Amaneció el 18 de julio con la noticia del fallecimiento del Dr. Vallina. No por temido fue menos inesperado. Había ingresado hacía unos días en el Instituto Nacional de Silicosis y había luchado como él sabía hacerlo en todas las facetas de su vida, dando la impresión de haber vencido. Sin embargo, un empeoramiento de su estado acabó ganándole la batalla.
Dejó su vida en el hospital que era un símbolo de atención a los hombres de la mina, a aquellos pacientes y amigos que él había tratado por otras patologías del aparato locomotor durante los largos años que vivió y trabajó en el Sanatorio Adaro de Sama de Langreo. Hasta en eso quiso el destino mantenerles unidos.
Había nacido en 1914 en la Cuenca Minera de Langreo, en una pintoresca población del interior de Asturias, en lo alto de una montaña conocida como La Sampedro. Su padre, que fue picador y luego vigilante en el pozo Barredos, había sido su referencia desde niño en todo lo relacionado con esa noble y dura actividad. Por eso su hijo Vicente (D. Vicente, como era conocido en toda la comarca y en toda Asturias) nunca olvidó el sacrificio que para sus padres representó el que él fuese a estudiar Medicina a Madrid. Así que hizo la carrera en la Facultad de San Carlos en cinco años y volvió a Asturias con tan solo 21 años, habiendo tenido ya sus primeros escarceos quirúrgicos de la mano del Profesor Jacinto Segovia Caballero, de quien fue Alumno Interno.
Después de un corto período como médico dedicado a la Medicina General dedicó todos sus esfuerzos a reparar las lesiones que tan arriesgado medio de vida, el trabajo en la mina, producía entre sus vecinos y amigos.
En la década de los cuarenta ingresó en el Sanatorio Adaro, dependiente de la Mancomunidad Sanitaria de Empresas Mineras e Industrias de Asturias, llegando a asumir su dirección desde 1950 a 1982. En esta época logró que fuese hospital de obligada visita de todos los que se dedicaban al tratamiento de las fracturas. Su experiencia en el tratamiento de las fracturas del raquis, de los politraumatizados o de los quemados por grisú era referencia nacional e internacional. En un Congreso celebrado en Madrid, bajo la dirección del Profesor Martín Lagos, en la década de los sesenta, cuando se indicó al Dr. Vallina que su tiempo de exposición había concluido, la sala unánimemente obligó al moderador a prolongar ese tiempo, tal era su facilidad de comunicación y convicción.
Tuvo grandes ofertas para dirigir otros Servicios Hospitalarios en Asturias y en otros puntos de España, pero todas fueron desestimadas por su fidelidad a Asturias. Ello no le impidió mantener una estrecha relación con las diversas personalidades de aquel momento. Recibía y hacía visitas a Bastos, Sanchís Olmos, Durán, Böhler, Merle D'Aubigné, Guttmann etc. y todos contaban con sus documentadas y atinadas opiniones, que fueron vertiéndose a su vez en publicaciones y conferencias.
He tenido la fortuna de conocer a Vicente Vallina hace más de 35 años, siendo yo Residente del Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología , que dirigía su gran amigo el Dr. Francisco García Díaz en el Hospital General de Asturias. Acudía a las Sesiones Quirúrgicas de los jueves acompañado del malogrado Chus Riva, y los coloquios sobre casos clínicos eran una lección viva de Patología Quirúrgica.
Su trato era exquisito. Nunca le escuché la más mínima critica a la actuación de un colega. La atención a los pacientes era de entrega total, afectuosa y serena.
Fue el primer Presidente de la Sociedad Asturiana de Cirugía Ortopédica y Traumatología (SACOT) y Vicepresidente de la Junta Directiva de la SECOT presidida por el Dr. Antonio Hernández-Ros Codorniu entre 1955 y 1958. La misma SECOT se honró con otorgarle la Medalla de Oro en 1981 y nombrarle Miembro de Honor.
Ha recibido numerosas distinciones, siendo nominado Hijo Predilecto de San Martín del Rey Aurelio e Hijo Adoptivo de Caso, Sobrescobio, Laviana y Langreo. Calles de Sotondrio, Sama de Langreo y Oviedo recuerdan su nombre. La Medalla de Plata del Principado de Asturias y la Gran Cruz del Mérito Civil, impuesta por el Vicepresidente del Gobierno de España, Francisco Álvarez Cascos en 1998, son sólo una pequeña muestra de todo lo que su entrega y su obra se merece.
Para los cirujanos ortopédicos que le hemos tratado ha sido y será siempre una referencia obligada. Siempre fue fiel a Asturias y a sus amigos, renunciando a oposiciones como la del Ejercito del Aire y la de Médico de Prisiones si ello le obligaba a abandonar su querido Sanatorio Adaro. Siempre hemos contado con su consejo y la Cirugía Ortopédica Española, y más la asturiana, se queda sin su más señera figura.
Hoy, los mineros, los pacientes y sus compañeros, sentimos su marcha, y nos unimos en este sentimiento a sus hijos y nietos, a los que hacemos llegar el más sincero afecto.
Sus desvelos, enseñanzas y entrega a los demás son acreedores de un merecido premio. Descanse en paz nuestro gran amigo.