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Inicio Revista Colombiana de Psiquiatría La adolescencia con Freud y Flaubert
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Vol. 47. Núm. 3.
Páginas 187-192 (julio - septiembre 2018)
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Vol. 47. Núm. 3.
Páginas 187-192 (julio - septiembre 2018)
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La adolescencia con Freud y Flaubert
Adolescence With Freud and Flaubert
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David Bernarda,b, Olga Medinac,
Autor para correspondencia
medinaolgalucia@yahoo.fr

Autor para correspondencia.
a Universidad de Rennes, Rennes, Francia
b Colegio Clínico Psicoanalítico del Oeste, Escuela Foros del Campo Lacaniano, París, Francia
c Centro de Orientación y Acogida Psiquiátrico de Sainte Anne, París, Francia
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Resumen

El texto aborda dos aspectos fundamentales de la crisis en la adolescencia desde las obras de Sigmund Freud y Gustave Flaubert: su encuentro con su objeto del deseo, el goce, el acto sexual y las causas del desprendimiento de la autoridad paterna y sus efectos. Se estudiaron en la obra de Flaubert las causas del enigma que el autor deja entrever en su texto Memorias de un loco: ¿Soy Otro o yo mismo?, ese sentimiento de extrañeza en el adolescente enfrentado en el despertar de un sueño, con un sentido y un deseo nuevo del objeto de amor. El deseo ardiente de ser como un grande y las mociones hacia los padres, influyen las decisiones para las que el joven no está preparado, dadas la educación acunada y las respuestas a sus investigaciones sexuales infantiles no satisfechas. Lacan puntúa que la relación sexual no existe y Freud puntúa el amor como siendo narcisista e infantil; las primeras manifestaciones amorosas, dado el fantasma que las recubre, continúan siendo las mismas, lo que se explica a través de Flaubert y del comentario de Lacan a Wedekind, en El despertar de la primavera. En la infancia el cuerpo de goce no está comprometido, por eso es tan simple; el adolescente sería ya una representación de la división del sujeto, del corte hecho por su inconsciente, del cual su cuerpo en ciertos casos portara las marcas, estará sorprendido, desconcertado por ese deseo nuevo que produce su inconsciente hasta el paso al acto sexual.

Palabras clave:
Adolescencia
Goce
Deseo
Acto sexual
Decepción
Crisis en la adolescencia
Abandono
Creación
Autoridad paterna
Abstract

The text approaches two fundamental aspects of the adolescent crisis from the works of Sigmund Freud and Gustave Flaubert: their encounter with their object in desire, pleasure, sexual act, and the causes the detachment from parental authority and their effects. A study was made on the work of Flaubert on the causes of the enigma, which the author suggests in his Memoirs of a Madman: Am I another or myself? That feeling of strangeness the adolescent experiences on waking up in a dream, with a new feeling and desire of the love object. The ardent desire of being like a grown-up, and the motions toward their parents, influence decisions for which the young are not prepared, given their cradled education and the unsatisfactory answers to their infant sexual investigation. Lacan notes that the sexual relationship does not exist. Freud rates love as being narcissistic and childish. The first amorous manifestations, given the fantasy that cloaks them always remain the same, as explained by Flaubert and Lacan's comment to Wedekind, in The Spring Awakening. In childhood the enjoyment of body is not involved. For this reason, it is so simple, the adolescent would be a representation of the division of the subject, the cut made by their unconscious, which their body, in certain cases, will carry the marks. They will be surprised, puzzled by this new desire that produces their unconscious to step toward the sexual act.

Keywords:
Adolescence
Enjoyment
Desire
Sexual act
Deception
Crisis in the adolescence
Renouncement
Creation
Paternal authority
Texto completo

En Memorias de un loco, Gustave Flaubert al relatar su despertar al amor enuncia un enigma: estas páginas «encierran toda un alma entera: ¿es la mía, es la de otro?»1.

El autor tiene 17 años, edad en que no se es serio (Rimbaud2), dejándonos la tarea de suponer las razones de ello. Justamente, nuestro deseo aquí será comenzar a aislar estas razones. Es decir, nada de lo que en el campo del Otro es serio, ni el pensamiento esperado, ni el proyecto programado, más bien el sujeto que divaga2. La dimensión de lo nuevo, lo inédito surge de repente en este joven ebrio por el despertar del deseo y del amor, afectado al mismo tiempo por el aburrimiento y la melancolía que constituyen también la marca de la adolescencia. Precisamos, entonces, la pregunta: ¿qué es lo que el despertar al amor introduce como revolución en el sujeto, que lo sorprende y lo empuja a su primer acto?

El amor de la infancia

Primera observación: El amor, según Flaubert, seria plural. «¡Hay tanto amor de la vida para el hombre! A los cuatro años, amor a los caballos, el sol, las flores, las armas que brillan, el aspecto de los soldados. A los diez, amor por la niñas que juegan con ellos, a los trece, amor por una mujer grande de pechos llenos porque recuerdo que lo que amaban los adolescentes hasta la locura era un pecho de mujer, blanco y mateado (…). Casi me desmayo la primera vez que vi desnudos los senos de una mujer. A los catorce o quince, el amor de una jovencita que llega a tu casa; más que hermana, menos que amante. A los dieciséis, el amor de otra mujer hasta los veinticinco. Luego uno ama tal vez a la mujer con la que se casará»1.

Existirían entonces los amores. ¿El psicoanálisis se adhiere al escritor en este punto? Una primera tesis de Freud lo confirma, la encontramos enunciada en sus Tres ensayos de una teoría sexual: la vida sexual y amorosa del niño se caracteriza por la ausencia del rasgo de la alteridad3. Si bien la diferencia de los sexos puede ser reconocida en lo imaginario, no lo es en el plano del deseo ni del goce. En otras palabras, la amistad infantil no se distingue de los amores infantiles. Es cierto que ellos pueden ser importantes, los niños en el preescolar tienen «enamorado», o «enamorada», sin que el cuerpo que goza esté comprometido; no obstante, Freud reconoció la existencia de una vida sexual en el niño, tanto como en el adulto, excepto que la realización de este deseo no pasa por el encuentro con el Otro en su diferencia sexual.

Para demostrarlo, veamos que en la Interpretación de los sueños Freud dice que el deseo en el niño es absolutamente egoísta4. El amor propio en el pequeño es ilimitado4, un narcisismo radical, y en esto el niño nos muestra la verdad del amor, siempre narcisista en el fondo. El niño, agitado por los goces que atraviesan su cuerpo, desea repetirlos sin que ese deseo haya girado aún hacia el Otro sexo. El cuerpo de goce se basta a sí mismo, y si pasa por el otro, será cortocircuitando su dimensión de alteridad. Los juegos de movimiento tienen para el niño una «atracción extraordinaria», nos dice Freud. «¿Qué tío no ha ayudado a volar a un niño atravesando la pieza con él a toda velocidad con los brazos extendidos, o balanceándolo sobre las rodillas y extendiendo bruscamente la pierna o levantándolo en el aire y soltándolo como retirándole apoyo? Los niños lanzan gritos de alegría, reclaman sin fatiga la repetición»; «… cuando ven las proezas gimnásticas en el circo, se activa este recuerdo. El acceso histérico de algunos niños reproduce tales proezas, ejecutadas hábilmente. No es raro que en el curso de tales juegos de movimiento, en sí inocentes, hayan sido despertadas también sensaciones sexuales. Los estrujones»4. Así, son los estrujones de la infancia y otros entrechoques que, en relación con los otros, harán brotan las emociones sexuales de nuestros niños. Freud lo enuncia así: «Las primeras mociones sexuales encuentran frecuentemente su raíz en los juegos de pelea y de lucha en los años de la infancia»4. En la Gradiva de Jensen, del amor de infancia del joven arqueólogo Norbert Hanold y de su bella Zoé, expresa: «otra vez, (…) amigos, encontrándonos todos los días para correr juntos y, a veces incluso, para intercambiar puñetazos o patadas»5.

El amor de infancia no es el de un hombre y una mujer, aunque su cuerpo llame a gozar, llevado por su deseo ardiente de ser grande, «obtener las cosas como los grandes»4. Un sujeto queda marcado por sus amores de infancia sin que las heridas narcisistas posibiliten las preguntas ¿qué es ser un hombre? y ¿qué quiere una mujer? Estos amores son simples; los malentendidos del sexo se escuchan menos, cada uno podrá encontrar a su cada una, y dejarla sin quedar muy dividido. Es otro amor el que el niño vislumbra: el de sus padres, y deseoso de cuestionarlos sobre su secreto, intenta sorprenderlos en su acto. Acto del que sabe haber nacido, por no decir que ha sido un resto, como lo recuerda Pascal Quignard6.

El goce narcisista, entonces, agita tempranamente el cuerpo del niño, quien desea repetirlo a través de sus juegos, acudiendo a los otros que reconoce como sus semejantes, para hacer lazo social de este primer goce que le falta y que lo supone en el lugar del Otro. He aquí la razón de los estrujones de la infancia. El deseo de ser grande es, ante todo, el deseo de acceder a este goce supuesto en el Otro. Freud insiste en ello con su Leonardo da Vinci: «Cuando los niños presienten, en el curso de su investigación sexual, que el adulto, en su dominio misterioso y tan importante, es capaz de una cosa grandiosa que le es impedido saber y hacer, un deseo impetuoso se despierta en ellos de ser capaces de la misma cosa»7. Freud resealta, además: «Las opiniones infantiles sobre la naturaleza del matrimonio (…) se expresan inicialmente en los juegos de los niños, en los que juntos hacen lo que constituye el estado de ser casado»8.

El amor infantil, entonces, podría ser verdad, pero el acto de amor será una semblanza. Las teorías sexuales del niño tienen consecuencias. Los juegos más importantes para la neurosis posterior son el «juego del doctor» y los juegos «a Papá y Mamá». Y en la pubertad, «los fantasmas se agarran de las investigaciones sexuales infantiles abandonadas»9. Es cierto que el niño no establece el acto de amor como encuentro sexual, sino el estilo de amor, aquel que tiene el hombre10; no el que la persona quiere darse, para restaurar su yo, sino aquel que lo hace sujeto causado por sus primeras elecciones de objeto, aun sin saberlo, las cuales, constitutivas de su fantasma fundamental, no variarán. Se podría decir, pues, que el amor es infantil9. Y lo que son las amistades íntimas9 de la infancia murmuran ya lo que será el futuro despertar del sujeto al amor. En la Gradiva…, Freud revela e interpreta el pasaje de Norbert Hanold : al encontrarse a su amor de infancia, se sorprende palmoteándola9 como en tiempos de los estrujones. Lacan presagia el estilo amoroso del pequeño Hans, quien «en posición pasiva (…), es del tipo de la generación de los años 1945; jóvenes encantadores que esperan que las empresas lleguen a su puerta, o que se les baje los pantalones»11.

¿Un nuevo amor?

Pero entonces, ¿no habría nunca nada nuevo en el amor? No lo habría en cuanto a la causa y al enganche fantasmático del amor. La clínica del adolescente nos recuerda hasta qué punto el sujeto se descubre allí, Otro para sí mismo. Asimismo Flaubert distingue los amores, sabiendo sobre su marca y del deseo nuevo que sorprende al adolescente, ante el cual él mismo casi se desmaya para desaparecer y borrarsed ante el objeto de su nuevo deseo. Se trata así de un trayecto nuevo de la pulsión que no cambia, lo nuevo está en cómo el inconsciente sorprende y divide al sujeto, es su estatuto y su lógica de corte12. El adolescente estará sorprendido, desconcertado por ese deseo nuevo que produce su inconsciente. Tesis que Lacan extrae de la pieza de Wedekind dramaturgo del año 1891, El despertar de la primavera: «para los muchachos, hacer el amor con las muchachas es imposible sin el despertar de su sueño»13. El deseo adolescente se constituye vía el trabajo de desciframiento del inconsciente, a pesar del sujeto mismo. Es contra el exceso de goce que acontece el evento de la pubertad, el cual el inconsciente cifrará, hará un sentido nuevo del cual saldrá un deseo inédito. Lo inconsciente, cual musa, murmura al sujeto la idea de estar enamorado y del acto de amor vía el camino real del sueño. Es por lo que el sujeto se descubrirá Otro que él mismo, incluso hasta en su cuerpo, encarnando la división del sujeto desapareciendo como Flaubert frente al objeto nuevo de su deseo. La vergüenza, como forma de desaparición del sujeto, no será el afecto prínceps del adolescente? El adolescente sería una representación de la división del sujeto, del corte, del que le hace su inconsciente, y del que su cuerpo en este caso llevará las marcas, como la clínica en ocasiones atestigua.

Planteado esto, veamos ahora con Flaubert las consecuencias de ese deseo nuevo que lo habita. En primer lugar, el autor nos confía que un sentido nuevo se expande en su mundo. Así, al contarnos su encuentro inaugural con una mujer, no joven, en una playa de Picardie, escribe: «Cuando (…) ella pasaba cerca de mí, yo escuchaba el agua caer de sus ropas y al roce de su caminar, mi corazón latía con violencia, yo bajaba los ojos, la sangre se me subía a la cabeza —sofocado—, sentía ese cuerpo de mujer medio desnudo pasar cerca de mí con el perfume de la ola. (…) Yo estaba inmóvil de estupor como si la Venus hubiera descendido de su pedestal y se hubiera puesto a caminar. Es que por primera vez entonces sentía mi corazón, sentía algo místico, extraño, como un sentido nuevo. Yo estaba bañado por sentimientos infinitos, tiernos, acunado por imágenes vaporosas, olas, era más grande y orgulloso a la vez. Yo amaba»14. Prosigue: «¡Qué pena! La ola borró los pasos de María. Fue ante todo un estado de sorpresa y admiración: sensación mística, toda una idea de voluptuosidad aparte. (…) Yo estaba en una estupefacción del corazón sintiendo por primera vez una pulsión. Como cuando el primer hombre despertó sus facultades. ¿Qué soñaba? Imposible decirlo: yo me sentía nuevo y extraño a mí mismo, una voz me llego al alma: una nada, un pliegue de su vestido, una sonrisa, su pie, la más mínima e insignificante palabra me impresionaban como cosas sobrenaturales, tenía para soñar todo un día. Seguía su huella a lo largo del muro, el roce de sus vestidos me hacía palpitar de felicidad».

Flaubert está afectado efectivamente, de un nuevo sentido dado a las cosas, pero que en principio le es enigmático. Con qué sueña, nos dice, le es imposible decirlo. Una sola cosa es cierta: él se experimenta Otro distinto de él mismo, nuevo y extraño. Flaubert utiliza frecuentemente el significante «sensación», el cual encontramos en la pluma de Rimbaud, con el que titula uno de sus poemas en el que confía sus primeras emociones de adolescente. En cuanto a Flaubert, nos indica aquí que requiere tiempo entender de qué eran portadoras estas sensaciones. Esto podría esclarecernos un poco la frase que Lacan formula en Wedekind: «el enigma que se encuentra en el sentido del sentido. El sentido del sentido es que él se une al goce como prohibido. No para prohibir la relación sexual, sino para fijarla en la no-relación que vale en lo real»15.

Para Flaubert, María es lo Prohibidoe, una mujer que va acompañada de su marido, en la que el joven ve también a la madre. «María tenía una hija. La amaba, abrazaba, llenaba de caricias y de besos. Hubiera acogido uno solo de esos besos como perlas, tirados sobre la cabeza de la niña. María la amamantaba: un día descubre su pecho y le presenta su seno. Un pecho abundante y redondo, piel marrón y venas azules bajo esa carne ardiente. Antes no había visto a una mujer desnuda. ¡Oh! El éxtasis efecto de la vista de ese seno».

María, lo Prohibido, huella de lo que no queda, sino una huella: «La ola borró los pasos de María», «mi mirada permanecía puesta en la huella de sus pasos». Tenía todo un día para soñar, no sin que el goce onanista, sexual, sea convocado, que él describe con esta metáfora: «Volví a la habitación de mi albergue, quería dormir: escuchaba siempre las olas del mar junto al bote, oía caer los remos, escuchaba la voz de María: tenía fuego en las venas, todo volvía a pasar ante mí —la caminata de la tarde, la de la noche, veía a María acostada— y me detenía ahí. Porque el resto me hacía estremecer. Tenía lava en el alma, cansado me acosaba de espaldas observando mi vela quemándose y su disco temblar al máximo; con un embrutecimiento estúpido veía correr el cebo de la antorcha de cobre y extenderse la negra pavesa en la llama»16.

Separación

¿Qué decir de todo esto? Primero que todo, que hay un ombligo del amor, punto cero a partir del cual el sujeto podrá dejarse llevar por su ensueño de amor infinito. Con Freud y Flaubert reconocemos este ombligo de sueño de amor: podríamos decir un goce primero. Es sobre la base de la primera elección de objeto de amor prohibido, es decir la madre, que el joven girara hacia otras mujeres, no muy diferentes. El despabilarse al amor en la adolescencia es ante todo un despertar. «La elección de objeto se realiza como representación», nos dice Freud, «y la vida sexual del adolescente se extiende en fantasmas; en los cuales reaparecen las inclinaciones infantiles reforzadas por la presión de la energía somática, con una frecuencia conforme a leyes; la moción sexual del niño hacia los padres, del hijo hacia la madre y de la niña hacia el padre». Luego prosigue: «Al superar y rechazar estos fantasmas incestuosos, se cumple una de las realizaciones psíquicas del periodo de la pubertad: el franqueamiento de la autoridad paterna, se crea la oposición entre la nueva y la antigua generación, indispensable para el progreso cultural»f.

Es lo que querríamos señalar, y desarrollar. El despertar de los fantasmas infantiles en la pubertad y la primera elección de objeto tendrá una doble consecuencia: no solo el rechazo de estos fantasmas incestuosos, sino también la oposición a la autoridad paterna. Lo que podría darnos una nueva reseña sobre los conflictos generacionales que constituyen la adolescencia. El sujeto no rechazará a sus padres sino en la medida del amor incestuoso que él les tiene, y que le toca rechazar. Solo que, ¿cuáles son las razones de esta oposición entre la nueva y la antigua generación?

Freud nos dice aquí su causa: en Franqueamiento de la autoridad paterna y otros textos, precisa la feliz consecuencia para el sujeto: una autonomía del espíritu. Se deduce entonces que el franqueamiento de la autoridad paterna es, antes que nada, una separación respecto del Otro supuesto al saber. El discurso de este Otro se colorea de achaques de vejez, inconsistencia, traición por las berquinades17 de nodrizas con las que el Otro quería atiborrarlo para esquivar sus preguntas embarazosas. Ante estas dos grandes preguntas infantiles, que son: ¿cómo se hacen los niños?, ¿qué es la muerte?, el Otro estará siempre en dificultad para responder. «El niño rechaza creer las informaciones que se le dan, (…) rechaza, por ejemplo, la fábula de la cigüeña, tan rica en sentido mitológico, (y) de este acto de incredulidad, fecha su autonomía de espíritu (…), se siente a menudo en seria oposición con los adultos y (…) no les perdona a decir verdad haber sido, en esta ocasión, engañado sobre la verdad»g.

A pesar del sentimiento inefable de traición que inaugura la relación con el Otro, el niño finge creer, pues todo hombre tiene «la necesidad de apoyarse en cualquier autoridad», y esta «necesidad es tan imperiosa que para ellos el mundo vacila si esta autoridad se encontrara amenazada»18. Este franqueamiento y rechazo de la autoridad se despierta en la adolescencia. El adolescente tiene que separarse a la vez de sus primeras elecciones de objeto y del Otro paterno como saber. Su mundo vacila. Se le contaron historias no creíbles, olvida que pedía que se las repitieran y se las cuenta luego a su progenitura, aunque estas preguntas, por estructura, queden sin respuesta. De ahí que Freud en su Malestar en la cultura aconseje que más vale no acunar al niño con muchas ilusiones sobre el mundo, puesto que la fría experiencia del desencantamiento lo espera18.

Puede ser una primera erección o un nacimiento en la infancia que producirán la pregunta: ¿de dónde vienen los niños?; en la pubertad, el real será el de la libido nueva, que conduce al adolescente más allá del acto masturbatorio al goce del acto sexual vía el Otro. En ambos casos, un real traumático y las desilusiones medirán la inconsistencia del Otro para con sus preguntas. Al sentimiento de traición del niño responde la oposición del adolescente. En medio del amor y las nuevas sensaciones, encontramos la desilusión profunda, signo de una no relación sexual. Digámoslo con Lacan, en el prefacio de Wedekind: el adolescente percibirá por su cuenta, en esta primera vez, que la sexualidad hace agujero en lo real19.

¿Las primeras veces serían distintas de los primeros fracasos? La experiencia hecha por el sujeto de la inexistencia de relación sexual y el hecho de que los padres serán siempre muy viejos para poder responder a cómo ser un hombre o cómo ser una mujer, incluso cómo amar, y que el acto sexual, logrado o no, nunca reúne ese amor infinito20 fantaseado. Del lado del saber, entonces, tanto como del lado del acto, es difícil hacerse hombre o mujer. Aquí, se revela la inconsistencia del Otro sobre las preguntas de la vida, la muerte y el sexo. El amor, la muerte, cómo ser hombre o mujer, es lo que atormenta a los adolescentes; sin respuestas, son empujados a verificar en acto. Flaubert atestigua sobre la primera mujer con que se acostó a los 15 años: «Una mujer se presenta ante mí. La tomo —y salgo de sus brazos lleno de indignación, de amargura—, pero podría hacer el “Lovelace d’estaminet”21, había cumplido la tarea —el vicio— y se me había elogiado. Hablaba de mujeres y de amantes. A esa mujer le cogí odio; venía a mí, yo la dejaba; hacía sonrisas que me molestaban como una mueca repelente (…). Me preguntaba si esas eran las delicias con que había soñado, esos transportes de fuego imaginados en la virginidad de ese corazón tierno y niño. ¿Eso es todo?, ¿es que luego de ese goce frío no debe haber alguno más sublime, más amplio, algo divino, y que hace caer en éxtasis?»22. Y es en efecto el pozo sin fondo que se abre para él, allí donde se deseaba el horizonte sin límitesh. Agrega: «Horas enteras la cabeza entre mis manos mirando el piso de mi estudio o una araña que hace su tela en la silla de nuestra maestra»23. «El cansancio me coge, dudo de todo. Joven yo era viejo, mi corazón tenía arrugas, y al ver ancianos aún vivos, llenos de entusiasmo y de creencias, me reía amargamente de mí mismo, tan joven, tan desengañado de la vida, del amor, de la gloria, de Dios, de todo lo que existe, de todo lo que puede ser. No obstante, tuve un horror natural antes de abrazar esta fe en la nada. Al borde del pozo cerré los ojos, caí»23.

Tedio y cansancio desvelan la fría ironía agregada a sus pasiones ardientes23. El acto de amor, por reales y deseados que sean sus beneficios, es engañoso, y nuestro hombre toma acto. Saldrá exiliado de la relación sexual en la que quería asegurarse un plus de ser y el discurso del Otro será reducido a su mentira. ¿Se puede revocar el plan del universo y los deberes del hombre? Y si su mirada permite adivinar un sueño del alma, como niño asustado por un fantasma imaginario, cierra los ojos sin osar mirar. «Ábrelos, hombre frágil y lleno de orgullo, pobre hormiga que subes con dificultad tu grano de polvo, te dices libre y grande, (…) ¡Tú, libre! Desde tu nacimiento, sometido a enfermedades paternales semilla de todos tus defectos (…). ¿Por qué naciste? ¿Quisiste? ¿Fuiste consultado? (…) Por grande que seas, fuiste más sucio que la saliva y lo más fétido de la orina, sufriste metamorfosis como un gusano, viniste al mundo, casi sin vida, llorando, gritando y cerrando los ojos odiando ese sol al que ahora llamas»23.

Allí donde el joven deseaba amar para ser hombre, cae en el no sentido de la existencia, y la pregunta sin respuesta que se había formulado tempranamente: ¿por qué nací? Flaubert nos demuestra que, en el amor, el sujeto volverá a despertar a la falta de un significante en el Otro. La paradoja ante el no sentido de la existencia concuerda con ese sentido nuevo que es el amor y el deseo de Otra cosa.

Según Freud, el adolescente aprovecha la rebelión y su valor para decir No, no engañado, denunciará las mentiras del Otro. Igual, interpretará Lacan, si es de la naturaleza de los revolucionarios desear secretamente un amo23. En lo que, a la manera que Freud se acuerda de sus profesores, valdría aquí mitigar: «Estamos al acecho de sus pequeñas debilidades tanto como de sus grandes méritos (…), igualmente llevados tanto al amor como al odio, a la crítica como a la veneración»23. Oponerse al Otro requiere que haya una apariencia de este Otro, y que este consienta en dar lugar a lo nuevo, nombre del adolescente según Hannah Arendt24, sin lo cual es la errancia lo que podría amenazar al sujeto, el adolescente queda oscilando entre «presentimientos» y «errores»25.

En Leonardo da Vinci, Freud saluda el valor de haber renunciado al padre26. A propósito de él mismo, nota no haber podido inventar el psicoanálisis sino a condición de haber osado refutar las teorías neurológicas. «Comprender que la obra del primer nombre de la neuropatología alemana no tenía más relación con la realidad que un libro de sueños “egipcio” vendido en librerías populares fue doloroso, pero me ayudó a demoler un nuevo lado de esa ingenua creencia en la Autoridad»25. ¿Cómo no quedar reducido a la errancia27 ni a su sola condición de objeto, sino sonreír de inventar, contra el Otro?

Inventar, esto podría ser una manera, en efecto, de no ser serio: además del deseo nuevo que embriaga al sujeto y lo hace divagar28, el acto por el cual aquel se inventará como hombre o mujer. Separarse para advenir, Freud lo habrá experimentado por sí mismo, adolescente: «el presentimiento de una tarea, que no se resumía en primer lugar sino en voz baja, hasta que eso se pudiese (…) verter en palabras sonoras»29.

Conflicto de Intereses

El autor declara no tener ningún conflicto de intereses

Bibliografía recomendada

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Télévision. En: Autres écrits.
du Seuil, (2001), pp. 533
[25]
S. Freud.
PUF, (1984), pp. 229
[26]
H. Arendt.
La crise de la culture.
Gallimard-Folio, (1972), pp. 227
[27]
S. Freud.
Un souvenir d’enfance de Léonard de Vinci.
Gallimard-Folio, (1991), pp. 233
[28]
S. Freud.
Autoprésentation. En: Œuvres complètes V.
PUF, (1992), pp. 64
[29]
S. Freud.
Préface à Jeunesse à l’abandon. En: Œuvre complètes V.
PUF, (1992), pp. 161

A la manera de Dalio, desapareciendo en el film de Jean Renoir La regla del juego, ante el objeto imaginario de su deseo.(véase Le désir et son interprétation, inédit, leçon du 10/12/58 en: Lacan J. Le Séminaire Livre VI. París: du Seuil; 1994).

En este punto hay que asociar Flaubert con Rimbaud, al estremecerse cuando ve pasar a «una señorita con airecitos encantadores /bajo la sombra del espantoso cuello postizo de su padre» (Roman. En: Œuvres complètes. p. 199), o también en Besos robados de François Truffaut: el deseo de Antoine por la esposa de su patrón, el Sr. Tabar.

Véase los comentarios de Lacan sobre el ombligo del sueño en Réponse de Jacques Lacan à une question de Marcel Ritter, le 26 Janvier 1975. Lettres de l’École Freudienne. 1976;.(18).

La palabra berquinade hace referencia al escritor Arnaud Berquin, quien crea el género, con el sufijo –ade. Sus obras son de carácter sentimental y un poco infantil. Se utiliza el término para decir «parece que ese prólogo es una berquinade en comparación con los actos que se seguirán. ¡Puede uno dejarse atrapar por tales horrores!».(Cami Pierre Henri, 1884-1958, humorista francés. Dupanloup o los prodigios del amor).

Nota de traducción: Lovelace, seductor perverso y cínico; estaminet, pequeño bar, sobre todo en el norte de Francia.

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