáculos para la creatividad pues, pueden llegar a bloquear y paralizar la mente. Los grandes avances intelectuales tienen lugar cuando logramos reducir nuestra actividad cerebral.
Sin embargo, en la actualidad, las instituciones sanitarias y educativas no están orientadas a favorecer la autogestión de la salud, en el sentido de fomentar el pensamiento creativo en las funciones que nos competen para con nuestros pacientes. De este modo se favorecería el autoconocimiento y autoconfianza en las propias capacidades2.
Al examinar la literatura sobre creatividad, sorprende la amplitud del concepto; crear es la capacidad para ver las cosas de forma diferente; inventar, imaginar e innovar para dar respuestas infrecuentes estadísticamente. También es una habilidad social y, como tal, se emplea para describir los sentimientos, pensamientos, actitudes y conductas que se ponen en juego cuando se interactúa con otras personas en un nivel interpersonal. Cuando hablamos de habilidades estamos subrayando la complejidad y variedad de las respuestas pertinentes para desempeñar con eficacia funciones como mejorar la relación con cada usuario. Así, con dicho constructo hacemos referencia a conductas sociales: Aprendidas, orientadas a la consecución de objetivos y que comprenden elementos de comportamiento, cognitivos y emocionales.
A lo largo de nuestra historia enfermera, recordamos a Florence Nightingale, que contribuyó decisivamente a la profesionalización del cuidar: Afirmaba que «la enfermería era a la vez un arte y una ciencia» que necesitaba de una formación formal. Siguiendo su pensamiento, la enfermería como arte, sería «el uso inteligente y creativo de los medios disponibles para la aplicación de cuidados»3.
La creatividad también fue apoyada por las teorías humanistas y, particularmente por Rogers, quien afirmaba que «el hombre debía aceptarse a sí mismo antes de alcanzar su potencial»4,5.
Landau destaca la importancia de los pequeños detalles en el desarrollo de la imaginación creativa; el aprender a utilizar los sentidos: los ojos no únicamente para ver, sino también para MIRAR, o nuestras manos además de para asir, para palpar y SENTIR6. Observar lo que nos rodea. En ocasiones, un acontecimiento sin importancia como el juego de un niño, puede convertirse en el punto de partida para llegar a una gran idea. Los niños son creativos por excelencia; al no depender del juicio ajeno, tienen mayor libertad.
Argyle y Kendon7 hicieron uso del término «Timing» para referirse a la «capacidad del profesional para asumir el papel del otro» enfatizando otras 4 habilidades específicas de un buen profesional tales como la empatía, la escucha activa, la relación de ayuda y la asertividad. Dichas competencias incrementan la autoestima, la satisfacción con uno mismo, fomentan el trabajo en equipo y reducen los conflictos interpersonales. La empatía; herramienta del profesional sanitario, una vez establecido un vínculo de confianza, posibilita que este conecte con la realidad subjetiva del paciente para responder adecuadamente a sus necesidades y sentimientos, así como para guiarle en el proceso de su enfermedad. Del mismo modo, la asertividad se define como «la capacidad de expresar de forma directa qué es lo que uno desea», pero NUNCA a expensas de los demás, sino respetando a nuestro interlocutor.
Las conductas pasivas o agresivas no son eficaces en la relación terapéutica. No es extraño que la ausencia de habilidades sociales del profesional sanitario provoque insatisfacción del paciente y que, esta relación insatisfactoria afecte negativamente al resto de sus competencias técnicas. Por ejemplo: Ante un pensamiento tal como «No soy tan buen profesional como otros». La distorsión cognitiva que se produce en este caso sería el negativismo. Un profesional con competencias en habilidades sociales relativizaría el problema siendo creativo.
Desde la teoría del aprendizaje social de Bandura, la incompetencia social se explica por «carencia de conductas adecuadas en el repertorio de la persona», esto es, por socialización deficiente o falta de experiencia2.
Queridos lectores, fortalezcamos, pues, nuestra creatividad y autoeficacia, definida esta última como el «grado de confianza que tengamos en nosotros mismos» para avanzar en la dirección adecuada hacia la salud.
Especialmente a la revista Sedene por posibilitar la divulgación de nuestros hallazgos.