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Revista Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología
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Inicio Revista Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología Necrológica del Profesor Don Claudio Hernández Meyer
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Vol. 50. Núm. 6.
Páginas 468-469 (noviembre 2006)
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Necrológica del Profesor Don Claudio Hernández Meyer
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Antonio Herrera Rodríguez
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El Profesor Claudio Hernández Meyer ha fallecido, en la Granada de sus amores, el pasado 24 de junio, tras una larga y penosa enfermedad, que lo apartó de sus quehaceres profesionales el año 1991. Fue un hombre bueno y de una generosidad sin límites, además de un excepcional maestro. Yo tuve la inmensa suerte y el honor de convivir con él, como uno de sus discípulos.

Desde la tristeza y el dolor que me embarga por su desaparición, voy a intentar en estas líneas glosar la rica personalidad de Don Claudio. Nació en Madrid el año 1925, hijo de un ilustre ginecólogo granadino y de madre alemana, pero se crió y estudio en Granada, ciudad a la que amó profundamente.

Dotado de una inteligencia excepcional fue un brillantísimo alumno del Instituto Padre Suárez de Granada, estudios que culminan con Matricula de Honor en aquel duro y difícil Examen de Estado. Se licenció en Medicina y Cirugía, tras obtener 31 Matrículas de Honor de las 32 asignaturas de la carrera y fue Premio Extraordinario en 1947. Toda esta brillante carrera la realizó al mismo tiempo que trabajaba como practicante, ya que tras la muerte de su padre se convirtió en el cabeza de familia, que ayudaba a sacar adelante a sus hermanos.

Entre 1951 y 1961 trabajó en el Hospital General de Bata, en nuestra antigua colonia de Guinea, puesto que obtuvo por oposición. En 1961 se incorporó como Profesor Ajunto por oposición a la Cátedra de Patología y Clínica Quirúrgica II de la Facultad de Medicina de Granada, regresando a la ciudad donde vivió hasta su muerte.

En el año 1962 abandoné a mi primer maestro, Don Miguel Guirao, y tras ganar las oposiciones a Alumno Interno de Clínicas, me incorporé a la Cátedra de Quirúrgica del «terrible» Don Enrique Hernández, excepcional cirujano y maestro, que bajo su gran genio, escondía un enorme corazón. Me llamó la atención un hombre sonriente, cariñoso, de ojos azules, al que Don Enrique respetaba y escuchaba, y pregunté quién era; es Don Claudio, el sobrino de Don Enrique, me dijeron; allí comenzó nuestra relación. Conforme le fui conociendo empecé a sentir admiración por él, sus conocimientos eran impresionantes, no solo de Cirugía Ortopédica y Traumatología, abarcaban todos los campos, y diariamente nos sorprendía, pero además nos acogía a los alevines de cirujano con un cariño paternal. Era un docente excepcional, sus clases eran magnificas y amenas, y no le importaba pasar el tiempo que hiciera falta enseñándonos a ser médicos y dándonos un ejemplo de vida, que siempre le agradeceré. Era un magnifico clínico y un extraordinario cirujano, que en una época en que la Cirugía Ortopédica y Traumatología era la hija dependiente de la Cirugía General, se decantó por ella claramente y nos orientó a sus discípulos por ese campo. Todas sus excepcionales cualidades como profesional se quedaban pequeñas ante sus cualidades humanas; era bondadoso, simpático y generoso con todo el mundo, pero además como todos los hombres excepcionales, era modesto, sencillo y cercano con todos; además de la admiración que le profesábamos, todos le queríamos.

Es realmente difícil glosar su vida profesional, y me gustaría destacar su enorme curiosidad científica que le llevo a ampliar sus conocimientos en numerosas universidades extranjeras (Nueva York, París, Montpellier, Heidelberg, Hamburgo, Friburgo, etc.), en una época en que era excepcional que los especialistas españoles atravesasen nuestras fronteras. Además de comprar y leer ingentes cantidades de libros y revistas de la especialidad, que tras analizar con su excepcional inteligencia, le otorgaban un nivel de conocimientos poco común, que le permitieron ganar numerosas oposiciones siempre con el número uno. Su brillantez como profesional dejó huella en todos los puestos asistenciales que desempeño: Jefe de Urgencias Quirúrgicas y Jefe del Servicio de COT del Hospital Clínico de San Cecilio, Jefe del Departamento de COT del Hospital Virgen de las Nieves desde su inauguración en 1977, hasta que su enfermedad lo obligó a abandonarlo en 1991.

La Universidad disfruta de un excepcional docente entre 1961 y 1977, años en los que su labor como Profesor, dejó una huella imborrable. La entonces incompatibilidad con su puesto de Jefe del Departamento de COT del Virgen de las Nieves le obligaron a dejarla, perdiendo, como en muchas ocasiones, la Universidad a un extraordinario maestro.

Fue el continuador e impulsor de la Escuela granadina de Cirugía Ortopédica y Traumatología, que fundo el Profesor Don Enrique Hernández López, y a la que me honro en pertenecer. Publicó numerosos trabajos en revistas de nuestra especialidad, fue un asiduo conferenciante de reuniones nacionales e internacionales, dirigió numerosos cursos, presidió congresos y simposia, y fue Académico Numerario y miembro de numerosas sociedades científicas.

Como decía anteriormente, su brillantez como científico, profesional y docente, a pesar de las altas cotas que alcanzó, era inferior a sus extraordinarias cualidades humanas. Claudio fue un hombre poseedor de unas virtudes excepcionales y poco apreciadas en la sociedad actual; era un hombre bueno y caballeroso en el más amplio sentido del término, generoso con todos y dotado de una sencillez y modestia, no siempre apreciada por los que tanto recibieron de él. Era el contraste de los múltiples ignorantes suficientes que nos rodean y nos sorprenden diariamente.

Casado con una extraordinaria mujer, Carmina, que también nos acogía en su casa con cariño y simpatía a todos sus discípulos, y que hasta nos invitaba a cenar para aliviar la dieta a que nos sometía el Hospital Clínico a sus Médicos Internos en los años sesenta, cenas que se prolongaban, en un ambiente familiar, en largas conversaciones sobre temas científicos y humanos, donde irrumpía entonces el pequeño Claudio, hoy ilustre Profesor de Medicina Legal, hasta que era «expulsado» a la cama. Las extraordinarias cualidades de Carmina le han permitido sobrellevar con alegría y resignación la dura y larga enfermedad de Claudio y contemplar como un hombre brillante y extraordinario iba apagándose poco a poco.

No se si la torpeza de mi pluma habrá logrado reflejar la rica y extraordinaria personalidad de Claudio Hernández Meyer, pero desde luego lo he intentado desde el cariño que siento hacia él y desde el recuerdo a la persona a la que tanto debo como maestro y como amigo. Para mí, como para tantos otros, su huella y su ejemplo son imborrables. Todos hemos perdido algo importante, Carmina y Claudio al esposo y padre, que los quería y admiraba, yo a la persona que me enseñó tanto y a la que quería entrañablemente, la Sociedad Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología a uno de sus más ilustres miembros. Para Carmina y para Claudio mi pésame y mi cariño, y para él, el descanso eterno que Dios concede a los hombres buenos.

Prof. Antonio Herrera Rodríguez

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