Las sociedades científicas son empresas que ofrecen conocimiento especializado, el bien intangible más apreciado en cualquier economía, con unos demandantes que acuden a esta oferta y unos oferentes que la proveen1. La peculiaridad más distintiva de las sociedades científicas se basa en que los demandantes y los oferentes coinciden en las mismas personas que son, además, las propietarias de la empresa. Aunque esto constituye un mercado cerrado, el intercambio de conocimiento hace crecer a este más que la suma de sus partes, holismo conocido en economía como ventaja comparativa1. Como ejemplo cercano, en una microeconomía como es un departamento quirúrgico, la especialización de la producción permite que esta sea mayor y de mejor calidad que si existiera una sola cadena productiva: el intercambio de pacientes entre unidades especializadas, como cadera, rodilla o raquis, por citar solo algunas, permite intervenciones más rápidas, con resultados mejores, más duraderos y a mejor coste2.
En economía de empresa, la especialización junto con la internacionalización, son la base del crecimiento: mejorar la calidad de la oferta a través de la especialización con ampliación del mercado para aumentar el número de demandantes2. Esto ocurre también en el «mercado científico» donde ninguna otra institución ha venido produciendo y distribuyendo el conocimiento especializado como las sociedades científicas. Ni los colegios de médicos, ni los sindicatos profesionales, ni las corporaciones hospitalarias han encontrado en sus objetivos producir o, al menos, distribuir conocimiento especializado y útil3. Por tanto, estando las sociedades científicas en una economía de mercado cerrado, podemos decir que han venido operando en un régimen de oligopolio constituido por ellas mismas. Esto ha sido una rémora para su dinamismo; ante esa posición de dominio del mercado ¿para qué mejorar? Sin embargo, ahora las nuevas tecnologías ofrecen conocimiento especializado de calidad. La competencia ha aparecido a través de páginas webs y grupos corporativos en un formato fácil, barato, atractivo y con entrega del bien al instante.
Las sociedades científicas poseen más peculiaridades que las gravan considerablemente. Por un lado los proveedores del conocimiento, estratificados en esa categoría en algunas ocasiones sin una medición objetiva de su capital, sino más bien a través de relaciones personales subjetivas de diverso tipo, no siempre contemplan las expectativas de los demandantes —propietarios estos, como aquellos, de la empresa—, característica constante de los oligopolios. Y, por otra, el continente tampoco ha cambiado en relación con las ventajas que el progreso de la sociedad civil ofrece; es decir, el formato de provisión no ha seguido el ritmo de las aportaciones tecnológicas que beneficiarían el bienestar de los demandantes. Analizado en términos económicos, ni las personas que ofertan y demandan están satisfechas con el producto y su consumo, ni la tecnología ha producido un cambio en el paradigma del modo de transmisión del conocimiento. Paradójicamente, en economía, existen pocas dudas de que son precisamente el capital humano y la tecnología la base de la calidad y futuro de cualquier empresa1–4. Se puede decir, por tanto, que las sociedades científicas tienen una orientación errónea y, por consiguiente, con pobre futuro en lo que a una empresa de servicios se refiere.
Sobre el capital humano se puede reflexionar que existen grandes bolsas de personas que podrían aportar conocimiento pero que, por la organización de la empresa, en este caso de la Sociedad, pasan desapercibidas, llevándolas a la frustración de estar relegadas y a disminuir en ellas el sentido de pertenencia, además del coste de oportunidad que esto representa para todo el colectivo. También el desaprovechamiento de la tecnología produce un efecto difícilmente aceptable: mientras que los costes de la producción del bien, el conocimiento, son nulos dado que existe un modelo primitivo de intercambio, el trueque, según el cual se adquiere el bien a cambio de aportar otro de similares características, los recursos se dedican a logística. Escapa esto del método de control financiero de una empresa moderna donde se tiende a abaratar los flujos monetarios de salida intentando disminuir considerablemente el gasto, aquello que no afecta directamente a la producción del bien, sin atajar drásticamente el coste, lo que sí afecta. Un ejemplo sencillo consiste en pensar que para la producción de un automóvil de calidad no se pueden disminuir los atributos de la chapa o de los componentes de su motor, aunque sí reorganizar la administración de la empresa o su mercadotecnia que, si bien son muy útiles para la comercialización del automóvil, no afectan a su calidad.
Pero las sociedades científicas poseen aún otra rémora muy importante que agrava a las anteriores, afectando su propia identidad y objetivos: su financiación. Puesto que las aportaciones de sus miembros no llegan a cubrir los gastos, aunque se ejercitan en un mercado cerrado, deben salir al mercado libre donde le esperan financiadores que están dispuestos a aportar recursos, pero con las mismas reglas de oligopolio. Paradójicamente, en este otro mercado conceptuado como libre, operan empresas que también tienen ese poder. Por tanto, las condiciones de financiación incluyen una coartación de la libertad de producción de las sociedades científicas; en otras palabras: el conocimiento que se produce está, en alguna parte, mediatizado por los financiadores3; el mismo atributo que ostentan, aunque sea en un mercado cerrado, las operaciones de las propias sociedades científicas. El cazador cazado.
Con el modelo actual, las perspectivas de cambio de este escenario son nulas y las sociedades científicas llevan camino de convertirse en organizaciones que, lejos de democratizar la ciencia —en el sentido de colectivizar el conocimiento—, simplemente lleguen a propagar y justificar tendencias dirigidas, de facto, por el financiador, acabando por caer en un camino perverso que las puede llevar a desaparecer por haber perdido su propia legitimidad.
Sin embargo, justo es decir que las sociedades científicas no son responsables de ello, sino víctimas. La mayoría de sus miembros son asalariados de instituciones públicas, privadas o compañías de seguro, a través de abigarradas relaciones laborales que no mantienen de forma regular la provisión de conocimiento actualizado a sus trabajadores, aceptándose en el mercado sanitario lo que sería inaceptable en otros ajenos a él: la empresa deja la formación de sus empleados en manos de sus proveedores. A las grandes corporaciones, los fondos de inversión o, lo que es más grave a los gestores públicos, solo les interesa lo inmediato y no planes que den viabilidad y sostenibilidad al sistema sanitario, dejando la formación en manos de los proveedores que, en muchas ocasiones, marcan el camino hacia tratamientos más costosos3 que, a la postre, serán financiados por el empleador. Esta dejación de funciones ha creado un camino perverso que cierra un círculo vicioso que hay que revertir.
Si analizamos lo expuesto y observamos la situación actual de la Sociedad Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología (SECOT), podemos concluir que esta necesita una auténtica refundación. La SECOT es una empresa creadora y distribuidora de conocimiento donde los expertos que lo ofrecen no están clasificados según una medición objetiva de su capital humano, desconoce las características de la demanda de su clientela, gasta sus fondos en logística, la distribución es obsoleta y depende de ingresos obtenidos no por transacción sino por donación, colocándola en una situación de grave debilidad patrimonial.
La lógica incitaría pensar que la SECOT debe crear un censo que estratifique objetivamente al capital humano que provea el conocimiento, además de aprovechar las trascendentales oportunidades que ofrece la cuarta revolución industrial5–7; en definitiva, producir un bien con mayor calidad, abaratando la distribución y caminar a una autosuficiencia económica que le facilite independencia. El mundo virtual evita viajar y facilita la provisión del conocimiento, casando el tiempo de oferta con el de demanda, rescata la oportunidad de acceder a él y provee unas facilidades que las acciones presenciales no pueden5. El mundo virtual permite, además, ampliar el mercado e internacionalizarse5. No se trata de acabar con las relaciones humanas presenciales, sino de cambiar paulatinamente un modelo vetusto de selección de contenidos —los que un pequeño grupo decide, provisto por las personas que este grupo resuelve— facilitados mediante un procedimiento obsoleto necesitado de viajes tediosos y altamente costosos que no concilian el trabajo con el descanso5.
En los próximos años la SECOT tiene 2 retos conceptuales. Ofertar un contenido de conocimiento para satisfacer las necesidades de sus miembros, unas demandadas y otras, por su desconocimiento ignoradas, pero que atañen al progreso científico, en un continente tecnológico que sea de calidad, fácil, rápido, cómodo y barato5. Para el primer objetivo es una necesidad la catalogación objetiva de un «censo de expertos» y para el segundo aprovechar las ventajas que la actual tecnología de las comunicaciones ofrece4. Para ello, debe también ganar en transparencia y gobernanza, dentro de un marco ético conocido y respetado por todos.
Pero además, la SECOT debe aprovechar las facilidades que otras instituciones del entorno poseen, mediante convenios eficientes con sociedades científicas nacionales e internacionales, universidades e instituciones públicas de otros sectores, creando economías de escala que aumenten la efectividad de las acciones y disminuyan sus costes y, al mismo tiempo, faciliten la acreditación multinstitucional de las actividades desarrolladas. Esto, además de abaratar, añadiría valor. Por la propia supervivencia de la SECOT, la disparatada fracción coste-efectividad actual hay que invertirla y la cuarta revolución industrial no le puede pasar de largo; de lo contrario, la SECOT se convertirá en una organización arcaica, carente de valor y de legitimidad.