Se nos ha ido Paco Alarcón y con él le símbolo de unas cualidades que no se valoran debidamente hoy. Él era un hombre que quien le conocíamos bien sabíamos de su fidelidad exquisita a sus principios y que tenía un modo de entender la medicina que nos inculcaron en la Facultad hace más de 60 años.
Después de hacerse estomatólogo, colaboró durante un periodo de tiempo en el Instituto Nacional del Cáncer, donde aprendió a ver al hombre enfermo íntegramente y participar en la difícil lucha del mantenimiento de su vida.
Cuando llegó al Gran Hospital de la Beneficencia (hoy Hospital de la Princesa) se polarizó más en la patología especialmente quirúrgica de los enfermos del área maxilofacial. Eran los años 60.
Independientemente de la actividad hospitalaria que desarrolló, se ilusionó desde el principio con el “proyecto” -que teníamos un pequeño grupo-de conocer, profundizar y relacionar una serie de situaciones patológicas de distinta naturaleza que se asentaban en la región maxilo cervico facial y que hasta esa fecha eran tratados con criterios más o menos localistas por otorrinos, cirujanos generales, estomatólogos, traumatólogos etc. La idea fundamental era crear una nueva especialidad que se llamase Cirugía Maxilofacial con personalidad y formación propia.
En aquella época, teníamos la oportunidad de recibir muchos enfermos de todas las provincias, ya que el nuestro era el único centro nacional de referencia.
Siempre colaboró Paco, aportando su trabajo a este objetivo, aunque nunca con protagonismo personal. Formó parte de la creación de la Sociedad, fue Director de la Revista durante cerca de 20 años, miembro de la junta directiva en varios periodos y responsable de los avances que la especialidad iba adquiriendo dentro de la medicina expuestos en congresos internacionales durante años.
El trabajo de muchos cristalizó en la consecución del Título de Especialista en el año 1976 en nuestro país. Es de señalar que fue el primero en Europa.
El siguió colaborando durante años, como Jefe de sección en el hospital pero siempre quedo vinculado al grupo. Frecuentemente nos reunía y con su increíble memoria nos recordaba innumerables anécdotas.
Quiero no dejar de insistir en que hemos perdido uno de los nuestros que entendían la dedicación al enfermo como una obligación autoimpuesta. El medico sólo tiene un objetivo: curar, aliviar e intentar retrasar la muerte del enfermo. Ello no tiene nada que ver con una obligación horaria o la percepción de un salario. Desde el momento en que el enfermo es un “usuario” y el hospital un “centro de dispensación de salud” cambian todos los planteamientos.
A Paco, como a otros, nos cuesta aceptar este nuevo modo de hacer medicina.
No quiero terminar sin nombrar a Consuelo y a sus hijos Javier e Idoia a los que incluyo en este cariñoso recuerdo.
Paco, un fuerte abrazo y descansa en paz.