El siglo XX presenció movimientos pendulares epistemológicos que guiaron la praxis psiquiátrica, tanto desde extremos de reduccionismo psicológico hasta reduccionismos biológicos. Han pasado ya más de treinta años desde el apogeo de la psiquiatría dinámica, especializada en la búsqueda de una hermenéutica de los síntomas mentales; y ahora, bien entrados en el siglo XXI atrás queda también la llamada «década del cerebro» que vio surgir una avalancha de conocimiento neurocientífico y psicofarmacológico que cambió la comprensión de las bases biológicas de los síntomas mentales. Por su parte, académicos como Germán Berrios han difundido el modelo de síntomas mentales de la escuela de Cambridge, que impresiona por su refinamiento y capacidad de síntesis: los síntomas mentales serían constructos híbridos, con núcleos de disfunción neurobiológica que son recubiertos, en mayor o menor grado, por un caparazón hermenéutico que no puede dejar de lado la vivencia subjetiva del síntoma ni la estructura de personalidad o el contexto histórico-cultural en el que toma lugar. El tiempo parece entonces apropiado para un nuevo suplemento de Neuropsiquiatría; en la década transcurrida desde el último suplemento dedicado al campo en la Revista Colombiana de Psiquiatría el avance en el entendimiento de los síntomas mentales y sus bases neurobiológicas ha continuado su ritmo azaroso; además, hay una nueva generación de neuropsiquiatras en el país que busca difundir en qué consiste el quehacer neuropsiquiátrico, no como un movimiento reduccionista de las complejidades de la psicopatología humana sino como una subespecialidad de la Psiquiatría por derecho propio; y que cree que las herramientas tomadas de áreas como la neuroanatomía, la neuropsicología, la psicofarmacología y las neuroimágenes pueden contribuir a enriquecer el ejercicio clínico en los pacientes con síntomas mentales, en particular los síntomas secundarios a diferentes tipos de alteraciones neurológicas.
Siguiendo esa línea, los artículos del presente volumen se pueden agrupar en dos, aquellos dedicados a pensar el quehacer neuropsiquiátrico y aquellos dedicados a profundizar en algunos cuadros a menudo encontrados en la práctica clínica. Para este suplemento hemos contado con la fortuna de haber obtenido respuesta por parte de los autores invitados, tanto nacionales -los doctores Rivas y Holguín, que aportan su experiencia en la práctica clínica- como internacionales -el doctor Sachdev, el doctor Quemada y el doctor Jesús Ramírez Bermúdez, este último maestro en Neuropsiquiatría de varios de nosotros-. A todos ellos y al doctor Carlos Palacio les estamos gratamente agradecidos por su disposición y tiempo en este proyecto. La historia de la Neuropsiquiatría en el país espera a sus arquitectos.